viernes, 15 de agosto de 2025

Unknowing Bunny

Oliver se encontraba recostado sobre su cama, dejando escurrir los minutos entre sus dedos y la pantalla del móvil. Vídeo tras vídeo, una seguidilla de información se aventaba contra sus ojos, en un volumen tal que era imposible de procesar. Pasaban los segundos y las horas, y aún siendo altas horas de la noche y bajo el yugo del día transcurrido, Oliver se oponía a Morfeo en una rebelde protesta en contra de malgastar todo el tiempo de su vida recorriendo en círculos el trayecto hacia su trabajo y de vuelta a su habitación. Ouroboros.

Siendo las tres con cuarenta y siete minutos de la madrugada, y bajo la amenaza de una alarma que sonaría inmisericorde y mezquina dentro de tres horas y trece minutos, Oliver reposó sus cansadas pupilas en un vídeo en sus redes sociales. Nada de otro mundo, a decir verdad, solo evidencia de algunos conejos jugando en una cama saltarina, redundantemente saltando, uno tras otro en cadena armónica, caos ordenado, una travesura del destino. Un resoplido escapó de su nariz, equivalente a una carcajada descontrolada en esta edad moderna. 


Un número se asomaba amenazante a la derecha de la pantalla, y es que en la sección de “comentarios”, se lograba observar que ciento veintiséis mil personas habían decidido verter su opinión en un vídeo, aparentemente irrelevante. Extrañado, Oliver luchó contra la curiosidad instintiva que esta peculiar reacción comunitaria le generaba. Al leer el primer comentario lo entendió todo. Su cara se contorsiono aterrorizada, sus dedos temblaron, y el teléfono caía al vacío mientras su mente seguía digiriendo el concepto de que el vídeo que acaba de observar, era la fabricación de una inteligencia artificial.


Pánico, dudas, incertidumbre. Tan real, todo era tan, pero tan real. Su estómago se retorcía mientras el aire se escapaba de sus pulmones, e intentaba tomar el teléfono en el aire para comprobar si las palabras leídas no dijeran otra cosa. Logró tomar el teléfono antes de que le cayera en la cara. Se incorporó sobre su cama y se sentó, dejando el teléfono de lado y apoyando la cabeza, vuelta un torbellino, entre la contención de sus manos. La mirada perdida en la alfombra de su habitación, solo lograba cuestionarse si acaso todo lo que veía en redes no era más que ficción.


Este vídeo no es real, se decía a sí mismo. Los conejos se ven reales, la cama también, la elasticidad de la superficie, los vectores, la inercia, la cinética. Todo parecía tan real. No lograba abrazar la idea de que este vídeo fuera el producto de un input bien desarrollado, de un prompt elocuente. “Si un bot puede habitar un conejo ignorante, también puede fabricar el cómo me hace sentir”. La duda lo acorrala en su pieza, la habitación se vuelve cada vez más pequeña, la realidad alterada, el aire difuso, su mente descendiendo en un espiral agotador.


Oliver se siente removido desde sus cimientos. “¿Cómo puedo estar seguro de que el cielo realmente está soleado?”. Si pueden fabricar un vídeo que me convenza de que es real, en qué momento dejaremos de diferenciar lo que ha sido obra del azar o de una mano controladora. Fabricantes de emociones, manufactureros de impresiones. Captarán nuestra atención con sentimientos amalgamados, moldeados, maleables. Perderemos el discernimiento de lo que es ficto y lo que no. La incertidumbre se posa sobre Oliver y lo abandona a su suerte.


Toma su piano, una partitura en cinco cuartos, deja su teléfono grabándo, y expone a todo el mundo la realidad. Oliver publicará su nueva canción en redes sociales. Este arrebato cargado de emoción se volverá una búsqueda desesperada de la verdad, se convertirá un hit viral, con más de un millón de visitas en su corta existencia. Luego de ver tamaña reacción, Oliver ya no será el mismo, pero seguirá su vida. El juego debe continuar.


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Si quieres, puedo proponerte unas cuantas versiones más para que compares y elijas la que encaje mejor con lo que buscas. Si lo prefieres, puedo darte otras alternativas para que tengas más donde escoger.