lunes, 8 de junio de 2015

Penelope


Llegó junto a un grito escalofriante proveniente de los frenos, que emitían un sonido agudo, punzante, lleno de dolor. Una voz monótona y enlatada anuncia la llegada de tan ansiado vagón. Yo espero que se abran las puertas, mientras una gota de sudor frío atraviesa mi frente, dejando que recorra mi rostro hasta aterrizar en el suelo, frente a mis pies temblorosos. Se abren las puertas como nubes que dejan pasar al sol de día y a la luna de noche, con respeto, orgullo y llenas de ceremonia. Pero estas puertas metálicas, infectadas de publicidad, se deslizaron sin gracia alguna, programadas de a dos, para que nada rompa con el esquema, todo planificado, previamente calculado. Veo como el reflejo dubitativo de mi rostro desaparece progresivamente de mi vista, para dejar ver el otro lado del vagón. No había nada mas que otra puerta, y el rostro que antes albergaba duda se tornó lentamente en uno sorprendido, para luego transformarse en decepción. No llegó.

Espere sentado en una banca bajo tierra, mirando las manchas del suelo, pensando en la historia de cada una. El chicle de allá fue escupido por un enamorado que la tomaba por primera vez de la mano, inocentemente pensó que finalmente hoy seria el día, luego de meses de atenciones, indirectas y proposiciones ensayadas arduamente. La pintura roja más allá perteneció a una elegante dama, quien mientras retocaba con un color apasionado sus labios naturalmente pálidos, derramó el rojo a cuentagotas, distraída por la vida. El papel de el otro lado es el testamento de un abuelo, que dejaba toda su fortuna a su único hijo, pero él era cura, y eso no le importa, pues conoce gente que necesita mucho más que papeles de colores.

Ensimismado, esperé a que el tiempo consumiera el momento, y que el ocaso se llevara todas las inseguridades que ese vagón vacío trajo consigo. La luz del día olvidó el camino a casa y la noche llego trepidante a contornear el horizonte. Sentí la brisa de su partida, el sonido fuerte que opacaba los altoparlantes, desesperados por atención. Acababan de partir mis sueños e ilusiones en un vagón que nunca llegó. Levanté mi rostro del piso, elevé el mentón, y seguí mi vida, porque me acordé que mañana podía ser el día en que la viera de nuevo.