domingo, 14 de septiembre de 2025

Cruce Costero

La brisa marina traza un dibujo sobre la arena, lentamente, tramo a tramo, empujando un grano de arena de forma certera, precisa, justa y calculada. La sal flota en forma de espuma y se confunde con las blancas nubes que decoran  el cielo, vistiendo al tímido sol. Se escucha el graznar de una gaviota que zurca los cielos en búsqueda de un sentido, atravesando el olor del océano, las corrientes de viento, el tibio calor de septiembre, el paisaje bosquejado sobre el lienzo que es el horizonte. 


El dibujo se vuelve seña, se vuelve santo, un mensaje escondido en las entrañas de la costa. Se remueve la arena, un aliento de vida, una bocanada de oxígeno que alimenta los pulmones. Luz de esperanza, la puerta hacia el cielo se abre y derrumba la estructura que los acobijó durante seis meses. La habitacion que los protegió una vez, se volvió celda y prisión. Las cabezas penetran como arietes la corteza de arena seca que se posaba protectora sobre su nido. 


El olor a sal les golpea la cara y estiran con urgencia sus extremidades, recién descubiertas. La supervivencia les susurra al oído “adelante”, el destino les grita “corran”. Sin demora, las pequeñas crías de tortuga han iniciado su carrera de vida, luchando contra la trampa de arena que las protegió hasta la fecha. Se agolpan unas sobre otras, sin escuchar razones más que el instinto y el sabor de la sal al viento. Un graznido imprime urgencia.


La marea escala lo más alto que puede, en afán filantrópico, asistente de las pequeñas criaturas que no han tenido tiempo de procesar su primer respiro. Los seres alados se agolpan, giran en círculos sobre las calvas coronas, los blandos caparazones, los bocadillos frescos. Graznidos trinan ensordecedores, sobre la espuma marina, la sal efervescente, el tibio tenue viento. Tan solo un metro separa el océano de las pequeñas tortugas. Tan solo un metro separa a las aves de su presa.


Una gaviota emprende vuelo en picada, trayectoria penetrante e inclemente. Algunas tortugas han cogido de la mano a las altas mareas, y han sido acobijadas por la recogida de las mismas. Otras esperan la nueva ola. Vulnerables. Expectantes. Entre las fauces de la gaviota, el mar se hace cada vez más pequeño. El océano parece dibujado a lo lejos. Una tortuga jamás pensó volar, elevarse, inevitablemente, más allá del cielo.


Un aguilucho agazapado en las nubes, cruza cuál relámpago el cielo y apresa con sus garras la gaviota depredadora. El ave marina se retuerce en el aire y deja escapar a su presa, en un intento desesperado por conservar la vida propia. La tortuga, durante un minuto, cayó libremente entre pasajes construidos de nubes y brisa, sal y mar, antes de ser cobijado por las olas y devorado entre las fauses del océano. Aturdido por el golpe, rápidamente se reincorpora y se sumerge en las profundas entrañas del azul profundo. 


Y esta es la historia de una tortuga voladora, la cual nunca dijo nada y calló tremenda hazaña. No es como que sus hermanos fueran a creerle, o que en público diario pudiera exponer su periplo. Aunque si conociera palabras, y compartirlas pudiera, tal vez sería ella contando esta historia.

viernes, 15 de agosto de 2025

Unknowing Bunny

Oliver se encontraba recostado sobre su cama, dejando escurrir los minutos entre sus dedos y la pantalla del móvil. Vídeo tras vídeo, una seguidilla de información se aventaba contra sus ojos, en un volumen tal que era imposible de procesar. Pasaban los segundos y las horas, y aún siendo altas horas de la noche y bajo el yugo del día transcurrido, Oliver se oponía a Morfeo en una rebelde protesta en contra de malgastar todo el tiempo de su vida recorriendo en círculos el trayecto hacia su trabajo y de vuelta a su habitación. Ouroboros.

Siendo las tres con cuarenta y siete minutos de la madrugada, y bajo la amenaza de una alarma que sonaría inmisericorde y mezquina dentro de tres horas y trece minutos, Oliver reposó sus cansadas pupilas en un vídeo en sus redes sociales. Nada de otro mundo, a decir verdad, solo evidencia de algunos conejos jugando en una cama saltarina, redundantemente saltando, uno tras otro en cadena armónica, caos ordenado, una travesura del destino. Un resoplido escapó de su nariz, equivalente a una carcajada descontrolada en esta edad moderna. 


Un número se asomaba amenazante a la derecha de la pantalla, y es que en la sección de “comentarios”, se lograba observar que ciento veintiséis mil personas habían decidido verter su opinión en un vídeo, aparentemente irrelevante. Extrañado, Oliver luchó contra la curiosidad instintiva que esta peculiar reacción comunitaria le generaba. Al leer el primer comentario lo entendió todo. Su cara se contorsiono aterrorizada, sus dedos temblaron, y el teléfono caía al vacío mientras su mente seguía digiriendo el concepto de que el vídeo que acaba de observar, era la fabricación de una inteligencia artificial.


Pánico, dudas, incertidumbre. Tan real, todo era tan, pero tan real. Su estómago se retorcía mientras el aire se escapaba de sus pulmones, e intentaba tomar el teléfono en el aire para comprobar si las palabras leídas no dijeran otra cosa. Logró tomar el teléfono antes de que le cayera en la cara. Se incorporó sobre su cama y se sentó, dejando el teléfono de lado y apoyando la cabeza, vuelta un torbellino, entre la contención de sus manos. La mirada perdida en la alfombra de su habitación, solo lograba cuestionarse si acaso todo lo que veía en redes no era más que ficción.


Este vídeo no es real, se decía a sí mismo. Los conejos se ven reales, la cama también, la elasticidad de la superficie, los vectores, la inercia, la cinética. Todo parecía tan real. No lograba abrazar la idea de que este vídeo fuera el producto de un input bien desarrollado, de un prompt elocuente. “Si un bot puede habitar un conejo ignorante, también puede fabricar el cómo me hace sentir”. La duda lo acorrala en su pieza, la habitación se vuelve cada vez más pequeña, la realidad alterada, el aire difuso, su mente descendiendo en un espiral agotador.


Oliver se siente removido desde sus cimientos. “¿Cómo puedo estar seguro de que el cielo realmente está soleado?”. Si pueden fabricar un vídeo que me convenza de que es real, en qué momento dejaremos de diferenciar lo que ha sido obra del azar o de una mano controladora. Fabricantes de emociones, manufactureros de impresiones. Captarán nuestra atención con sentimientos amalgamados, moldeados, maleables. Perderemos el discernimiento de lo que es ficto y lo que no. La incertidumbre se posa sobre Oliver y lo abandona a su suerte.


Toma su piano, una partitura en cinco cuartos, deja su teléfono grabándo, y expone a todo el mundo la realidad. Oliver publicará su nueva canción en redes sociales. Este arrebato cargado de emoción se volverá una búsqueda desesperada de la verdad, se convertirá un hit viral, con más de un millón de visitas en su corta existencia. Luego de ver tamaña reacción, Oliver ya no será el mismo, pero seguirá su vida. El juego debe continuar.


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Si quieres, puedo proponerte unas cuantas versiones más para que compares y elijas la que encaje mejor con lo que buscas. Si lo prefieres, puedo darte otras alternativas para que tengas más donde escoger.

jueves, 17 de julio de 2025

Núnca es en vano

 Estar vivo es ser un caos, y lo logras bastante bien.

Vivió un poco, por un tiempo, se fue a casa, y eso fue todo.


Ningún amor,

Por muy fugaz,

Es un clamor

Sin ganas.


Si paras,

Un segundo.

Aclaras

Y pregunto:


¿Si estar vivo

Caos es,

No ves

Que vivo?


Y digo,

De una vez:

Solo Contigo.


Ningún amor,

Por muy fugaz,

Es en vano.


Pido el calor,

Por muy audaz,

De tu mano.


Vivo un poco,

Por un tiempo,

Y vuelvo a casa.


Me dicen loco,

Lo lleva el viento,

Y luego pasa.


Y arrasa la asa que abraza mi baza.

Olvida la vida, temida y sentida.


Y antes de que el último adiós resuene con las campanas, me preguntas para quien redoblan, doblan y desdoblan.


Y es para ti,

Para nadie más que ti,

Tal vez un poco por mi,

Pero todo lo demás, para ti.

domingo, 25 de mayo de 2025

Alogenia

Somos una historia con palabras prestadas. Conocí a uno de mis mejores amigos, gracias a otro amigo a quien ya no veo. Aprendí a practicar mi deporte favorito, gracias a un tipo que probablemente no me reconocería en la calle. Mi canción favorita, esa que podría escuchar toda una vida, me la mostró una ex polola, a quien le deseo lo mejor, pero muy lejos mío. Para el primer departamento que viví, me recomendó un amigo de quien más no supe. De vez en cuando escucho una lista de Spotify que hizo un tipo que conocí en la universidad. Es la prueba viva de que otros existieron, y que vivieron conmigo.

Siempre que regalo un libro, le escribo una dedicatoria, porque alguna vez lo hicieron para mi cumpleaños y lo consideré un lindo detalle. Tomo ferner porque me dieron a probar en Mendoza y lo encontré una experiencia. Hay películas y bandas que me encantan, solo porque a gente muy querida le gustaron primero. Siempre ofrezco las cosas dos veces porque una vez un cura le dijo a mis viejos que así le mostrabas a la otra persona que no lo estabas ofreciendo porque si, sino porque quieres. Siempre cuando manejo trato de tomar la línea más eficiente (o al menos eso creo), porque mi viejo me sentó a ver la Fórmula 1 desde que tengo memoria. Somos un mosaico de los que nos rodean, aunque fuera por un segundo.

De mi vieja saque el amor canino, y ella lo sacó de su viejo, y mi abuelo, bueno, de algún otro lado lo habrá sacado también. Poco tiene la vida de autogénesis. Siempre me voy a acordar de un anónimo que comentó en mi blog algo lindo sobre un cuento, aunque no lo conozca  ni sepa si me conoce. Cada vez que me pongo alguna prenda regalada, por muy antigua que sea la polera o el poleron, me acuerdo del momento cuando me pasaron el paquete, y quien lo hizo. Todo tiene un poco de historia. Creo que por eso me gustan las cosas de segunda mano.


Algo lindo tiene todo esto de tener la huella de otros en nuestra piel, hacerla propia y recordar, de vez en cuanto, que somos frutos de nuestro entorno. Que nuestro corazón es un edificio con millones de habitaciones, llenas de las personas que nos han acompañado durante nuestra vida, dejando repartidos consejos, cariños, reflexiones y tendencias. Como dice Ortega y Gasset, “yo soy yo, y mis circunstancias”

jueves, 17 de abril de 2025

Lacrimosa

It was I, a traitor among fellows, wearing a facade of equals, of colleagues in arms, lieges of the same monarch. No other but I, took advantage of the trust and brotherhood offered selflessly and gratuitously. Regrets are now beneath my own head, and just sorrow and despair await the condemned, just the eternal flames of oblivion as a reward for my own cowardice and malice.

As the haunting strains of Mozart's Lacrimosa filled the air, the dimly lit halls of this ancient castle seemed to come alive with the weight of my deceit. Shadows danced on the stone walls, whispering secrets of treachery and betrayal. The mournful hymn echoed through the corridors, a fitting requiem to the tale of my downfall.

Once, I stood among the most esteemed noble statesmen, head of the council under our revered king, a worthy and respected public persona to be revered. I was entrusted with the welfare of the kingdom, my counsel sought in matters of great importance, my gaze longed for by all the underlings of the kingdom. But beneath this veneer of loyalty, a seed of greed had taken root within me, growing into a twisted desire for power and wealth. 

My ambition was born of years of witnessing the suffering of the kingdom. Endless wars and famine had gripped our land, and I was certain that only with drastic measures could we secure a prosperous and lasting future. Our monarch was the symbol of the realm and had to be kept pristine by all means, and no one in the royal counsel proved willing to undertake the drastic measures required to secure the bread for our vassals.

During a time of great turmoil, the kingdom was besieged by invaders from the neighbouring kingdom of Lorraine, and our resources were depleted. In the chaos of government, I devised a nefarious plan, exploiting the grim corridors beneath the castle to traffic and trade our countrymen's wives, sons, and daughters to our allied forces in exchange for money and clout. Though my actions were self-serving, and my coffers swelled with ill-gotten gains, I persuaded myself they were for the good of the realm, a darkness necessary to ensure our dawn.

The price of my treachery was far greater than I had anticipated. Though our kingdom was victorious due to my intrigues, my deeds of deceit and my malice, it was now time to face the consequences of my corrupt doings, even if they brought the light that this kingdom so desperately sought. The faces of my betrayed, sold, abused, and fallen countrymen haunted me at every turn. Their eyes, filled with anger and grief, stared at me like the noose of the gallows. The weight of their losses pressed down on me, a constant reminder of the night that had consumed my soul. 

As peace descended upon our land once more, I found myself isolated and despised for my ploys to garner gold and might for our kingdom. The same people who had once held me in high regard now treated me with contempt, judging me as the craven and deceitful traitor that I was. My title became a curse, a burden, a symbol of my defilement and shame. I wandered the castle, a ghost among the living, my heart full of regret, dishonour and despair.

The sombre notes of Mozart's Requiem seemed to mirror my inner torment, each crescendo a reminder of the irreversible choices I had made. In the end, there was no redemption for me. The eternal flames of oblivion awaited, a fitting punishment for my coward schemes, for my heartlessness and malice. As I stood on the precipice of my own destruction, I realised that the true cost of my betrayal was not the loss of our comrades or the dehumanisation of our homeland, but the forfeiture of my own humanity. I had become a fiend, a tyrant, a monster consumed by ambition and greed, and there was no escape from the twilight that now enveloped my soul.

And so, I embraced my fate, stepping into the abyss with the knowledge that I had brought this upon myself. The blazing flames welcomed me with bitter open arms, their searing heat a reminder of the choices I had made, of the souls I had condemned. In the foul and impervious end, I was nothing more than a traitor, a liar, a villain, condemned to a just eternity of suffering for my sins. Facing the pyre where my schemes and frauds shall combust over my body, the final, mournful chords of Lacrimosa played on, a requiem for a soulless carcass lost into the perennial night.


sábado, 25 de enero de 2025

Caldera

Me senté en una banca junto al mar, a perderme entre las olas, la brisa y el olor del océano Pacífico. Los botes pesqueros lucían sus vivos colores sobre el paño azul, con sus motas blancas y saladas. Algunas barcazas tenían las mallas lanzadas al mar, otras descansaban la madera bajo el sol de la costa. Nombres ingeniosos tatuaban el costado de cada una de las barcas, añadiendo un nuevo elemento al paisaje que se tejía en el horizonte. 


La calle a mi espalda alojaba motores ronroneantes y bicicletas fugaces. Un par de canes paseaban por la costanera, a la deriva de su dueño, como si fueran viejos amigos conversando sobre el estado actual del clima o de la política nacional. Que mal que están las cosas. Que fresco se halla esta tarde de enero.


Veo mi reloj desde el rabillo del ojo, como quien quiere evadir la realidad y hacerle una finta a cronos. Hago el ejercicio mental de traducir las manecillas y caigo en cuenta de que que el momento de partir se alojó sobre mi,  inexorable, ineludible y definitivo. Inhalo profundamente, como intentando robarme un pedazo de ese aire nortino y costero, hasta sentir entre pecho y espalda esta brisa marina, salada y despejada.


Me levanto de esta banca de madera, y como si el calor del verano me hubiese derretido, queda en el banquillo una huella clara, casi una silueta, de mi cuerpo en reposo. Miro el mar, el océano, las nubes. Alojo la mochila sobre mis hombros mientras recuerdo una linda frase que reza “un pedazo de nosotros perdura en cada lugar donde hemos estado”.

martes, 20 de agosto de 2024

Te deseo todo

Te deseo un océano tranquilo, una almohada con sus dos lados fríos, una ducha con la temperatura correcta, que el café nunca esté hirviendo ni tibio, sino justo como te gusta.


Espero la vida te regale un sol tibio cuando tengas el frio preciso para disfrutarlo, que tus bebidas te hagan soltar un “ahhh” de lo refrescante que estén. Que cada vez que tosas, te quites el picor de la garganta, que cada vez que sea de noche, veas las estrellas y su danza.


Te deseo el bien, ese placer etéreo y abstracto. Que levantes la mirada y la vida te quite un suspiro. Que tu mamá y papá vivan muchos años. Que tus hermanos te abracen cuando te vean. Que los perros rompan su rumbo para saludarte. Que los gatos te elijan, y sus dueños digan que no son así con cualquiera. Que tus canciones favoritas tengan otra versión incluso mejor, y escucharla sin querer en la radio. Que alguien diga tu nombre con cariño, con deseo, con calidez, con orgullo, con honor, con deseo. 


Te deseo que siempre caigas de pie, que la vida te recuerde lo importante de vivir. Te deseo el sol de la mañana, el olor del rocío, el sabor del chocolate. Que la vida te acurruque entre sus manos, que reconozcan tus logros, que seas indispensable en el trabajo (y te lo digan). Te deseo éxito, humildad, generosidad. Te deseo la ducha caliente luego de un día helado, el tomar la taza de té con las dos manos, el amargor del primer mate. Te deseo la cerveza fría luego de hacer ejercicio, el abrazo de tus amigos, la calma al hacer deporte.


Te deseo que mires atrás, mires adelante, que mires a tus pies y al cielo. Que la rosa de los vientos te guíe a donde quieras llegar. Que el destino te ofrezca caminos y sepas recorrerlos. Te deseo todo, todo, y mucho más. Y para mí, deseo poder verte recibirlo todo, aunque sea al otro lado de la acera, y ver tu sonrisa acoger la vida, que me mires de lejos, y me muestres que vale la pena vivirla. A ver si así me convenzo de hacerlo.

Cuatro meses después

Blancas páginas de seguían unas a otras. Volteaba las hojas incesantemente, todas blancas, prístinas, vírgenes. Luego de una tapa de cuero, amarrada al silencio por una soga eterna, por un nudo ciego, por la ignominia muda de quien dice todo sin emitir un solo sonido. El insulto perenne, la mirada furtiva, las letras esquivas, la espalda apuñalada por oraciones que miran a otro lado cuando las apuntan con el dedo.


La inercia de quien pierde el ritmo, el aplaudir manco, el paralítico caminar de quien se empuja en balde a decir aquello que no significa nada, alimentando una perorata injusta, idealista, inverosímil, carente de pasión, de fuerza, de vida. Alma cegada por inmóvil, arrastrada al subsuelo por la desidia, la negligencia, el olvido. Un intelecto sediento, hambriento, rogando los nutrientes de un desafío, por sencillo que fuere. Una almendra en el desierto.


Las hojas blancas se suceden aún, una tras otra. La mano empapada en angustia avanza y retrocede a lo largo de un libro que no existe. Los dedos torpes intentan sujetar la esquina de cada hoja, sin poder separar a las hojas gemelas, las trillizas, capítulos omitidos, titulares inexistentes. La anorexia de un libro que no se alimenta de tinta, muerto de hambre por falta de sueños, de deseo, de trabajo. Un libro vacío, que nada significa para el autor que aún no lo escribe, que no lo descubre.


Infinitos simios escribiendo infinitas palabras al azar, mecánicamente, sin descanso ni reparo, sin correcciones ni errores. Empapan de letras el papel que hasta entonces se encontraba perdido en la resma, sin sentido alguno más que la de ser una revista en potencia, una idea, un gesto, una carta, un romance, un guion. Las blancas hojas que me miran desde el escritorio me juzgan, mejor estarían en la máquina de alguno de esos monos. Que puedo hacer, si hace tiempo mi alma murió de inanición.

viernes, 22 de marzo de 2024

Después de un Final

Se dieron las manos mirándose a los ojos. Una palmada en la espalda, soltando una sonrisa honesta, de esas que se escapan de entre los párpados. Se miraron una última vez, y partieron cada uno por su camino. Una suave brisa acarreaba aún su perfume, el aroma de sus ropas, el olor a carbón de la fogata que compartieron anoche. La pradera verde, atravesada por un camino de tierra, como una cicatriz sobre la tersa piel del sur, con el pasto bailando al son del viento. Ninguno de los dos miró sobre el hombro, ni tampoco se dijeron palabra alguna al voleo, ni a la rápida, ni de pasada. Se despidieron mirándose a la cara, con un abrazo fugaz y honesto, lleno de camaradería y amistad. Y siguieron su camino.


Acabamos de compartir casi una semana juntos” - dijo Francois al poco rato de andar, como reprimiendo a Federico, sin quitarle la vista al horizonte que se dibujaba sobre el camino - “Pasamos tormentas de nieve en la montaña, nos perdimos en el bosque buscando este camino, nos quedamos bebiendo hasta las últimas anoche, y hoy te despides sin más, no es propio de ti


Francois, yo se que si cada uno sigue su aventura, eventualmente nos encontraremos” - respondió Federico, sin perder el paso - “Si derramáramos un lagrimeo al despedirnos, imagina la vergüenza al volvernos a ver”


Amanda, que por caminar adelante con su paso confiado y apurado, casi apenas si escuchaba la conversación, no pudo más que soltar una sola carcajada al aire, en señal de aprobación de lo que acababa de escuchar. 


Entonces” - dijo Amanda cruzando los brazos e inclinandose hacia adelante, desafiante - “Parece que tendremos que acelerar el tranco ¡no vaya a ser que lo dejemos esperando!”


Francois, que caminaba a la par de Federico, lo miró, ofreciéndole una mirada traviesa y risueña, como diciéndole que la vida no es una cosa tan seria como para darle tanta vuelta. Francois algo iba a decir, pero Federico se adelantó y partio corriendo, para el asombro de Amanda. En el lapso de un segundo hizo memoria, y jamás en los dos años que llevaban viajando juntos lo había visto correr. Francois no sabía como reaccionar, y cuando recién encontró las palabras para reprender a Federico, este ya se encontraba muy lejos, siendo perseguido por Amanda.


“¡Más te vale haberlo dicho de corazón!” - gritó Francois, mientras corría detrás del par de lunáticos a quienes llevaba seis meses llamando camaradas. Mientras corría miraba al cielo, preguntándose donde se había metido, y si podrán encontrar el cielo si seguían corriendo por este camino. “Todos los caminos llegan a alguna parte” - dijo para si, más tratando de convencerse de cualquier otra cosa. Así han de ser las aventuras.

martes, 19 de marzo de 2024

Floristas

Seguramente, y aunque parezca extraño en estos tiempos contemporáneos, más de algún varón solamente recibirá flores el día de su funeral, y esto, caballeros, es tremendamente desafortunado para el nuestra florería. Es por esta razón, que a partir de hoy, iniciaremos una campaña férrea por asegurarnos que en cada cumpleaños, cada graduación, cada salida romántica, una flor le sea obsequiada al hombre que participe de dicha circunstancia. Todos merecen recibir flores por igual, y ojalá que sean las nuestras.


Para cada Narciso una flor, así también para Jacinto, Hortensio y Geranio. También para Romero. Para los Rosas, los Espinoza, los Centeno, los Naranjo, los Manzanares y Manzanos. No olvidemos a los Palma. Un detalle elaborado con cariño y detalle, con afecto y aprecio, con un módico costo totalmente acorde a la primavera que se halla lejana. Caras están las varas, malas las heladas.


¡Anota todo esto, compadre! Más que florista debería ser publicista. “Por cada vara, participa por una entrada al próximo súper clásico del fútbol chileno”. Esa promoción no la encuentras en ningún otro lado. Imagínate ver los estadios con flores, compadre. Que las banderas sean rosas, lirios, camelias, petunias. Petunias hombre, se venden como pan caliente, ¡Imaginate la demanda en noviembre! Que me escuchen desde La Vega hasta La Pérgola. ¡Que a los hombres también nos gustan las flores!

No nos importaba

El mundo se caía a pedazos y no nos importaba. Vivíamos en nuestro planeta de cinco habitaciones, dos pisos, jardín y patio interior. Mirábamos las noticias y los números sólo eran eso. Números. Nuestro desdén por las medidas hechas a la rápida, a la desesperada, nuestra crítica desalmada contra líderes incompetentes, infracalificados, subestabdar, ante una catástrofe para la cual nadie podía prepararse. Y simplemente no nos importaba.


Durante la mañana trabajábamos desde nuestra casa, cada uno en su espacio, sin molestarse mucho el uno al otro, son los beneficios de vivir en una amplia propiedad. Más allá del estado del wi-fi, de las últimas noticias con ese número que se actualizaba dia a día, no había mucho de que hablar. Inventábamos juegos y pasatiempos, como por un convencimiento intento de que teníamos que llevarnos bien, hacer cosas que jamas habíamos hecho, y que por cierto que no nacieron de nuestro ímpetu, sino de algún vídeo en redes sociales. 


Hubieron cosas a las que nos acostumbramos que jamás me hicieron mucho sentido. Mostrar la intimidad de la pieza propia a quienes jamás habrían entrado a tu casa de otra manera. Una cierta justificación para transgredir las fronteras propias, exponer nuestro lecho, e incluso decorarlo o limpiarlo con el solo objeto de dar una buena impresión.  


La comunicación mentirosa del día a día con quienes vivían en su propio mundo, tal vez a tan solo metros del nuestro, se tornaba casi invasiva. Tomar cerveza o piscola a través de una cámara, o juntarse a hacerlo pasado el toque de queda. Mirar con desdén la ley, que nos obligaba a quedarnos encerrados, en una especie de reivindicación del yo por sobre el contrato social. El egoísmo más básico, ese que pensaba que las medidas eran exageradas, que a nosotros no, que por qué. Y los números subían, subían y solo subían. Y simplemente no nos importaba.

martes, 13 de febrero de 2024

Mosaico

No fue otro que Borges, quien dicho de paso, aunque no lo entienda me encanta como escribe, quien dijo algo así como “No estoy seguro de que en realidad yo exista. Soy todos los autores que he leído, la gente que he conocido, las mujeres que he amado. Las ciudades que he visitado, todos mis antepasados”. Y es que de tanto en tanto pienso eso mismo. No con las mismas palabras, porque para eso me falta el léxico, la idea y un Doctorado en Harvard. No, lo pienso más en tierra, más bajito. Somos lo que nos rodea, lo que nos empapa, lo que nos cobija.

Me gusta pensar que el corazón está lleno de cajones, bolsillos, puertas y puertitas, y que de cada tanto en tanto vamos guardando cosas, algunas más por fuera, otras bajo llave. No siempre con querer, claro. Me gusta pensar en llevar en el corazón un pedazo de la gente que me rodea, aunque ya no estén, cerca o lejos. Guardar un recuerdo, independiente de si la despedida fue para siempre o hasta nunca.


Y así, como lo dice Jorge Luis, somos un poco de todo lo que nos acompaña durante la vida. Cada vez que veo un perro se ilumina mi día, por que así me enseño mi mamá; la música me inspira y me recuerda a las tardes con amigos del colegio compartiendo un nuevo disco, una última canción, algún concierto o escucharlos tocar algún instrumento, mientras canto con más esfuerzo que talento. 


El Rock Argentino me lo regalaron apenas salí del colegio, con Cerati en coma y Spinetta ya perdido. Siempre tendremos a Charly. La Psicodelia Inglesa me la mostraron en la universidad, grandes, grandísimos amigos con quienes converso más en mi memoria que en el día a día.


Juego fútbol desde chico porque desde chicos jugamos todos: amigos, enemigos, compañeros y desconocidos; Juego rugby ya de grande porque un muy amigo, con quien ya nunca hablo, me conocía bien, mejor que yo mismo, y me recomendó que lo intentara, hace ya más de diez años.


Guardo en mi billetera los modelos de los tatuajes que tengo, que me recuerdan a esta amiga tatuadora. También guardo un billete con sal por que mi tía dice que es de buena suerte, así como un santito que me protege, regalo de mi hermano. Por ahí guardo un par de boletas porque así lo hacía mi vieja.


Tengo ese poleron que todavía huele a otra persona, esa camisa que “se le perdió” a un amigo. Una polera por cada equipo en el que he jugado, todas gastadas, quemadas por el sol y el roce, como debe ser. Cada vez que escucho “Golden”, la canción me come la oreja, méritos de mi compañera de oficina. Cuando veo un Volskwagen Golf, pienso en ti, en tu auto, y si será el tuyo.


Me gusta el sur por que voy donde un amigo, donde sus papás son prácticamente mis papás postizos; Al norte le tengo cariño, de ahí es mi papá, y porque por trabajo me ha tocado conocerlo en sus huesos, sus minerales, su pasado y su futuro.


Le agarre cariño a cocinar, y de grande me encanta darme el tiempo de hacerlo, y todo gracias a mi hermano chico y a todo lo que goza haciéndolo; Me río de la vida, o al menos trato, por que así es como veo a mi hermana vivir la suya, o al menos lo intenta.


Al final, y como le vi a una amiga escribir por ahí, un poco como que somos el mosaico de toda la gente que nos toca. Y ojalá así siempre sea, caminando con el corazón y sus bolsillos llenos.