lunes, 23 de octubre de 2017

El Deporte Más Lindo del Mundo

Camina, inocente, buscando el sentido de las cosas. Él es alto, de facciones finas y pelo corto. Moreno y con ojos verdes, su caminar es tranquilo, pasivo, incluso alegre. A su lado la gente camina y se voltea, levantan su cabeza al cielo e intentan ver dónde llega su cabeza, pero la luz del sol los enceguece antes y no pueden diferenciar su pelo de las nubes negras que cubre la cuidad en invierno. Él lleva una mochila llena de recuerdos, abrazos, lágrimas y despedidas. Para todos es una mochila vacía, pero él carga con el peso de una vida en su espalda. Un polerón rojo, gastado por la vagancia, un jeans celeste por el uso y unas zapatillas que parecen tener mil años. En su mano un anillo de donde viene, y en sus ojos el horizonte.

No hay mapas ni planos, brújulas ni instrucciones que indiquen donde ir, solo un par de pies inquietos que caminan, perdiéndose entre lo desconocido. Sus brazos se mecen a la merced del viento y su pelo cuelga cargado de frío y lluvia. Su corazón es grande, pero su bolsillo pequeño. Hoy dormirá en la calle para abaratar costos. No se preocupen, está acostumbrado. La comida le es esquiva, pero la ataja con una sonrisa y buenos modales, con oído atento y corazón sincero. Le duele el alma y los huesos, tanto caminar le ha quitado la pertenencia y hoy es solo un nómade. Un trotamundos, un buscador de respuestas. En su mochila lleva un cuaderno donde anota sus añoranzas y desventuras, y cada tanto en tanto las lee, asombrándose con las historias que su pequeña mochila recolecta tras cada kilómetro, cada minuto.

Él olvidó de donde viene, pero recuerda su hogar. Allí tiene pan para comer y té para beber. Tiene una cobija para capear el frío y una cama para evadir el sueño. El cariño de su madre y el cuidado de su padre. El
Amor de su hermana y la amistad de su hermano. La monotonía de la rutina y los dolores melancólicos de ver el mismo horizonte, una y otra vez, año tras año, vida tras vida. Cautivado por el olor de la aventura, la vida le invitó a correr y él no dudó. Revisando su cuaderno ve dibujos, fotos, bosquejos, flores, caminos, saludos, bienvenidas, números de teléfono y direcciones en lugares recónditos. Postales de su viaje, como timbres de aduana. Él mira el cielo oscuro y sonríe, honesto y feliz. Su cara apunta al sol, donde quiera que esté, su pasión a lo desconocido, y sus pies hacia adelante.

A su derecha descansa su mochila, a su izquierda un perro amigo. Sobre él un cartón húmedo y sobre el suelo la dignidad de quien le hace frente a la vida. Sus zapatillas han dejado más huellas que el carbono, removido más tierra que cualquier minera, observado más estrellas que cualquier telescopio. Es callado y evita gastar el aliento, pero su risa abunda en orejas atentas y su sonrisa llena lentes a lo largo de toda la tierra. No lleva un libro, ni una cámara. No tiene gafas para el sol o un impermeable contra la lluvia. Usa la misma ropa hasta que queda hecha jirones. No tiene nada, pero es rico, pues atesora experiencias, miradas, horizontes. Guarda hambre, sed, dolor y tristeza, penas y decepciones. Camina sin cesar, nunca arrastra los pies. Sus hombros son para llevar la vida, no para mirar sobre ellos el pasado, el ayer traicionero, idealizado. 


Entre edificios se levanta junto al sol, cierra los ojos, abre los brazos y grita. Grita de vida, grita de euforia, grita de ahora, de hoy, de presente. Abre los ojos y una lágrima salta como un clavadista, directo al suelo. Él es más rápido y la ataja en el aire, la observa y luego lleva su mano sobre su pecho, a la altura de su corazón. Toma su mochila y deja, ordenadamente, los cartones apoyados en la pared para que se sequen más rápido. Hace una reverencia al perro amigo que compartió su calor, y sobre sus tobillos le dio un beso en la cabeza. El mentón elevado y su vida llena de energía entre tantas luces apagadas aún. No dan la hora del laburo y él ya camina. Pasos seguros que no saben dónde van, ideas claras sobre lo que aún no sabe. Mira el suelo y luego el cielo. El ayer no importa y mañana es un misterio. El primer paso del día, el único que importa. La ciudad a su espalda se siente vacía, ya no hay quien la cobije por las noches. Un pájaro vuela sobre su cabeza y él sonríe. La vida es un deporte maravilloso.

lunes, 2 de octubre de 2017

Rotonda


Duele. Como perder el alma en un grito desgarrador. Duele como quemar el ingenio y ver el producto estéril de horas de trabajo. Duele como solo duele la frustración de tener y perder. Duele como caer desde lo alto de un ojo al frío suelo pavimentado, convertido en una sola lágrima. Me duele, una opresión en el pecho, una angustia desesperada, una aguja que atraviesa mi torso y desangra mis sentimientos. Levanto la mirada buscando el significado a vivir. No espero nada, no busco nada. Ojos verdes desganados olvidan lo que es tener y solo piensan en lo que se ha perdido. La vida es cruel cuando la pasión traiciona el deseo. El frío de la mañana solo es opacado por la oscuridad de la misma. Los autos solo son luces que van y vienen, sin pedir perdón ni permiso. Miro el suelo y solo veo pavimento, sucio y viejo cemento que se resquebraja cada tanto en tanto. Mis hombros cansados cuelgan a la deriva y decido escuchar una canción. Miro al cielo y veo como nada es lo que parece.

Monocromaticamente, una textura incierta toma forma y cubre el cielo mañanero. El cielo se ilumina lentamente. Una guitarra inicia un punteo y me hace olvidar los dolores, las pasiones y los desencantos. Arriba surge vida, movimiento, viento y devoción. Corre sobre el vaivén de la brisa. Donde un minuto había algo hoy es todo, luego nada. Se comprime y toma forma, se dilata y olvida la misma. Colores blancos y grises se mezclan y crean formas que alimentan la creatividad del alma. Los ojos se pierden entre los colores de cielo y la mañana ya no es tan fría. Ya no es tan triste, ni desgarradora. No hay decepción ni frustración. Solo están los colores, las formas, el viento y su mano artística creando ingenio. La guitarra acelera su paso y mi corazón da un brinco de alegría. La vida es grande, el cielo enorme, mis ojos lloran. Tan simple que da risa, tan inocente, tan honesto. Miro el contorno de la imagen que la brisa dibuja con pulso preciso, como si esculpiera la lluvia de ayer y el calor de hoy. Una ráfaga se disfraza de pincel y deforma la imaginación. Lo que antes no estaba, hoy existe, independiente, autónoma, libre y llena de vida.

La guitarra apunta al cielo y deja pasar un bajo estrepitoso, vibrante, lleno de sorpresas, quebrando esquemas y olvidando que la música tiene márgenes. ¿Que limite se le puede poner al sonido? Atrévanse a decir que la vida se vive bajo estándares definidos. ¡Los reto a hacerlo! ¡La vida es más que la disrupción de lo sistematizado, la ruptura de la rutina, la alergia a la velocidad crucero! La vida es movimiento, sonido, color, textura, llanto y alegría, odio y amor, gritos de angustia y satisfacción. Los colores del cielo se queman, las formas allá arriba toman tonos ardientes, incendiarios, propios del fuego más intenso. El blanco ahora es amarillo, tal como el gris huele a cobre y el negro se torna en pasión, rojo puro y vivo. El sol escapa de entre las montañas y tiñe de colores lo que antes era un lino virgen. Lentamente, el frío da paso a una brisa tibia y sincera. Las nubes del cielo sienten ellos colores en sus barrigas expuestas y miran hacia abajo, a la tierra cubierta en cemento, contemplando como pequeñas hormigas caminan a lo largo de las líneas de un cuaderno. Calles y avenidas, pasajes y vías, todas en pos del movimiento, el transporte y la vida. El bajo intensifica su sonido y la emoción invade el ambiente. Ya nada es lo mismo.

La batería golpea la arritmia de mi corazón, acelerado, confundido. El sol se eleva, perezoso, y tiñe las nubes de colores áuricos, espléndidos. Tinta color oro corre como sangre a través de los contornos cincelados por el viento, destellando calor y luz sobre la tierra bajo su dominio. Simpático holgazán, el sol como tirano, como despótico monarca, monopolizando los colores y cobrando diezmos a todos quienes osen mirarlo. O eso quisiera él. Entre castigo de bombos y cajas agitadas, llora el sol sobre las doradas nubes, por que él nunca verá los rostros de aquellos su luz cubre. Tantos colores, tantos sentimientos que habitan en los ojos de los hombres. Ojos verdes, esmeralda, petróleo, azules, turquesa, avellana y cafés. Rostros caucásicos y morenos, negros y amarillos. Cabellos dorados, castaños, negros, cobrizos y canos. Tanto que ver y tan poco tiempo. El sol, desesperado, rompe a llorar y las nubes se le acercan para consolarlo. Los rayos de luz atraviesan a las mismas, pero generan un color dorado, nunca antes visto, y tal belleza hace girar todos los rostros hacia el lugar de donde proviene tan extraordinario fenómeno. Los ojos ya no arden, pues las nubes protegen a los hombres, los rayos ya no queman y las hormigas ya no tienen miedo. El sol logra divisar la vida en cada uno de los rostros, y el llanto que fuera angustia hoy es regocijo y dicha.

El concierto sigue y un teclado se asoma, tímido. Se mostró inseguro y tembloroso, y al principio la batería y el bajo no sabían si era buena idea incluirlo. Si fallaba una nota  podía poner en peligro todo el concierto. La guitarra se levantó y miró al pequeño teclado, con sus dientes blancos y negros intercalados. Vio la duda en los ojos de la batería y la desconfianza en el puente del bajo, y tomó una decisión. El teclado tocaría, y le dio un empujón hacia el frente. Era su momento de brillar. Miró hacia adelante y vio como los rayos dorados de luz se hacían cada vez más tenues, dando paso a los colores del atardecer. Un rojo ronroneante, un azul calmo y un naranjo cómodo. El ambiente era tibio como un café después de trabajar todo el día. Las nubes que antes formaban figuras complejas, ahora solo eran polvo en el viento, recuerdos eternos impresos en la retina. Las teclas blancas y negras se entrelazaban mientras sonaban sonidos modernos y extrañamente gráciles. Las notas precisas, progresivas, extravagantes. Extraordinario.

La brisa que vuela por sobre las nubes se llevó lo último que quedaba de estas, dejando al descubierto el cuaderno cuadriculado por donde las hormigas caminan diariamente. El sol, cansado de brillar, baja lentamente, llevándose con él los últimos rayos de luz. Al mismo tiempo una voz entra entre los instrumentos. Canta, grita agudo. Una voz, dos voces, mil voces. Una garganta. Notas altas y tonos armoniosos escapan en orden, saltando entre tonos, jugando con las entonaciones, saltando los compases como si fueran vallas en una carrera. El sol casi se ahoga en el mar y la voz persiste en su canto enérgico. Los colores se oscurecen y los rojos dan paso a los negros, el cobre se torna gris y todo el resto es azul, oscuro como el fondo Del Mar. El sonido crece y la canción está en su apogeo. El éxtasis invade los oídos, llena el cielo, que se oscurece a medida que pasan los compases. La métrica se olvida, el progresismo avanza y vuela por donde antes las nubes descansaban, colgando de la brisa.

La voz se calma, las notas agudas ahora son más graves, más tranquilas. El teclado se deja estar y afloja la intensidad. Ahora es un trio solamente. Guitarra, bajo y batería. Suena increíble. Notas orbitan la tierra y caen en los oídos como tiernos pétalos. La batería cesa su percusión y el bajo calma su vibrar. La noche cae sobre los instrumentos y aparecen las primeras estrellas, curiosas. Se preguntan hacia dónde va esa hormiga trabajadora, subiendo la gran avenida. La luna bosteza y abre los ojos, es la hora de brillar. Mira el suelo y todo está calmo. La guitarra toca las últimas notas del día y todo se sume en silencio. La calma invade la noche y el velo oscuro cubre el tablero de cemento. Una fina capa de frío cae sobre la tierra, y sobre esta, el rocío. Nada se mueve, excepto esa pequeña hormiga que camina con sus ojos verdes. Las estrellas sonríen y juegan entre ellas. Una que otra salta al vacío y hace que todos los hombres se exalten. Mientras, la hormiga sigue su camino, llegando a Plaza Italia. Allí, gira en torno a la rotonda y vuelve por su camino. La mañana siguiente, otra canción sonará, otros instrumentos tocarán y otras nubes volarán en lo alto del cielo. O tal vez lo hagan más bajo y se conviertan en neblina. Tal vez llueva, o haga un calor infernal. Tal vez la hormiga no esté allí mañana. El silencio es total, solo la brisa deja un suspiro en el aire, una queja, un sollozo. Una sonrisa. Una rotonda.


Con Una Rosa Azul



Una rosa azul cuelga de sus dedos, nerviosos. Parece de mentira, esas que tiene el tallo plástico y los pétalos de tela, pero no importa, el piensa que duran más. ¿Eso es lo que importa no? Que dure. Su cuerpo se balancea al ritmo del tráfico, todo por qué su ansiedad no le permite estar sentado. La micro frena y el se inclina hacia adelante, y cuando acelera se afirma del fierro más cercano para evitar irse para atrás. Se pone de puntillas para amortiguar las subidas y bajadas que el camino mal pavimentado presenta, toda una travesía. Él debe tener dieciséis años, o al menos eso parece. Parece solo un chico, pero mira por la puerta con decisión. Ve como se acerca el paradero donde debe bajarse y se muerde el labio. Levanta la cabeza y deja de mirar al suelo, el destino es el dueño de su suerte ahora. 

¿Irá a proponerle que estén juntos hasta que la plástica rosa se marchite? ¿O acaso pedir perdón por tantos errores? ¿El color favorito de ella será el azul, o acaso es un de él? La puerta se abre y veo como toma una bocanada de aire, como si supiera que en breves momentos el no podría respirar. Él no sabe que lo observó, sus facciones chilenas, su rostro moreno. Su pelo desordenado meciéndose al ritmo de los semáforos. Baja de la micro y no mira hacia atrás en ningún momento. Conoce su norte y no piensa cambiarlo, sabe lo que le espera y decide enfrentarlo. Nada sabe de la vida, solo cree entender lo que siente y mira al cielo esperando tener razón. Su mano sostiene con fuerza la rosa azul y decide emprender camino hacia la plaza, punto de encuentro de tantos amores adolescentes. Su corazón late acelerado y sus manos transpiran como si estuviese corriendo por su vida. Y eso es lo que hace, corre por su vida, solo que esta carrera no se corre con las piernas, sino con el corazón.

La micro deja atrás al joven enamorado y de a poco el horizonte cambia, dejando al pequeño moreno solo en su camino hacia la verdad. Buena suerte, amigo mío, compañero de travesías, pensamientos y emociones. Puede que la micro haya avanzado y olvidado tu paso por ella, pero yo no lo haré, así como esa roza jamás olvidará mi mirada curiosa cuando la vi por primera vez. Espero volver a encontrarte, ya sea en un paradero o en alguna micro, pero ahora con tu pareja de la mano, y no sólo con una rosa azul y artificial.

Como un Niño


Sentado en el pasto del parque, con su hermano durmiendo como si fuera dueño del lugar, Pedro me dijo una frase que nunca más pude olvidar: "La felicidad es algo tan simple". Él tiene siete años, mientras yo tengo cuarenta y cinco. Treinta y ocho años de vida, de llantos, alegrías, carcajadas, sollozos, resoplos, enojos, decepciones y sorpresas. Treinta y ocho años que emprendieron vuelo sobre el viento y se perdieron, inspirados por una sola frase. Tanta vida y tan poca experiencia, es lo único que pude pensar. Pedro en sus tiernos siete años descubrió el secreto de la felicidad, y lo compartió de manera gratuita conmigo. No hizo un libro de autoayuda para venderlo como el próximo best seller, ni hizo un vídeo en blanco y negro en YouTube para tener millones de seguidores y visitas. No ofreció cursos elementales sobre la felicidad ni un estilo nuevo de yoga para encontrar el camino de cada uno. Pedrito me lo dijo, con sinceridad, por qué para él la felicidad es algo tan simple que no necesita ser enredada, complejizada ni enseñada como una materia filosófica. Para él la felicidad es simple, y la verdad es que tiene razón.

Somos nosotros, los adultos, quienes intentamos decorar la felicidad con palabras rimbombantes, llenas de sonido y faltas en contenido. Somos nosotros quienes tratamos de demostrar que nuestra concepción de la felicidad es más completa que la del vecino, y por ende, más platónica e inalcanzable. Somos nosotros los que ponemos estándares irreales, injertos de otras culturas. Somos nosotros, en definitiva, quienes ponemos los peros después de el "estoy feliz", solo por qué no logramos entender que la felicidad no es la satisfacción completa de las necesidades infinitas que aquejan al ser humano. Pedrito me dijo que no, y creo que tiene razón. Y la tiene por qué cuando tú le preguntas a un pequeño si es feliz, el no mira más allá de su nariz buscando las cosas que le pueden hacer falta. Los pequeños miran sus manos vacías y dicen que si, mientras abrazan, asfixian, la pierna del progenitor más cercano, por qué para ellos la felicidad radica en lo que se tiene ahora, en lo que está, en lo que entienden. Un pequeño no va a ser infeliz por qué no tiene el último juguete. Seguramente va a perder la compostura y proceder a un berrinche de proporciones apocalípticas, pero una vez la tormenta pasa, cuando vuelve a tomar la mano que lo guía por el sendero oscuro y escarpado que es la infancia, dice que es feliz. Y es feliz por qué mira lo que tiene y olvida lo que no. Así de simple.


Y toda la vida nos enseñan a ser adultos. O algo así, en realidad. Nos piden madurez, nos exigen responsabilidad y nos entregan deberes que deben ser cumplidos con rigurosidad, por qué esa es la labor del adulto. No me malentiendan, por supuesto que los deberes y la responsabilidades son inherentes a la vida adulta, miramos hacia el futuro con el afán de prevenir, evitar posibles lamentos que algún error pueda generar. Pero por culpa de estos somos muchos los que nos volvemos ciegos del presente, por qué buscamos respuestas para el problema de mañana en vez de contemplar la solución de hoy. Pedrito me preguntaba por qué a los niños les enseñan a ser adultos, pero a los adultos nadie les enseña a ser niños, y la verdad es que no supe que responder. En realidad si, si sabía que decir, y me hubiera dado vueltas sobre el tema de que el adulto tiene cosas que hacer y que no puede concentrarse en la vida como lo hace un pequeño. Pero no lo dije, por qué Pedrito es un niño de preguntas excepcionales, y para tales preguntas las respuestas corrientes no valen. No podía decir que las cosas eran así por qué hay que comportarse como adulto y no hay tiempo para ser niños, siendo que en realidad niños es lo que deberíamos ser siempre que recibimos un cumplido, damos un abrazo, nos reímos, alegramos y cantamos. Amantes del presente. Deberíamos ser como Pedrito cada vez que llora, se enoja o tiene algún pensamiento de envidia, celo o descripción. Olvidar y perdonar, entender que las cosas pasan y lo que queda es el presente. Si aprendiéramos a vivir como niños, seriamos mejores adultos.