Sentado en el pasto
del parque, con su hermano durmiendo como si fuera dueño del lugar, Pedro me
dijo una frase que nunca más pude olvidar: "La felicidad es algo tan
simple". Él tiene siete años, mientras yo tengo cuarenta y cinco. Treinta
y ocho años de vida, de llantos, alegrías, carcajadas, sollozos, resoplos,
enojos, decepciones y sorpresas. Treinta y ocho años que emprendieron vuelo
sobre el viento y se perdieron, inspirados por una sola frase. Tanta vida y tan
poca experiencia, es lo único que pude pensar. Pedro en sus tiernos siete años
descubrió el secreto de la felicidad, y lo compartió de manera gratuita
conmigo. No hizo un libro de autoayuda para venderlo como el próximo best
seller, ni hizo un vídeo en blanco y negro en YouTube para tener millones de
seguidores y visitas. No ofreció cursos elementales sobre la felicidad ni un
estilo nuevo de yoga para encontrar el camino de cada uno. Pedrito me lo dijo,
con sinceridad, por qué para él la felicidad es algo tan simple que no necesita
ser enredada, complejizada ni enseñada como una materia filosófica. Para él la
felicidad es simple, y la verdad es que tiene razón.
Somos nosotros, los adultos, quienes
intentamos decorar la felicidad con palabras rimbombantes, llenas de sonido y
faltas en contenido. Somos nosotros quienes tratamos de demostrar que nuestra
concepción de la felicidad es más completa que la del vecino, y por ende, más
platónica e inalcanzable. Somos nosotros los que ponemos estándares irreales,
injertos de otras culturas. Somos nosotros, en definitiva, quienes ponemos los
peros después de el "estoy feliz", solo por qué no logramos entender
que la felicidad no es la satisfacción completa de las necesidades infinitas
que aquejan al ser humano. Pedrito me dijo que no, y creo que tiene razón. Y la
tiene por qué cuando tú le preguntas a un pequeño si es feliz, el no mira más
allá de su nariz buscando las cosas que le pueden hacer falta. Los pequeños
miran sus manos vacías y dicen que si, mientras abrazan, asfixian, la pierna
del progenitor más cercano, por qué para ellos la felicidad radica en lo que se
tiene ahora, en lo que está, en lo que entienden. Un pequeño no va a ser
infeliz por qué no tiene el último juguete. Seguramente va a perder la
compostura y proceder a un berrinche de proporciones apocalípticas, pero una
vez la tormenta pasa, cuando vuelve a tomar la mano que lo guía por el sendero
oscuro y escarpado que es la infancia, dice que es feliz. Y es feliz por qué
mira lo que tiene y olvida lo que no. Así de simple.
Y toda la vida nos
enseñan a ser adultos. O algo así, en realidad. Nos piden madurez, nos exigen
responsabilidad y nos entregan deberes que deben ser cumplidos con rigurosidad,
por qué esa es la labor del adulto. No me malentiendan, por supuesto que los
deberes y la responsabilidades son inherentes a la vida adulta, miramos hacia
el futuro con el afán de prevenir, evitar posibles lamentos que algún error
pueda generar. Pero por culpa de estos somos muchos los que nos volvemos ciegos
del presente, por qué buscamos respuestas para el problema de mañana en vez de
contemplar la solución de hoy. Pedrito me preguntaba por qué a los niños les
enseñan a ser adultos, pero a los adultos nadie les enseña a ser niños, y la
verdad es que no supe que responder. En realidad si, si sabía que decir, y me
hubiera dado vueltas sobre el tema de que el adulto tiene cosas que hacer y que
no puede concentrarse en la vida como lo hace un pequeño. Pero no lo dije, por
qué Pedrito es un niño de preguntas excepcionales, y para tales preguntas las
respuestas corrientes no valen. No podía decir que las cosas eran así por qué
hay que comportarse como adulto y no hay tiempo para ser niños, siendo que en
realidad niños es lo que deberíamos ser siempre que recibimos un cumplido,
damos un abrazo, nos reímos, alegramos y cantamos. Amantes del presente.
Deberíamos ser como Pedrito cada vez que llora, se enoja o tiene algún pensamiento
de envidia, celo o descripción. Olvidar y perdonar, entender que las cosas
pasan y lo que queda es el presente. Si aprendiéramos a vivir como niños,
seriamos mejores adultos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario