Una espuela levantaba polvo en
un árido paraje, pequeñas y rústicas edificaciones de madera sobresalían del
suelo. A su lado sonaba el paso tranquilo de un caballo y sus cuatro
herraduras. Al cinto llevaba su confiable "Peacemaker", una Colt 45 a
la cual el se refería con cariño, como si de una moza se tratara. No era una de
esas baratijas proveídas por el mercader local, esta era de cañón fino y
labrado con detalles indios, la empuñadura estaba cubierta por cuerno de
ciervo, igualmente tallada. Una obra de arte de los 80. Sobre su cabeza llevaba
puesto un sombrero negro como la vida misma, con una cinta roja que dejaba una
de sus colas volando a sus anchas gracias al viento del desierto. Un pañuelo no
me dejaba ver su rostro, pero una prominente barba se asomaba por los lados.
Aquel trapo era del mismo color que la cinta, no por que ese fuera el deseo del
fabricante, si no porque la sangre lo había teñido con el tiempo. Una camisa roída escondía lo que no alcanzaba a tapar la chaqueta de cuero café.
Un cinturón con una hebilla del porte de mi puño armonizaba el haraposo
conjunto. Era una mezcla entre elegancia y la vida viajera. Las botas delataban
kilómetros de vida. Parecía que el pistolero no venia para quedarse. Poco
importaba la verdad, estábamos en el siglo XIX y no podíamos dejar que unos
indios y otros tantos proscritos o bandidos quitaran la paz de aquellos
parajes. Poco sabia yo en ese entonces que el mismo pistolero que entraba con
la cabeza gacha y el calor a la espalda cambiaría todo.
Amarró el caballo a un poste
cerca del bar del pueblo. Era un espléndido ejemplar de un Mustang pura sangre,
de piel dorada y una crin rubia como el sol. Un diamante blanco coronaba la
frente del magnífico espécimen. A pesar de la calidad del animal, la montura
era tosca, con las riendas roídas y mal cuidadas, el cuero de la montura era
excepcional y hermosamente labrado con detalles naturalistas, pero había
perdido el color con los años. Los estribos eran simples, pero confiables. El
nuevo acaricio al estupendo animal y procedió a entrar al bar, sin preguntarle
nada a nadie, sin siquiera levantar la cabeza. El bar era el edificio más
grande del pueblo, y esto se debía a que en la parte de atrás era un burdel
donde refinadas señoritas le quitaban de encima horas de viaje a los que se
aventuraban por esos parajes. El salón tenía un piano corto a escasos metros de
la barra, con un viejo tipejo entonando alegres canciones, supongo que era una
composición personal de aquel músico, porque jamás la había escuchado antes. La
barra era de madera antigua, manchada de sangre y decolorada por el alcohol.
Mesas se repartían sin un orden claro a lo largo de todo el bar, pero toda la
gente estaba sentada en la barra, ahogando penas y castigando el sueldo.
El nuevo se abrió paso entre
las miradas desconfiadas y se sentó en la barra, siempre con la cabeza gacha, y
bajo la oscuridad de aquel antro escuche por primera vez su voz.
Whisky, solo - le
dijo al cantinero al tiempo que con el dedo índice levantaba el ala derecha del
sombrero y dejaba ver una mirada asesina. A los pocos segundos un pequeño vaso
de whisky se encontraba, tembloroso, ante sus ojos. Con un gesto rápido acabo
con el brebaje en menos tiempo del que se demoró en llegar.
Estoy buscando a alguien -
dijo - Y quiero encontrarlo rápido.
Acá todos buscamos a alguien ¿De eso
se trata la vida no? - respondió el hombre detrás de la barra, con una sonrisa
sarcástica y un tono que a mi siempre me sacó de mis casillas. Era un tipo
alto, obeso, perspicaz y con un pequeño bigote para tan amplio rostro. Tenía el
humor más negro de todo el sur del país y no sabia cuando era mejor callar la
boca.
Yo no soy todo el mundo -
respondió el viajero, tranquilo - Y no todo el mundo busca a quien yo
busco.
Bueno, en ese caso necesitaré un
nombre y algo que estimule mi memoria, tantos días acá encerrado hacen que
empiece a olvidar algunas cosas.
Dame otro corto de whisky para
seguir hablando, nunca se me ha dado el negociar con la garganta seca -
repuso el viajero, levantando una ceja.
Por supuesto, no faltaba más -
dijo el tabernero, pero en cuanto se giró para servir el trago, reparo en un
largo y hermoso cañón escondido entre las ropas del viajero que le apuntaba la
sien, entre ceja y ceja. Paralizado, no lograba articular ninguna palabra.
Sin levantar la voz ni armar
alboroto, me servirás un corto de whisky sin derramar una sola gota -
dijo con tranquilidad el bandolero - Luego pondrás tus sucias manos
sobre esta asquerosa madera a la que llamas barra y me dirás lo que quiero saber.
Nadie reparo en lo que estaba
sucediendo, el piano sonaba lo suficientemente fuerte para que nadie escuchara
la conversación, y el pistolero conocía su pistola a la perfección, razón por
la cual su brillante cañón permanecía escondido a la vista de todos, excepto el
hombre que atendía la barra. Una sonrisa se dibujo bajo el sanguinolento
pañuelo.
Mi nombre es Tommy, Tommy el de la
Barba Roja. Se que tu eres el Gordo Pete, dueño de este bar y del burdel de
atrás, y espero que no te estés ahogando con ese humor tuyo atrapado en tu
garganta
Los ojos del cantinero se
salían de su órbita. Por supuesto que había escuchado ese nombre, quien en sus
cabales no sabría quien era Tommy Barba Roja. Nunca nadie supo si era el
pistolero más rápido o más preciso, porque nadie logro sobrevivir para
contarlo. Nadie quería estar cerca de un tiroteo donde el fuera participe, pues
aquella estupidez significaba una muerte segura. Incluso en los duelos, que
suponen una afrenta de honores entre dos pistoleros, Tommy se encargaba de
aniquilar a los mirones. El apodo venia de su tendencia a saquear los cuerpos
llenos de plomo de las pobres almas que se cruzaban en su camino mientras aún
sangraban, y luego limpiar sus impíos dedos en su prominente y oscura barba.
Esa es la razón del color del pañuelo, finalmente. Todo tenía sentido en ese
momento, pero lo que no logré descifrar es qué hacia en el pequeño pueblo de
Milfield. Tommy era un caza recompensas, a los que le gustan los peces gordos,
nada de baratijas. Solo iba por tipos sobre los 20.000, y por mi madre juro que
jamás nadie con una cabeza tan valiosa había dado un paso adentro del pueblo.
No que yo supiera.
Era un pueblo fronterizo
pequeño, donde la mayoría de sus habitantes no tenían donde caer muertos. Nunca
fue un pueblo conocido por sus bandoleros y el sheriff era un tipo asustadizo a
quien no valía la pena hacer frente, pues nada de honor tenía asestar un tiro a
un monigote que tiembla de miedo. El lugar contaba con un salón llamado
Lagrimas de Viuda, que compartía el techo, y el dueño, con el prostíbulo de
atrás. Si bien las chicas eran señoritas y con disposición, no eran suficientes
para dar abasto a este pueblo de mala muerte. No había mucho más que eso,
además de un pequeño almacén que no tenia más que lo necesario y la comisaria,
que era una vergüenza. Tenía dos celdas enanas y un sheriff que la estrella le
quedaba grande. También contaba con una armería decente y una hostería a la que
no le iba mal. Para ser un pueblo fronterizo, teníamos buenas relaciones con
los vecinos de piel café, y los indios no molestaban. De vez en cuando
aparecían para intercambiar alimentos y baratijas, pero nada más que eso. La
verdad es que era un lugar demasiado normal. Pobre, mísero y olvidado, pero
normal.
Vas a decirme lo que quiero saber y
no me vas a mentir ¿Vale? - dijo Tommy, echando la cabeza
hacia atrás, demostrando que estaba en una posición de poder, como siempre.
Va, vale - dijo el
Gordo mientras una gota nerviosa caía desde su frente hasta aterrizar sobre la
barra - ¿A quien buscas?
Busco a alguien que conoces muy
bien, por que se que esta en este bar ahora mismo -
dijo Tommy bajando el pañuelo y descubriendo una dentadura casi perfecta, a
excepción de un colmillo de oro que se asomaba cuando hablaba.
No te estarás refiriendo a
ellos - respondió Pete, escéptico - Son demasiados, y lo
sabes ¡Además, destruirías la reputación de este bar! Tenemos peleas
ocasionales pero nada más allá de una riña de borrachos.
Vi tu sorpresa cuando dije mi
nombre, se que me conoces. Si no sales de este bar después de decirme quienes
son los bastardos que forman la condenada banda, te daré un tiro en la barriga,
y aunque me tome meses esperare a que salga toda la basura que guardas ahí
dentro por el segundo obligo que te haré. Por si fuera poco, robaré todo lo que tienes
encima, y con las manos goteando en sangre usare mi barba como servilleta y
serás uno más del montón. No creo que quieras eso.
¿Pe, pe, pero los cli, clientes? -
dijo el Gordo, nervioso
Mientras los saques sin alertar a la
banda, no tengo problema - dijo Tommy, sonriendo y dejando ver el colmillo de
oro – Si no es así, ya están todos
muertos.
Vale, vale - dijo
el cantinero derrotado - Si la banda que buscas es la de Ezequiel, El
Indio y El Mejicano, debo decirte que el cara pintada no esta acá ahora, pero
los otro dos si, y con seis tipos más, armados hasta los dientes.
No será problema, cualquier cosa
será más fácil que atravesar la capa de grasa que tienes encima. Dime cuales
son y considerare no destruir tu bar.
Mira, El Mejicano, llamado Pedro, y
Ezequiel son los que están al final de la barra, los otros seis bastardos están
sentados en la mesa donde juegan póker.
Perfecto, ahora me acompañaras
afuera, como si yo quisiera venderte algo, sacare mi Winchester 73 y esperaras
afuera hasta que el río de sangre deje de correr ¿Entendido?
¿No me queda otra o si? Déjame sacar
a mi mujer y mi hija, les diré que salgan por la parte de atrás ¿Pudo
preguntarte una cosa?
Dime, pero que sea rápido antes de
levantar sospechas
¿Qué valor tiene la banda?
A ver, Ezequiel tiene treinta mil,
El Indio quince, Pedro quince y los otros seis son treinta más si los llevo a
todos, vivos o muertos.
La verdad no creo que te preocupes
de llevártelos con pulso.
Digamos que el dinero que les saco
cuando están muertos es mi la comisión de mi trabajo como verdugo ¿Cual es la
diferencia entre que me pague yo mismo por matarlos o que el sheriff le pague a
un verdugo para que lo haga?
Supongo que algo de lógico tiene
Me quedaría a conversar sobre moral y
cosas por el estilo si me importara un carajo. Se termino el charloteo. Llama a
tu mujer y tu hija.
¡Leo! ¡Acompáñame a ver una cosa
afuera! ¡Trae a la niña!
A Tommy no le gusto que
gritase, porque llamaba la atención de todo el mundo, pero en cuanto vio que
Pete le dejaba todo a cargo al tipo del piano mientras él salía, todo hablado
en voz alta para que nadie quedara sin oír aquello, se tranquilizo un poco.
Salieron los cuatro y el bandolero saco una pepita de oro y pago al tabernero todo
el problema. Pete casi se infarto ahí mismo, pues como iban las cosas, esa pepa
valía lo mismo que el bar, el burdel y todo lo que tenía adentro, incluidas las
mujeres. El Gordo se fue con su familia hasta la hostería, esperando a que la
tormenta amainase. Tommy cargo el tambor de Peacemaker y calculo que, con una
bala para cada cráneo debería bastar. Dos descargas del Winchester deberían ser
suficientes para los cabecillas y un tambor de la Colt para los números más
chicos. O tal vez los acabase a todos con el fusil. No lo supo hasta que entró,
golpeando las pequeñas puertas del bar.
Primero soltó una carga sobre
la mesa de póker, atravesándole el cráneo a quien hacía de repartidor. Un
rápido movimiento y la palanca ya había echo la recarga. Otro disparo le dio en
la espalda a un tipo que tenía dos ases, seguro pensó que era su día de
suerte. Luego de esos dos disparos, Tommy alcanzó a dar uno más antes de
que la gente reaccionara. Por suerte, o más bien destreza, fue a parar en el
cuello de uno de los que estaba sentado mirándolo. Tres fuera, quedaban cinco,
y a el le quedaban doce balas en el fusil y seis en su querida Colt. Sería un
día redondo. Uno de los bandoleros trató de escapar por una ventana a la
derecha de Tommy, pero este, sosteniendo el Winchester con una mano, cruzó el
brazo sobre el fusil y Peacemaker escupió plomo, que fue a dar en la cuenca del
ojo izquierdo del tipo que intentaba saltar por la ventana. Ezequiel y Pedro ya
estaban escondidos tras la barra listos para el contraataque, mientras el
tirador accionaba la palanca del Winchester con el cañón de la Colt, disparando
dos calibre diez punto 8, que fueron a dar en el pecho y el rostro de los dos
bastardos que quedaban en la mesa. Todos en aquel salón estaban destinados a
morir.
Dos destellos salieron desde
la barra apuntando al tipo del pañuelo ensangrentado, pero el ya no estaba
donde lo habían visto segundos antes. Desde detrás de una mesa, una bala
calibre cuarenta y cinco fue a parar en el la barra, dejando un forado
considerable. Tommy aprovechó el desconcierto de los cabecillas de la banda
para guardar su pistola, pues era un día para que el fusil Winchester se hiciera famoso en los cuatro
vientos. El Mejicano se apresuró y soltó un disparo con su Henry, el cual fue a
dar en el suelo, cerca del de la Barba Roja. El fusil Henry es de dimensiones
considerables, como el Winchester, con más de un metro de largo. Es por esto que
es difícil esconderse tras una barra luego de haber disparado. Esa fue la razón
de que hubiera un agujero ensangrentado en su frente. Pedro derramaba sangre
por todo el suelo mientras convulsionaba, y solo faltaba Ezequiel, treinta mil
dólares en una cabeza que acabarían en las manos de Tommy. A esas alturas y como
estaban las cosas, Ezequiel solo pensaba en escapar, ya le importaba una mierda
si el del pañuelo de sangre vivía, moría o se quedaba dormido, lo importante
era salvar el pescuezo. Estaba pensando en eso cuando sintió el gélido cañón en
la tapa de la cabeza. Miró hacia arriba y lo último que vio fue el agujero por
el cual un calibre cuarenta y cinco salió para destrozarle la cara.
Dicho y hecho, Tommy disparó a
sangre fría a dos borrachos que estaban durmiendo en una esquina, un tipo
aterrorizado en la barra y se acercaba al piano para volarle los sesos al tipo
que no había dejado de tocar durante el transcurso del tiroteo. Hizo sonar el
mango de su pistola contra su palma, para causar terror en el pianista, pero
este no reaccionaba, como si el miedo lo hubiese paralizado. El pelo largo
azabache le tapaba el rostro, por lo que era imposible saber si era un joven
desdichado o solo un viejo al que le llego la hora. Tommy dio un disparo al
aire y cayó en cuenta de que el pianista era sordo, ni cojonudo ni idiota, solo
sordo. Escribió en un papel manchado en sangre, preguntándole como se llamaba,
a lo que el pianista dejo de tocar y respondió, en el mismo papel, que su
nombre era Edward, que era sordo por un disparo que recibió en un fuego cruzado
y que siempre le había gustado la música. Ante su desdicha, Tommy poco podía hacer.
Decidió dejarlo ir, y sería el único ser humano que sobreviviría para contarlo.
Asique aquí estoy yo,
escribiendo la historia del mayor tiroteo ocurrido en el año ochenta y cuatro
en todo el sur de California. Luego de haberme echo el sordo en aquel día,
Tommy me regalo todo el dinero y cosas de valor que encontró en los bolsillos
de los difuntos, y con eso compre un caballo, me fui lejos de esa ciudad de
mierda y aprendí a escribir como corresponde, todo para que la historia de Tommy,
el de la Barba Roja, perdurara en el tiempo. Aun conservo una pepa de oro del
porte de mi pulgar, teñida en sangre de Ezequiel. Nunca supe que sucedió con el
Indio ni si Tommy logro encontrarlo. Solo se que soy el único sobreviviente de
su historia y que nadie podrá quitarme eso.
Ese es el punto final, ya
estaba escrita la historia y por fin podré ir a dormir como corresponde. Cuando
mis brazos se tensaban para levantar mi peso de la silla de madera tallada, un
frío cañón se posó en mi nuca, como el aliento de un cazador que nunca supe que
estaba al acecho, y aterrorizado, caigo sobre la silla.
Espero que al menos Edward sea tu
verdadero nombre - Dijo un Tommy ya entrado en años, pero amenazador
como siempre.
Sabía que en algún minuto este
momento llegaría – respondí. Puras mentiras, estaba seguro de que me
había librado de él, pero tengo que tratar de esconder el terror que siento.
- Fui el único sobreviviente por más tiempo del que pensé.
¿Alguna palabra antes de que la
misma Colt de la que te salvaste hace años te arranque de este mundo?
Si, una pregunta en realidad, si es
que me permites hacerla - le dije, tratando de contestar la única duda que me
faltaba por resolver y que carcomía mis noches desde hace años. Dicen que la
curiosidad mató al gato y en este minuto no existe ser más felino que yo mismo.
Dispara - dijo
Tommy, sonriendo por la ocurrencia
¿Lograste dar con El Indio?
Si, fue un par de años después del
gran tiroteo de Milfield, lo encontré borracho, aun llorando por sus compañeros
caídos. El muy bastardo se había llevado todo el botín que tenían escondido
bajo un árbol seco, a la mitad de un paraje inhóspito. Mientras dormía arriba
de una mesa de borracho, espere a que no quedara nadie más en la taberna, me lo
lleve afuera y le di un tiro entre los dos ojos. Nunca supo que había muerto.
Así que así fue - respondí
- Supongo que no es lo más poético del mundo pero así son las cosas.
En fin ¿Un ultimo deseo? -
dijo Tommy, ya cansado de los rodeos.
Solo uno - respondí,
ya asumiendo que el frío plomo perforaría mi cabeza, y probablemente el
escritorio que estaba frente a mi - Déjame escribir esta última
conversación y el libro será todo tuyo.
¿Es la historia de Milfield?
Si, relatada por completo, incluso
con las conversaciones que tuviste con Pete. Le agregue un poco de imaginación
también, pero ya que estoy condenado a morir, me niego a cambiar una sola
palabra.
Debo reconocer que algo de
curiosidad me da esa imaginación tuya - exclamo
sorprendido – Y estaba seguro de que nadie había escuchado esa conversación ¡Pete
es demasiado inteligente para saber que no le conviene soltar la lengua, y yo jamás
se la conté a nadie!
Si, pero el piano estaba muy cerca
de la barra y tengo buen oído.
Y aun así lograste hacerte el sordo
conmigo Si se lo hubieras echo a alguien más, habría aplaudido el gran escape
que hiciste, pero no me gusta que me vean la cara de idiota.
Entiendo. En fin ¿Me dejaras
escribirlo? – Ya nada me salvaría de una
muerte segura.
Que va, lógico que si. Me gustaría
conservar todos los recuerdos de ese tiroteo, pero han sido tantas que ya mi
mente las confunde
Te aviso cuando termine -
dije mientras me giraba mirando al papel
Un momento - dijo
Tommy mientras me tomaba el hombro con fuerza - Tienes dos minutos, y
procura poner tu nombre al final. El real.
Escrito por
Thompson, Edwa