Sesenta
segundos. Toda una vida enfrascada a presión en un minuto. Un fragmento horario
representa tanto, pero al mismo tiempo es tan insignificante, el patrón del
segundero no es nada más que un vasallo del tiempo. Cuantas cosas suceden
mientras los pocos granos de arena se trasladan de un cristal a otro impulsados
por la gravedad, en lo que no es nada diferente de una dramatización del
concepto de lo efímero, lo fugaz y lo finito. Cuantas cosas he visto durante un
minuto y han cambiado la perspectiva de como vivo, de cómo siento, de cómo
pienso, de lo que me gusta, lo que añoro, lo que odio, amo, reniego y alabo.
Solo puedo escuchar una nota en el periodo de tiempo asignado por el sistema
sexagesimal a su unidad básica, mas no la menor, pero si la más importante.
¿Por
que el hombre está tan enamorado de lo perenne? ¿Quienes somos para querer
vivir para siempre? ¿Que fin tendría vivir si nuestro camino en la tierra no
terminara en una cornisa insalvable? Investigamos la medicina buscando
respuestas y el santo remedio de la juventud eterna. Envejecer es parte de la vida,
aprender a meditar antes de actuar. Evitar los mismos errores en los que
cayeron nuestros antepasados, estudiar la historia de la humanidad buscando
evadir obstáculos que hicieron caer a muchos. Cuando somos jóvenes debemos
aprender a distribuir nuestra basta energía en distintas actividades que
reporten satisfacción. Cuando somos adultos debemos invertir nuestro dinero de
manera tal que ninguna necesidad quede fuera de nuestro alcance. Al llegar a la
última etapa, la verdadera prueba es organizar el tiempo que nos sobra en
darnos cuenta que hicimos mal y transmitirlo a las futuras generaciones. Solo
así se alcanza el progreso, solo así se aprende antes de tropezarse con una
piedra gastada de tantos pies que han caído por su culpa.
Un
minuto es tiempo suficiente para olvidarme de todo y recordar solo lo más
importante. Me pregunto que será lo que mis ojos verán durante esos últimos
sesenta segundos de vida. ¿Recorreré por los recuerdos de una vida desenfrenada
o mirare con arrepentimiento las memorias de decisiones demasiado cautas? ¿Mis
párpados se cerrarán tratando de descubrir el verdadero color de los ojos que
ame durante tanto tiempo o reconocerán el brillante color blanco del cielo
falso de un hospital? ¿Quién sostendrá mi mano? ¿Mi hijo? ¿Mi padre? ¿Un
párroco tal vez? Quizás mis dedos se posen sobre el aire intoxicado por mi
enfermizo aliento mientras poco a poco desocupo un espacio en este mundo
sobrepoblado. Cada respiro es un poco de aire que jamás volverá a entrar por tu
garganta para ser consumido en los pulmones, cada lagrima es una gota que cae
al suelo y se desparrama. Aunque algún día esa lagrima sea una nube, la nube, lluvia,
aquella lluvia, agua, y todo para terminar en un vaso, hidratándote, aquella
lagrima no será la misma, no será derramada por el mismo motivo, no tendrá el
mismo significado, ni la misma importancia. La vida es efímera por naturaleza.
Durante
el transcurso de sesenta segundos puedo equivocarme, reconocer el error y
arrepentirme del mismo, pero jamás enmendarlo. A veces, para salvar obstáculos,
necesitaras toda una vida, pero siempre todo empezara con un minuto donde
deberás tomar una decisión. La decisión. El tiempo no es más que una
herramienta del destino para reírse de los pobres mortales. Ver como cada paso
del minutero significa estar un segundo más cerca del final, un centímetro más
al borde del abismo. Cada minuto es único e irrepetible.
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