Camina,
inocente, buscando el sentido de las cosas. Él es alto, de facciones finas y
pelo corto. Moreno y con ojos verdes, su caminar es tranquilo, pasivo, incluso
alegre. A su lado la gente camina y se voltea, levantan su cabeza al cielo e
intentan ver dónde llega su cabeza, pero la luz del sol los enceguece antes y
no pueden diferenciar su pelo de las nubes negras que cubre la cuidad en
invierno. Él lleva una mochila llena de recuerdos, abrazos, lágrimas y
despedidas. Para todos es una mochila vacía, pero él carga con el peso de una
vida en su espalda. Un polerón rojo, gastado por la vagancia, un jeans celeste
por el uso y unas zapatillas que parecen tener mil años. En su mano un anillo
de donde viene, y en sus ojos el horizonte.
No
hay mapas ni planos, brújulas ni instrucciones que indiquen donde ir, solo un
par de pies inquietos que caminan, perdiéndose entre lo desconocido. Sus brazos
se mecen a la merced del viento y su pelo cuelga cargado de frío y lluvia. Su
corazón es grande, pero su bolsillo pequeño. Hoy dormirá en la calle para
abaratar costos. No se preocupen, está acostumbrado. La comida le es esquiva,
pero la ataja con una sonrisa y buenos modales, con oído atento y corazón
sincero. Le duele el alma y los huesos, tanto caminar le ha quitado la pertenencia
y hoy es solo un nómade. Un trotamundos, un buscador de respuestas. En su
mochila lleva un cuaderno donde anota sus añoranzas y desventuras, y cada tanto
en tanto las lee, asombrándose con las historias que su pequeña mochila
recolecta tras cada kilómetro, cada minuto.
Él
olvidó de donde viene, pero recuerda su hogar. Allí tiene pan para comer y té
para beber. Tiene una cobija para capear el frío y una cama para evadir el
sueño. El cariño de su madre y el cuidado de su padre. El
Amor de su hermana y la
amistad de su hermano. La monotonía de la rutina y los dolores melancólicos de
ver el mismo horizonte, una y otra vez, año tras año, vida tras vida. Cautivado
por el olor de la aventura, la vida le invitó a correr y él no dudó. Revisando
su cuaderno ve dibujos, fotos, bosquejos, flores, caminos, saludos,
bienvenidas, números de teléfono y direcciones en lugares recónditos. Postales
de su viaje, como timbres de aduana. Él mira el cielo oscuro y sonríe, honesto
y feliz. Su cara apunta al sol, donde quiera que esté, su pasión a lo
desconocido, y sus pies hacia adelante.
A
su derecha descansa su mochila, a su izquierda un perro amigo. Sobre él un
cartón húmedo y sobre el suelo la dignidad de quien le hace frente a la vida.
Sus zapatillas han dejado más huellas que el carbono, removido más tierra que
cualquier minera, observado más estrellas que cualquier telescopio. Es callado
y evita gastar el aliento, pero su risa abunda en orejas atentas y su sonrisa
llena lentes a lo largo de toda la tierra. No lleva un libro, ni una cámara. No
tiene gafas para el sol o un impermeable contra la lluvia. Usa la misma ropa
hasta que queda hecha jirones. No tiene nada, pero es rico, pues atesora
experiencias, miradas, horizontes. Guarda hambre, sed, dolor y tristeza, penas
y decepciones. Camina sin cesar, nunca arrastra los pies. Sus hombros son para
llevar la vida, no para mirar sobre ellos el pasado, el ayer traicionero,
idealizado.
Entre
edificios se levanta junto al sol, cierra los ojos, abre los brazos y grita. Grita
de vida, grita de euforia, grita de ahora, de hoy, de presente. Abre los ojos y
una lágrima salta como un clavadista, directo al suelo. Él es más rápido y la
ataja en el aire, la observa y luego lleva su mano sobre su pecho, a la altura
de su corazón. Toma su mochila y deja, ordenadamente, los cartones apoyados en
la pared para que se sequen más rápido. Hace una reverencia al perro amigo que
compartió su calor, y sobre sus tobillos le dio un beso en la cabeza. El mentón
elevado y su vida llena de energía entre tantas luces apagadas aún. No dan la
hora del laburo y él ya camina. Pasos seguros que no saben dónde van, ideas
claras sobre lo que aún no sabe. Mira el suelo y luego el cielo. El ayer no
importa y mañana es un misterio. El primer paso del día, el único que importa.
La ciudad a su espalda se siente vacía, ya no hay quien la cobije por las
noches. Un pájaro vuela sobre su cabeza y él sonríe. La vida es un deporte
maravilloso.