¿Hola? Si, estaba llamando por un defecto en el producto que compre. Bueno, en realidad no lo compre yo, sino mi madre hace algunos años. Espero aun sirva la garantía. Bueno, el tema es que después de usarlo un tiempo me di cuenta que no se demoró mucho en demostrar defectos irreparables y quería saber si hay un servicio técnico o algo similar donde podría llevarlo. ¿No? Una lastima, me gustaba mucho. Bueno, entonces ¿Que es lo que se debe hacer en este caso? Si ningún problema, espero en línea.
Escucho una canción polifónica que intenta entretenerme mientras la calma de minutos antes desaparece bajo la tela de la desesperación, de los pensamientos sobre si mi pedido es rechazado, sobre si ya no queda nada más que hacer. Empiezo a llorar, porque no se que voy a hacer. Después me enojo, porque no es mi culpa haber perdido la inocencia que tenía de niño, y yo la quiero devuelta.
Mientras suena el segundo verso de ese tarareo virtual al otro lado del teléfono, recuerdo con ternura y melancolía la conversación que tuve con mi madre al respecto. Todo inicio porque estábamos viendo fotos de cuando yo era pequeño. Imagínense ¡Yo! ¡Uno de los 10 empresarios más ricos de la revista Forbes! Si voy al baño en la noche, salgo en las noticias de la mañana. Yo estaba viendo fotos mías de pequeño, sentía que perdía el tiempo.
Han pasado diez minutos de espera y nada, pero no han sido en vano. A esta altura recuerdo lagrimas de mi madre caer como la primera lluvia de invierno sobre los prados, seco. Me explico que eran de nostalgia, se acordaba que cuando pequeño yo siempre iba a repartir desayunos a la posta, que jugaba horas en el jardín con el perro. Me parecía extraño, porque no recordaba nunca haber perdido el tiempo en tales banalidades. Pero las lagrimas me mostraron algo, como si fueran un espejo que me dejó ver más allá de mi superficial cobertura, y me dejo leer ese libro que tenía escondido en los anales mas profundos de mi cabeza. Yo fui inocente, compasivo, empático. ¿Que me sucedió?
No puedo culpar a la sociedad ¿O si? Digo, ella fue la que me inculco la idea de que necesitaba dinero para resolver mis problemas, y no siempre el dinero llega por las vías sinceras y correctas. Se me dijo muchas veces que hay que ser realista, este es el mundo de los ganadores, no hay espacios para niños en la vida del empresario. Pero las lagrimas celestosas hacen que me pregunte, ¿Realmente es tan malo ser un niño? Siento que me robaron mi inocencia convenciéndome de buscar riquezas, y mi compasión fue extirpada por la necesidad de competir y ser el mejor, a cualquier costo. Pero, realmente, ¿Es tan necesario ganar siempre? Llevo quince minutos esperando en el teléfono que alguien me atienda, pero nadie responde. Quiero que me devuelvan mi inocencia infantil, reclamar mi compasión ignorante, porque el que no conoce las riquezas, no envidia, y siempre ofrecerá la mano al de al lado. Quiero que la sociedad me devuelva lo que me quito. ¡Lo quiero ahora!
No, no es la forma. No puedo exigir de vuelta algo que le cambie a la vida de forma voluntaria. La sociedad no arranco la inocencia de mis brazos sin ninguna razón, sino que fue un intercambio justo. Cambie la inocencia por la solemnidad fúnebre, y la compasión por el anhelo de victoria. No es culpa de la sociedad que ofrece los caminos, es culpa mía por buscar los más rápidos y solitarios, porque si camino solo, no hay nadie que me retrase, pero tampoco habrá nadie al final del camino.
Corte el teléfono, porque ya no tenía caso reclamar algo que yo mismo decidí. Si algo se, es que las garantías no funciona de esa forma. Me senté a la entrada de mi edificio, solo, como un niño al que no dejaban jugar al fútbol en la plaza. Estaba solo sentado en una banca, lamentaba nunca poder recuperar la inocencia, ni siquiera saber lo que era. De pronto, un pequeño niño intenta subirse a la banca, y a duras penas logra. Se sienta a centímetros míos, con sus cortas piernas balanceándose infantilmente en el aire.
Mi mama siempre me dice que tengo que saludar a la gente que se ve triste, tengan o no tengan corbata - Me dijo el niño, con voz de que supiera todo y tratara de enseñarle a un necio
¿Y porque crees que estoy triste? - respondí, con cierta sorpresa y disgusto
Bueno, la verdad... No lo se - titubeo con vergüenza - es que estaba solo, y no se puede ser tan feliz solo
¿Como es eso de "tan feliz"? - dije, divertido por la idea de poder contar la felicidad como dulces o manzanas
Bueno - empezó explicando el niño - todos saben que nunca se puede ser demasiado feliz, nunca hay un limite. Eso es lo mejor de la felicidad - hablaba como un filosofo en miniatura, mirando sus zapatos de color verde - nunca se puede tener demasiada.
¿Y como haces tu para saber si estoy solo o si estoy esperando a alguien? - pregunte, pensando haber atrapado al chiquillo en su propia lógica
La verdad, no tengo idea, pero nunca sobra una sonrisa - dijo con ojos llenos de esperanza y una sonrisa atravezandole el rostro como un límite fronterizo entre su mentón y la nariz - ¿Es lo que acabamos de decir, o no?
Y ahí, en una plaza, sentado en un banco, con un chico que sabia más de amor y felicidad que yo de números y estadísticas. Ahí mismo caí en cuenta que la vida no me había dado la espalda, sino que había sido yo quien rechazó al mundo, la gente, el calor del amor, la tranquilidad de la familia. Agradecí al chico todo lo que me había enseñado, y deje la banca sola en el parque con el pequeño balanceando sus pies mientras miraba sus verdes zapatos. Hora de cambiar de rumbo.