sábado, 5 de enero de 2019

Celos


Es insoportable. La maraña de pelos rubios se agolpa frente a mi rostro y el estornudo se hace inevitable. Absoluta e irremediablemente intolerante. Ese cabello abultado por la densidad de un majestuoso y fértil cuero cabelludo me bloquea la mirada al horizonte aburrido de la pared del andén. Huele a avellana y crema, a cielo y pasto, a primavera, a romance. Irracionalmente aborrecible. No es que estuviera sucio ni nada. Es más, era limpio como el alma de un niño, pero no podía reconocerlo. No señor, por ningún motivo podría admitir tal perfección entre las hebras de aquel áurico pelo. Decidí que la situación debía remediarse a la brevedad y me moví hacia la derecha con un paso veloz y sigiloso, y me perfilé levemente para poder ver el rostro del dueño de semejante cabello.

Como era previsible, un rostro angelical se dibujaba entre aquel rebelde pelo. Ojos cansados y tranquilos se sentaban de cabeza sobre dos bancos rubios perfectamente delineados. Una frente ni tan amplía ni tan estrecha daba pie a dos perlas decoradas con una joya de color esmeralda, aunque la tonalidad del iris se asemejaba más al agua propia de aquellos lagos sureños que se mecen bajo la brisa patagónica. Aborrecible. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no apartar la mirada y seguir observando aquella nariz tallada por Miguel Ángel en persona, no tan perfecta como para parecer plástica, ni tan tosca para ser la obra de un herrero. Era preciosamente repulsiva.

Y como si fuera poco, su boca ligeramente fruncida, daba un deseo sobrenatural de probarla, pero de mala gana, por supuesto. Todos estos grotescos detalles fueron ingeridos por mis ojos en cuestión de segundos, ya que no tenía ningún interés sobre ella. En absoluto. Puede que sea una de las personas más guapas que he visto pasar en aquella selva de transporte subterráneo, y logré evitar el contacto visual cuando sentí que miraba en mi dirección. Afortunadamente no tenemos el mismo destino y jamás tendré que verla en lo que me queda de vida. Probablemente.

Y eso, querida, fue lo que sucedió, te lo prometo por lo más honesto de mi corazón y lo más creativo de mi mente. Lo juro por mi casa, mi madre, padre y  hermanos. Y si he dicho alguna mentira, lavaré los platos un mes y podrás elegir todos los programas de la noche. Lo juro por el amor de mis perros. Lo juro por lo más valioso que tengo ahora mismo: El recuerdo de sus ojos.

Impresionante


Luis Alberto Spinetta canta sobre los puentes amarillos de Van Gogh durante nueve minutos con diez segundos. Bueno, a decir verdad, no los canta completos ni mucho menos, y eso que la mitad del tiempo que pasa cantando, en realidad, es más parecido a un solo vocal más que un canto propiamente tal. Como sea, Luis Alberto es y siempre seguirá siendo El Flaco, un héroe Argentino y colonizador de orejas acostumbradas al rock pop transandino. Un genio de nacimiento y loco hasta su muerte, encariñado de la música y la armonía. ¿Que tiene que ver esto con lo que quiero contar? Bueno, nada en realidad, y todo un poco al mismo tiempo. Por allí en redes sociales vi una bonita foto de un puente verde con una mujer en cuclillas, agazapada bajo la baranda de la estructura de madera, como esperando para atacar al público. Eso me hizo pensar en La Cantata de Puentes Amarillos que escribió Spinetta cuando tocaba con Pescado Rabioso. Y de ahí me acorde del cuadro pintado por Monet, donde inmortalizaba una estructura similar a la primera foto, pero de color rojo y sobre unos lirios preciosos, todo en su increíble jardín de Giverny.

            Ahora me da un poco de risa la verdad, por que me doy cuenta que en realidad ese puente rojo, de colorado no tiene nada más que el reflejo del atardecer sobre el agua. Recuerdo haber visto el cuadro en la exposición de Monet que se realizó en Vancouver durante Julio del año pasado, incluso tome fotos de cada uno de los cuadros que retrataba la construcción, pero sorpresa la mía cuando veo un manchón verde claramente reconocible como el puente que creía rojo, mas nunca lo fue. Una construcción de estilo japonés escondida en este jardín francés, obra de un excelso artista, mi favorito para ser honestos. Pero es verde, no rojo. Lo vi rojo, lo recordaba rojo y habría apostado la planta de mi pie izquierdo a que rojo era. Pero habría perdido la apuesta, y junto a ella, la capacidad de pasear por el centro de Santiago simétricamente. La memoria es un lugar fascinantemente frágil y manipulable.

            Ya se por qué creí ver rojo lo que nunca lo fue, y es por que uno de los cuadros de “Le Pont Japonais” era en el atardecer de otoño, probablemente, y todo alrededor del puente era rojo, amarillo o anaranjado. No recordaba haber observado con escrutinio un color verdoso ni levemente oscurecido, sino un rojo claro y fulgurante. Mi memoria lo recordaba con ahínco porque había llamado mi atención la técnica utilizada, ese impresionismo que se escapaba junto al sol en tan solo un momento. Un increíble profesor me enseñó una vez que Monet se sentaba durante todo el día a pintar distintos cuadros, desarrollando cada uno a distintos horarios pero desde el mismo lugar, ya que el movimiento del sol cambiaba completamente el paisaje y el impresionismo se trata de eso, fidelidad a la realidad, reflejo del mundo bajo pinceladas difuminadas y siluetas borrosas sobre una realidad abstraída directamente del sol, de las estructuras, de los colores y la vida misma.

            Monet no pintaba lo que imaginaba, ni lo que creía importante, no se enfocaba sobre un detalle o pasaba por alto una característica del paisaje que no fuera de su agrado. La realidad se reflejaba en su pintura, con las inclemencias de la misma, con los defectos propios de la verdad, honesto y libre de pretensiones personales. Y aún así yo osé a modificar en mi subconsciente una de sus obras. La mente a veces nos traiciona de maneras increíbles, y otras veces juega con nosotros como un titiritero sobre sus muñecos. La verdad es que me gustaría ver como es ese cuadro con el puente rojo en vez de verde, pero es probable que Monet se esté revolcando en su tumba mientras yo solo sugiero tal idea. Tal vez lo verde deba seguir siendo verde y lo rojo, rojo. A fin de cuentas, y siendo honesto, la pintura nunca fue lo mío.