El alba se posa sobre los ojos atónitos de
espectadores en velo. Poco importa cuantas horas esperaron para ver aquel
espectáculo solar. No es nada del otro mundo en realidad, solo luces que
se difuminan en el fin del mundo, pero siempre será distinto uno de otro.
Diferentes matices, un fulgor único se cierne sobre las corneas hambrientas de
colores. No son más de siete u ocho seres humanos los que se agazapan bajo el
velo de la noche, que los acobija con su gélida brisa. Curioso manto bordado
con diamantes que titilan a lo lejos, siendo tan oscuro pero tan inspirador
¿Cuantos poemas han sido engendrados observando tu misterio, cuantas canciones
compusiste sin quererlo? ¿Cuántas veces regalaron un pedazo de tu existencia
para probar la valía de un amor pasajero? Efímero humano, que no comprende lo
momentáneo de su destello.
De los siete solo quedan
cinco, o de los ocho, cuatro. Silentes figuras que acarician el cielo con sus
pestañas agotadas de esperar. Algunos dicen que no llegará nunca, otros que la
paciencia es la madre de todas las ciencias. Me recuerdan a mi madre intentando
tenerme quieto cinco segundos, un crío endeble pero enérgico. Muchas
expectativas han sido puestas sobre los hechos que podrían acontecer bajo la
nariz de la luna. Ella sonríe con sus labios ladeados, haciendo una mueca
macabra, pero un poco cómica al mismo tiempo. Aquel astro opaco conoce el
destino que depara la noche para quienes permanezcan férreos en vigía. Las
nubes acarrean su existencia a lo largo del cielo, llevándose lejos el estupor
de las sombras, mostrando el desnudo cielo tal y como fue creado, nada más ni
nada menos.
Son tres, de eso estoy seguro.
Se acuestan uno al lado del otro buscando el calor que de a poco escapó para no
volver, siguiendo los pasos de sus camaradas. Ciegos ojos nocturnos se posan
sobre aquel trio de insensatos, inocentes víctimas de lo que sólo fue un rumor
infundado. O eso piensan todos. Solo la luna lo sabe, y ríe a carcajadas.
Astros sobrevuelan la inmensidad del universo sobre sus cabezas, colisiones,
supernovas, agujeros de naturaleza incierta, teorías que se prueban y
desmienten una y mil veces son producto de la mera contemplación humana bajo el
filtro de una fórmula matemática. Las ciencias sirven al hombre, y él es adicto
al conocimiento, víctima de la curiosidad. Esos es lo que mantiene a estos tres
sujetos bajo el cielo descubierto.
Solo queda él, el más sincero.
Su intención fue siempre la misma durante el transcurso del tiempo, nunca
transó en sus convicciones, estuvo dispuesto a sacrificar amistades y
oportunidades de desperdiciar su tiempo de cualquier otra manera, pero no lo
hizo. Los dedos de sus pies se han enraizado entre los granos de arena, sus
latidos van al ritmo de la marea y su aliento empuja las nubes hacia el destino
inexorable. Espera como Penélope espero a Ulises, como un predicador espera a
sus feligreses o un erudito a sus pupilos. Pero él no sabe lo que le espera, no
intenta desenmascarar el misterio, entiende que este yace escrito en sangre en
las aras del tiempo.
El manto nocturno desaparece
paulatinamente y se empieza a descubrir un encandecente color carmesí que asoma
entre las costuras de la noche. La oscuridad de la noche da la cordial
bienvenida a un sol aun somnoliento, quien con una ceremoniosa reverencia,
cargada de fuego, luz y todos sus matices de colores, agradece tan noble gesto.
Los brillantes diamantes que antes decoraron tan precioso manto ahora
desaparecen con un llanto atorado en la garganta, listas para cuando su
iluminación sea necesitada nuevamente por algún trotamundos sin rumbo. Todas
las estrellas se esconden bajo la anaranjada capa solar y esconden su luz del
ojo humano.
Aquel persistente muchacho es
el único espectador de tan maravillosa conjunción de movimientos artísticos y milimétricamente
medidos por la naturaleza. Vasto mundo y tus maravillas, tus proezas, cuantos
ojos has dejado atónitos solo con un parpadeo de tu belleza. Cuantas voces
divinas resuenan entre tus arroyos, cuantos silentes susurros dejas escapar
cuando el viento roza la cima de una montaña. El canto de una tórtola por la
mañana, el salto de un salmón anuncia la llegada del mensaje. Cielos y tierras
colisionan constantemente buscando dar tu mensaje indescifrable. Cuantos habrán
de conocer tu crueldad para respetarte, cuantos deben observar tus bellezas
para enamorarse.
El muchacho vuelve a su lecho hipnotizado
por el calor de la naturaleza. Pregonará maravillas de un paisaje inhóspito,
habitado solo por colores celestiales y proporciones áureas. Abrirán sus oídos
los necios y los torpes bailaran con gracia, haciendo magistrales piruetas. Los
profanos imploraran al divino que comparta su trago amargo, los piadosos
empuñarán el miedo y se revelaran contra la ineludible deidad. Postrados en
asientos de madera esperaran el ocaso, para recorrer la larga travesía nocturna
y finalmente lograr concebir la paz pretendida. El despertar de las verdades se
acerca con cada mentira.