sábado, 28 de marzo de 2020

Fugaz

Una sonrisa muy fugaz
El cantar de los cantares
El sonar de los cien mares
Probando si hoy soy capaz
De volar cuál ave rapaz
Una tonada en francés
Pone el mundo al revés
Cantando con el corazón
Y olvidando la razón
Yo no erraré esta vez

Esperando la sonata
Yo encontraré tus ojos
Ya no más intentos flojos
Mi corazón cuál fogata
Palpita una tocata
Ahora iré a buscar
Una canción para cantar
Un pedazo de la luna
Sin dejar pista alguna
A ver si la logro bajar

En la Banca

Él la esperaba en la banca de siempre y aunque fueron solo quince minutos, sintió como la vida le pasaba frente a los ojos, como cada momento de su pasado se había desenvuelto de manera tal que todo lo llevó a ese instante, a esa banca, ese parque, esa tarde con sol y un poco de brisa que mecía delicadamente los nidos que se acobijaban en lo alto de los árboles que descansaban al rededor de la alfombra de pasto, todo frente a sus ojos. Miraba el cielo y veía como las nubes corrían en el mismo sentido, lentamente, como si la única carrera fuera contra el tiempo y sus artificios. Trataba de quitar sus pensamientos de ese pozo donde solían quedarse a jugar, donde armaban problemas con un poco de aire, maquinaban dudas donde siempre habían certezas, metían el hilo de pensar dentro de un carrete y lo dejaban dando vueltas hasta el cansancio. Y eso a él lo asustaba. Lo asustaba por que se sentía diferente, incompleto, sentía que el resto de la gente podía ver, como si lo tuviera escrito en su frente, que todo el tiempo se sentía triste, que tenía miedo de hablar con alguien y darle cuerpo a su pena. Le aterrorizaba que sus amigos supieran y dejaran de querer estar con él. Él se sentía triste, y el sentirse triste lo hacía más triste todavía. Miró a su alrededor y cuando se aseguró que no había nadie a su alrededor, seco la humedad que se estaba alojando peligrosamente en sus ojos. Respiró hondo y se convenció que todo estaría bien.

Ya pasaron veinte minutos desde la hora que ambos habían acordado para juntarse, y él sabía que ella no vivía tan lejos como para que fuera un retraso que no significara nada. ¿Tal vez de arrepintió y le dio vergüenza reconocer que simplemente no quería juntarse con él? ¿Se habrá dado cuenta de que él tenía problemas que aún no sabía cómo manejar? Él pensó que podía ser, más de una vez le dijo que habían cosas que le daban pena, tal vez se mostró demasiado vulnerable. Todo el mundo dice que hay que mostrarse fuerte frente a las personas, inspirar confianza, infundir respeto, pero a él simplemente eso no le salía. Siempre se sintió pequeño, aún cuando quería volverse grande. Y él sabía que podía. Sus amigos lo tiraban para arriba, le decían que había cosas que hacía muy bien, habían días donde él casi creía lo que le decían, pero no podía evitar escuchar un eco de lástima en esos cumplidos, no podía dejar de escuchar esos rumores a su espalda, seguramente decían le decían eso para levantarle el animo, para que se sintiera bien, pero no lo pensaban de verdad. Seguro eran palabras vacías. Él quería pensar que no era así, pero no podía, y eso le daba pena, porque en una esquina de su cabeza sabía que todos esos cumplidos eran honestos, eran verdad, eran de corazón.

Estaba peleando consigo mismo cuando se dio cuenta que ella ya había llegado  hace un par de minutos y lo miraba, divertida. Se saludaron aceleradamente y a ella se le escapó una sonrisa burlona, solo porque él era un desastre. Su camisa desarreglada, por mucho que él intento mantenerla ajustada dentro del pantalón, se salió al momento de levantarse, tenía una manga más arremangada que la otra y su pelo estaba totalmente desordenado de tanto tomarse la cabeza. Ella no pudo aguantar la risa y la soltó en su rostro. Él no pudo levantar los ojos del suelo, al menos hasta que ella lo abrazó. Fue uno de esos abrazos honestos, largos, apretados, de esos que te levantan el alma por meses. Ella dijo un par de bromas cortas, sobre su pantalón, su camisa, su pelo. Él la vio a los ojos, sus mejillas alegres, su sonrisa honesta. Y sonrió, sonrió con tanta fuerza y durante tanto tiempo que sus mejillas se acalambraron. Se tomaron de la mano y caminaron por el parque, como si fuera suyo, como si nadie más viviera en la ciudad. Antes de poder decir cualquier cosa, él salto y la abrazo, pero esa vez lo hizo fuerte, lo hizo con pena, con alegría, con una sonrisa en su boca, lágrimas en sus ojos, el corazón en la garganta. Y lloró, lloró un poco, pero lloró al fin. Ella, sin entender bien que era lo que pasaba, también lloró, también sonrió y le hizo cariño en la espalda mientras reconfortaba todo su miedo. Él trató de decirle todo lo que la extraño este tiempo, pero las palabras no salían de su boca. Ella lo entendió todo, porque lo conocía tanto que podía escuchar cuando sus ojos pedían ayuda. El abrazo fue profundo y duro todo lo que tenía que durar.

La tarde se volvió noche y ambos caminaban, uno al lado del otro. Él trataba de ir al ritmo de ella, en silencio, ella trataba de seguir su tranco, contando todo lo que había hecho estos meses. Juntando todas las palabras que quería decir, logro articular que la echó mucho de menos, y que estaba muy feliz de verla de nuevo. Ella sonrió, le dijo que era un tonto, y que también estaba feliz por verlo. Ella lo conocía bien, sabía todo acerca de sus miedos, su tristeza, la pena que guardaba abrazada al alma, y lo quería mucho. Lo quería como un hermano, como un compañero del alma, más que a un amigo, pero nunca lo logró ver como un futuro novio, o algo por el estilo. Él tampoco a ella, al menos no lo sentía. Ella era su pilar, su sostén emocional, la que escuchaba sus penas, la que entendía sus inseguridades, la que compartía su inquietud existencial. Ella era su mejor amiga. Y así fueron caminando, dos mejores amigos, contando todo lo que habían echo estos meses de cuarentena, como cada uno casi asesina a su familia, los nuevos hobbies que aprendieron, las rutinas a las que se apegaron para mantener la cordura, las redes sociales que borraron para evitar volverse locos. Rieron y caminaron, libres al fin. Él se dio cuenta que cuando estaba con ella, no pensaba en sus miedos, en la tristeza, y eso lo hizo feliz. Ella le preguntó por qué sonreía, y él solo supo decir que era gracias a ella, y que era feliz. Era todo lo que ella, dueña de sus propios demonios, necesitaba escuchar.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Claroscuro

Hay palabras que, sin lugar a dudas, toman más peso de noche. Es como si las estrellas cargaran de sentimiento cada letra, cada silaba, como si los acentos se volvieran susurros que solo el silencio de la noche pudiese salvaguardar. No sé muy bien cómo explicarlo, es un sentir, un vibrar, un respirar la tranquilidad de lo inevitable, la oscuridad inexorable, la calidez de aquel inconmensurable sentimiento llamado soledad. La noche es el breve lapso de tiempo donde el piano resuena con un eco melancólico, preferido por sobre la guitarra frenética, sobre la enérgica batería. La noche es el momento justo para llorarse, hundirse en la nostalgia, ahogarse en un mar de sabanas hasta la apnea. La noche es el momento para morir un momento. La vigía nocturna es la prueba de que existe la inexistencia, la fugacidad de la carne, el cuestionamiento del estar, del esperar. La deconstrucción del presente, el derrumbe del futuro. Olvidar el pasado. La boca de un solitario lobo que nos acobija hasta la inconsciencia. El alma en mutis antes del alba.

Junto con el sol perecen las cavilaciones y solo por un instante la noche da la bienvenida al madrugar, al primero roció que se aloja sobre el verde tapiz que recubre el horizonte. El amanecer se conjuga por un momento con la remembranza de los sueños, arrebol de la imaginación, tonadas melifluas que se reflejan como burbujas detrás de una cabeza descansada, vagando a gusto entre oídos sordos, jugando a estar sin ser, al sentir sin ver. La luminiscencia propia del iris matutino que se alza entre montañas andinas deja atrás la temprana aurora que abrió sus puertas al cuerpo celeste que brinda vida, alegría y ligereza. Los remordimientos se hacen cenizas bajo el calor abrazador, solo para luego renacer como intención incandescente, motivación inmarcesible. Inercia propia del respirar humano, nocturnamente dudoso, ansioso, apenado. Y es que todos somos personas de día y personas de noche. La cálida soledad nos entrega el carisma y la empatía, la pena contrasta con la alegría, haciendo invaluable la vida como una dicotomía, la conversación de dos sentires. Dos almas que convergen en un cuerpo. Día y noche que comparte un giro sobre su propio eje. El ir para volver, como un niño jugando en el columpio de la vida, meciéndose sobre el polvo que más tarde llevará a casa alojado en la suela de sus zapatos.

Es el arrebato, el atardecer que nos irradia nostalgia, su belleza que nos sumerge en la contemplación de la realidad que a veces se siente tan distante, tan hermosa, tan etérea que parece como si fuera a desaparecer como el polen entre los dedos del viento. El telar tostado del sol, arrugado y crujiente como el otoño, la paleta de colores cobrizos que le regala vida a una ciudad hecha de vidrio, una selva urbana que solo busca reflejar la incomprensible maravilla natural que le rodea. Un ligero sonara emana de cuerdas sinceras que murmuran un acorde lidio sobre la brisa que se pasea entre los espejos de la gran metrópolis. Metálicas luciérnagas se iluminan al paso del pincel claroscuro que levanta las luces hasta el infinito y las cuelga del oscuro telar que cubre nuestras cabezas, una perla tintineante a la vez. Los fríos corazones se confiesan y las frágiles jaulas dejan escapar las bestias que de noche recorren el firmamento a sus anchas. Las pestañas se vuelven insostenibles y solo algunos sobreviven al sopor propio del diario vivir, con la meta única de disfrutar, una vez más, la calidez de aquel inexorable sentimiento que llamamos soledad.

martes, 24 de marzo de 2020

Un Poco de Nada

Yo
Trabajo
Y algo más
Una guitarra suspira un acorde
Y yo toco mi teclado
La silla
Cabeceando
Mi corazón
Saltando
Un francés que se agolpa en el paladar
Empalagoso
Hostigante
Refrescante
Bien francés
Un carrusel
Que da vueltas mirando la torre
Eiffel sonriendo en la tierra
La raíz que alcanza
Tu suelo
Mi cielo
Nuestro
De nadie

De Corazón, Te Pido

De corazón, te pido
Te pido que me escuches
Cuando no encuentre palabras
Te pido que me entiendas
Cuando no sepa que pensar
Te pido que no me olvides
Aunque me escape de tu pasado
Te pido que me esperes
Cuando solo veas mi espalda
Te pido que me mires
Aunque haya roto todos los espejos
Te pido que me sonrías
Cuando no pueda mirarte
Te pido que me empujes
Aunque esté cayendo al vacío
Te pido que me guíes
Cuando parezca que voy liderando
Te pido que me toques
Aunque me aparte de todo
Te pido que me tomes fuerte
Aunque parezca que no quiero
Te pido que me pidas
Todo lo que yo te pido

Confesando un Delito

No se como empezar a escribir lo que tengo en mente. La verdad es que es un tema que me fascina, pero es un pensamiento que tomé prestado de otro lado, otra persona. A quienes me leen, si alguno lo llegase a hacer con frecuencia, sabrán que roo sin vergüenza. Usurpo frases, ideas, sensaciones. Soy un abductor de palabras y conjunciones, un ladrón de conceptos. Recopilo aquello que el aire desprende, recojo las migajas que los transeúntes dejan a su paso y luego tomo todo para desparramarlo sobre mi libreta, lo dejo caer con azar, luego lo ordeno someramente y subo el contenido terminado, prácticamente sin revisión alguna. Siempre, inevitablemente, se me colará una falta de ortografía, lo digo como un dato tanto como advertencia. Supieran como es en realidad mi libreta.

¿A quienes les robo? A pesar de que me gustaría decirme un Robin Hood de la literatura, suelo echar mano a todo lo que esta a mi alcance, sin discriminar realmente el origen. Las palabras son palabras, serán palabras y quedarán como palabras por siempre: Conjunción de letras confabulándose de manera tal que logran transmitir algo. En mi caso, idealmente un sentimiento. Si recurro a mi memoria, donde esta debería ubicarse al menos, recuerdo haber tomado algunas frases sueltas de un concierto dado por Jorge Drexler, por allí a inicios del año 2019. En un mochileo, hace no mucho, un amigo contó un sueño que tuvo y me adueñe de los derechos para escribir sobre tan fantástico mundo onírico. Creo que soy capaz de remontarme al año 2015, a las influencias vocales de Ignacio Fornes Olmo, mejor conocido como Nach. Largos trayectos interurbanos colgando de su música híperurbanizada.

¿Me siento culpable de estos robos intelectuales, de estos desvergonzados hurtos literarios? La verdad es que no, ni un poco, ni siquiera los consideraría como un lejano zumbido en la noche más cálida del verano. Honestamente siento que le dan una cercanía a la realidad, es una huella que estampa la imagen de lo que me rodea, la circunstancia como escenario, el contexto como antecedente. La canción que suena justo en su momento, la nota precisa, el compas exacto. Lo propio no es mío, sino de todos. Los pájaros, con su trinar caleidoscópico, son oídos por todos, o al menos pueden serlo. La vida es una caja de chocolates.