lunes, 20 de abril de 2015

Abriendo Puertas

     Una micro llena llama mi atención, lo cual no es muy difícil debido a mi deficit atencional y al hecho de que moría de sueño y tenía que subir. Para ser sincero, no estaba "llena", solo no habían asientos disponibles. Es una maña que tengo, y como buen ser humano, quiero que se me respete las mañas en vez de mejorar como persona. Tema para otro día, puesto que me sucedió algo extraordinario ese día. 

     No se si me levante con el pie izquierdo, el agua fría estaba congelada, el café más amargo o el diario atrasado, pero al parecer yo irradiaba un aura de mal fortunio. A penas subí observe, desalentado, que una vez mas la micro iba sin vacantes. Una señora ya entrada en edad, me pide encarecidamente que me siente. Mire dubitativo, puesto que yo nunca he tenido mucha fe en la humanidad, y especialmente ese día también estaba dudando de hasta los animales. Le agradecí de corazón el acto altruista, pero mi educación pseudo católica, o lo que otros llamarían sentido común, me señalo que esto estaba mal, que si era atípico era porque así estaba pensado que fuera. Era viernes en la mañana, y no tenía apuro alguno.

     Decline con amabilidad la infrecuente invitación, pero compartí el viaje con aquella señora. Que bonita palabra que es compartir. Hasta en las noticias suena bien, incluso un político puede hablar de compartir y hacernos pensar que hay algo de verdad en ello, una reunión de letras en sílabas absolutamente maravillosa.

     La señora tenía un nombre corriente y piadoso, aunque no tanto como Maria Teresa, Josefina del Pilar o María José. Era una mujer encantadora, simpática, de esas que jamás pensé que podría encontrar de súbito. Iba camino a Pudahuel, donde trabajaba, en una pequeña panadería de barrio. Tenía 57 años, dos hijos y la esperanza de un microempresario. Me contaba que iba a diario en la misma micro que yo, y que le llamaba la atención la música fuerte que escuchaba y lo distraído que viajaba. Me sonroje de vergüenza pensando cuantas veces me habían pedido que bajara el volumen. Se reía porque usualmente observaba como lentamente mi cabeza cedía a el cansancio del cuello y se mecía estrepitosamente sobre mis hombros, al tiempo que mi mente se activaba y me llevaba a los lugares más fantásticos.

     No era lo que mas le impresionaba. Lo que le llamaba la atención de mi persona era que miraba hacia afuera, a veces con desdén, y otras con esperanza. No se porque pero me dijo que yo la insentivaba a aprovechar el día a día, porque yo hacia parecer diferente lo que para todos es monótono. No se porque piensa eso, yo solo duermo apoyado a la ventana.

     Mire mi reloj y me di cuenta que estaba atrasado, y ella se largo a reír. Esta era una de las cosas que le causaba gracia, mi desorden. Debo admitir que me dio risa a mi también, aunque no tanto al profesor de civil que me vio entrar por la puerta de atrás después de 15 minutos de clases.

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