martes, 14 de junio de 2022

Paseando en Bulnes

Caminaba por Paseo Bulnes, de paso a hacer algún gris trámite, cuando alguien me pidió un segundo, estirando su brazo. Por costumbre y rutina dije que no, sin siquiera levantar la cabeza. Esto hasta que vi una mano frente a mí, ofreciéndome un peculiar libro.

Si bien últimamente la prisa se convirtió en cosa de todos los días, todavía logro encontrar un poco de curiosidad de cuando en cuando, y perder la vista en el ineludible paisaje urbano.

Esta vez alcancé a comerme mis palabras, pedir perdón y dar las gracias por el regalo. Una sonrisa escondida por la mascarilla y seguimos cada uno en lo suyo, yo tramitándome la vida, y él entregando letras vivas.

El libro en cuestión era pequeño, tipo de bolsillo, el cual compilaba los mejores cuentos del concurso “Santiago en 100 Palabras”. Sonreí pa’ dentro, acordándome de todas las veces que participé, cada vez con menos expectativas. Nunca gané nada y con el tiempo lo olvidé, junto con el gusto por escribir.

Revisé un par de cuentos, me sacaron una risa y un pensamiento. Me quedé dándole vueltas a cuanto me gustaría estar en este librito, y después pensé en los autores que formaban parte de esta recopilación. Me alegré por ellos, me imaginé sus historias, sus contextos y los malabares de su imaginación. Agradecí en silencio, como si se tratase de una oración solemne, y seguí con mí ya no tan apresurado caminar. Un poco menos tenso, un poco menos gris.


Tejiendo una Quimera

A veces, después de estar contigo, me invade una soledad tan intensa que siento mi alma escurrirse entre mis dedos, la veo caer al olvido, como un espejo quebrado, con mil imágenes distorsionadas guardando silencio al unísono. Desechable y eludible, un peso en el tobillo, un obstáculo más que bordear antes de llegar a destino. Así me siento mientras camino a mi auto desde tu portón, donde me dejas sin mirar atrás, sin revisar de reojo si sigo allí.

Creo que el gran miedo que siempre le tuve a decirte lo que siento, era verte dejar mis palabras colgadas en el viento, embarcadas en un vuelo a ningún lado. Mostrarte la herida abierta y que miraras con asco hacia otro lado. Sentir que no soy suficiente, que a veces soy demasiado. Romper mi silencio sagrado y verlo vulnerado por el desdén, el cansancio, la impaciencia.

Mientras más uno se esconde, el miedo a aparecer solo crece, el tiempo se acumula y la arena cargada sobre los hombros ahoga la esperanza de ser comprendido, escuchado. Que mis quebrados sentimientos inentiligibles sean examinados desde las alturas de la madurez que carezco, con expectativas que me exceden, bajo exigencias que me exilian. El pequeño paso de abrir la herida se siente como desgarrar pecho, esternón y entrañas, para exponer un corazón arrítmico y atolondrado, rústico y abrutado, a la lupa escrutinadora de quien ya no tiene tiempo para pulir piedras ni redondear esquinas.

Me siento en el auto esperando a que la realidad me aterrice, que calme el ruido que envuelve mi cabeza después de estar contigo. Porque no es calma, no es paz ni tranquilidad, certidumbre ni seguridad. Tanteo terreno a ciegas esperando no pisar en falso, mientras intento recoger mis piezas sin perder las que ya tengo. Tu silencio abrumador se mezcla con las afiladas palabras que escapan de tus labios cansados. Las heridas que dejan a su paso son más profundas por saber que ese cansancio está justificado, que existen razones para lanzar esos certeros dardos, esas frases cortopunzantes.

Ahora me acuesto y escucho tu canción favorita, miro la foto que tenemos juntos y la frase que alguna vez escribiste en tu maquina. Trato de abrazar los momentos del día donde vibramos juntos, pero la sombra me da frío y no me prestas abrigo. Así es como tengo que inventarme un chaleco con palabras que no dijiste, fabricarme una mentira con fragmentos de lo que me gustaría que significaran tus palabras. En esta tibia quimera concibo un sueño agotador, dispuesto a esperar otra semana, con esperanza de que todo será mejor. 

Tu Perfume

Recuerdo mirarte sonriente, escuchando tus explicaciones sobre un tema que estaba a leguas de mi comprensión. Tengo en la memoria el sentir que tu mente era un río de colores, y que cuando hablabas me empapabas con ellos. Probablemente siga siéndolo, no serías tú si así no fuera.

 

Me baja la pena de cada tanto en tanto, dándole vueltas a la idea de lo fácil que habría sido evitar el adiós, si tan solo hubiésemos rescatado lo nuestro a tiempo. Ya al final era difícil desmalezar el cariño de todo el desgaste y el rencor que había. Tal vez a esto se refieren cuando dicen que el timing lo es todo.

 

Inevitablemente, la típica y estúpida pregunta se asoma temerosa: “¿te arrepientes de algo?”. Que poco. Por supuesto que sí. Me arrepiento de no haber dado la atención que necesitaba, el cuidado, tomar la responsabilidad de lo que estábamos viviendo. Me arrepiento de callar cuando quería hablar, y balbucear cuando tocaba silencio. Si hubiera sabido que lo nuestro no sería para siempre, te habría dado más abrazos y escucharte más tiempo.

 

Nadie va a entender cuánto me encanta ese río de colores, ese humor oportunista, esa sonrisa pícara, tus ojos risueños, esa nariz que tomaba todo tu conjunto y lo hacía armónico, una mezcla perfecta de pillería e inocencia, profunda inteligencia y tierna ignorancia.

 

Ahora ya mirando lo que fue, me doy cuenta que no importa lo que podría haber sido, porque poco se puede hacer hoy. Más adelante tal vez nos encontremos, distintos, tal vez seremos los mismos, tal vez sigas usando la misma sonrisa, tus mismos ojos, el mismo perfume. Pero de alguna forma, distinta.


Reaprenderme

Hace tanto tiempo que no escribía, que llegue a pensar que había olvidado las palabras, las metáforas, lo largo de los párrafos y los intrépidos puntos seguidos. A veces pierdo la vida corriendo dentro de mi cabeza y olvido darme el tiempo de escribir. Estoy contento de volver a hacerlo, aunque sea breve. No hay nada como la satisfacción, el alivio, de colgar un punto final.