Los pequeños pies de
Mambrú quedaban volando dentro de las botas militares. El uniforme que le
entregaron le quedaba grande, probablemente por qué nunca pensaron necesitar
gente tan joven. Trece años y Mambrú aún no se pegaba el estirón. A decir
verdad, era algo que le incomodaba, pero con toda la madurez del mundo aceptaba
que todo vendría a su debido tiempo. Las mangas le quedaban largas y al
arremangarlas, Mambrú se veía como un niño sacado de un patio de juegos y
vestido de militar. Y en realidad eso era. Si fuera halloween sería un disfraz
perfecto, la envidia de todos sus amigos. Pero es un uniforme, no un disfraz, y
hay que vestirlo como tal, con respeto, decencia y pulcritud. Mambrú está
uniformado, pero aún es un niño. Por ahora.
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