jueves, 22 de marzo de 2018

Hasta la Proxima



            Hora punta, o tal vez no tanto. Miradas furtivas llenas de vergüenza se cruzan en un espacio lleno de indiferencia. Pantallas brillan iluminando los ojos de sus usuarios. Toca una combinación y todos bajan, todos suben. Como en un ajedrez confuso, las piezas se mueven para ocupar algún lugar preciado, pues todos tienen preferencias distintas. Acá no existen reyes, reinas, alfiles ni torres, mucho menos caballos. Solo existen peones cansados por una rutina que asfixia y los deja exhaustos. Pero entre esas figuras blancas y negras se encuentra ella, tímida y confundida, curiosa, con sus ojos grandes y profundos. Dentro de esta cultura donde solo es aceptable mirar los zapatos propios y evadir a toda costa el contacto visual, nuestros ojos se encontraron, traviesos, a la altura de Los Leones. Como dos canicas dentro de aquel infantil juego, sentí como sus ojos empujaron a los míos fuera del circulo donde se desarrollaba ese juego. Lo perdí todo detrás de esas perlas redondas e inocentes. La brisa artificial que se siente entre los cuerpos agotados que me separaban de esos ojos profundos me inspira a dar un paso hacia delante, un paso hacia el costado, un paso osado. Entre empujones y caras de reprobación, en respuesta a mi anticonvencional movimiento, sonó la voz metálica por los altavoces, anunciando una nueva combinación. Una nueva parada interrumpe mi desesperado intento por acercarme a ella, la chica de los ojos inocentes.

            El miedo es el único sentimiento latente, el susto amenaza con fulminar mis esperanzas. ¿Se bajará? Si es que lo hace ¿La sigo?. Gente baja y gente sube. No logre librarme de la incertidumbre y cuando tome la decisión de bajar la manda de personas ya estaba ingresando al vagón. Me fue imposible pasar entre ellos y me vi amarrado a quedarme y esperar lo mejor. Traté de recordar donde, más o menos, podría ella encontrarse y di un par de pasos en esa dirección, cerrando los ojos y esperando verla cuando los abriera. Giré mi cabeza en un movimiento lleno de suspenso, ansia y terror, pero el sentimiento que lleno mi mente fue la felicidad y la sorpresa de verla aun allí, con ojos curiosos, con una postura despreocupadamente tímida. Estaba ahí, a solo un par de pasos de distancia, increíble. Una sonrisa traviesa se coló en mi rostro y más aun fue mi sorpresa cuando en el suyo una sonrisa de similares dimensiones hizo de reflejo a la mía, como si de un espejo se tratara. Un par de mejillas ruborizadas terminaban de decorar ese rostro divino mientras una mano delicada quitaba su crespo pelo de su cara, en todo lo que se podría llamar una indirecta de libro, si es que tal cosa existiera en este mundo. Su mirada bajo llena de vergüenza, pero la curiosidad pudo más y alzó su mentón, mirándome con rostro inocente y jovial, casi pidiendo permiso a esta sociedad maldita donde una mirada se censura como el más obsceno de los actos.

Los cortísimos segundos se hicieron eternos y la timidez se apodero de mi ser, paralizándome y cortándome la lengua como si de un sacrificio se tratara. No es que mi mente estuviera en blanco, sino todo lo contrario, las palabras volaban en mi mente como notas en una partitura atiborrada de sonido. Eran tantas que se atascaban en mis labios y se perdían a lo largo de mi lengua confundida. Antes de darme cuenta, el sonido ya había vuelto el ritmo a la circunstancia y llenado el vacío que estaba dejando la emoción. A la cámara lenta le sucedió una escena acelerada en la cual ella se bajo y con una mirada me suplico que también lo hiciera, para poder mirarnos eternamente en la estación. Pero sus ojos inocentes solo irradiaron desconcierto al ver como se cerraban entre nosotros las puertas del metro. Una lagrima avergonzada se ahogo en mi garganta llena de palabras y mis ojos se posaron sobre el sucio suelo del vagón donde tantas cosas había vivido.

Con una fuerza inevitable, el metro emprendió la marcha, y con él también lo hicieron esos ojos profundos y honestos que ahora me daban la espalda, mirando al horizonte que decía “salida”. Mis ojos nuevamente apuntaron al suelo y aquí estoy ahora, esperando enamorarme de nuevo.

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