lunes, 28 de marzo de 2016

Profeta

El alba se posa sobre los ojos atónitos de espectadores en velo. Poco importa cuantas horas esperaron para ver aquel espectáculo  solar. No es nada del otro mundo en realidad, solo luces que se difuminan en el fin del mundo, pero siempre será distinto uno de otro. Diferentes matices, un fulgor único se cierne sobre las corneas hambrientas de colores. No son más de siete u ocho seres humanos los que se agazapan bajo el velo de la noche, que los acobija con su gélida brisa. Curioso manto bordado con diamantes que titilan a lo lejos, siendo tan oscuro pero tan inspirador ¿Cuantos poemas han sido engendrados observando tu misterio, cuantas canciones compusiste sin quererlo? ¿Cuántas veces regalaron un pedazo de tu existencia para probar la valía de un amor pasajero? Efímero humano, que no comprende lo momentáneo de su destello. 

De los siete solo quedan cinco, o de los ocho, cuatro. Silentes figuras que acarician el cielo con sus pestañas agotadas de esperar. Algunos dicen que no llegará nunca, otros que la paciencia es la madre de todas las ciencias. Me recuerdan a mi madre intentando tenerme quieto cinco segundos, un crío endeble pero enérgico. Muchas expectativas han sido puestas sobre los hechos que podrían acontecer bajo la nariz de la luna. Ella sonríe con sus labios ladeados, haciendo una mueca macabra, pero un poco cómica al mismo tiempo. Aquel astro opaco conoce el destino que depara la noche para quienes permanezcan férreos en vigía. Las nubes acarrean su existencia a lo largo del cielo, llevándose lejos el estupor de las sombras, mostrando el desnudo cielo tal y como fue creado, nada más ni nada menos. 

Son tres, de eso estoy seguro. Se acuestan uno al lado del otro buscando el calor que de a poco escapó para no volver, siguiendo los pasos de sus camaradas. Ciegos ojos nocturnos se posan sobre aquel trio de insensatos, inocentes víctimas de lo que sólo fue un rumor infundado. O eso piensan todos. Solo la luna lo sabe, y ríe a carcajadas. Astros sobrevuelan la inmensidad del universo sobre sus cabezas, colisiones, supernovas, agujeros de naturaleza incierta, teorías que se prueban y desmienten una y mil veces son producto de la mera contemplación humana bajo el filtro de una fórmula matemática. Las ciencias sirven al hombre, y él es adicto al conocimiento, víctima de la curiosidad. Esos es lo que mantiene a estos tres sujetos bajo el cielo descubierto.

Solo queda él, el más sincero. Su intención fue siempre la misma durante el transcurso del tiempo, nunca transó en sus convicciones, estuvo dispuesto a sacrificar amistades y oportunidades de desperdiciar su tiempo de cualquier otra manera, pero no lo hizo. Los dedos de sus pies se han enraizado entre los granos de arena, sus latidos van al ritmo de la marea y su aliento empuja las nubes hacia el destino inexorable. Espera como Penélope espero a Ulises, como un predicador espera a sus feligreses o un erudito a sus pupilos. Pero él no sabe lo que le espera, no intenta desenmascarar el misterio, entiende que este yace escrito en sangre en las aras del tiempo.

El manto nocturno desaparece paulatinamente y se empieza a descubrir un encandecente color carmesí que asoma entre las costuras de la noche. La oscuridad de la noche da la cordial bienvenida a un sol aun somnoliento, quien con una ceremoniosa reverencia, cargada de fuego, luz y todos sus matices de colores, agradece tan noble gesto. Los brillantes diamantes que antes decoraron tan precioso manto ahora desaparecen con un llanto atorado en la garganta, listas para cuando su iluminación sea necesitada nuevamente por algún trotamundos sin rumbo. Todas las estrellas se esconden bajo la anaranjada capa solar y esconden su luz del ojo humano.

Aquel persistente muchacho es el único espectador de tan maravillosa conjunción de movimientos artísticos y milimétricamente medidos por la naturaleza. Vasto mundo y tus maravillas, tus proezas, cuantos ojos has dejado atónitos solo con un parpadeo de tu belleza. Cuantas voces divinas resuenan entre tus arroyos, cuantos silentes susurros dejas escapar cuando el viento roza la cima de una montaña. El canto de una tórtola por la mañana, el salto de un salmón anuncia la llegada del mensaje. Cielos y tierras colisionan constantemente buscando dar tu mensaje indescifrable. Cuantos habrán de conocer tu crueldad para respetarte, cuantos deben observar tus bellezas para enamorarse. 


El muchacho vuelve a su lecho hipnotizado por el calor de la naturaleza. Pregonará maravillas de un paisaje inhóspito, habitado solo por colores celestiales y proporciones áureas. Abrirán sus oídos los necios y los torpes bailaran con gracia, haciendo magistrales piruetas. Los profanos imploraran al divino que comparta su trago amargo, los piadosos empuñarán el miedo y se revelaran contra la ineludible deidad. Postrados en asientos de madera esperaran el ocaso, para recorrer la larga travesía nocturna y finalmente lograr concebir la paz pretendida. El despertar de las verdades se acerca con cada mentira.

domingo, 13 de marzo de 2016

Nefelibata

Un contrabajo hiperquinético retumba entre mis oídos. Creo que las cosas ya no son lo que parecen. Pantallas de humo esconden el verdadero significado de cada sonido, mi vida pasa frente a mis ojos como una película con un toque tarantínesco. El bombo entra agresivamente con sus confusas vibraciones, mis dedos lo sienten llegar en cada nervio, alterando la pasividad de la tibia sangre. El agua a mi alrededor se revoluciona como un saltimbanqui enloquecido ¿Acaso soy un payaso dando el espectáculo de turno? Luces intermitentes ciegan mis nublados ojos con sus destellos melancólicos, mis labios modulan letras que forman palabras, pero que al final no son nada más que silencio. Las melifluas notas se escabullen entre los dedos del artista como gotas derramadas por el quebradizo llanto de una niña, dejando frente a mis ojos un espectáculo inefable, pero al mismo tiempo tan humano.

Una vez la función ha terminado, la delicada arpa y el tosco bombo son guardados en sus respectivas cajas y empacados dentro del mismo vagón. Una relación etérea une lo divino y lo profano, estrellas enraizadas en lo más profundo de nuestra tierra, produciendo el hermoso arrebol, engendro del cielo y la tierra, de los astros y el horizonte, hijo de la vida.

Mis oídos son colmados de bendiciones mientras mi rostro enfrenta al cielo y la iridiscencia invade el universo. Luces refractándose en colores maravillosos, permitiendo que la euforia invada mis sentidos. Aun en lo más oscuro de la noche, la luminiscencia de las estrellas alumbra el destino de quienes olvidan el origen y cargan en sus hombros la vida que les queda por delante. Un pie sobre otro. El ímpetu inmarcesible de un trotamundos decidido a romper los esquemas del tiempo. Mi mano se posa sobre el agua para sentir la efervescencia de una voluntad inquebrantable y volátil, olvidando la elocuencia, la cordura, la lógica y todo lo que amarra al ser humano. Taciturno, observo la aurora mientras violines violentos alteran mis sentidos, aguas agresivas arremeten contra la sensatez y el olor a jazmín se cuela de entre las praderas para colapsar mi olfato. Una epifanía irrumpe las maravillas de la vida y el silencio dominó la oscuridad. Una escena incolora e indolora implora por el trato que merece. El trance sempiterno reflexiona sobre la resiliencia del humano ser, mientras el melancólico alba asoma su existencia sobre el inconmensurable horizonte. El invierno acendrado invade el jovial prado y copos caídos del mismo cielo discuten sobre sus diferencias. La blanca ataraxia domina la pálida escena con su nostalgia. A lo lejos, una llama encandecente pide permiso para participar de tan singular meditación.

Una liebre, la bonhomía, jovial, enérgica y arrebatada, recorre blancos prados en busca del paraíso mondo. Superfluos depredadores acechan a la presa, esperando que tropiece, que caiga, que se desmorone, que renuncie. Una perseverancia perenne permite que tan pequeño animal marque tan abismal diferencia. Bastos conocimientos son absorbidos por sabios y eruditos mientras las huellas del mamífero se impregnan al camino que debe ser andado, mas nunca relatado. Salto tras salto, la liebre huye de sus ancestrales miedos, escapando del invierno, permitiendo que la primera lluvia de primavera dé la bienvenida al preticor y a los colores. Las simientes germinan y los frutos saludan al cielo, los pájaros entonan jitanjáforas de único aspecto. La tórtola, casquivana, asoma por donde no debiera y la naturaleza sigue su curso. Animales encadenan la vida y ciclos se repiten como procesos inflexibles. El primer día de primavera es una etopeya en si misma, un relato de colores, sonidos y esencias que fluyen en un mismo sentido para amortizar el impacto de la inexorable muerte. Un sublime susurro me indica que el momento ha llegado.


Tenues luces al final de un tupido bosque me indican el camino que debo recorrer, un pie sobre el otro. Mi mente avanza pero mi cuerpo no responde. Dedos que tocan el arroyo, mientras los pensamientos se escabullen donde la carne no es bienvenida, donde el cielo y la tierra arremeten en contra de la armonía y el caos domina el paradigmático existencialismo. Un hombre no es cosa distinta a la que hace de sí mismo, y cada uno debe pavimentar su propio camino, recogiendo la piedra con la que cae, limpiando el polvo, aunque nadie nunca vuelva a recorrer los recovecos de tan elaborado laberinto. Artefactos tan humanos como el hombre mismo. El ser es un continuo devenir, y como tal, jamás puede ser estático. El calor de verano arremete contra mi cráneo y incinera las ideas que tan vagamente fueron concebidas en un acto desesperado de reconocimiento. Vivir solo es morir lentamente, es perderse en un torbellino demencial. Pero, a decir verdad, aun no conozco demente que no tenga una sonrisa atravesada en el rostro. Sartreanas palabras colman de jubilo los rebosantes salones de la monomanía. La locura es un placer que solo los locos conocemos.

domingo, 6 de marzo de 2016

Tiempo

Sesenta segundos. Toda una vida enfrascada a presión en un minuto. Un fragmento horario representa tanto, pero al mismo tiempo es tan insignificante, el patrón del segundero no es nada más que un vasallo del tiempo. Cuantas cosas suceden mientras los pocos granos de arena se trasladan de un cristal a otro impulsados por la gravedad, en lo que no es nada diferente de una dramatización del concepto de lo efímero, lo fugaz y lo finito. Cuantas cosas he visto durante un minuto y han cambiado la perspectiva de como vivo, de cómo siento, de cómo pienso, de lo que me gusta, lo que añoro, lo que odio, amo, reniego y alabo. Solo puedo escuchar una nota en el periodo de tiempo asignado por el sistema sexagesimal a su unidad básica, mas no la menor, pero si la más importante.

¿Por que el hombre está tan enamorado de lo perenne? ¿Quienes somos para querer vivir para siempre? ¿Que fin tendría vivir si nuestro camino en la tierra no terminara en una cornisa insalvable? Investigamos la medicina buscando respuestas y el santo remedio de la juventud eterna. Envejecer es parte de la vida, aprender a meditar antes de actuar. Evitar los mismos errores en los que cayeron nuestros antepasados, estudiar la historia de la humanidad buscando evadir obstáculos que hicieron caer a muchos. Cuando somos jóvenes debemos aprender a distribuir nuestra basta energía en distintas actividades que reporten satisfacción. Cuando somos adultos debemos invertir nuestro dinero de manera tal que ninguna necesidad quede fuera de nuestro alcance. Al llegar a la última etapa, la verdadera prueba es organizar el tiempo que nos sobra en darnos cuenta que hicimos mal y transmitirlo a las futuras generaciones. Solo así se alcanza el progreso, solo así se aprende antes de tropezarse con una piedra gastada de tantos pies que han caído por su culpa.

Un minuto es tiempo suficiente para olvidarme de todo y recordar solo lo más importante. Me pregunto que será lo que mis ojos verán durante esos últimos sesenta segundos de vida. ¿Recorreré por los recuerdos de una vida desenfrenada o mirare con arrepentimiento las memorias de decisiones demasiado cautas? ¿Mis párpados se cerrarán tratando de descubrir el verdadero color de los ojos que ame durante tanto tiempo o reconocerán el brillante color blanco del cielo falso de un hospital? ¿Quién sostendrá mi mano? ¿Mi hijo? ¿Mi padre? ¿Un párroco tal vez? Quizás mis dedos se posen sobre el aire intoxicado por mi enfermizo aliento mientras poco a poco desocupo un espacio en este mundo sobrepoblado. Cada respiro es un poco de aire que jamás volverá a entrar por tu garganta para ser consumido en los pulmones, cada lagrima es una gota que cae al suelo y se desparrama. Aunque algún día esa lagrima sea una nube, la nube, lluvia, aquella lluvia, agua, y todo para terminar en un vaso, hidratándote, aquella lagrima no será la misma, no será derramada por el mismo motivo, no tendrá el mismo significado, ni la misma importancia. La vida es efímera por naturaleza.


Durante el transcurso de sesenta segundos puedo equivocarme, reconocer el error y arrepentirme del mismo, pero jamás enmendarlo. A veces, para salvar obstáculos, necesitaras toda una vida, pero siempre todo empezara con un minuto donde deberás tomar una decisión. La decisión. El tiempo no es más que una herramienta del destino para reírse de los pobres mortales. Ver como cada paso del minutero significa estar un segundo más cerca del final, un centímetro más al borde del abismo. Cada minuto es único e irrepetible.