jueves, 30 de julio de 2015

Mesón de Ayuda

      ¿Hola? Si, estaba llamando por un defecto en el producto que compre. Bueno, en realidad no lo compre yo, sino mi madre hace algunos años. Espero aun sirva la garantía. Bueno, el tema es que después de usarlo un tiempo me di cuenta que no se demoró mucho en demostrar defectos irreparables y quería saber si hay un servicio técnico o algo similar donde podría llevarlo. ¿No? Una lastima, me gustaba mucho. Bueno, entonces ¿Que es lo que se debe hacer en este caso? Si ningún problema, espero en línea. 

     Escucho una canción polifónica que intenta entretenerme mientras la calma de minutos antes desaparece bajo la tela de la desesperación, de los pensamientos sobre si mi pedido es rechazado, sobre si ya no queda nada más que hacer. Empiezo a llorar, porque no se que voy a hacer. Después me enojo, porque no es mi culpa haber perdido la inocencia que tenía de niño, y yo la quiero devuelta. 

    Mientras suena el segundo verso de ese tarareo virtual al otro lado del teléfono, recuerdo con ternura y melancolía la conversación que tuve con mi madre al respecto. Todo inicio porque estábamos viendo fotos de cuando yo era pequeño. Imagínense ¡Yo! ¡Uno de los 10 empresarios más ricos de la revista Forbes! Si voy al baño en la noche, salgo en las noticias de la mañana. Yo estaba viendo fotos mías de pequeño, sentía que perdía el tiempo.

     Han pasado diez minutos de espera y  nada, pero no han sido en vano. A esta altura recuerdo lagrimas de mi madre caer como la primera lluvia de invierno sobre los prados, seco. Me explico que eran de nostalgia, se acordaba que cuando pequeño yo siempre iba a repartir desayunos a la posta, que jugaba horas en el jardín con el perro. Me parecía extraño, porque no recordaba nunca haber perdido el tiempo en tales banalidades. Pero las lagrimas me mostraron algo, como si fueran un espejo que me dejó ver más allá de mi superficial cobertura, y me dejo leer ese libro que tenía escondido en los anales mas profundos de mi cabeza. Yo fui inocente, compasivo, empático. ¿Que me sucedió? 

     No puedo culpar a la sociedad ¿O si? Digo, ella fue la que me inculco la idea de que necesitaba dinero para resolver mis problemas, y no siempre el dinero llega por las vías sinceras y correctas. Se me dijo muchas veces que hay que ser realista, este es el mundo de los ganadores, no hay espacios para niños en la vida del empresario. Pero las lagrimas celestosas hacen que me pregunte, ¿Realmente es tan malo ser un niño? Siento que me robaron mi inocencia convenciéndome de buscar riquezas, y mi compasión fue extirpada por la necesidad de competir y ser el mejor, a cualquier costo. Pero, realmente, ¿Es tan necesario ganar siempre? Llevo quince minutos esperando en el teléfono que alguien me atienda, pero nadie responde. Quiero que me devuelvan mi inocencia infantil, reclamar mi compasión ignorante, porque el que no conoce las riquezas, no envidia, y siempre ofrecerá la mano al de al lado. Quiero que la sociedad me devuelva lo que me quito. ¡Lo quiero ahora!

     No, no es la forma. No puedo exigir de vuelta algo que le cambie a la vida de forma voluntaria. La sociedad no arranco la inocencia de mis brazos sin ninguna razón, sino que fue un intercambio justo. Cambie la inocencia por la solemnidad fúnebre, y la compasión por el anhelo de victoria. No es culpa de la sociedad que ofrece los caminos, es culpa mía por buscar los más rápidos y solitarios, porque si camino solo, no hay nadie que me retrase, pero tampoco habrá nadie al final del camino. 

    Corte el teléfono, porque ya no tenía caso reclamar algo que yo mismo decidí. Si algo se, es que las garantías no funciona de esa forma. Me senté a la entrada de mi edificio, solo, como un niño al que no dejaban jugar al fútbol en la plaza. Estaba solo sentado en una banca, lamentaba nunca poder recuperar la inocencia, ni siquiera saber lo que era. De pronto, un pequeño niño intenta subirse a la banca, y a duras penas logra. Se sienta a centímetros míos, con sus cortas piernas balanceándose infantilmente en el aire.

Mi mama siempre me dice que tengo que saludar a la gente que se ve triste, tengan o no tengan corbata - Me dijo el niño, con voz de que supiera todo y tratara de enseñarle a un necio


¿Y porque crees que estoy triste? - respondí, con cierta sorpresa y disgusto 

Bueno, la verdad... No lo se - titubeo  con vergüenza - es que estaba solo, y no se puede ser tan feliz solo

¿Como es eso de "tan feliz"? - dije, divertido por la idea de poder contar la felicidad como dulces o manzanas

Bueno - empezó explicando el niño - todos saben que nunca se puede ser demasiado feliz, nunca hay un limite. Eso es lo mejor de la felicidad - hablaba como un filosofo en miniatura, mirando sus zapatos de color verde - nunca se puede tener demasiada.

¿Y como haces tu para saber si estoy solo o si estoy esperando a alguien? - pregunte, pensando haber atrapado al chiquillo en su propia lógica

La verdad, no tengo idea, pero nunca sobra una sonrisa - dijo con ojos llenos de esperanza y una sonrisa atravezandole el rostro como un límite fronterizo entre su mentón y la nariz - ¿Es lo que acabamos de decir, o no?

     Y ahí, en una plaza, sentado en un banco, con un chico que sabia más de amor y felicidad que yo de números y estadísticas. Ahí mismo caí en cuenta que la vida no me había dado la espalda, sino que había sido yo quien rechazó al mundo, la gente, el calor del amor, la tranquilidad de la familia. Agradecí al chico todo lo que me había enseñado, y deje la banca sola en el parque con el pequeño balanceando sus pies mientras miraba sus verdes zapatos. Hora de cambiar de rumbo.

Corriendo

     Apresurado corro a donde me dijeron que fuera. Corro como si mi vida dependiera de ello, y no me detendré hasta llegar allí, y a tiempo. Estoy desesperado por lograrlo, porque así fue como me dijeron que se sentía intentarlo. La verdad, mientras atravieso el terreno y mis piernas me impulsan hacia adelante, pienso que es lo que estoy haciendo, y me doy cuenta que no es mi trabajo responder esa pregunta, sino llegar al lugar señalado, a la hora indicada. 

     Corro como si mi vida dependiera de ello. Pero, ¿Realmente lo hace? En el camino veo como amigos mios paran a descansar, a conversar, a vivir un poco. ¿Porque se detienen a vivir, cuando de la carrera depende su vida? Personas que caminan tranquilamente, en su mayoría adultos mayores, giran su cabeza en ángulos imposibles con gestos de aprobación. Es lo que ellos hicieron, y ahora en el corto tiempo que les queda, siguen caminando. Aprendieron a vivir en movimiento y ya no pueden parar

     Un niño me vio partir desde el inicio, y de vez en cuando lo miro para saber si sigue ahí, observando, confundido, porque no sabe si estoy corriendo hacia alguna parte o estoy arrancando de él. Niño, no sufras, no corro de ti, y cada momento separados es como un puñal atravesando mi conciencia, y mi único descanso de ese dolor agudo es la idea de verte en la meta, junto a mi.

     Siento cansancio, y las piernas ya no siguen mis ordenes, es un movimiento mecanizado, como el vuelo de un pájaro hacia su nido, o el salto de una ballena para respirar y desahogar su vida de ballena. El otro día me dijeron que no saltaban tanto como todo el mundo dice. ¿Quién es todo el mundo? Cuantas ballenas conocerá para saber si lo que saltó es mucho o poco, y aunque conociera muchas, ¿Acaso conoce a esa ballena para saber si su salto de hoy es mayor que el de ayer y menor que el de mañana? No podemos medirnos por los logros de otros, sino por los propios, pues al final de camino esta mi meta, no la de otra persona. 

     Es verdad, veo gente corriendo más rápido y pasando velozmente a mi lado, levantando mis esperanzas del suelo con el viento que dejan, como estela de sus victorias. Pero si observas detenidamente, como yo, veras que sus rodillas están peladas de tanto golpe contra el piso. Nadie es perfecto, nadie subió la escalera en un día. No se si yo vaya a ganarle a alguien esta carrera sin sentido, porque no se si alguien realmente está compitiendo contra mi. Solo he visto gente en movimiento, borrosa, con sonrisas y lágrimas en los ojos, porque nada es lo que parece. Me pregunto si el mejor corredor de todos es el que a más gente a recogido en el camino, o simplemente el que llega en menos tiempo. Obvio, como en todo, hay atajos, y no esta mal tomarlos, o eso me han echo creer. 

     No se porque ni por quien corro, si es por mi, mis padres o hermanos, mis futuros hijos, nietos, bisnietos tal vez, depende de que tan larga será la vuelta de mi carrera. Solo espero que al final de este camino, pueda tomar un espejo y ver al niño que me vio partir, y con perlas de felicidad en mis ojos, jugar con él nuevamente a las escondidas. La última vez que jugamos, fue cuando empecé a correr. Nunca más lo pude encontrar.

El Sueño Americano


     La conversación comenzó áspera. El no me conocía y yo a él tampoco. ¿Se llamaba Mauricio o Marcelo? No recuerdo bien, tal vez fue un martes o un jueves. Yo venía a dejar unos papeles de embargo, nada agradable. Timbrados, enumerados, firmados y con fuerza pública aprobada, ningún error, y yo aun no me sentía contento con lo que había echo. El jardín no era bonito, tampoco muy ordenado ni grande, pero cubría la deuda. Una lastima, se podría haber evitado con un mejor manejo del dinero, siempre el dinero.


     A la vuelta pase al mismo bar de siempre, Caffee Brasil. Me da risa el nombre, porque es como si el dueño no supiera que "coffee" estaba mal escrito. A decir verdad, el nombre fue la razón por la que empece a ir a ese lugar, me causaba algo de gracia en esa avenida muerta, seria. Además, estaba cerca del edificio, la mesera era bonita, y los precios eran módicos. Dinero, siempre dinero. Y ahí lo encontré, solo, ahogando el vaso en alcohol, para matar las penas. Me pidió la hielera que estaba cerca mío, se la acerque, me agradeció y pregunto mi nombre, a lo que yo pregunte el suyo, y no logro recordar cual era. Me contó un buen chiste de un negro y su amo blanco, y luego, entre llantos, me contó la historia de como perdió su jardín por el alcohol. Humor negro, ironía pura.

     Entre tragos de vino y sollozos, me explico que su familia siempre había estado encargada de ese jardín, desde su abuelo, y que en el permitían entrar a todos los niños de bajos recursos, y recibir alguna formación académica, dependiendo de lo que podían pagar. Todo se fue a la mierda cuando cayo en cuenta de que el no era un buen negociante como su padre o su abuelo, y apenas podía sostener los gastos de su casa con el pequeño puesto de carnes en el mercado de la avenida. Cuando se dio cuenta de que el jardín no generaba ingresos, y que los suyos no alcanzaban para abastecer su hogar y el jardín infantil, el alcoholismo rodeo su vida y lo abrazo, como una puta abraza a un padre de familia que engaña a su señora.

     No tuve el valor de decirle que todo era en parte mi culpa, porque entregue todo a tiempo y con los requisitos necesarios, porque me hubiera sentido obligado a forzar un error propio, y exponerme a perder mi trabajo. Créanme, no es de egoísta o poco empático, solo que no me parece bien tener que sacrificar todo mi esfuerzo por la pena de otro.

     Verán, en el mundo existen dos fuerzas poderosas, dos bandos opuestos que viven colisionando como partidos políticos. Uno es el amor, honesto, sincero, verdadero y respetable. En el otro esta el dinero, sucio dinero, y que nadie apuesta contra el dinero. Créanme, realmente nadie apuesta contra el dinero.