Un árbol
se alza sobre el resto como un cuchillo rasgando el cielo. Sangre y sol escapan
de una herida tan larga como el horizonte. Los pájaros sobrevuelan el espejo
salpicado de rojo y amarillo, sombras vuelan al son del viento, arriba y abajo.
Puntas de lanza rompen el mar, separándolo de sus raíces, de su historia. Así
comienzan los recuerdos.
Una
corriente austral surca el manto negro de la noche, velo manchado de blanco y
luz, atravesándolo como una espada cegadora. Arboles se balancean con los
brazos abiertos esperando el abrazo de la brisa. Cubiertos de musgo y tiempo,
de vida y memoria. Alfileres amenazando con agujerear el cielo. Nubes jugando
entre ellas, coqueteando con el sol. Blancas y negras, acompañando a todos los
matices de grises. Algunas cargadas de pena, otras de calor. Maravillas de una
isla recóndita, de una isla del sur.
Una nube
observaba desde las alturas a las hormigas peregrinado ras, caminando de isla
en isla, vagando de madera en madera, de islote en islote. Y de que me sirve
escribir, si no puedo describir en texto lo que siento. Miro a mi alrededor y
veo colores, siluetas, cosas, personas. Vida. Veo como las calles se acumulan
en mi memoria a medida que pasan. Arbustos y arboles, animales y flores. Un
perro llama mi atención y olvido en que estaba pensando. La historia de mi
vida. Casas de colores, celestes, amarillas, con arreglos que desvían la mirada
de sus imperfecciones y otras un tanto más sobrias. La velocidad se hace
insoportable. Tanto que ver y tan poco tiempo. Un gracias de una niña que baja
del bus y mi corazón da un salto tímido. Se siente un poco más tibio en este
sur recóndito. Sur que es hogar de fríos glaciares y magia autóctona. La música
me ínsita a cantar, bailar y observar. Ser Feliz. Tanta gente y tantas
historias. ¿Cómo poder conocerlas todas? Rostros conocidos como fantasmas de mi
hogar caminan arrastrando los pies, cansados de recorrer este sur eterno, sur
precioso. El sol calienta los rostros y la vida baila al son del viento.
Pájaros blancos pasean por su casa, mirándome con curiosidad. Un menudo tipejo
de azul con su pequeña libreta negra y un lápiz gastado por tanto movimiento,
por tanto caracoleo sin rumbo sobre un papel manchado de viaje. Las curvas del
camino sueltan casas rodeadas de bosque y la brisa se lleva los palafitos. La
marea observa hambrienta.
El cielo
despejado está pidiendo a gritos un volantín, un avión de papel, una estrella.
Dedos sucios acarician un perro solitario, hijo del rigor. Se oscurece y la
noche presagia música alrededor de un fuego fatuo. Se congrega la gente y las
gargantas se ensanchan llenas de brío, rebeldía y libertad. No son de nadie mas
que de la vida, hijos de esta, conquistadores de los días, amos de sus destinos
aunque sea por un minuto. ¿Quién podrá detenerlos? Nada menos que la
inclemencia de un clima caprichoso y picarón. Lluvias torrenciales se
aproximaron inminentes mientras los viajeros sienten la duda carcomer la
conciencia por primera vez. ¿Pero que es de la aventura sin incertidumbre? El
desconcierto dice presente y el viento mueve las ramas imitando el ruido de las
cascadas que los esperan. Esa es la señal.
Una larga
espera genera ansiedad, pero la recompensa lo vale. Una vista única,
inigualable, irrepetible. Maderas que llegan a un acantilado infinito, rodeado
de horizonte y naturaleza. Las olas rompen a lo lejos con valentía y producen
una música delicada que hace juego con
el silencio, dejando un eco de lo que luego será espuma, luego viento. Un
camino se encumbra por el lado entre arboles centenarios, guardianes de la
majestuosa vista que se alza bajo los aleteos furiosos de las gaviotas.
Caballos salvajes galopan a lo largo de los verdes manteles y la espesura
arbórea de este paraje mágico. Alfombra de pasto manchada en flora, cubierta de
fauna. Pájaros miran con superioridad a las criaturas mundanas mientras se
mecen sobre el viento frío de Chiloé. Un horizonte azul y eterno nos saluda
amistosamente. Somos pasajeros en un tren al sur, escuchando Los Prisioneros.
Una guitarra desconocida llena el paisaje de acordes alegres mientras las
cuerdas acompañan al sol y la brisa, en un tibio día de verano. La vida es
bella. La vida es buena. La vida hoy es una mezcla de azul, verde y música.
Cielo, tierra y sol. La vida hoy está llena de vida.
Si, de
vida. ¿Qué es la vida sino sentir la ráfaga marina en tu rostro? ¿Sin saborear
el verde color del pasto? ¿El naranjo tronco del arrayan? ¿Existe, acaso, vida
sin movimiento? Un caballo veloz, un gato curioso y un perro faldero. La vida
como el paso frenético de un pájaro caminando sobre la arena humedecida por el
frío mar de este gélido y cálido sur. Eléctrico caminar tiene aquel que vuela,
mas nunca corre, pues la prisa siempre le persigue, pero nunca le alcanza. Un chirigüe
dibuja una trayectoria sublime en un cielo secuestrado por nubes que se
avecinan grises. Diminutas gotas saltan al vacío desde trampolines de algodón y
aterrizan entre las líneas que esperan el contacto de la tinta. Los arboles
amenazan con despegar del suelo que los vio crecer, sus copas corren de ida y
vuelta desesperados, buscando sentido a lo que sucede. ¡Alguien asesinó al sol
y las nubes usurparon su lugar! Como cincuenta puñales de luz atraviesan el
nubarrón que cubre nuestras cabezas mientras el viento cabalga penando el verde
pastizal que nos rodea. Nosotros, sobre un pavimento alienado, miramos el
horizonte y esperamos que la garuga se convierta en lluvia, luego en nada. Un
pequeño techo de madera nos protege de la lluvia inmisericorde y una conversación
amena hace que todo sea un obstáculo franqueable, solo un detalle más de este
paisaje fantástico.
Piso el
freno entre tanto movimiento y dejo que el calor de una cazuela reconforte mi
alma. Tibio manjar familiar para quien sufre en el corazón de nostalgia. El
agua como fiel compañera y los rostros de siempre, donde siempre, junto a risas
y ocurrencias, relatos y desafíos. Un almuerzo tranquilo y las energías
renovadas. Ha vuelto la calma entre la tormenta y, aunque es poco lo que
sabemos y la incertidumbre mina el paso, no existe mejor sensación que tirarle
una gambeta a la vida y salir airoso. Cuanto me hace falta una pelota por estos
lados. Acariciarla con el empeine y verla volar a ninguna parte. Las nostalgias
de casa y lo que nos depara el futuro. Se me viene a la mente una frase del
flaco: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir, que todo tiempo por pasado fue
mejor”. Que grande el flaco
El viaje
es largo, pero la vista es extraordinaria, tanto así, que logró secuestrar mi
atención que hasta ahora estaba religiosamente posada en el libro que me regalo
mi hermano. Todo se detiene a tiempo, incluso la brújula que nos guiaba hasta
entonces. La intención fue más que la duda, la resistencia más que la
incertidumbre. Dimos un paso al frente y nos vimos en las fauces del
acantilado, caímos de pie, cantamos y reímos. Entre perros y lluvia llegamos al
bosque, un lugar tocado por la magia sureña, por la circunstancia, por el
destino. Y celebramos. Vaya que celebramos. Cáliz rojo hijo de la parra laburadora,
paseando sobre la mesa como Pedro por su casa. Esta era su casa.
La mañana
asusto con las inclemencias propias del sur, mas la luz dominó la escena y los
verdes colores rodearon a los protagonistas, más verdes que nunca. Frente a
ellos un puente de arena se levanta entre las olas pacificas y los vientos
oceánicos. Un pequeño faro al final del camino iluminó el día y botes a la
deriva acarrearon magníficos delfines, agujas cosiendo un hilo blanco a lo
largo del mar sereno. Una isla tranquila y el avistamiento de un horizonte cada
vez más cerca, cada vez más enorme e inabarcable. Satisfacción y sorpresa.
Sonrisas y palmadas en la espalda. Una noche larga con sabor a añejo, a
nostalgia. Cuatro puntas como cuatro esquinas en un mazo del que salen cartas
que parecieran no acabar nunca. Más que nada aces y reyes, no tanta reina y uno
que otro siete travieso. El viento nocturno se acabó antes del amanecer, se
cambio el bosque por el cemento y la vida sigue el curso inexorable del tiempo.
Sobre la
hora se acogió al viajero y este emprendió el paso hacia el festejo, el vicio y
la euforia. La música emanaba por los poros y la estruendosa risa hacia eco en
los vasos vacíos sepultados en la mesa. Licor de malta y cebada, colores opacos
y sabores curiosos. Una mano conocida azotando las cuerdas de la fiesta y el
descontrol se hizo general. Cuando el velo negro se posó sobre el escenario,
solo quedó respirar profundo y hondo, tomar la mejor peor decisión posible y
olvidarse de que podría existir un mañana. Entre balones y pelotas se perdieron
los textos, mas se encontraron sentimientos escondidos y agobiados por tanto
caminar. Una risa juvenil despierta el ímpetu dormido y los pies experimentados
cometieron los mismo errores de inocente niño. La memoria nunca es fiel al momento
de ponerla a prueba.
Un navío
surca el mar, confuso y desentonado. Voces inentendibles hablan dialectos
extraños, buscando ser comprendidas por orejas ignorantes. Sobre el océano se
encumbran montañas de mar y tiempo, inclemencia y destino. Aves eternas nos
deslumbran con colores monocromáticos y nosotros no entendemos nada. Todos los
caminos van hacia delante y la vida solo corre en línea recta, apuntando a
ningún lado. Más que un juego de azar, parece ser de destreza. No se confundan,
solo parece serlo.
Entre dos
cumbres verdes se abre el inmenso océano, en cuyo horizonte solo se encuentran
islas desconocidas en parajes paradisiacos. No lo se, para ser honesto, pero es
probable. Un vendaval travieso se desata entre ramas y estrellas, trayendo consigo
lagrimas de cielo que caen a la tierra danzando en un compas a tres cuartos,
vals del viento, de la lluvia. Olor a pradera, a bosque, a sur. Las almas se
estremecen en sus pesados sueños, el cansancio puede más que el movimiento. El
silencio se disfraza y ruidos naturales llenan las nubes de eco infinito. Los
pájaros se esconden y un perro fiel descansa bajo la mesa, acostumbrado a este
enorme pequeño sur. El mar golpea la costa y esta se queja, una melodía
compuesta por el tiempo, dirigida por ninfas que afinan la naturaleza a su
placer. Una sinfonía escandalizada comparte los frutos de miles de ensayos. Mil
años e incluso más, contando, bailando, tocando y sintiendo. Una naturaleza
móvil, viva. Un verso sincopado y todo muere en silencio cuando despiertan al
sol. Parece que acabo la fiesta.
Soy un
tonto, un estúpido enamorado de un pedazo de tierra inmóvil. Eso pensaran los
escépticos. Es un pedazo de tierra inmóvil y frenéticamente animada. Me enamore
del olor a aventura que habita cada rincón de esta pequeña y misteriosa isla,
enorme e inexplorable tierra. Aunque a ratos una mano usurpadora reclame por
ignorancia lo que no le pertenece y labure sobre cifras y no cisnes, la isla
invade los sentidos, llena de color el olfato, de sabor al contacto. Se escuchan
paisajes increíbles y mi boca se llena con palabras llenas de sentido. La vista
siente la brisa marina y los ojos se cierran junto al aliento chilote. Se llena
la vida de vida, de saludos furtivos, sonrisas fugaces, melodías nostálgicas,
recuerdos tiernos de un ayer verdadero y real. Verdaderamente real. Aunque
tanta palabra suene a paja intelectual y molido sin sentido, cada letra dice
algo y tiene su razón de ser, tinta azul desparramada en un orden socialmente
acordado, más no reglado. La vida es demasiado linda para no rodearla de
adjetivos que la encumbren, aunque todo lo dicho jamás logre colorear los
sentimientos con la fuerza que merece.
Casas
salidas de una paleta traviesa y un ingenio germánico le dan un broche de oro
al viaje que nunca acaba. El horizonte siempre es largo y lejano, más las ganas
de perseguirlo solo abundan, rodeado de chirigües y zarapitos, petirrojos y silbidos.
Graznidos perennes en la memoria de los que escuchamos y cantos atronadoramente
suaves como pista de sonido en un video que se repite por siempre. El tiempo se
disfraza de estatua y juega a perderse mirando hacia delante, siempre hacia el
horizonte. Ninguna nube será demasiado oscura o día muy soleado. Una voz lejana
murmura algo a mi lado y una caja de música entona “Si vas para Chile” de Chito
Faró. Suena un cierre viejo y la mochila cierra sus fauces con el estomago vacío.
Me mira con pena y le devuelvo una mirada de esperanza. Esto no ha terminado.