lunes, 17 de junio de 2019

Encefalograma


Es como este sentimiento que se aloja dentro tuyo. Como un zángano, un parasito que se alimenta día a día de tus emociones, de la felicidad que te generaban ciertas cosas, de tus pasatiempos, de las conversaciones amenas y las risas espontáneas compartidas con la gente que te quiere. Esa sensación de vacío, de inestabilidad, de miedo por no saber que es lo que sucede, o por qué. ¿Es normal? Se que no sería la primera persona en padecer depresión o ataques de ansiedad, ¿Pero así se siente? Es como si todo lo que me pasara en el día fuese malo. Como si respirar fuese el único impedimento para llegar a un lugar mejor, más tranquilo. Esa inercia, esa falta de entusiasmo por hacer las cosas que antes hacía feliz y cantando, ese miedo a la incertidumbre de no saber quién soy ahora. Esas ganas de llorar que me invaden de repente. Buscar en internet los síntomas de estas enfermedades, cruzar los dedos por que alguien “accidentalmente” me ayude, porque no soy lo suficientemente valiente para hacer algo por mi mismo.

Quiero pedir el número de algún psicólogo, pero no lo hago. Quiero gritar en la calle que no estoy bien y que necesito ayuda, pero me da miedo. Quiero decirle a mi polola que no me encuentro bien, pero no quiero molestar. Mis amigos tienen sus propios problemas, no tienen que lidiar con los míos. Mi mamá está llena de cosas y seguro no tiene tiempo para este tipo de asuntos. Mis hermanos están ocupados y yo soy el mayor, que ejemplo les daría. Mi papá trabaja y está agobiado por que cuando llega a la casa el ambiente se siente denso. Y me enoja. Me enoja que nadie adivine que es lo que me pasa. Que nadie insista diez veces en preguntarme si estoy bien. Que mis amigos no piensen en mi. Que mi familia no piense en mi. Que mi polola no piense en mi. Y me doy cuenta que soy egoísta, ególatra, estúpido. Y me frustro. Y me da pena. Me miro y me siento gordo. Quiero ir al gimnasio, pero no me dan las ganas. Entonces pienso en leer ese libro que hace un mes me tenía tan sumergido en su mundo, pero no encuentro tiempo. Hago otras cosas, miro tele, y mientras la miro pienso que podría estar paseando a mis perros, o leyendo, o ejercitándome, o visitando a mis amigos.

Me frustro, me da pena y la decepción me carcome como la gangrena. Casi todos los problemas de la vida los tengo solucionados. Los más importantes, por cierto. Estoy en una familia acomodada, tengo estudios, se leer y escribir, no me preocupo de donde vendrá la comida o si me faltará dinero para el mes siguiente, o para esta semana, o mañana. O para hoy. Debería estar dando las gracias, mas heme aquí, quejándome por todo. Que hijo de puta más mal agradecido.

-                   “¿Cómo estás?

-          “¡Bien, gracias! ¿Y tu?”

-          “Muy bien también, gracias por preguntar.”

-          “¡Que bueno! Me alegro”

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