domingo, 26 de julio de 2020

Calma Marina


Ligeras pinceladas de sol descansan sobre la tensión del mar, bajo la mirada atenta de un sol sonrojado, meciéndose al ritmo de la brisa y su aliento cargado de sal. Aves marinas surcan el paño azul, estrellando un cielo amermelado, colorado por el calor que se camufla entre la intermitente ventolina. La tímida arena besa de cuando en vez la blanca espuma con que el oleaje la acobija, mientras a lo lejos dos caminantes dejan desnudas huellas sobre la marea, destinadas a desaparecer junto a la fugacidad propia de la existencia, permaneciendo para siempre en la memoria de cada grano sobre el que descansaron sus cuerpos trenzados. El regusto de sus pies será recuerdo perenne en los oceánicos labios que abrazan a su paso. Sobre ellos el agotado firmamento empieza su peregrinar y los cuerpos celestes se vuelven cobrizos, burdeo, tímidos. Antes de darme cuenta, las siluetas caminantes se acurrucaron en la oscuridad de una playa, iluminada por una sonrisa lunar torcida, una mueca divertida. Arte natural.

Los minutos pasan frente a nosotros rápidamente, como si quisieran terminar su sexagesimal vuelta solo para atrapar en el rabillo del ojo tu perfil una vez más. Sonrío y entre la calma, como si estuviesen acechando este momento para escapar, mis pensamientos salen a caminar sobre la estela que dejaron elegantemente las gaviotas, como trapecistas bamboleantes, bailarines saltimbanquis. Siempre sentí que arrastraba los pies a lo largo del calendario, olvidando que cada día era una maravilla distinta, sentía el sopor de las semanas, la rapidez de los meses, años que pasaban como si estuvieran ordenados en línea, listos para saltar al vacío. Días eternos y semanas apuradas, demasiadas horas y muy pocos minutos. Cierro los ojos un momento para atrapar mis emociones antes de que se fuguen traicioneramente por la ventana, esperando que las tribulaciones calmen, que el nudo se acomode en mi pecho y el frío vuelva a mi sien, pero el calor de tu mano sobre la mía es la llave que abre la jaula en la que guardo mi cabeza. Abres la puerta de mi pecho y ves el cristal fragmentado que alberga estas emociones. Y después me das un beso en la mejilla, entendiéndolo todo.

El nudo se desata, la compuerta se abre permisivamente y mis pensamientos transitan tranquilos sobre nosotros, revoloteando traviesos y haciendo piruetas para entretenernos. Veo como los tuyos salen al baile, pintando el oscuro velo que nos cubre, transformándolo en la Noche Estrellada con sus espirales delicadas y pinceladas precisas. Tomas todo el escenario, haces un desplante completo mientras yo observo esta obra, perdido bajo el sonido de cada una de tus palabras, embelesado por las ideas que escapan tan ligeramente, con tal armonía.  Tus ojos verdes sonríen y me doy cuenta que me miras de verdad, sin pantallas ni disfraces. Descansamos la mirada sobre el horizonte perdido entre azules y solo escuchamos la sonata que nos prepararon el mar y la hojarasca crepitante de su oleaje. Tu cabeza descansa sobre mi cuello y dejo caer suavemente mi mejilla. Un abrazo nos presta el calor que a poco empieza a hacer falta y ambos cerramos los ojos bajo cómplices nubes costeras. Supongo que a esto se refieren cuando hablan de silencio.

miércoles, 1 de julio de 2020

Las Ventanas

Las ventanas dejaban entrar una luz tenue, cansada, un poco de invierno sobre las paredes blancas que se tintaban amarillas mientras la tarde se consumía entre nuestras palabras calladas. Tú estabas ahí, leyendo algún libro que hoy no logro recordar, mirándome como si cada marca en mi rostro te pareciera una historia fascinante. No se si en realidad sepa que libro se supone que leías, no recuerdo haber hablado de su contenido, o el autor, o la ilustración de la portada. Habían cosas más importantes de las cuales hablar. La brisa entraba tímida a la pieza donde estábamos contemplando la existencia, meditando de la vida en silencio, aprovechando la compañía que nos brindábamos mutuamente. A veces siento que el silencio, en su justa medida, permite que un momento dure para siempre. O al menos así se siente cuando recuerdo esa tarde junto a ti. Tanto fue lo que no nos dijimos ese día, pero que gritamos con el pecho abierto como si se tratara de un libro tapa dura dispuesto a ser leído eternamente en silencio.

Puede que haya sido la quietud, o la luz que vestía con su velo tu blanca piel, cansada. Los pájaros se paseaban en el jardín, justo afuera, y mi memoria imagina una loica caminando curiosa mientras el silencio nos carcomía. Yo era muy inmaduro entonces, y no supe apreciar lo que significaba, el valor que tiene el compartir la ausencia de sonido, la paz que solo algunas personas pueden entregarte de manera tan incondicional como hiciste tú. En esa blanca habitación, de la que tan pocos recuerdos tengo, te tengo a ti, acomodando tus almohadas bajo el atardecer andino, esa brisa fresca colándose entre las ventanas y tu sonrisa perenne diciéndome que todo estaría bien, por que así eras tú, protegiéndome hasta que tu cuerpo se rindiera, cansado.

Ya se hacía tarde y tenía que volver a mi casa. Quería hacerlo, me sentía incómodo y ese lugar me hacía sentir ansioso. Nunca me han gustado las clínicas, su olor a anestesia y la sensación de que todo el mundo te esconde algo pensando que es lo mejor para ti. Me daba pena dejarte allá, pero no podía hacer otra cosa, estabas tratándote y peleando contra una enfermedad de mierda, que solo ya más adulto entiendo lo que significaba. Todos esos cambios de humor, tu cansancio, la pena que te rodeaba, la tensión en las comidas familiares, la sensación de pesar en mis hombros, que no era mía realmente. Aunque yo no entendiera lo que pasaba, sabía que algo no estaba bien contigo y creo que por eso no me portaba tan bien cuando me lo pedías, o era desobediente, hasta irrespetuoso. Dicen que no hay nada tan cruel y a la vez tierno como un niño.

Te lloré como no recuerdo haberlo hecho nunca. Suelo ser súper abierto con mis emociones, en especial la pena, no me avergüenza llorar en público o contar que es lo que me entristece. Contigo fue distinto, lloré en soledad, hacia adentro. Te lloré para ti y para mi, para nuestro silencio que solo vengo a entender tantos años tarde. Me sentí culpable de nunca haberte aprovechado como otros si lo hicieron, de mirarte de reojo, hacerme el desentendido, de no buscarte. Eras increíble, fuera de serie, un personaje de libro, las conversaciones que tuve contigo están marcadas a fuego en mi memoria, y se que jamás las voy a poder recordar con el ahínco que me gustaría haberlas vivido. Tu risa espontánea y la inocencia que a veces se te colaba entre tus longevos años. Y hoy estoy acá, recordando esa tarde que seguro fue solo un momento entre tantos otros que compartimos, pero que ahora resalta con el mismo brillo que te rodeaba ese día. Ahora cada vez que veo esas habitaciones blancas, esos edificios solemnes llenos de silencio, recuerdo los colores con los que llenabas la pieza cuando te venía a ver, y me doy cuenta que ese blanco de las paredes es solo un lienzo esperando para ser decorado. Creo que ahora no me molestan las clínicas, su olor me recuerda a ti y tu sonrisa pintada en la ventana.

La Verdad

La verdad se esconde
Entre palabras majaderas
Largas confabulaciones
Maquinaciones insinceras

La verdad se aventura
Trémula y nerviosa
Hacia tus tibios oídos
Esperando la leas en prosa

La verdad se escapa
De esta tímida boca
Esperando que entre la brisa
Distingas la honestidad loca

La verdad te busca
Y ahora está contigo
Llegó para quedarse
Abrázala y dale abrigo

Y por favor te pido
Que me creas que es verdad
Si me tiemblan las manos
Y se me olvida rimar

A veces digo mucho
Que siento que te abrumo
Y significa tan poco
Que siento que te aburro

Se que soy bruto
Y hablo a tropezones
Pero es que le tengo miedo
A las malas impresiones

No por que me importe
Lo que piensen los demás
Sino por que me quieras
Me quieras de verdad

Una Décima pal Flaco

Tanto la guitarra negra
Como su cuerpo escuálido
La voz con tono cálido
Que su música integra
Entristece y alegra
Con su sonar particular
Imaginario de juglar
Inventó la armonía
Con singular melodía
Que agradezco al cantar