Hay
palabras que dibujan sonrisas entre lágrimas de niño, como también las que
crean huellas entre el pecho y el alma. Una sola sílaba que se cuela entre la
pantalla y la noche logra desatar el nudo que amarraba todo, permite ordenar
de una vez el desastre que se encontraba escondido. Una frase al final, que
remueve la tierra hasta sus cimientos, solo para mostrar que las piedras se
encontraban carcomidas y necesitadas de un nuevo aliento. Así son tus palabras.
Hay
cosas que se dicen tarde, que traen en sus ropas los roces del tiempo, letras
que marchan en la angosta cuesta del acantilado del olvido. Artículos que
rescatan de las entrañas del cuerpo emociones que permanecían selladas a fuego,
rompiendo el lacre, y de pasada viseras, órganos, estoicismo, como si se
tratara de la espesura de un camino en la jungla amazónica. Así son tus
palabras.
Al
final, son las cosas que se dicen las que impactan, las que se callan las que
duelen, confundidas las que matan. Las oraciones más duras son las que no
esperan respuesta. Las tardías golpean con un palo el cuerpo inerte de una
emoción que tal vez no debería haber muerto. Es el último aliento la única
certeza de que alguna vez estuvimos vivos.
Creo
que tus palabras llegaron en el peor momento, y eso las hizo tanto mejores,
tanto más importantes, si es que me correspondiera evaluar la escritura ajena,
el cual no es ni remotamente el caso. Como siempre, dudas emergen y
cuestionamientos afloran ¿No es ese el fin último de las palabras? Así, te
apropiaste de las letras que navegaron en tu mensaje sobre quién sabe qué
turbulentos y apacibles mares, y por eso siempre estarán enmarcadas en el
cuarto de invitados.