lunes, 22 de febrero de 2016

El Bus


Todos duermen en posiciones poco ortodoxas. Algunos encaramados a otros, los más afortunados se toman de la mano y sueñan que sus corazones palpitan bajo un mismo metrónomo. Una brisa gélida entumece mi garganta y provoca una tos seca en una mujer pocos pasos delante mío. Abrigos son utilizados como mantas, las que a su vez se doblan múltiples veces para servir de almohada. Un violento estornudo escapa y resuena en todo mi cráneo, mis rodillas se quejan estruendosamente al ser estiradas, rogándome que nunca más las deje atrapadas bajo el reducido espacio que me corresponde por decisiones externas a mi persona. Todos duermen y yo sigo despierto. No es por que tenga insomnio ni por haber dormido antes. Simplemente me gusta estar despierto. Adoro la sensación de que todo a mi alrededor corre para encontrarme ¿Egocéntrico? Tal vez, pero yo estoy hablando de persecución en su sentido romántico, como dos cosas que por decisiones del destino han de colisionar con fuerza, para luego repelerse como si nunca hubieran querido conocerse el uno al otro. Hace frío, pero aun así siento como mi alma hierve. Mis manos escriben por decisión propia, mi juicio es un mero susurro a la hora de tomar decisiones. Merma mi confianza el saber que todo mi talento transcurre por mis dedos y no por mi cabeza, pero a veces olvidar que existo hace que la vida sea más llevadera.

Volteo mi cabeza y veo como entre estrechos barrotes corre un paisaje urbano. Personas, animales, edificios nuevos y antiguos se confunden gracias al vértigo y la borrosa imagen no es más que un destello que se refleja en mi dilatada pupila. Está oscuro, pero logro ver a través de las sombras y observo como camina sola. Un sendero solitario guía sus endebles pasos, cargando sobre sus hombros el peso de una vida fustigada por calumnias y desesperación. Una sonrisa me saluda desde el lejano horizonte y ya no hay nada. Pavimento gris predomina en la costumbrista imagen de mi mente. Un caballero camina hacia mi puesto y susurra palabras con su lengua empalagosa. No existe el mañana y el pasado es todo lo que queda. Así es la vida de los condenados. Lamentarse sobre la leche derramada es como llorar la tumba de los muertos. Flores multicolores coronan guirnaldas sobre féretros de tonos apagados, demostrando la sencillez de la muerte. Cada uno sabrá que tan cómodo será su ataúd, pero mientras tanto, nosotros aportamos a cerrarlo, un clavo a la vez ¿Cuantas vidas tendrá el ser humano? ¿Cuantas realmente valdrán la pena? Podría probar con medir la grandeza de una persona pesando sus obras y calculando su trascendencia, pero, nuevamente, el destino se ríe de mi ingenua concepción de la vida.

Veloces árboles corren a mi alrededor y sus desdibujadas ramas me saludan al son del viento. Una línea blanca determina hasta donde iré a parar en esta travesía buscando la verdad. Una pregunta se dibuja bajo mis dedos. Tinta invisible escurre entre las ranuras de mis manos. De pronto mis articulaciones se convierten en bisagras y solo veo movimiento. El escenario cambia a una velocidad irrisoria, mis ojos salen de sus órbitas y veo como árboles de diversas clases atraviesan mi frontera como inmigrantes ilegales. Palabras se tejen frente a mi solo para ser deshilachadas por los bosquejos de una rápida sucesión de imágenes. Nada esta acá, pero nada viene ni nada se va, no hay nada que ver en realidad, solo sombras fugaces que confunden mi mente con su retórica y su sofismo sofisticado. Tanto que ver y mis ojos tan pequeños, ciegos por la oscuridad del cautiverio. Volátiles pensamientos atraviesan mi mente esperando a encontrar la chispa que los lleve al acto. Rebeldía desenfrenada y un cierto aspecto anárquico es lo que invade mi cabeza. Barrotes ficticios encierran carne podrida dentro de inhumanos recipientes. Mientras tanto, un edificio pequeño y cuyas oxidadas vigas apenas mantenía en pie atraviesa la ventana y corre a perderse en el ocaso. 

Un sonido familiar me indica que todo a concluido, la larga travesía ha llevado a sus feligreses a destino con puntualidad casi sacramental. El frío invernal escapa por puertas que ya no están allí y todos escapan de sus reducidos asientos. Mis pies tocan el suelo y la extraña sensación de estabilidad invade cada rincón del cuerpo. La sangre ya no salta con las irregularidades del camino, y solo veo un riel que se escapa en el horizonte. Un hálito fantasmagórico escapa de mis labios mientras una mano enguantada atrapa mi brazo y pone lo que queda de mi cuerpo en una fila de personas. Con pulseras de hierro congelando mis lastimadas muñecas, empiezo a andar al paso dictado por quien va adelante mío, quien a su vez sigue el ritmo dictado por otro, y así hasta el infinito. Sumiso, el ímpetu jovial que años antes me caracterizo entre los míos ya no era nada más que un vago recuerdo en un mar de memorias olvidadas. Gire mi muñeca y pude darme cuenta que mi nombre, cada letra de el, había desaparecido para dar lugar a un número. Setenta y  tres mil ciento ochenta y ocho. Para mi ese número no me decía nada más que los nombres de setenta y tres mil ciento ochenta y siete personas, como yo, atrapadas en una guerra sin sentido. A decir verdad, esto ya no es una guerra, esta aberración no fue ideada como un combate bélico. Esto es un exterminio. Aniquilación masiva de individuos que comparten una religión o una mentalidad distinta a quienes tienen las armas apoyadas en sus hombros y con un ojo en la mirilla.

A medida que voy avanzando veo como me acerco al infierno terrenal. Mujeres temblaban frente a mi, hombres apretaban los dientes y miraban al suelo, tratando de despertar. Niños lloraban desconsolados, se notaba que no sabían donde se estaban dirigiendo. De saberlo, las lagrimas se habrían agotado antes de empezar la tortuosa travesía. Para el año cuarenta y tres ya estaba todo Polonia al tanto de lo que significaba este lugar, y peor aun, lo que significaba entrar allí con un numero en el antebrazo. Letras metálicas se posan sobre una reja que albergaba al mismísimo diablo dentro de sus confines, recitando el nombre con una crueldad incontenible: Auschwitz I. Un slogan casi publicitario se mofa de las almas que se encaminan a su fin. "Arbeit macht frei" susurraba una voz en mi oído, palabras que esperé nunca leer en mi vida. "El trabajo libera". Di un paso hacia adelante sabiendo que nunca podré volver a mirar hacia atrás.


martes, 2 de febrero de 2016

El de la Barba Roja

Una espuela levantaba polvo en un árido paraje, pequeñas y rústicas edificaciones de madera sobresalían del suelo. A su lado sonaba el paso tranquilo de un caballo y sus cuatro herraduras. Al cinto llevaba su confiable "Peacemaker", una Colt 45 a la cual el se refería con cariño, como si de una moza se tratara. No era una de esas baratijas proveídas por el mercader local, esta era de cañón fino y labrado con detalles indios, la empuñadura estaba cubierta por cuerno de ciervo, igualmente tallada. Una obra de arte de los 80. Sobre su cabeza llevaba puesto un sombrero negro como la vida misma, con una cinta roja que dejaba una de sus colas volando a sus anchas gracias al viento del desierto. Un pañuelo no me dejaba ver su rostro, pero una prominente barba se asomaba por los lados. Aquel trapo era del mismo color que la cinta, no por que ese fuera el deseo del fabricante, si no porque la sangre lo había teñido con el tiempo. Una camisa roída escondía lo que no alcanzaba a tapar la chaqueta de cuero café. Un cinturón con una hebilla del porte de mi puño armonizaba el haraposo conjunto. Era una mezcla entre elegancia y la vida viajera. Las botas delataban kilómetros de vida. Parecía que el pistolero no venia para quedarse. Poco importaba la verdad, estábamos en el siglo XIX y no podíamos dejar que unos indios y otros tantos proscritos o bandidos quitaran la paz de aquellos parajes. Poco sabia yo en ese entonces que el mismo pistolero que entraba con la cabeza gacha y el calor a la espalda cambiaría todo.

Amarró el caballo a un poste cerca del bar del pueblo. Era un espléndido ejemplar de un Mustang pura sangre, de piel dorada y una crin rubia como el sol. Un diamante blanco coronaba la frente del magnífico espécimen. A pesar de la calidad del animal, la montura era tosca, con las riendas roídas y mal cuidadas, el cuero de la montura era excepcional y hermosamente labrado con detalles naturalistas, pero había perdido el color con los años. Los estribos eran simples, pero confiables. El nuevo acaricio al estupendo animal y procedió a entrar al bar, sin preguntarle nada a nadie, sin siquiera levantar la cabeza. El bar era el edificio más grande del pueblo, y esto se debía a que en la parte de atrás era un burdel donde refinadas señoritas le quitaban de encima horas de viaje a los que se aventuraban por esos parajes. El salón tenía un piano corto a escasos metros de la barra, con un viejo tipejo entonando alegres canciones, supongo que era una composición personal de aquel músico, porque jamás la había escuchado antes. La barra era de madera antigua, manchada de sangre y decolorada por el alcohol. Mesas se repartían sin un orden claro a lo largo de todo el bar, pero toda la gente estaba sentada en la barra, ahogando penas y castigando el sueldo.

El nuevo se abrió paso entre las miradas desconfiadas y se sentó en la barra, siempre con la cabeza gacha, y bajo la oscuridad de aquel antro escuche por primera vez su voz.

Whisky, solo - le dijo al cantinero al tiempo que con el dedo índice levantaba el ala derecha del sombrero y dejaba ver una mirada asesina. A los pocos segundos un pequeño vaso de whisky se encontraba, tembloroso, ante sus ojos. Con un gesto rápido acabo con el brebaje en menos tiempo del que se demoró en llegar.

Estoy buscando a alguien - dijo - Y quiero encontrarlo rápido.

Acá todos buscamos a alguien ¿De eso se trata la vida no? - respondió el hombre detrás de la barra, con una sonrisa sarcástica y un tono que a mi siempre me sacó de mis casillas. Era un tipo alto, obeso, perspicaz y con un pequeño bigote para tan amplio rostro. Tenía el humor más negro de todo el sur del país y no sabia cuando era mejor callar la boca.

Yo no soy todo el mundo - respondió el viajero, tranquilo - Y no todo el mundo busca a quien yo busco.

Bueno, en ese caso necesitaré un nombre y algo que estimule mi memoria, tantos días acá encerrado hacen que empiece a olvidar algunas cosas.

Dame otro corto de whisky para seguir hablando, nunca se me ha dado el negociar con la garganta seca - repuso el viajero, levantando una ceja.

Por supuesto, no faltaba más - dijo el tabernero, pero en cuanto se giró para servir el trago, reparo en un largo y hermoso cañón escondido entre las ropas del viajero que le apuntaba la sien, entre ceja y ceja. Paralizado, no lograba articular ninguna palabra.

Sin levantar la voz ni armar alboroto, me servirás un corto de whisky sin derramar una sola gota - dijo con tranquilidad el bandolero - Luego pondrás tus sucias manos sobre esta asquerosa madera a la que llamas barra y me dirás lo que quiero saber.

Nadie reparo en lo que estaba sucediendo, el piano sonaba lo suficientemente fuerte para que nadie escuchara la conversación, y el pistolero conocía su pistola a la perfección, razón por la cual su brillante cañón permanecía escondido a la vista de todos, excepto el hombre que atendía la barra. Una sonrisa se dibujo bajo el sanguinolento pañuelo.

Mi nombre es Tommy, Tommy el de la Barba Roja. Se que tu eres el Gordo Pete, dueño de este bar y del burdel de atrás, y espero que no te estés ahogando con ese humor tuyo atrapado en tu garganta

Los ojos del cantinero se salían de su órbita. Por supuesto que había escuchado ese nombre, quien en sus cabales no sabría quien era Tommy Barba Roja. Nunca nadie supo si era el pistolero más rápido o más preciso, porque nadie logro sobrevivir para contarlo. Nadie quería estar cerca de un tiroteo donde el fuera participe, pues aquella estupidez significaba una muerte segura. Incluso en los duelos, que suponen una afrenta de honores entre dos pistoleros, Tommy se encargaba de aniquilar a los mirones. El apodo venia de su tendencia a saquear los cuerpos llenos de plomo de las pobres almas que se cruzaban en su camino mientras aún sangraban, y luego limpiar sus impíos dedos en su prominente y oscura barba. Esa es la razón del color del pañuelo, finalmente. Todo tenía sentido en ese momento, pero lo que no logré descifrar es qué hacia en el pequeño pueblo de Milfield. Tommy era un caza recompensas, a los que le gustan los peces gordos, nada de baratijas. Solo iba por tipos sobre los 20.000, y por mi madre juro que jamás nadie con una cabeza tan valiosa había dado un paso adentro del pueblo. No que yo supiera.

Era un pueblo fronterizo pequeño, donde la mayoría de sus habitantes no tenían donde caer muertos. Nunca fue un pueblo conocido por sus bandoleros y el sheriff era un tipo asustadizo a quien no valía la pena hacer frente, pues nada de honor tenía asestar un tiro a un monigote que tiembla de miedo. El lugar contaba con un salón llamado Lagrimas de Viuda, que compartía el techo, y el dueño, con el prostíbulo de atrás. Si bien las chicas eran señoritas y con disposición, no eran suficientes para dar abasto a este pueblo de mala muerte. No había mucho más que eso, además de un pequeño almacén que no tenia más que lo necesario y la comisaria, que era una vergüenza. Tenía dos celdas enanas y un sheriff que la estrella le quedaba grande. También contaba con una armería decente y una hostería a la que no le iba mal. Para ser un pueblo fronterizo, teníamos buenas relaciones con los vecinos de piel café, y los indios no molestaban. De vez en cuando aparecían para intercambiar alimentos y baratijas, pero nada más que eso. La verdad es que era un lugar demasiado normal. Pobre, mísero y olvidado, pero normal.

Vas a decirme lo que quiero saber y no me vas a mentir ¿Vale? - dijo Tommy, echando la cabeza hacia atrás, demostrando que estaba en una posición de poder, como siempre.

Va, vale - dijo el Gordo mientras una gota nerviosa caía desde su frente hasta aterrizar sobre la barra - ¿A quien buscas?

Busco a alguien que conoces muy bien, por que se que esta en este bar ahora mismo - dijo Tommy bajando el pañuelo y descubriendo una dentadura casi perfecta, a excepción de un colmillo de oro que se asomaba cuando hablaba.

No te estarás refiriendo a ellos - respondió Pete, escéptico - Son demasiados, y lo sabes ¡Además, destruirías la reputación de este bar! Tenemos peleas ocasionales pero nada más allá de una riña de borrachos.

Vi tu sorpresa cuando dije mi nombre, se que me conoces. Si no sales de este bar después de decirme quienes son los bastardos que forman la condenada banda, te daré un tiro en la barriga, y aunque me tome meses esperare a que salga toda la basura que guardas ahí dentro por el segundo obligo que te haré.  Por si fuera poco, robaré todo lo que tienes encima, y con las manos goteando en sangre usare mi barba como servilleta y serás uno más del montón. No creo que quieras eso.

¿Pe, pe, pero los cli, clientes? - dijo el Gordo, nervioso

Mientras los saques sin alertar a la banda, no tengo problema - dijo Tommy, sonriendo y dejando ver el colmillo de oro – Si no es así, ya están todos muertos.

Vale, vale - dijo el cantinero derrotado - Si la banda que buscas es la de Ezequiel, El Indio y El Mejicano, debo decirte que el cara pintada no esta acá ahora, pero los otro dos si, y con seis tipos más, armados hasta los dientes.

No será problema, cualquier cosa será más fácil que atravesar la capa de grasa que tienes encima. Dime cuales son y considerare no destruir tu bar.

Mira, El Mejicano, llamado Pedro, y Ezequiel son los que están al final de la barra, los otros seis bastardos están sentados en la mesa donde juegan póker.

Perfecto, ahora me acompañaras afuera, como si yo quisiera venderte algo, sacare mi Winchester 73 y esperaras afuera hasta que el río de sangre deje de correr ¿Entendido?

¿No me queda otra o si? Déjame sacar a mi mujer y mi hija, les diré que salgan por la parte de atrás ¿Pudo preguntarte una cosa?

Dime, pero que sea rápido antes de levantar sospechas

¿Qué valor tiene la banda?

A ver, Ezequiel tiene treinta mil, El Indio quince, Pedro quince y los otros seis son treinta más si los llevo a todos, vivos o muertos

La verdad no creo que te preocupes de llevártelos con pulso.

Digamos que el dinero que les saco cuando están muertos es mi la comisión de mi trabajo como verdugo ¿Cual es la diferencia entre que me pague yo mismo por matarlos o que el sheriff le pague a un verdugo para que lo haga?

Supongo que algo de lógico tiene

Me quedaría a conversar sobre moral y cosas por el estilo si me importara un carajo. Se termino el charloteo. Llama a tu mujer y tu hija.

¡Leo! ¡Acompáñame a ver una cosa afuera! ¡Trae a la niña!

A Tommy no le gusto que gritase, porque llamaba la atención de todo el mundo, pero en cuanto vio que Pete le dejaba todo a cargo al tipo del piano mientras él salía, todo hablado en voz alta para que nadie quedara sin oír aquello, se tranquilizo un poco. Salieron los cuatro y el bandolero saco una pepita de oro y pago al tabernero todo el problema. Pete casi se infarto ahí mismo, pues como iban las cosas, esa pepa valía lo mismo que el bar, el burdel y todo lo que tenía adentro, incluidas las mujeres. El Gordo se fue con su familia hasta la hostería, esperando a que la tormenta amainase. Tommy cargo el tambor de Peacemaker y calculo que, con una bala para cada cráneo debería bastar. Dos descargas del Winchester deberían ser suficientes para los cabecillas y un tambor de la Colt para los números más chicos. O tal vez los acabase a todos con el fusil. No lo supo hasta que entró, golpeando las pequeñas puertas del bar.

Primero soltó una carga sobre la mesa de póker, atravesándole el cráneo a quien hacía de repartidor. Un rápido movimiento y la palanca ya había echo la recarga. Otro disparo le dio en la espalda a un tipo que tenía dos ases, seguro pensó que era su día de suerte. Luego de esos dos disparos, Tommy alcanzó a dar uno más antes de que la gente reaccionara. Por suerte, o más bien destreza, fue a parar en el cuello de uno de los que estaba sentado mirándolo. Tres fuera, quedaban cinco, y a el le quedaban doce balas en el fusil y seis en su querida Colt. Sería un día redondo. Uno de los bandoleros trató de escapar por una ventana a la derecha de Tommy, pero este, sosteniendo el Winchester con una mano, cruzó el brazo sobre el fusil y Peacemaker escupió plomo, que fue a dar en la cuenca del ojo izquierdo del tipo que intentaba saltar por la ventana. Ezequiel y Pedro ya estaban escondidos tras la barra listos para el contraataque, mientras el tirador accionaba la palanca del Winchester con el cañón de la Colt, disparando dos calibre diez punto 8, que fueron a dar en el pecho y el rostro de los dos bastardos que quedaban en la mesa. Todos en aquel salón estaban destinados a morir.

Dos destellos salieron desde la barra apuntando al tipo del pañuelo ensangrentado, pero el ya no estaba donde lo habían visto segundos antes. Desde detrás de una mesa, una bala calibre cuarenta y cinco fue a parar en el la barra, dejando un forado considerable. Tommy aprovechó el desconcierto de los cabecillas de la banda para guardar su pistola, pues era un día para que el fusil  Winchester se hiciera famoso en los cuatro vientos. El Mejicano se apresuró y soltó un disparo con su Henry, el cual fue a dar en el suelo, cerca del de la Barba Roja. El fusil Henry es de dimensiones considerables, como el Winchester, con más de un metro de largo. Es por esto que es difícil esconderse tras una barra luego de haber disparado. Esa fue la razón de que hubiera un agujero ensangrentado en su frente. Pedro derramaba sangre por todo el suelo mientras convulsionaba, y solo faltaba Ezequiel, treinta mil dólares en una cabeza que acabarían en las manos de Tommy. A esas alturas y como estaban las cosas, Ezequiel solo pensaba en escapar, ya le importaba una mierda si el del pañuelo de sangre vivía, moría o se quedaba dormido, lo importante era salvar el pescuezo. Estaba pensando en eso cuando sintió el gélido cañón en la tapa de la cabeza. Miró hacia arriba y lo último que vio fue el agujero por el cual un calibre cuarenta y cinco salió para destrozarle la cara.

Dicho y hecho, Tommy disparó a sangre fría a dos borrachos que estaban durmiendo en una esquina, un tipo aterrorizado en la barra y se acercaba al piano para volarle los sesos al tipo que no había dejado de tocar durante el transcurso del tiroteo. Hizo sonar el mango de su pistola contra su palma, para causar terror en el pianista, pero este no reaccionaba, como si el miedo lo hubiese paralizado. El pelo largo azabache le tapaba el rostro, por lo que era imposible saber si era un joven desdichado o solo un viejo al que le llego la hora. Tommy dio un disparo al aire y cayó en cuenta de que el pianista era sordo, ni cojonudo ni idiota, solo sordo. Escribió en un papel manchado en sangre, preguntándole como se llamaba, a lo que el pianista dejo de tocar y respondió, en el mismo papel, que su nombre era Edward, que era sordo por un disparo que recibió en un fuego cruzado y que siempre le había gustado la música. Ante su desdicha, Tommy poco podía hacer. Decidió dejarlo ir, y sería el único ser humano que sobreviviría para contarlo.

Asique aquí estoy yo, escribiendo la historia del mayor tiroteo ocurrido en el año ochenta y cuatro en todo el sur de California. Luego de haberme echo el sordo en aquel día, Tommy me regalo todo el dinero y cosas de valor que encontró en los bolsillos de los difuntos, y con eso compre un caballo, me fui lejos de esa ciudad de mierda y aprendí a escribir como corresponde, todo para que la historia de Tommy, el de la Barba Roja, perdurara en el tiempo. Aun conservo una pepa de oro del porte de mi pulgar, teñida en sangre de Ezequiel. Nunca supe que sucedió con el Indio ni si Tommy logro encontrarlo. Solo se que soy el único sobreviviente de su historia y que nadie podrá quitarme eso. 

Ese es el punto final, ya estaba escrita la historia y por fin podré ir a dormir como corresponde. Cuando mis brazos se tensaban para levantar mi peso de la silla de madera tallada, un frío cañón se posó en mi nuca, como el aliento de un cazador que nunca supe que estaba al acecho, y aterrorizado, caigo sobre la silla.

Espero que al menos Edward sea tu verdadero nombre - Dijo un Tommy ya entrado en años, pero amenazador como siempre.

Sabía que en algún minuto este momento llegaría – respondí. Puras mentiras, estaba seguro de que me había librado de él, pero tengo que tratar de esconder el terror que siento. - Fui el único sobreviviente por más tiempo del que pensé.

¿Alguna palabra antes de que la misma Colt de la que te salvaste hace años te arranque de este mundo?

Si, una pregunta en realidad, si es que me permites hacerla - le dije, tratando de contestar la única duda que me faltaba por resolver y que carcomía mis noches desde hace años. Dicen que la curiosidad mató al gato y en este minuto no existe ser más felino que yo mismo.

Dispara - dijo Tommy, sonriendo por la ocurrencia

¿Lograste dar con El Indio?

Si, fue un par de años después del gran tiroteo de Milfield, lo encontré borracho, aun llorando por sus compañeros caídos. El muy bastardo se había llevado todo el botín que tenían escondido bajo un árbol seco, a la mitad de un paraje inhóspito. Mientras dormía arriba de una mesa de borracho, espere a que no quedara nadie más en la taberna, me lo lleve afuera y le di un tiro entre los dos ojos. Nunca supo que había muerto.

Así que así fue - respondí - Supongo que no es lo más poético del mundo pero así son las cosas.

En fin ¿Un ultimo deseo? - dijo Tommy, ya cansado de los rodeos.

Solo uno - respondí, ya asumiendo que el frío plomo perforaría mi cabeza, y probablemente el escritorio que estaba frente a mi - Déjame escribir esta última conversación y el libro será todo tuyo.

¿Es la historia de Milfield? 

Si, relatada por completo, incluso con las conversaciones que tuviste con Pete. Le agregue un poco de imaginación también, pero ya que estoy condenado a morir, me niego a cambiar una sola palabra.

Debo reconocer que algo de curiosidad me da esa imaginación tuya - exclamo sorprendido – Y estaba seguro de que nadie había escuchado esa conversación ¡Pete es demasiado inteligente para saber que no le conviene soltar la lengua, y yo jamás se la conté a nadie!

Si, pero el piano estaba muy cerca de la barra y tengo buen oído.

Y aun así lograste hacerte el sordo conmigo Si se lo hubieras echo a alguien más, habría aplaudido el gran escape que hiciste, pero no me gusta que me vean la cara de idiota.

Entiendo. En fin ¿Me dejaras escribirlo? – Ya nada me salvaría de una muerte segura.

Que va, lógico que si. Me gustaría conservar todos los recuerdos de ese tiroteo, pero han sido tantas que ya mi mente las confunde

Te aviso cuando termine - dije mientras me giraba mirando al papel

Un momento - dijo Tommy mientras me tomaba el hombro con fuerza - Tienes dos minutos, y procura poner tu nombre al final. El real.


Escrito por Thompson, Edwa