Vivo en una ciudad donde la gente tiene miedo de la oscuridad. Tiene
miedo de caminar bajo la sombra de la noche porque "no es seguro". La
fe en la gente se perdió hace años: Todo desconocido puede robarme, insultarme,
mirarme, hacerme algo. Cada tramo del trayecto diario de vida, debe estar
iluminado como político en campaña, porque si fuera de otra manera,
"correría un riesgo innecesario".
¿Quién puede decir con certeza que los riesgos son innecesarios? La
gente de la luz, que viven en calles de luz y en una ciudad de luz, no conocen
la importancia de la sombra, la repelen, niegan y repudian. Gente que se
considera poética observa, casi analíticamente, como el sol se dispone a
desaparecer todos los días en un horizonte lleno de montañas, cemento y
rascacielos, creando una de las escenas más bellas vistas por el hombre. Pero
después de eso, la gente se refugia en sus hogares iluminados, caminan junto a
publicidades deslumbrantes, postes de luz y de la mano de una seguridad casi
ridícula.
Las sombras asustan a esta gente porque los hacen ver la realidad. La
oscuridad sobre sus ojos deja ver a una persona cansada del día a día, un ser
humano que trabaja todos los días para no tener que experimentar el miedo de la
noche. Pobre gente, se rompe el lomo todos los días por una fantasía. La luz no
es mas que eso, no es mas que el deseo nostálgico de que hoy el sol no se vaya
por el horizonte, el miedo a quedar en la completa oscuridad y darme cuenta que
estoy rodeado de personas, pero que todos estamos solos. Todos con sus
preocupaciones y prioridades, donde el prójimo no tiene cabida ni siquiera en
el escalafón más bajo. Pero no toda la gente es así
Hay seres humanos que no le tienen miedo a mirar a las sombras, se
arriesgan diariamente a todo lo que genera terror en los seres de luz. Caminan
de noche, por caminos polvorientos, pero sin miedos y con convicción. No
necesitan postes para iluminar el camino, no porque se sientan seguros en la
oscuridad, sino porque no hay camino que iluminar. Caminantes que hacen camino
caminando, no quieren luz que les aparte del places de descubrir lo que hay en
las sombras, siempre conscientes del peligro que esto significa. Pero hay algo
mas, algo que solo los seres de sombra saben.
No existiría la luz si en un principio nunca hubiese habido oscuridad. Jamás
habrían los seres iluminados visto un atardecer si este fuera a caer sobre un
manto de luz. Nunca habrían sabido el valor de una mano amiga en la
desesperación si todo siempre fuera tranquilo. La luz existe con la oscuridad,
son hermanas mellizas que se ríen de nuestra rutina, juegan con nuestro sueño y
energía, observan almuerzos familiares y cenas románticas, emociones de noche y
emociones de día, llantos alegres y tristes. El sol ve como el agua corre
desesperada al mar, y la luna observa como, tranquilamente, esta sube al cielo
para después caer estrepitosamente, nuevamente.
Hay algo más. Existe un premio para la gente que logra superar su miedo
a lo desconocido y adentrarse en la oscuridad de la noche. No es un premio en
oro ni dinero, no es algo material que pueda retener, vender o comprar. Es algo
que no puede ser valorizado. Los seres de sombra ven como el sol parte de
nuestra vista cuando su trabajo ya esta hecho, ven el reflejo rojizo de un sol
agonizante, y todos sus matices. Después de que el maravilloso espectáculo
desaparece, levantan la cabeza y no ven oscuridad, ni desesperación, tampoco
soledad, porque arriba, los esperan las estrellas. Una estrella jamás brillara
si no es bajo el velo de la noche. Estas estrellas son guías de aventureros,
esperanza de los desesperados, la gota de alegría sobre los que sacrifican todo
para verlas. Te acompañan toda la noche, si estas dispuesto a dejar la luz de
lado por un minuto. Cuando el espectáculo de luces sobre el manto negro llega a
su fin, te agradecen la compañía con una postal que jamás olvidarás. El adiós
de las estrellas, que escoltan a la luna hacia otro lugar, lejos del horizonte,
es aún más impresionante que el del sol. Puesto que las estrellas se van, tal
como aparecieron, una a una, ven desaparecer su luz de esperanza para dar paso
al día, al sol, que en el amanecer ilumina la vida de golpe, sin pedir permiso,
y sin necesitar pedir perdón, puesto que no existe hombre en la tierra que no
aprecie el olor a rocío en la mañana, la calidez de los primeros rayos de sol,
el cosquilleo de la brisa matutina. El sol besa la faz de la tierra, quita con
cuidado la sabana oscura que protege a las estrellas de que algún hombre quiera
arrancarlas de su hogar. Todos quieren tener una estrella en su velador. Pocos
se dan cuenta que tienen una al otro lado de la cama.
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