jueves, 22 de marzo de 2018

Un Rincón de Sur


En un camino perdido entre verdes colores, autóctonos y vírgenes, se encuentra el sol sobre un indómito paraje. Sonidos esencialmente sureños invaden el silencio y lo secuestran entre trinos y graznidos. La escena es impresionante. Diminutos aleteos se pasean de vez en cuando, y una leve brisa es atajada por árboles ancestrales. La periferia se vuelve inmensa una vez la cima es conquistada, no existen banderas ni palabras de apoyo, solo el aliento exhausto y lo que queda de un “no voy a poder” son los vestigios de un sonido que hace eco a lo largo y ancho de este sur inmenso, sur precioso. Tanto que decir y tan pocas palabras. ¿Hasta donde nos permite el intelecto transcribir lo que vemos? Nada más ni nada menos que una maravilla verdiazul se encumbra frente a los ojos de un aventurero derrotado y agobiado por el día a día de una voluntad maltrecha. La vida es un deporte magnífico.

La mirada castigadora de las estrellas repartidas por la negrura eterna de la noche se posa sobre mis tímidos pasos. Nadie dice nada y el silencio se proyecta hacia el infinito,. Mientras tanto, el ladrido furtivo de un can paranoico y el oído atento de un ser tan despierto como la tierra misma, secuestran el vacío de esta nocturna velada. El polvo duerme bajo el peso de la lluvia y el camino parece más fresco y renovado. Un mugido se escapa de lo normal y toda la atención se vierte a la vaca en cuestión. El cielo estrellado se ve carcomido por las negras nubes que invaden la vista con su ingrata presencia, maestras del momento e integradoras de la escénica ¿Que sería de un paisaje sureño sin una nube furtiva? El lago refleja la imagen nocturna y las estrellas bailan sobre el agua, traviesas. Una luna escondida busca su lugar, pero hoy le ha tocado feriado y este es irrenunciable. Pobre luna, tantas ganas que tenia de salir a iluminar las infinitas perlas que forman el camino. 

Más infinitas que los granos del eterno desierto son las tintineantes estrellas que decoran con tanto ahínco la noche perenne. El sonido lejano se pierde entre altas ramas de arrayán y grillos cantores. El quejido de un río lejano completa el silencio y lo hace dulce, apacible. Caminos demarcados por antorchas de la noche sobrevuelan mi conciencia y ocupan mi pensamiento, alojan en mi mente sin pedir perdón ni permiso. Las siluetas de los árboles centenarios se esbozan sobre este manto infinito, pintado de azul, blanco y negro. Oscuro como la túnica que cubre a la muerte, la noche se extiende a todo lo ancho del horizonte y me invita a olvidarme que existo, que soy, que estoy aquí y ahora ¿Como no querer ser siempre uno más entre tanta luz cegadora? Estrellas apostadas en los caminos de las constelaciones como luminarias en un callejón sin salida. El camino es largo, pero también lo es la noche. Y la luna sigue misteriosamente ausente.

El camino seco y bañado de noche se convierte en un pequeño bosque verde. Lo que antes era fresco ahora es tierra, inclemencia del clima, desdén del tiempo. La piedad no es una característica de la vida, pero tampoco lo es la desesperanza. Hay tantas estrellas que pareciera que pesan sobre mi mirada atónita y el paso rastrero que me lleva hacia adelante se vuelve inercia, energía independiente con voluntad propia, siempre hacia adelante, irracional, instintivo. El silencio se consume lentamente como una leña en el fuego, despide humareda y grita presente en un lugar donde todo lo que está parece mágico, y lo que falta se nota auténtico. Vestigios del hoy se camuflan entre los últimos segundos de la madrugada y el cansancio pasa la cuenta. Otro sol, otra luna, otro cielo despejado. El reflejo celeste de los árboles costeros y las montañas presuntuosas, una roca se ve a lo lejos y parece ser que no siempre fue así. Una maravilla de paisaje. Un recóndito rincón de sur atesorado en la pupila atenta, imagen impregnada de olores y sonidos, texturas y sabores. Color de vida, teñido de verde y azul.

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