domingo, 29 de mayo de 2016

Matricula

¡Finalmente vinieron a buscarme! Se llevaron a mi padre, mi madre y todos mis hermanos ¡Por un momento pensé que se olvidarían de mi! Todos con sus trajes blancos, impecables, sus guantes negros como el ébano y su mirada de compasión que tanto me atrajo la primera vez que los vi ¡Te reías de mi! ¡Pensabas que me habían dejado, que no pertenecía allí! ¿Qué me dices ahora? No solo vinieron ¡Me llevaron! Levitando sobre el suelo, afirmado de sus brazos, me acarrearon por mi casa hasta su blanca limosina. Me dio vergüenza que vieran el desastre que era mi hogar, pero entendieron cuando les expliqué que yo solo obedecía lo que me dijiste. Se encogieron de hombros y no preguntaron nada ¡Qué educados! No como tú, que me hablas siempre a gritos en la oreja, como si fuera un sordo. 
Antes de subir al elegante carro me regalaron un lindo abrigo blanco, pero me quedaba un poco pequeño. No te preocupes, no ha de ser culpa de ellos ¿Cómo averiguarían mi talla? Después me subieron y me dejaron solo atrás, con mucho espacio para acostarme y rodar ¡Te habría encantado! El viaje se estaba demorando mucho, así que me regalaron unos lápices y papel para  dibujar, lo que hice con gusto. Dibuje un paisaje como los que te gustan, lluvias torrenciales sobre grises calles. Puse una persona con muchas cabezas que conversaban entre sí, incluso te dibuje a ti, aunque me trates peor que mis nuevos amigos de blanco. Cuando la limosina al fin se detuvo, me ayudaron a bajar más amigos y me recibieron con sonrisas y abrazos. Era un lugar extraordinario, tenía una entrada gigantesca y árboles por todos lados, como si se tratara de un bosque.
¡Me recibieron con dulces de todos los colores! Dijeron que este sería mi hogar por algún tiempo, y evite saltar de felicidad, no quería estropear mi chaleco nuevo. El Doctor Strange, el director de la Universidad, me pareció un tipo bastante alegre, siempre riendo de lo que yo decía, incluso parecía que me conocía de toda la vida. Me hizo un rápido recorrido por el campus. Habían sectores de juegos, áreas de recreación y gimnasio. Obvio que no me dejaba entrar a los laboratorios ni a enfermería, eso es para los estudiantes de medicina, y yo entré por arte. No recuerdo muy bien por qué fueron admitidos mis padres y hermanos. Mi papá ya había estudiado psicológica, mi madre periodismo y mi hermano mayor estudiaba medicina. Tal vez los encuentre si salgo a recorrer.
Me dejaron en mi habitación ¡Una entera para mí solo! Y no solo eso, tengo mucho espacio para dormir y descansar ¡Hasta el techo es acolchado! Podría dormir para siempre en una pieza así, además me traen comida y me la dan, ni siquiera debo esforzarme. Nunca escuche de ningún hotel más lujoso que esta universidad. Todo es tan sencillo, todo es tan simple, tan agradable, tan armonioso ¡Lo detesto! Odio que me den la razón, sé que estoy equivocado ¡¿Por qué no me dicen porque?! Miro la vida como si tuviera un secreto, una verdad escondida, busco el verdadero significado de la vida, y este se esconde entre las raíces de mi subconsciente, bajo el candado de tus susurros invasores ¡Sé que no quiero saber la verdad! Pero, por favor, al menos permíteme engañarme. No quiero sanar, quiero pensar, dudar, cuestionar, replicar, fantasear e imaginar que la vida es lo que quiero que sea. Las cadenas de mi mundo no atan mis manos, si no mis ideales, mis pensamientos. Inconsciente de cuerpo, pero no de alma ¡Deja de murmurar estupideces! Todos queremos ayudarnos a nosotros mismos, la miseria, la condena ajena nos es indiferente, todo existe para el servicio propio. Olvídate de mí, yo ya estoy muerto.
¿Cómo habré de morir realmente? Me encierran bajo techo en un salón extenso y puro, solo manchado por mi ira y desconcierto, inmortalizado en acuarela sobre lino. La próxima vez pediré pintura acrílica, dicen que arde mejor. Busco el verdadero sentido de tus palabras, pero inconscientemente tomo el camino equivocado ¿Realmente quiero saber la respuesta? Engáñame, convénceme de que mi realidad es mejor que la tuya, confúndeme, embriágame en dudas y hazme olvidar mi sed de respuestas. Quiero ser un idiota, pero un idiota sonriente ¡Egocéntrico narcisista! Olvidas tus deberes para conformarte con la mentira más piadosa del mundo. Toma tu pintura gris y dibuja el universo, dibújalo como te plazca, no es más que una mentira. Quiero liberarme de las ataduras de mi propia conciencia. Olvidarme de quién soy, de quién no y por qué. Ser libre o sometido, superhombre o subnormal, esclavista o esclavo. Quiero escribir como se me ocurra, Ol vida rme de l as cad enas q ue me lle van a lab ismo ¡Silencio!
Son las tres con treinta y tres minutos, treinta y tres segundos, treinta y tres centésimas y trescientas treinta y tres milésimas,  solo falta un minuto con veintiséis segundos, sesenta y seis centésimas y seiscientas sesenta y siete milésimas para que llegue el doctor y me regale dulces. Cada día la espera se hace más larga, incluso he llegado a pensar que las puestas de sol son amaneceres, y el alba un crepúsculo. La verdad es que no tengo ventanas aquí dentro pero me imagino que algo así me imaginaría si estuviera al aire libre. Qué raro, ya no recuerdo mi propia voz ¿Es que acaso tú te adueñaste de la mía? ¿Dónde estás? Hace días que ya no me hablas ¿Te enojaste conmigo? Que puedo hacer para arreglar lo que hice. No importa, sé que te ríes de mí, siempre te has reído de mí, te he cuidado, protegido, escondido y mantenido, y así es como me pagas. No me importa, con el Doctor Strange y sus amigos de blanco jugaremos a pintar, y te dibujaré con un bigote largo ¡Como si fueras un gato! No me importa, por qué sé que volverás, como un péndulo. Todo lo que gira vuelve al punto de inicio. Pero no me molesta tu invasión, ni tu insolencia, pues ante ella puedo hacer que no existes, pero cuando no estás, no sé cómo probar que yo existo. No me olvides nunca.
Hoy volviste a hablarme. Querías que dibujara algo distinto, una ventana dentro de cada una de las cabezas. Pero sabes que no se dibujar ventanas, y me da vergüenza que se rían de mí. Esta universidad es muy costosa, o eso pareciera, y no quiero que me cancelen la matricula por dibujar ventanas. Ahora ya sé que hacer durante el día. Tránsito entre la sala de arte y mi cuarto, esperando los dulces. Cada vez siento que son menos sabrosos y que la espera no tiene sentido. Tal ves me gustan por qué son distinto a lo de siempre, pero una vez que me acostumbro a ellos, deja de ser interesante. Mañana dibujare una letra nueva, algo que nadie haya visto, o tal vez un auto rojo, uno lujoso. Tal vez un Corvette rojo, pero pequeño, no quiero que me cobres después por pensar algo tan caro. El Doctor Strange quiere probar un dulce conmigo, dijo que es distinto, y que sería todo para mejor. Espero que así sea, me estoy aburriendo de dormir, y siento que este lugar podría ser más divertido si me dejaran salir ¿Salir? Hace años que no piso la tierra por cuenta propia. No, llena de suciedad y bacterias. Prefiero el blanco de este lugar. Bueno, espero que me hables después de mi dulce, y por si no te veo en el resto del día: ¡Buenos días, Buenas tardes, Buenas noches y hasta nunca! 

Naturaleza en Llamas

     Una cicatriz atraviesa la pantorrilla como una carretera cuyo único norte es el horizonte. Los relieves naturales cuentan la historia de aquella vez, los colores irradian detalles, decorando el relato como un desierto florido. La hazaña tuvo su precio, pero la ocurrencia marco su huella, sumergida en la profundidad del cuerpo. El pulso recuerda las palpitaciones de la sangre que brotó, purgando los árboles nativos, indicando el camino como un río carmesí cuyo rumbo siempre corrió contra la corriente. Árboles, arbustos, rocas, hojas, piedras y guijarros, un sendero difuso se pierde entre olores y sonidos. Un bardo empuña su mandolino y recorre la tierra contando historias de aquella cicatriz, mientras un animal herido escapa de la muerte para atravesar su último invierno.

     Un aullido estremece la fría noche de invierno, un canto desesperado a las aureolas, una lágrima distinta a todas las demás cae sobre el pálido camino, cubierto de nieve y blancas mentiras. El lobo acecha solitario, con la cicatriz a cuestas y el dolor compungiéndole el corazón. Un pálpito disonante resuena entre sus oídos, una voz familiar le llama, pero ya no confía en nadie. Le debe su alma a la más profunda soledad, oscuro paraje para tan noble bestia. Ramas verdes, cristalizadas por el frío del tiempo, cubren el cielo sobre la ruta que lo llevará a un lugar más cálido. Verdes araucarias cubren la blanca inmensidad, mientras una neblina se escapa entre los dientes furiosos del solitario animal. La búsqueda eterna del lugar donde pertenece solo ha causado desgaste y asperezas. Su piel es más opaca, sus gestos más erráticos, su cuerpo más delgado, débil, añora años pasados donde su portento físico lo convirtió en alfa. Hoy solo puede presumir de sus cicatrices.

     Una de ellas desdibuja su rostro, haciéndolo ver casi humano. Pareciera que en cualquier minuto fuera a hablar y largarse a llorar todas las penas del mundo. La nieve se acumula sobre las ramas más altas del frondoso bosque. Una capa de hielo cubre la tierra, una de escarcha, el cielo. El frío cala hasta los huesos, pero él sigue marchando buscando su destino. Luces nocturnas juegan escondidas bajo la oscuridad, llamando la atención del solitario. Colores boreales decoran el manto estrellado, un pintor distorsiona los matices de la realidad y maneja los escenarios a su antojo. Garras gastadas por la vida dejan su huella en la blanca ruta, y los músculos acalambrados ruegan por un descanso. Los ojos claros apuntan al horizonte como dagas con un destino predestinado. Un halcón vuela sobre las cabezas de los árboles.

     Poco a poco, el bosque deja de ser tal y abre paso al lago cristalizado, donde se refractan luceros y cometas. Estrellas vanidosas se pierden en la contemplación de su propia belleza. Una garra rompe el silencio asesino, un aullido al astro opaco desvela llama a la desesperación. La bestia recorre el congelado lago mientras las llaga arden al son del viento, ritmo impecable y simétrico, sangrando la vida, abriendo las fauces para alimentarse de esperanzas y vida. Una gruesa gota carmesí rueda desde los colmillos y cae sobre el gélido suelo falso. Una grieta se abre desde el amanecer hasta el fin del horizonte, dejando escapar los colores de primavera, los olores, pájaros, ardillas y diminutas criaturas. El lobo perdió el sentido y cayó sobre su costado, inerte. Un silbido melódico lo sacó de su trance, pero ya no habían colores, olores ni pequeños animales. Soledad, infinita, y una ventisca helada quebraba las frondosas ramas de los árboles, haciéndolas caer sobre el suelo nevado, levantando el polvo blanco en suspensión. El animal persigue las nubes buscando el sol, recorre la inmensidad blanca para encontrar algo de calor al otro lado de la mañana.     

     Como perlas escarlata, los ojos de la bestia se inyectan en sangre, la espuma escapa por las comisuras de sus labios, sus garras ya no cortan, destruyen. Sus colmillos ya no desgarran, asesinan. La soledad consumió su cordura, y toda la ira del bosque se posa sobre su oído derecho, susurrando caóticas memorias de cazadores furtivos, épocas de hambruna, de frío, de dolor. La vida se le escapa por el alma, tanto odio, tanta locura, pero nadie a quien contagiar. Sobre dos pies empieza a caminar, imitando al ser más incoherente de todos. Aquel que adora la naturaleza destruyéndola a su paso. Aquel que culpa al sol por los daños que él mismo provocó. Asesino de razas, especies, el verdadero genocida. El frío cala hondo en la piel de la bestia, apretando su corazón con sus heladas manos, ahogándole la vida. En un último suspiro, el aullido aterrador remueve en sus hogares al más pequeño de cada familia, un escalofrío recorre la espalda de un cazador que observaba atento todo lo que ocurría. Hasta el día de hoy siento ese grito de desesperación como un puñal suplicando por carne en la cual hundirse. Sangre brota de mi humanidad, o lo que va quedando de ella.

martes, 3 de mayo de 2016

Dormían

           Una mano asoma por aquel agujero levitante. Tres dedos se levantan, uno tras otro: Tres. Pietro toma a su hermana de la mano y salen de la habitación en llamas, dejando una estela de humo detrás suyo, respirando el olor a combustión y azufre. Recuerda el número tres. Un cuadro de Salvador Amenabar cae al suelo, "El Aquelarre" es consumido por las llamas hambrientas, degollando a los demonios y las brujas que danzan al rededor del cordero poseído. El fuego trepa por las paredes y hace crepitar los muebles, camina con tranquilidad por sobre libros de Neruda, Vargas Llosa, Huidobro y Lillo. Sus hojas lloran tinta calcinada, el viento entra por la ventana, cuyo blanco marco no es nada más que cenizas. Pietro aprieta la mano de su hermana, le hace daño, pero piensa que sus gritos son de terror, que su inanimado perseguidor le causa pánico. Las tablas de madera se doblan y crujen, aúllan a la noche carmesí, antes de caer carbonizadas en los escombros del incendio. Un peldaño sigue al otro, y el primer piso recibe las llamas como pasto seco esperando a ser desmalezado. Luego de tres pesados pasos, la escalera colapsa y los hermanos caen a la hoguera, alimentada por la caoba de los peldaños y los sueños rotos de Pietro. Baja el telón.

            Un sueño, todo fue un sueño. Un negro despertador deja sonar su alarma y líneas de color rojo fosforescente dibujan las tres treinta y tres de la mañana. El recuerdo invade su memoria y se levanta de la cama, camina por el angosto pasillo, decorado con cuadros de batallas épicas, todos pintados por un fraile, donde se ilustran momentos gloriosos, abrazos de hermanos y muerte. A Pietro nunca le gustaron esos cuadros, miraba la desgastada punta de sus zapatos de cuero verde mientras caminaba. Justo antes de abrir la puerta de su hermana, un olor a brazas invadió sus sentidos. El calor era insoportable y aumentaba a medida que caminaba, no, corría, a la pieza de su hermana. Con fuerza abrió la puerta, y el viento revolucionado alimento las llamas que se cosechaban tímidas. Tomo a su hermana fuertemente, hiriéndole la muñeca, y la saco de su cama, de su pieza, del incendio y de sus sueños. Corrieron viendo cómo se quemaba la biblioteca, los cuadros y como al final del pasillo ardía el cuadro sobre el Aquelarre que tanto le gustaba a sus padres. Un peldaño primero, luego otro. Pietro se detuvo y saltó al cuarto peldaño, dejando el tercero intacto. Pisó el quinto el sexto y el séptimo, y después los que les siguieron, llegando rápidamente al sólido primer piso. Ambos miraron la gran puerta principal pensando lo mismo: Debían salir inmediatamente. A medida que se acercaban a la oscura madera del pórtico, alguien tocó la puerta, una, otra y otra vez. Pietro abrió la puerta, nervioso, y el marco de esta colapso sobre él y su hermana, ahogando sus gritos de desesperación mientras el silencio de la noche revelaba que no había nadie al otro lado de la puerta. Baja el telón.

            Con un grito en la garganta despertó Pietro, transpirando frío y confundido. ¿Soñó estar soñando? La alarma mueve sus líneas rojas y forma las tres treinta y tres de la mañana, y Pietro no quiere asumir su realidad. Corrió a buscar a su hermana, la tomo de la mano. Esta vez con cuidado, pensó. Corrieron por el pasillo en llamas, saltaron el tercer peldaño y bajaron rápidamente al primer piso. Evitaron la puerta de entrada, y escucharon como a sus espaldas alguien tocaba la puerta tres veces. Mientras el fuego consumía los peldaños de madera y escuchaban como el cuadro del Aquelarre ardía furioso, entraron en la cocina, para salir. Desde el comedor, contiguo a la cocina, se escucha como el viejo tocadiscos reproducía "Un sueño de una mañana de Verano", de Gustav Mahler. Trompas abriendo la barrera del silencio, haciendo olvidar a Pietro que la casa estaba en llamas. Tomó a su hermana de la mano y se adentró al cálido comedor, escuchando la envolvente música, mientras una antigua copia de "Así habló Zaratustra" se incineraba. Dios ha muerto. Una frase queda intacta, protegida por un velo de las hambrientas llamas: "Dormir no es arte pequeño: Se necesita, para ello, estar desvelado el día entero." Pietro tomó el pedazo de papel que inmortalizaba tan insignificante reflexión, y corrió de aquel lugar, arrastrando a su hermana, quien comprendía poco y nada de lo que sucedía.

            Dudas asaltan su joven mente. ¿Que está sucediendo? ¿Tendrá que evitar el número tres o tal coincidencia será solo producto una serie de acontecimientos desafortunados? La pequeña lo mira con ojos curiosos, somnolienta, tratando de descubrir que era lo que pasaba. Ambos salieron al jardín posterior, y la clara noche se escondió bajo el negro humo del incendio. El pequeño fragmento del libro que había sobrevivido el incendio estaba helado, gélido, pero a la vez los reconfortaba. Tan cálida estaba la noche, tan abrasadora la brisa nocturna. Paso a paso, ambos cayeron bajo los brazos de Morfeo, y el pequeño pedazo de papel terminó por quemarse. En estas altas horas de la noche, sirenas y bocinas abrieron paso a una lluvia de comentarios, llantos, esfuerzos y ayuda comunitaria. Pero los hermanos dormían, y dormirían para siempre, envueltos en el frío manto nocturno. Los últimos compases de la tercera sinfonía en re menor de Gustav Mahler suena entre las llamas. Un coro de niños canta ceremoniosamente: "¡La alegría es más profunda que la pena!, ¡Una eternidad profunda, profunda eternidad!"