Las
cicatrices son los caminos de la vida impregnados en la piel, en el corazón, en
nuestra memoria. Cuando sufrimos un accidente, nuestra vida cambia, reacciona,
hacemos una oda a la Metamorfosis de Kafka y dejamos de ver las cosas de la
misma manera. Lo que una vez nos hizo tropezar, hoy nos tendrá expectantes y
atentos. Lo que una vez dolió, hoy genera recelo y desconfianza. Las personas
quedan marcadas con el recuerdo de lo que nos ocurrió, con resentimiento por la
traición, miedo por el dolor, angustia por la incertidumbre. Pequeñas fracturas
en nuestra vida tan frágil, tan voluble y caprichosa. Aquel camino que en un
principio parecía recto y fácil, hoy lo recorremos observando con el rabillo
del ojo a nuestras espaldas, esperando sentir el frío filo del puñal amigo,
arrastrando los pies para sentir los agujeros dejados en el camino por nuestros
hermanos, acariciando lentamente la acera por culpa de la desconfianza que nos
dio el “amor de nuestra vida”. Pero de eso no se trata este camino.
Aquel que
avanza es quien no pierde el tranco, quien cae, perdona, se levanta. En ese
orden. Miremos hacia atrás con una sonrisa colgada desde las orejas y
agradezcamos con un leve gesto a esas personas que nos acompañaron, dándonos
una mano al costado del camino. Riamos de historias añejadas en barricas de
roble con las personas que nos hicieron sufrir. Las lágrimas de ayer son las
que hacen florecer el campo ante tus ojos. Los obstáculos están ahí para ser
sorteados, para dejarnos lucir nuestra capacidad de sobreponernos al dolor, la
pena, la rabia. Perdonemos, abramos los ojos, no estamos solos. Quien nos daña
también sufre, también llora, también cae e intenta levantarse a costa de los
demás. No repliquemos la conducta, pero tampoco odiemos, pues solo un corazón
de hierro es capaz de encerrar la rabia sin dañar a los demás, y lentamente se
convierte en una cárcel para los deseos y sentimientos. Liberemos todo, dejemos
de pensar que todo nos pasa a nosotros. Somos un engranaje en un reloj enorme
que sin nosotros no puede dar la hora.
El Kintsugi
es el arte de reparar la cerámica quebrada con laca y polvo de oro. Buscan
aceptar que las fracturas son parte de la belleza propia de la vasija, sus
imperfecciones son lo que la hacen única, tratan el daño y la reparación como
parte de la historia de la obra, más que como algo que hay que esconder. Amemos
nuestras cicatrices, nuestras estrías, nuestros dolores y enfermedades.
Hagámoslo con una sonrisa y contagiemos de este sentimiento a quien nos vea en
la calle. Irradiemos paz, calma y perdón. No dejemos que la vida nos quite las
ganas de vivir.
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