jueves, 21 de junio de 2018

El Suizo


Pedro nunca llegó tarde ni temprano a la oficina o al boliche donde hacíamos el after ofice. A los partidos de futbolito llegaba sobre la hora exacta y con el equipo puesto, listo para jugar. Nunca nadie le pidió explicaciones de tal puntualidad, porque aunque las circunstancias cambiaran, aunque la cancha fuera al otro lado de Santiago, él siempre llegaba cronométricamente puntual. Le decimos el suizo por eso mismo, por que funciona como un relojito de esos a cuerda, solo que a este en vez de cuerda le damos birra. El único problema del Suizo es que se le tiene que dar una hora para todo. Si vamos a salir de farra, hay que decirle la hora de ida y la de vuelta, y a esa hora desaparece. No se si alguien lo ha llevado de vuelta alguna vez. Ahora que lo pienso, lo conozco hace cinco años y no tengo la menor idea de donde vive. Trabaja conmigo en una empresa inmobiliaria y él es el contador. Como no, si vive de números. Es un tipo alegre y de mirada astuta, siempre concentrado y con su reloj las 24 horas del día. No se lo saca ni para jugar, y si el árbitro le pide que se lo saque, se pone una venda encima y se hace el loco. Todo un personaje este Pedrito.

Y dentro de la cancha no te explico lo que es, se vuelve loco, desenfrenado, pero a su tiempo. Como director de orquesta mueve la batuta del partido. Si hasta parece Riquelme cuando le pone pausa y asesina el movimiento del balón. De chico jugó en las inferiores de Unión Española, pero nunca se decidió por sacrificar todo e irse de lleno a jugar fútbol. Y doy gracias al cielo, por que en el equipo somos puros muertos y él. Por eso nos da lo mismo si llega en el pitazo inicial, así es el Suizo y desde que lo conozco no ha errado un solo pase. Pero no le gustan la celebraciones, dice que por eso no le pega al arco, que celebrar es una pérdida de tiempo pero que si no lo hiciera se vería como pedante. Me da risa como funciona esa cabeza, totalmente a otra velocidad, una maquina dentro y fuera de la cancha.

Hace poco me di cuenta que el tipo tiene los pasos contados hasta su oficina y que los cumple siempre, como si de una cábala se tratara. ¡No, te juro! Si no es broma, es como el inglés ese de “La vuelta al mundo en 80 días”. Desde que llega al piso de la empresa, da 47 pasos por el pasillo y luego cinco hasta su oficina, espera cinco segundos mientras abre la puerta y luego dos más hasta su silla, giro de 90 grados y queda de cara al computador donde trabaja. Una locura. El otro día le dije a Pepe que me ayudara a contar los pasos y los hizo todos, no le faltó ni sobró ninguno. ¡Un fenómeno! Ahora cada vez que entra nos miramos cómplices con el Pepe y nos cagamos de la risa. Es una humorada. Y para el almuerzo lo mismo, a las 14.00 le da 90 grados a la silla giratoria en sentido contrario, da sus dos pasos hacia la puerta, espera cinco segundos aunque la puerta esté abierta, los cinco de turno y después los 47 hasta la escalera. Dice que prefiere eso al ascensor por qué este se demora mucho. La empresa queda en un séptimo piso, el tipo es un atleta si sube y baja todo eso dos veces al día. Madre mía.

Ayer le hicimos una joda al Suizo con Pepe y cuando fue a almorzar le giramos la silla devuelta, de cara al computador, a ver qué hacía Pedro. Les juro que jamás había visto a alguien más descolocado en mi vida. Fue como si le hubiésemos sacado la silla, el computador, la oficina completa. Como si la hubiéramos escondido o hecho desaparecer a lo Houdini. Increíble. La reacción del tipo era de película, de caricatura. En su cara solo había confusión, casi terror, como si todos los cánones del mundo se hubiesen esfumado y el caos se apoderara del mundo. Simplemente fantástico. Eventualmente entró, giró la silla de vuelta a su posición, se sentó y giró nuevamente los 90 grados. Fascinante. El problema fue que teníamos liga ese día en la noche y el Suizo no dio pie con bola. Todos los pases o cortos o pasados, las barridas a destiempo. La 10 le quedó grande por primera vez en la vida. Y como dije antes, en el equipo somos puros bodrios y él, así que nos comimos la boleta de la vida, si hasta pareció set de tenis. Pedro incluso se metió un autogol. La situación era descontrolada. Con Pepe nos miramos después del partido como si hubiéramos quebrado nuestro reloj. Cruzamos los dedos para que hoy estuviera como nuevo. Para nuestra suerte, el tipo llegó a la misma hora de siempre y dio la misma cantidad de pasos, ni uno más, ni uno menos. Parece que con el sueño se le pasa el anacronismo. Un plato este Suizo.

Con Pepo prometimos nunca más molestar a Pedro con su rutina, por muy tentador que fuera. Una vez el muy hijo de puta propuso emborrachar al Suizo y quitarle el reloj. Le paré los carros al chico, quizás se muera si le hacemos esa barbaridad.

Casi Azul


(Por favor escuchar este video, es este tipo de cuentos, ya saben...)
             (https://www.youtube.com/watch?v=E4IridL_2XU)

El sucio vidrio del café donde solíamos ir a perdernos la vida olía a ti. Una silueta como la tuya se dibujaba a contraluz entre las amarillas marcas del tiempo y la negligencia, como llamándome, recordándome que fui yo el que te dejó ir por esa puerta y no te sostuve la muñeca, firme y delicado, mientras volteabas tu vida lejos de la mía. La mesa que nos tenían reservada sigue allí, junto a la ventana descuidada, mirando a los peatones pasear su vida, imaginando la historia de cada uno, los sueños, observando el polvo hacerse viento por nosotros. Todo por dejarte ir y no hacer nada al respecto. Un piano triste retumba en mis oídos, por que eso fue lo último que me mostraste: Una muñeca cansada entrelazando dedos, que caían como lluvia desconsolada sobre las teclas blancas y negras. Los compases tristes de una canción sobre perderte.

Casi azul. Azul como tus ojos, manchados de vida y pasado. La silueta se dibuja en la calle y nosotros estamos de la mano. El otoño dio lugar a un invierno solo y solitario. Estiro mi vida para alcanzar la tuya, pero ya no estas. No supe nunca más de ti, y así me hubiera gustado morir, lleno de incertidumbre y duda. Cuando la verdad cruda rompe los hilos del deseo y quiebra el espíritu de seguir adelante, solo un café solo y solitario hace justicia a la pena que invade un corazón herido de muerte. Casi azul es como me siento. Al otro lado del vidrio casi veo tus ojos, tu sonrisa, tus lágrimas. Casi siento tu presencia y tu calidez, la frialdad de cuando te fuiste y esa despedida seca que hace eco en mi memoria como un trueno solo, solitario.

El mantel blanco se siente terso y me hace pensar en tus dedos. La taza de café que tantas veces compartimos se transformó en botella, y tu compañía la cambié por miseria. Por qué si no te hubieras ido por esa maldita puerta de madera gastada, si me hubiera parado sobre mis zapatos añejados en recuerdos, por que si hubiese dicho algo con esta lengua que ahora solo sabe sollozar. Tal vez estarías aquí. Tal vez. Quizás no estaría viendo un reflejo de mi rostro atribulado en este amarillo vidrio que me quitó el saludo. Quizás estarías sentada en otra mesa, con otro hombre, en otro lugar de otro país, otro continente. Tal vez estarías al otro lado del mundo, en un rincón perdido de esta tierra de nadie.

Solo se que no eres tú la que me mira a través del vidrio, por que no puedes serlo. El maldito piano me golpea el cráneo con cada nota compungida y solo pienso en la tristeza de tenerte nada más que en mi memoria. La vida sin tu vida es una pérdida de tiempo. La botella vacía me mira con ojos de vidrio y me pide por favor que me detenga, pero mi corazón ahogado se hizo adicto a la pena. No me reconozco en un espejo, por eso es que los rompí todos. Mis amigos me trataron de ayudar, por eso no me queda ninguno. Este pequeño juego al que llamabas vida se volvió un trabajo tedioso para mi. Ya no quiero respirar y cada mañana es un puñal en el pecho con el que debo cargar. Ese es mi castigo por cobarde, mi pena por tratar de olvidarte.