Llegó
junto a un grito escalofriante proveniente de los frenos, que emitían un sonido
agudo, punzante, lleno de dolor. Una voz monótona y enlatada anuncia la llegada
de tan ansiado vagón. Yo espero que se abran las puertas, mientras una gota de
sudor frío atraviesa mi frente, dejando que recorra mi rostro hasta
aterrizar en el suelo, frente a mis pies temblorosos. Se abren las puertas
como nubes que dejan pasar al sol de día y a la luna de noche, con respeto,
orgullo y llenas de ceremonia. Pero estas puertas metálicas, infectadas de
publicidad, se deslizaron sin gracia alguna, programadas de a dos, para que
nada rompa con el esquema, todo planificado, previamente calculado. Veo como el
reflejo dubitativo de mi rostro desaparece progresivamente de mi vista, para
dejar ver el otro lado del vagón. No había nada mas que otra puerta, y el
rostro que antes albergaba duda se tornó lentamente en uno sorprendido, para
luego transformarse en decepción. No llegó.
Espere sentado
en una banca bajo tierra, mirando las manchas del suelo, pensando en la
historia de cada una. El chicle de allá fue escupido por un enamorado que la
tomaba por primera vez de la mano, inocentemente pensó que finalmente hoy seria
el día, luego de meses de atenciones, indirectas y proposiciones ensayadas
arduamente. La pintura roja más allá perteneció a una elegante dama, quien
mientras retocaba con un color apasionado sus labios naturalmente pálidos,
derramó el rojo a cuentagotas, distraída por la vida. El papel de el otro lado
es el testamento de un abuelo, que dejaba toda su fortuna a su único hijo, pero
él era cura, y eso no le importa, pues conoce gente que necesita mucho
más que papeles de colores.
Ensimismado,
esperé a que el tiempo consumiera el momento, y que el ocaso se llevara todas
las inseguridades que ese vagón vacío trajo consigo. La luz del día olvidó el
camino a casa y la noche llego trepidante a contornear el horizonte. Sentí la
brisa de su partida, el sonido fuerte que opacaba los altoparlantes, desesperados
por atención. Acababan de partir mis sueños e ilusiones en un vagón
que nunca llegó. Levanté mi rostro del piso, elevé el mentón, y seguí mi
vida, porque me acordé que mañana podía ser el día en que la viera de nuevo.