domingo, 12 de junio de 2016

Sincopado

        Cinco músicos se toman el escenario, cada uno en su propio mundo, enredados en las luces blancas esgrimidas como telarañas. Todos tocan algo distinto, tal vez sin sentido al oírse por separado, pero juntos generan música, un sonido familiar tibio y acogedor. Las cuerdas hilvanadas atan los acordes, las negras y las blancas. Semillas dejan caer la lluvia de invierno sobre el antiquísimo tejado de un teatro remodelado hace no tanto. Los asientos se hacen inútiles luego de un par de canciones, miradas enamoradas apuntan al escenario, ojos dilatados por un ritmo extasiante, vellos se erizan en cada centímetro del cuerpo, una lágrima cae sobre el asiento treinta y cinco.

        Los pájaros rojos invaden el gran espacio abierto, las paredes se desintegran con una explosión multicolor y me dejan desnudo. El invierno del sur me rodea. El Cono Ártico me da la bienvenida con una voz melódica, acompañada por un bombo, una guitarra de palo y una sonrisa. Hace frío, pero la cabaña se siente cálida. Colores cromofobicos se desatan por mi ventana, matices oscuros se remiten a los sentimientos de ayer, buscan franquear la sonrisa de hoy y alcanzar la lágrima de mañana. Pájaros rojos invaden la melancolía de un adiós y la luna, escondida entre las nubes, deja mostrar su dorada pestaña. El silencio ensordecedor deja un eco resonando eternamente entre paredes de adobe, selladas a cal y canto. Una guitarra de madera se apoya contra la muralla y pide permiso para dormir.