domingo, 29 de mayo de 2016

Naturaleza en Llamas

     Una cicatriz atraviesa la pantorrilla como una carretera cuyo único norte es el horizonte. Los relieves naturales cuentan la historia de aquella vez, los colores irradian detalles, decorando el relato como un desierto florido. La hazaña tuvo su precio, pero la ocurrencia marco su huella, sumergida en la profundidad del cuerpo. El pulso recuerda las palpitaciones de la sangre que brotó, purgando los árboles nativos, indicando el camino como un río carmesí cuyo rumbo siempre corrió contra la corriente. Árboles, arbustos, rocas, hojas, piedras y guijarros, un sendero difuso se pierde entre olores y sonidos. Un bardo empuña su mandolino y recorre la tierra contando historias de aquella cicatriz, mientras un animal herido escapa de la muerte para atravesar su último invierno.

     Un aullido estremece la fría noche de invierno, un canto desesperado a las aureolas, una lágrima distinta a todas las demás cae sobre el pálido camino, cubierto de nieve y blancas mentiras. El lobo acecha solitario, con la cicatriz a cuestas y el dolor compungiéndole el corazón. Un pálpito disonante resuena entre sus oídos, una voz familiar le llama, pero ya no confía en nadie. Le debe su alma a la más profunda soledad, oscuro paraje para tan noble bestia. Ramas verdes, cristalizadas por el frío del tiempo, cubren el cielo sobre la ruta que lo llevará a un lugar más cálido. Verdes araucarias cubren la blanca inmensidad, mientras una neblina se escapa entre los dientes furiosos del solitario animal. La búsqueda eterna del lugar donde pertenece solo ha causado desgaste y asperezas. Su piel es más opaca, sus gestos más erráticos, su cuerpo más delgado, débil, añora años pasados donde su portento físico lo convirtió en alfa. Hoy solo puede presumir de sus cicatrices.

     Una de ellas desdibuja su rostro, haciéndolo ver casi humano. Pareciera que en cualquier minuto fuera a hablar y largarse a llorar todas las penas del mundo. La nieve se acumula sobre las ramas más altas del frondoso bosque. Una capa de hielo cubre la tierra, una de escarcha, el cielo. El frío cala hasta los huesos, pero él sigue marchando buscando su destino. Luces nocturnas juegan escondidas bajo la oscuridad, llamando la atención del solitario. Colores boreales decoran el manto estrellado, un pintor distorsiona los matices de la realidad y maneja los escenarios a su antojo. Garras gastadas por la vida dejan su huella en la blanca ruta, y los músculos acalambrados ruegan por un descanso. Los ojos claros apuntan al horizonte como dagas con un destino predestinado. Un halcón vuela sobre las cabezas de los árboles.

     Poco a poco, el bosque deja de ser tal y abre paso al lago cristalizado, donde se refractan luceros y cometas. Estrellas vanidosas se pierden en la contemplación de su propia belleza. Una garra rompe el silencio asesino, un aullido al astro opaco desvela llama a la desesperación. La bestia recorre el congelado lago mientras las llaga arden al son del viento, ritmo impecable y simétrico, sangrando la vida, abriendo las fauces para alimentarse de esperanzas y vida. Una gruesa gota carmesí rueda desde los colmillos y cae sobre el gélido suelo falso. Una grieta se abre desde el amanecer hasta el fin del horizonte, dejando escapar los colores de primavera, los olores, pájaros, ardillas y diminutas criaturas. El lobo perdió el sentido y cayó sobre su costado, inerte. Un silbido melódico lo sacó de su trance, pero ya no habían colores, olores ni pequeños animales. Soledad, infinita, y una ventisca helada quebraba las frondosas ramas de los árboles, haciéndolas caer sobre el suelo nevado, levantando el polvo blanco en suspensión. El animal persigue las nubes buscando el sol, recorre la inmensidad blanca para encontrar algo de calor al otro lado de la mañana.     

     Como perlas escarlata, los ojos de la bestia se inyectan en sangre, la espuma escapa por las comisuras de sus labios, sus garras ya no cortan, destruyen. Sus colmillos ya no desgarran, asesinan. La soledad consumió su cordura, y toda la ira del bosque se posa sobre su oído derecho, susurrando caóticas memorias de cazadores furtivos, épocas de hambruna, de frío, de dolor. La vida se le escapa por el alma, tanto odio, tanta locura, pero nadie a quien contagiar. Sobre dos pies empieza a caminar, imitando al ser más incoherente de todos. Aquel que adora la naturaleza destruyéndola a su paso. Aquel que culpa al sol por los daños que él mismo provocó. Asesino de razas, especies, el verdadero genocida. El frío cala hondo en la piel de la bestia, apretando su corazón con sus heladas manos, ahogándole la vida. En un último suspiro, el aullido aterrador remueve en sus hogares al más pequeño de cada familia, un escalofrío recorre la espalda de un cazador que observaba atento todo lo que ocurría. Hasta el día de hoy siento ese grito de desesperación como un puñal suplicando por carne en la cual hundirse. Sangre brota de mi humanidad, o lo que va quedando de ella.

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