jueves, 20 de agosto de 2020

Campos de Trigo

    El techo de mi casa es un lugar cómodo para contemplar la inmovilidad del tiempo, la templanza de los árboles que mecen su copa acariciando el cielo como si se tratara de una barriga felina. Su bamboleo me recuerda al movimiento de balancear las piernas cuando uno está sentado y no alcanza el suelo. Un sentimiento de libertad, de movilidad absoluta, donde la gravedad juega a nuestro favor y nos fomenta el alborotar de nuestras extremidades que cuelgan como hilos amarrados a las rodillas. El rugir del viento me obligó a despabilar y agarrar mi gorra antes de que esta acompañara el alegre revolotear de las tórtolas que escapan a sus nidos bajo el tenue calor de esta tarde de invierno. Tan lejos como llega el horizonte, veo como un mar de oro cubre el fértil suelo que ha sido parte de mi familia por generaciones, desde tiempos que ahora son solo memorias recubiertas de polvo entre dos tapas de cuero. Descanso mis párpados y dejo que el viento restriegue el calor de mi rostro, hinche las ropas de aire y se lleve todas mis preocupaciones junto al polen. Asomo la cabeza y pienso en el día en que todo esto pasó a ser mío.

 

    Era primavera, las lluvias de invierno habían dejado barro a su paso y eso significaba que tocaba arar y preparar la tierra para plantar las semillas que nos entregaban altruistamente su vida para nuestro sustento. Mi padre siempre me decía que darle sentimiento a las cosas que hacemos no significaba que fueran a valer más. Yo estoy en profundo desacuerdo: Una vida sin el incesante ir y venir de los corazones, no es vida al fin y al cabo. Tal vez era mi deseo de ser escritor, o pintor, o cantante, o ser bueno para alguna de esas tres cosas. Creo que nunca me rendiré con ninguna, me agrada la esperanza que entregan los sueños. Ese día mi padre partió temprano al pueblo para comprar algo que faltaba, no recuerdo que era, pero me da la impresión que se trataba de café. Siempre ha sido impresionante la cantidad de café que consume mi familia. Más que nada mi papá, él tomaba mucho café. En realidad es lo único que tomaba. A eso de las cinco llegó don Antonio, el almacenero, para contarnos que mi padre había tenido un accidente.

    Corrimos hasta el almacén y lo vimos ahí, ya tapado por una frazada, de pies a cabeza. Mi madre se mantuvo recia y compuesta, como si hubiera sabido que esto podía ocurrir. No es que mi padre fuera especialmente viejo, creo que era simplemente el hecho de que le gustaba la vida, y eso a mi madre la mantenía tranquila. Al preguntarle a alguien que estaba al momento del accidente, me comentó que fue una situación muy extraña: Mi padre caminaba por la calle principal cuando se detuvo a mirar el horizonte, dijo una frase al aire que el transeúnte no logró agarrar y luego cayó el gran cartel que colgaba a la entrada del almacén de don Antonio. Falleció al instante, sin dolor y sin darse cuenta de que es lo que había ocurrido. Recuerdo que miré al horizonte y sentí como si ese fuera un regalo de mi padre: los colores pastel se entremezclaban con la polvareda que se levantaba en la angosta calle, enmarcando el atardecer recostado sobre el prado verde que se lograba encontrar al final del camino. Al día de hoy, dibujo atardeceres cuando los lápices me llaman, canto de tanto en tanto para alegrarme el alma y escribo palabra tras palabra hasta lograr hilar una idea. Todo esto me lo dejó mi viejo: La vida puede ser un camino triste, pero siempre será una travesía hermosa

Paseo Imaginario

    Una buena parte del tiempo la pasó dentro de mi cabeza, tejiendo escenarios que nunca pasarán, situaciones imposibles y coincidencias improbables. A veces una idea gira en mi cabeza como carrusel desbocado, dando vueltas hasta el agotamiento, siempre en círculos. Otras, las más veces para ser honesto, tomo un lápiz que siempre cuelga del techo y dibujo. Bosquejo con los ojos cerrados un paisaje surrealista, una escenografía ridícula. Pinceleo, por ejemplo, una cordillera que atraviesa el océano, con árboles creciendo en sus copas nevadas, todo mientras una imponente metrópolis crece de cabeza desde el corazón de las grises nubes que cubren un atardecer acaramelado. El sol deja el reflejo caminando sobre el mar, quieto. Algunas veces el lápiz es verde, y todo depende de la fuerza con la que aplique el color, el sentimiento, la forma, la textura. El sonido del grafito paseando sobre la blanca tela infinita del imaginario.

 

    A veces no tomo ningún lápiz, ni una brocha, ni pinceles. A veces tomo una cámara que dejo en un velador gastado y tomo fotos de lo que pasa en mi cabeza. Atardeceres llenos de viento, nubes que surcan los cielos, aleteando enérgicamente, migrando a climas más cálidos o más fríos. Me he encontrado con rostros, saludos, siluetas. Luces y sombras. Amigos y conocidos, y un poco de cada uno. Hoy, por ejemplo, cerré los ojos y vi una pequeña ventana, dejando entrar el tiempo, que corría deprisa. Dentro de su marco podía ver un alto edificio y las nubes corriendo a lo ancho del horizonte velozmente, apurando los minutos del alba al ocaso. Una silueta observaba lo mismo que yo, pero al otro lado del vidrio. ¿O tal vez era un espejo?

 

    Mis días favoritos son cuando prendo el tocadiscos. Casi todo el tiempo. A veces bailan letras que no salen de ningún lado, se improvisan unas sobre otras y descansan sus movimientos a destiempo. A veces son más ordenadas y salen claras, transparentes. Otras son solo un tarareo, un suave silbar, un tac tac de los dedos o un tom tom del pie. Puede ser un tac tom tac tac tom tom tac y terminar con un suspiro profundo. La coordinación no es lo mío, pero dentro de mi cabeza la teoría músical solo es una idea, nada más. Hay días que una canción se repite, una y otra y otra vez. What if, Bruises, Nos siguen pegando abajo, Muchacha ojos de papel. Mi novia tiene bíceps. Sí, yo tampoco me entiendo a veces.

 

    Creo que lo que más me gusta, es que podría tratar de escribirlo todo, y aún así no sería suficiente, porque ni yo mismo lo recuerdo. Creo que la parte que más me gusta es cuando despierto y todo lo que soñé pasa como una película en un segundo. Probablemente no lo recuerde luego de haberme duchado, pero la sensación de soñar, despertar y contemplar, no sé si se pueda comparar a alguna otra cosa. Y es por eso que me gusta escribir, a ver si algún día logro mostrarles lo que pasa por mi cabeza.

Somos Fuego

    La arena galopa suave y grácil sobre sí misma, en dirección sur, acariciando el mar con sus dedos, dejando la espuma marcada a su paso, saludando el vaivén de la marea que, bajo el plateado brillo de la luna, decora el silencio que nos rodea, reconfortante. El crepitar de las olas toma la mano de la brisa y se eleva de cada tanto en tanto, saludando bruscamente las rocas que se presentan a su paso, decorando la claridad de la noche alunada con pequeñas estrellas de sal. Las nubes acobijan la regordeta luna, que descansa su mirada maternalmente sobre nosotros, conmovidos por la conjunción de sonidos, olores, sensaciones. Ebrios de vida. Adictos a sentir. Felices de ser. Siempre expectantes a la siguiente maravilla que se cruce entre el firmamento decorado por nuestros sueños. Guardamos silencio por miedo de asustar el horizonte con palabras huecas, llenas de ecos egoístas. Cerramos los ojos para escuchar mejor y sentir el palpitar. Abrimos nuestros corazones para vivir un poco más fuerte.

domingo, 26 de julio de 2020

Calma Marina


Ligeras pinceladas de sol descansan sobre la tensión del mar, bajo la mirada atenta de un sol sonrojado, meciéndose al ritmo de la brisa y su aliento cargado de sal. Aves marinas surcan el paño azul, estrellando un cielo amermelado, colorado por el calor que se camufla entre la intermitente ventolina. La tímida arena besa de cuando en vez la blanca espuma con que el oleaje la acobija, mientras a lo lejos dos caminantes dejan desnudas huellas sobre la marea, destinadas a desaparecer junto a la fugacidad propia de la existencia, permaneciendo para siempre en la memoria de cada grano sobre el que descansaron sus cuerpos trenzados. El regusto de sus pies será recuerdo perenne en los oceánicos labios que abrazan a su paso. Sobre ellos el agotado firmamento empieza su peregrinar y los cuerpos celestes se vuelven cobrizos, burdeo, tímidos. Antes de darme cuenta, las siluetas caminantes se acurrucaron en la oscuridad de una playa, iluminada por una sonrisa lunar torcida, una mueca divertida. Arte natural.

Los minutos pasan frente a nosotros rápidamente, como si quisieran terminar su sexagesimal vuelta solo para atrapar en el rabillo del ojo tu perfil una vez más. Sonrío y entre la calma, como si estuviesen acechando este momento para escapar, mis pensamientos salen a caminar sobre la estela que dejaron elegantemente las gaviotas, como trapecistas bamboleantes, bailarines saltimbanquis. Siempre sentí que arrastraba los pies a lo largo del calendario, olvidando que cada día era una maravilla distinta, sentía el sopor de las semanas, la rapidez de los meses, años que pasaban como si estuvieran ordenados en línea, listos para saltar al vacío. Días eternos y semanas apuradas, demasiadas horas y muy pocos minutos. Cierro los ojos un momento para atrapar mis emociones antes de que se fuguen traicioneramente por la ventana, esperando que las tribulaciones calmen, que el nudo se acomode en mi pecho y el frío vuelva a mi sien, pero el calor de tu mano sobre la mía es la llave que abre la jaula en la que guardo mi cabeza. Abres la puerta de mi pecho y ves el cristal fragmentado que alberga estas emociones. Y después me das un beso en la mejilla, entendiéndolo todo.

El nudo se desata, la compuerta se abre permisivamente y mis pensamientos transitan tranquilos sobre nosotros, revoloteando traviesos y haciendo piruetas para entretenernos. Veo como los tuyos salen al baile, pintando el oscuro velo que nos cubre, transformándolo en la Noche Estrellada con sus espirales delicadas y pinceladas precisas. Tomas todo el escenario, haces un desplante completo mientras yo observo esta obra, perdido bajo el sonido de cada una de tus palabras, embelesado por las ideas que escapan tan ligeramente, con tal armonía.  Tus ojos verdes sonríen y me doy cuenta que me miras de verdad, sin pantallas ni disfraces. Descansamos la mirada sobre el horizonte perdido entre azules y solo escuchamos la sonata que nos prepararon el mar y la hojarasca crepitante de su oleaje. Tu cabeza descansa sobre mi cuello y dejo caer suavemente mi mejilla. Un abrazo nos presta el calor que a poco empieza a hacer falta y ambos cerramos los ojos bajo cómplices nubes costeras. Supongo que a esto se refieren cuando hablan de silencio.

miércoles, 1 de julio de 2020

Las Ventanas

Las ventanas dejaban entrar una luz tenue, cansada, un poco de invierno sobre las paredes blancas que se tintaban amarillas mientras la tarde se consumía entre nuestras palabras calladas. Tú estabas ahí, leyendo algún libro que hoy no logro recordar, mirándome como si cada marca en mi rostro te pareciera una historia fascinante. No se si en realidad sepa que libro se supone que leías, no recuerdo haber hablado de su contenido, o el autor, o la ilustración de la portada. Habían cosas más importantes de las cuales hablar. La brisa entraba tímida a la pieza donde estábamos contemplando la existencia, meditando de la vida en silencio, aprovechando la compañía que nos brindábamos mutuamente. A veces siento que el silencio, en su justa medida, permite que un momento dure para siempre. O al menos así se siente cuando recuerdo esa tarde junto a ti. Tanto fue lo que no nos dijimos ese día, pero que gritamos con el pecho abierto como si se tratara de un libro tapa dura dispuesto a ser leído eternamente en silencio.

Puede que haya sido la quietud, o la luz que vestía con su velo tu blanca piel, cansada. Los pájaros se paseaban en el jardín, justo afuera, y mi memoria imagina una loica caminando curiosa mientras el silencio nos carcomía. Yo era muy inmaduro entonces, y no supe apreciar lo que significaba, el valor que tiene el compartir la ausencia de sonido, la paz que solo algunas personas pueden entregarte de manera tan incondicional como hiciste tú. En esa blanca habitación, de la que tan pocos recuerdos tengo, te tengo a ti, acomodando tus almohadas bajo el atardecer andino, esa brisa fresca colándose entre las ventanas y tu sonrisa perenne diciéndome que todo estaría bien, por que así eras tú, protegiéndome hasta que tu cuerpo se rindiera, cansado.

Ya se hacía tarde y tenía que volver a mi casa. Quería hacerlo, me sentía incómodo y ese lugar me hacía sentir ansioso. Nunca me han gustado las clínicas, su olor a anestesia y la sensación de que todo el mundo te esconde algo pensando que es lo mejor para ti. Me daba pena dejarte allá, pero no podía hacer otra cosa, estabas tratándote y peleando contra una enfermedad de mierda, que solo ya más adulto entiendo lo que significaba. Todos esos cambios de humor, tu cansancio, la pena que te rodeaba, la tensión en las comidas familiares, la sensación de pesar en mis hombros, que no era mía realmente. Aunque yo no entendiera lo que pasaba, sabía que algo no estaba bien contigo y creo que por eso no me portaba tan bien cuando me lo pedías, o era desobediente, hasta irrespetuoso. Dicen que no hay nada tan cruel y a la vez tierno como un niño.

Te lloré como no recuerdo haberlo hecho nunca. Suelo ser súper abierto con mis emociones, en especial la pena, no me avergüenza llorar en público o contar que es lo que me entristece. Contigo fue distinto, lloré en soledad, hacia adentro. Te lloré para ti y para mi, para nuestro silencio que solo vengo a entender tantos años tarde. Me sentí culpable de nunca haberte aprovechado como otros si lo hicieron, de mirarte de reojo, hacerme el desentendido, de no buscarte. Eras increíble, fuera de serie, un personaje de libro, las conversaciones que tuve contigo están marcadas a fuego en mi memoria, y se que jamás las voy a poder recordar con el ahínco que me gustaría haberlas vivido. Tu risa espontánea y la inocencia que a veces se te colaba entre tus longevos años. Y hoy estoy acá, recordando esa tarde que seguro fue solo un momento entre tantos otros que compartimos, pero que ahora resalta con el mismo brillo que te rodeaba ese día. Ahora cada vez que veo esas habitaciones blancas, esos edificios solemnes llenos de silencio, recuerdo los colores con los que llenabas la pieza cuando te venía a ver, y me doy cuenta que ese blanco de las paredes es solo un lienzo esperando para ser decorado. Creo que ahora no me molestan las clínicas, su olor me recuerda a ti y tu sonrisa pintada en la ventana.

La Verdad

La verdad se esconde
Entre palabras majaderas
Largas confabulaciones
Maquinaciones insinceras

La verdad se aventura
Trémula y nerviosa
Hacia tus tibios oídos
Esperando la leas en prosa

La verdad se escapa
De esta tímida boca
Esperando que entre la brisa
Distingas la honestidad loca

La verdad te busca
Y ahora está contigo
Llegó para quedarse
Abrázala y dale abrigo

Y por favor te pido
Que me creas que es verdad
Si me tiemblan las manos
Y se me olvida rimar

A veces digo mucho
Que siento que te abrumo
Y significa tan poco
Que siento que te aburro

Se que soy bruto
Y hablo a tropezones
Pero es que le tengo miedo
A las malas impresiones

No por que me importe
Lo que piensen los demás
Sino por que me quieras
Me quieras de verdad

Una Décima pal Flaco

Tanto la guitarra negra
Como su cuerpo escuálido
La voz con tono cálido
Que su música integra
Entristece y alegra
Con su sonar particular
Imaginario de juglar
Inventó la armonía
Con singular melodía
Que agradezco al cantar

martes, 23 de junio de 2020

Colores (o como verlos)

Como si fueran dos amigos de toda la vida, estaban sentados uno al lado del otro en el parque que queda en la entrada de la calle donde ambos viven, cada uno en su casa, cada uno con su familia. Uno con 9 años y una vida por delante, el otro con 74 años que se escaparon lentamente de sus ojos para nunca volver. Cada uno alegre a su manera, ambos vivos, enérgicos, ocurrentes. La imaginación del pequeño resuena en la conciencia curtida del adulto mayor, las palabras meditativas retumban sobre el enclenque telar en el que camina el pequeño. Una tela blanca que se colora día a día, en cada instante, percibiendo detalles, movimientos, rayos de sol, gotas de lluvia, rocío y estrellas. A su lado, un caballero que lo observa como si fuera su propio nieto, con la sonrisa de quien conoce hacia donde llegan los que piensan como el pequeño, los que crean castillos en el aire y escaleras de viento para llegar a ellos.

El chico se enteró hoy que el caballero era ciego como un topo, que los colores para él eran solo estela de memoria, fragmentos de recuerdo. Al tratar de explicarle al pequeño como había sucedido, no supo dar a entender que fue algo que le pasó con el tiempo, parte de la naturaleza. No quería asustarlo tampoco, evitaba afrontarlo desde tan joven a lo efímera que puede ser la salud, la fugacidad de la juventud. No era momento, aún, para desteñir la brillante imagen que el niño tenía de la vida. Así fue como, sin darse cuenta, el pequeño le empezó a intentar describir lo que ambos estaban viendo, este parque que conocía tan bien como el rostro de sus hijos, sus nietos y su querido perro. Una sonrisa se dibujó en su alma y un sentimiento de sorpresa se le escapó por la garganta. La motivación del niño lo enternecía, pero también le generaba curiosidad, así que le siguió el juego, esperando a ver el parque una vez más, después de tantos años.

Bueno, a ver, primero que nada - Primero que todo - Eso, primero que todo, el cielo es azul. Azul es un color como, no se como explicarlo en verdad. ¿Libre? Es como si tomaras un pájaro y lo dejaras volar. ¡Igual que el mar! Pero distinto. A veces el azul es más claro o más oscuro - ¿Y que es oscuro? - ¿Cómo que no sabes lo que es oscuro? No se como decirlo. Es muchas cosas juntas, como si todo se apilara, como... ya se, mientras más oscuro, es más todo. El blanco es limpio, es simple, es algo desocupado, ordenado, lo oscuro, el negro, es todo lo contrario: Imagina un nudo, como si todo en tu cabeza se enredara e hiciera un solo gran nudo. Eso es el negro. Ahora, todos los colores se pueden mezclar con blanco y con negro. ¿Ves? - Creo que voy entendiendo - Por ejemplo, de noche, el cielo es muy oscuro, es como si todos lo que las personas pensaron durante el día se escapara a descansar allá arriba. Mi mamá dice que las estrellas son donde los pensamientos se van a descansar de nosotros.

Después, tenemos el pasto. ¿Ha caminado alguna vez sobre el pasto sin zapatos? ¿Por qué se ríe? - No es nada, recordé que hace tiempo no lo hacía. Pero si, si he caminado descalzo - Bueno, el pasto es verde, y se ve todo como si fuera un solo color, pero si te acercas, puedes ver como son muchos verdes distintos. Hay unos más claros, otros más oscuros. Ya expliqué lo que era claro y oscuro, ¿Cierto? - Si, y lo entendí a la perfección - Ya, igual. El verde se ve como, como viento. Eso es, el verde es color viento - ¿Cómo color viento? - Es que es un color que está en los bosques, en los árboles, y cuando hay viento, todo lo verde se mueve. Por eso, se siente como viento. Además, a veces, puedes escuchar como los árboles cantan. Y encima del pasto hay flores, de todos los colores. Pero todos los colores separados si, no como el negro- ¿Cómo así? - Bueno, está el amarillo que es muy cálido y me recuerda a los rayos del sol. El naranja, que es como el amarillo pero más tibio, y dan ganas de darle un abrazo. También hay rojas, que son como el corazón, son fuertes y cálidas. Hay rosadas, que son más frescas y claras. Mis favoritas son las azules, por que es como si un pedazo de cielo se hubiese quedado en el pasto esperando a salir volando.

¿Y cómo me veo yo? - Usted es viejo - Muchas gracias por notarlo, no me lo decían hace tiempo - ¡Perdón! ¡Se me olvidó que mi mamá me dijo que es de mala educación!¡Perdón, perdón! - ¡No te preocupes pequeño! En decir la verdad no hay engaño. Ahora, sigue contando que es lo que ves - Emm, usted está vestido con una chaqueta café. El café huele a mis papas, a desayuno y a tardes de invierno, esas con mucho frío y lluvia. También tiene un pañuelo negro, con rombos rojos. Los rombos son como cuadrados cansados de estar parados, entonces se van un poco para el lado, por que les dio sueño. Además tiene unos pantalones color cielo y unos zapatos cafés, pero más claros, como mi perro. El café claro es un color de perro - Bueno, ¿Y yo, qué color tengo? - Usted tiene el pelo blanco, como desocupado, la piel rosada pero más blanca que la mía. Yo soy más como mi perro - ¡Que risa! ¿Y te gusta ser como tu perro?- ¡Si! El juega y come todo el día, y cuando hace frío siempre está tibio, perfecto para acurrucarse con él - Que bueno, niño, los perros son los mejores amigos que uno podría tener.

Ya debe ser tarde ¿No? ¿Por qué no vuelves a tu casa? - Es que yo ya no puedo volver - ¿Por qué? ¿Por qué pones esa cara, chico? ¿Hiciste algo malo? Si quieres puedo hablar con tus papás y contarles lo feliz que me has echo todo este rato mostrándome los colores de la plaza - No, es que, no es eso. Ya no vivo en la casa que usted conoce - ¿Cómo no? Pero si te oí salir, incluso saludé a tus padres, somos vecinos desde hace tiempo, si hasta conoces a mis nietos. ¿No me digas que te cambiaste de casa y no me di cuenta? - No, mis papás siguen viviendo donde mismo, en la misma casa color corazón con ventanas cielo y un jardín de viento - ¿Entonces que es lo que pasa? - Don Emilio, usted tampoco puede volver a su casa - ¿Qué estás diciendo? - Es que, es difícil de explicar. Es más difícil de mostrar que los colores. Además, ustedes los adultos no toman bien estas noticias - Cris ¿Qué estás queriendo decir? - ¿Se acuerda que hace un año se juntaron muchos vecinos, guardaron un minuto de silencio y todos lloraron un poco? - Si claro, fue una ceremonia muy linda, muy triste, porque había muerto el hijo de un vecino del barrio y todos nos pusimos de acuerdo para honrar su memoria, apoyar la familia y unirnos un poco más como comunidad. ¿Qué tiene que ver eso?

Cristóbal, dejando escapar un par de lágrimas de sus ojos color desayuno, con pena, culpa y frustración, apuntó al costado del parque, donde había un grupo de gente reunida. Don Emilio lograba reconocer algunos: Los vecinos que ponían música hasta tarde, los que discutían después de comer, los niños que jugaban con su perro tirándole una pelota de tennis y después sacándola entre los barrotes de la reja. A sus hijos. Sus nietos. Los papás de Cristóbal. Todos lloraban. Lloran. Entendió que es lo que pasaba, frente a sus ojos, sus inútiles y agotados ojos. Cristóbal lo miraba con pena, con culpa, con vergüenza. No sabía que decir, y lloraba a mares. Desamparado, como quien intenta disculparse de corazón, pero no encuentra las palabras y termina desvistiendo el alma a través del llanto. Emilio, tratando de asimilar que es lo que estaba pasando, volvió su rostro y miró al pequeño que estaba echo un manojo de mocos y lagrimas, tratando de no hacer ruido, sollozando para adentro, intentando no molestar, ahogándose en la impotencia de no poder hacer nada. El viejo tomó su mano y le revolvió el pelo ocupado que le cubría la cabeza.

Cristóbal, pequeño canalla. ¿Llevas todo este rato tratando de hacerme más fácil esto? ¿Te ingeniaste lo de los colores para dejarme ver este increíble parque una vez más? Vamos Cris, deja de llorar por favor, que o sino me vas a ver llorar, y nadie quiere ver a un viejo decrépito haciendo pucheros - Mi mamá siempre me decía que llorar es como abrir la llave del agua y dejar que todo lo malo salga de la cabeza - Tu mamá tiene mucha razón, ojalá hubiera sabido eso antes. Tantas veces que quise llorar y no lo hice por no querer molestar. ¿Ahora vienes tú, travieso, a enseñarme esto, a estas alturas? Bueno, creo que nunca es demasiado tarde para aprender a llorar - Venga, Don Emilio, tenemos que irnos -¿Tan luego? Al menos pude verlos a todos una última vez. ¿Estarán bien?- Muy bien, tuvieron un gran padre y abuelo. Y no se preocupe por su perro, el hace tiempo sabía que esto iba a pasar – Con razón los últimos meses ha estado tan regalón, y yo que pensaba que era por haberle cambiado la comida. Espero que mis hijos lo cuiden mucho – Además, esos dos chicos seguro le alegrarán la vida. Usted tranquilo – Estoy listo. ¿Puedo tomarte la mano? - Por supuesto, no se preocupe, yo lo acompaño. Si quiere, le sigo contando sobre los colores. ¡No se ría, se lo digo enserio!

lunes, 11 de mayo de 2020

Santiago en Cien Palabras

Santiago es la capital de Chile, un valle perforado por cerros isla en toda su extensión, decorado por altos rascacielos, barrios emblemáticos, una gran alameda y pintorescos suburbios. También es una ciudad fea, pero como concepto estético: A veces es tan fea que se vuelve alucinante. Sus puentes rayados, las veredas carcomidas por el descontento social, los cielos nublados llenos de llanto industrial. Santiago es una ciudad extraordinaria a cualquier hora, ríos de luz recorren sus autopistas y atardeceres en tornasol decoran las nubes que a veces son grises, a veces son blancas, y a veces no están. Es imposible describir

domingo, 10 de mayo de 2020

Bitácora

Me desperté con el sol que se colaba por mi ventana, abriéndose paso entre sabana, pestañas y lagañas. Tomo mi teléfono para revisar que hora es. Aprovecho la inercia y reviso instagram por una hora y media, paseo entre memes y vídeos de perros, soltando resoplidos por la nariz. Saben a cuales me refiero. Mi gata empezó a maullar por hambre así que bajé a la cocina y le serví su comida. Me armé un sándwich con jamón y queso, saqué un yogurt del refrigerador y vi una serie mientras tomaba desayuno. Subió mi perrita y me vi obligado a darle la mejor parte del sándwich, esa de al medio, que estaba guardando para el final. Nada que hacer contra esos ojos.
           
Hice mi cama, ordené mi pieza y limpié la cocina, abrí las ventanas de la casa para que se fuera la noche y jugué un rato con las perras, para botar energías. Me duché, vestí y salí a ayudar a mi papá con algo de la bicicleta. Entre tanto se escapó una perra y tuve que salir a buscarla, por suerte la pillé antes de que se desatara el drama. Después empezamos los arreglos para el almuerzo. Aperitivo, entrada, fondo y ensalada. Un lujo. Jugamos cacho durante el aperitivo, el almuerzo prosiguió con una entretenida platica y sobremesa, después entre todos lavamos y guardamos. Después cada uno hizo lo suyo.

Mi hermano fue donde su polola y mi hermana donde su pololo. Leí un rato, escribí otro poco y después vi una película con mi mamá, Cabo del Miedo, de Martin Scorsese con Robert De Niro. Tremenda película, nunca la había visto. Mi mamá peleó contra el sueño las dos horas completas, las perras que estaban echadas sobre la cama no tuvieron tanta fuerza de voluntad. La escena era perfecta. Mis papás después fueron a comer donde un matrimonio muy amigo suyo, no se veían hace meses. Nadie ha visto a nadie en meses. Aproveche el eco de la soledad para cantar karaoke, para gritar karaoke. Pearl Jam, Radiohead, Bill Withers, Lewis Capaldi. Popurrí. Hablé por whatsapp con personas importantes para mi y después mi mejor amiga me llamó por teléfono. Hablamos un rato sobre todo y otro sobre cómo nos sentíamos en estos tiempos complejos. Apoyo. Después calenté unos canelones que sobraron de ayer y me senté a ver una serie. Al terminar escribí un poco y lo subí a mi blog.

Me dio sueño y me puse pijama, o el buzo que uso como pijama. Mi familia llegó y todos se acostaron. Revisé instagram y me crucé con una canción que me gustó mucho. Necesité bailar. Quería bailar. Hace días que quiero bailar. Así que bailé, bailé como si estuviera solo, como si estuviera acompañado, bailé en serio y muerto de risa. Bailé hasta quedar agotado. Preferiría bailar con ella, pero me encanta bailar solo. Me alegró el día. Hoy fue un muy buen día. Fue un gran domingo. Hoy fue un gran domingo de cuarentena. Otro día más, uno entre tantos incontables, tantos iguales, tantos distintos. En nada diferente, pero no puedo evitar sentir que lo recordaré con cariño. Tanto que decidí escribir sobre él. Tengo curiosidad sobre cómo será mañana. Buenas noches y disfruten su cuarentena. No se maten por aprovecharla, solo disfrútenla.

sábado, 9 de mayo de 2020

El Sol Está en Tus Ojos

El calor de tus labios
Esbozando una sonrisa
El reflejo de los míos
Y tu mirada sin prisa

La brisa de tu voz
Ordena mi pensamiento
Hoy solo somos dos
Partículas de viento

La risa enternecedora
Que emana de tus ojos
Un sentir tibio aflora
Entre los palpitantes rojos

Me tomaste por sorpresa
De la forma más sincera
Con las cartas sobre la mesa
Como si algo fácil fuera

En tus ojos siento el sol
Y lo abrazo con el alma
Soy el pequeño chincol
Descansando en tu palma

Este otoño pasajero
Para mi siempre será eterno
Y es mi deseo más sincero
También compartir invierno

lunes, 27 de abril de 2020

Como Perder el Tiempo

            A veces atravesamos un momento, un instante, que nos da una sensación romántica de estar vivos. Ver un paisaje inmaculado luego de una torrencial lluvia, el aroma de ese plato tan característico de mi mamá, el saludo en la mañana de mi perro, un abrazo de un completo desconocido cuando más lo necesitas, en fin, interminables situaciones que aumentan el palpitar, liberan serotonina y estimulan el alma, sin ir mas lejos. Esto me paso una vez y quedó impregnado en mi memoria. ¿Cómo algo tan abstracto puede ser tan tangible al mismo tiempo? Recuerdo el olor a alerce que flotaba por el bosque, la resolana que atravesaba las húmedas hojas de los arboles, el acogedor frío que invitaba a un abrazo. Ese conjunto de sensaciones es lo que llamo felicidad.

            Pasé años intentando replicar esta sensación. Recorrí bosques enteros, parques nacionales a lo largo y ancho del país. Explore islas recónditas y glaciares remotos. Fui a todos los lugares donde me dijeron me dijeron que encontraría ese sentimiento, e incluso fui más allá, pero nada lograba replicar la paz, el silencio interno de ese paisaje. Naturalmente, volví al mismo bosque de alerces, con la esperanza de reencontrar ese sentir, pero nunca fue lo mismo. Probé con distintas estaciones, visitando en climas diversos, pero no hubo caso, Ni en las fuertes lluvias de invierno o los calores veraniegos el alerce dejó a la merced del viento ese aroma que un día invadió mi ser completo.

            Hablé con amigos, con conocidos, exploradores, filósofos y pensadores, pero nadie sabia la respuesta a este mal que me aquejaba, esta nostalgia, esta búsqueda desesperada de la felicidad. La verdad universal era que no existía un camino para encontrarla, pero yo la viví y me sentía cerca. Leí al respecto, estudié textos escritos por eruditos, pero solo llegué a cuestionarme si lo que había sentido era realmente felicidad, o si solo se trataba de una ilusión. Tal vez la experiencia que tuve fue solo una mezcla de adrenalina y endorfinas liberadas después de hacer montañismo hasta donde empezaba el bosque de alerces. Tal vez la felicidad solo es eso, hormonas, químicos jugando con nuestro cuerpo, nosotros mismos respondiendo a estímulos. Poco después de llegar a dichas conclusiones, decidí dejar de perder el tiempo, buscar un trabajo y tratar de olvidar esa sensación y la nostalgia con la que vino. Pasaba las tardes en una plaza cerca de mi departamento, mirando la cordillera, el Marmolejo rozando el sol a lo alto, el Tupungato saludando las estrellas, el Plomo con su cumbre cubierta por nieve virgen traída junto a la ultima lluvia capitalina.

Hoy, mientras caía el atardecer sobre las ventanas de los edificios, me encontré absorto observando el conjunto de montañas cuando reparé en la presencia de una personita que se había sentado al lado mío. Se trataba de Albertito, el hijo de una hermana que vive en mi mismo edificio, que miraba la cordillera como buscándole un sentido a ese conjunto de cerros que para él, no eran más que eso: Cerros. Le pregunte que era lo que hacia y me respondió que trataba de entender por que me gustaba tanto mirar los cerros. No pude evitar que una estridente carcajada se revolcara dentro mío, hasta no poder contenerla y que emanara solo para hacer eco en la aguda risa de Albertito, que no entendía nada. Le conté de todos mis viajes, los paisajes increíbles que me encontré en el camino, los animales alucinantes que decoraban esos parajes de ensueño, y cuando lo vi a los ojos pude ver el reflejo del brillo que había en los míos. Sin darme cuenta, volví a ser feliz. Todo se detuvo un segundo, el viento, la noche, la vida. Solo se salvaba la risa de Albertito. Al final entendí que la alegría no esta en solo un lugar y para siempre, ni que todos la entendemos de la misma forma, sino que esta en cada pequeño detalle que nos rodea, solo que a veces estamos tan concentrados en encontrar un momento de plenitud absoluta, que la vida se escapa entre las pestañas y en un parpadeo la felicidad deja de estar allí, tan cerca. Luego de terminar de contarle mis aventuras al pequeño, nos levantamos, ambos sonriendo, y le prometí a Albertito que le enseñaría  por que me gustaba tanto mirar los cerros. Y los dos fuimos felices.

Empañado

Han pasado años, pero a ratos solo parece que fueron minutos, breves instantes donde tú te evaporaste de mi vida junto al rocío de septiembre, donde yo me refugie en la comodidad de una tristeza justificada. Hay minutos que pesan como años en esa mochila que a veces saco a pasear, a que tome aire, reflexionar las cosas. Me gusta recordar lo triste de las discusiones, las alegrías de lo cotidiano, aunque cada día me es más difícil recordar exactamente como era ser feliz contigo. Se que lo fui, solo que no recuerdo por que. Tal vez simplemente era lo que conocía como felicidad entonces, y me conformaba con eso. Tal vez el tiempo a enmudecido las palabras que en algún momento intercambiamos, emocionados. Tal vez los inviernos solo entumecieron el recuerdo de una época de conflictos. Tal vez por eso vuelvo de vez en cuando a esas memorias que escuecen sobre las cicatrices que quedaron marcadas a lo largo y ancho del laberinto que tengo en la cabeza. Tal vez lo haga buscando un por que. La vida sigue y el pasado queda solo para reflexionar, revisar el proceso, crecer. Es gracias a esa herida que logré sanar cortes más profundos.

No hay engaño en reconocer que aun giro la cabeza cuando escucho tu nombre, un silencio en el compas. Todavía encuentro resquicios de tu forma de ser dentro mío, supongo que es lo que se te quedo antes de que eligiéramos caminos distintos. A veces se me escapa una frase tuya y me asombro de lo fácil que te fue dejarme algo tan tuyo para mi goce personal. No es que me de nostalgia ni que me de pena, sino que solo me recuerda de lo aprendido, de las razones por que no estas. Las de por que estuviste, aun no las encuentro.

Tal vez algún día hablaremos sobre todo, honestos, reflexivos, maduros. No me interesa realmente recordar algo en particular, sino saber donde fue que erré, donde pude ser mejor, para aprender y lograr que todo lo que paso valga la pena. En realidad, hace años que no hablamos, tal vez pueda aprender una o dos cosas de ti. Me gusta aprender.

Reseña a Free Willy

            Este pasillo es realmente interminable, como un túnel donde la entrada y la salida solo son conceptos abstractos, algo olvidado por las leyes de la lógica. ¿Hay leyes físicas siquiera? Voy trotando hacia delante, no muy seguro si eso es una dirección aun, puesto que perfectamente podría estar retrocediendo o subiendo a algún lugar. Mis pies se sienten ligeros y escucho mi palpitar acelerado haciendo eco con las paredes, marcando el tempo de esta travesía. Los movimientos son extraños, el caos supera el orden y el camino parece un dibujo de Escher más que una ruta transitable.

            Como en una escalera de Penrose, el vértigo empieza a inundar mi cuerpo mientras observo como súbitos reflejos imprimen epilépticamente mi imagen al costado de este camino sincopado. La imagen se difumina y se tinta de color rojo, para luego volverse amarillo y finalmente azul, mezclando los colores, generando una lluvia variopinto. A poco me doy cuenta que esto no es un pasillo ni un túnel, sino un caleidoscopio, girando incesantemente. Al darme cuenta de la situación, el trote ligero que llevaba se transformo en galope para terminar en una carrera desenfrenada. Me quito los audífonos manteniendo los ojos cerrados, tomo dos grandes bocanadas de aire como si me fuera a sumergir y vuelvo los auriculares a donde pertenecen. Entro de nuevo.

            Esta lloviendo, pero no hay nubes a la vista. Las gotas son de colorido celofán, empapando el interior del caleidoscopio con un arcoíris de papel picado. Todo es caos y desorden. Siento como mi corazón quiere saltar desde mi pecho y huir de mi boca. Clímax. Los tiernos algodones grises toman el color del ébano y todo es movimiento puro. Diluvio colorido. Vértigo crudo. De pronto, aparece un contrabajo silvestre huyendo del piano que lo acecha enérgico, mientras la batería lo observa todo, gritando, acelerando. Éxtasis. Abro los ojos y los colores me invaden por dentro, siento como recorren mis venas y escapan por la punta de mis dedos.

            Suena un metalófono. El pasillo deja de girar lentamente y los colores del caleidoscopio dejan de brillar. Pasa la sinestesia y los sentidos se calman, todo vuelve a la normalidad, paulatinamente. Me quito los audífonos y suelto todo el aire que se encontraba atrapado en mis pulmones, me saco el sudor que recorre mi sien. Una experiencia tanto agotadora como ilustradora.

Brad Mehldal – Free Wily

Amor en Tiempos de Cuarentena

La verdad es que la conozco hace un tiempo, antes de que pasara todo esto de la pandemia. Salimos un par de veces, me gustaba pero yo tenía la cabeza anclada en el pasado. Es difícil eso de pasar de pagina, sobre todo cuando se vive tanto en tan poco. Siempre me supe intenso, costó reconocerlo como algo que no es malo ni bueno, sino que solo es. La verdad, me divierte un poco pensar en esa época, hay tantas cosas que espero jamás se repitan, pero aun así no me arrepiento de lo vivido. Me equivoqué mucho y de tanto caerme aprendí a quererme como soy, y a cuidar a la gente que me rodea. Hay personas a las que le debo mucho más que una disculpa, eso lo reconozco. Mi forma de ser me obliga a pensar una y otra vez al respecto de esos errores, lo que me ha hecho más consciente del daño que uno puede hacer en los demás y lo importante que es evitarlo. Aprendí, en fin y al cabo, a ser cauteloso conmigo mismo.

Sobre ella no hay mucho que decir, las palabras no son lo mío y todo lo que diga la hará ver como menos de lo que realmente es. No hay como hacer justicia. Acá quiero hacer una breve nota: Muero de vergüenza, pero me agrada la sensación de poner todo esto en claro, es algo que no sentía hace tiempo ya. Es como cuando cantas esa canción que te sabes de memoria, aunque la garganta no te de el tono, da lo mismo, el sentimiento alegre que queda en el pecho es más grande que cualquier desafino embarazoso o sentimiento desnudo. Al final, estamos para sentir, y no hay tiempo para sutilezas. Ella es así, honesta hasta la transparencia, o eso creo. Retomamos contacto hace no mucho y las redes sociales son engañosas, eso si estoy seguro. Pero en tiempos de cuarentena, reconozco que se agradece su existencia. Puede que se pierda mucho entre mensaje y mensaje, pero la intención siempre queda. Espero no malinterpretar nuestras conversaciones, pero aunque así fuera, ellas entibian el alma. Es de esas personas de palabra ligera, que reparte sonrisas sin saberlo. Filantrópica.

Bueno, no hay más que eso hasta ahora. Me divierte que todo lo que sucede ahora, todo lo que rodea estos tiempos inverosímiles, de todo el contexto que nos llueve encima, solo me aferro a este sentimiento tan natural, tan básico, una emoción que recorre los huesos y dan ganas de bailar de cada tanto en tanto. Al final, espero que la honestidad mutua sea la ventana por la que ambos compartamos la distancia ineludible de los tiempos que nos acompañan día a día. Esto es amor a ese pequeño brillo que destruye la monotonía. No hay lunes ni viernes, sábados ni miércoles, pero todos los días siguen siendo únicos, diferentes. Creo que ahí radica la magia de este distanciamiento socia que, paradójicamente, de cada tanto en tanto une.

miércoles, 15 de abril de 2020

Barro Tal Vez

Por suerte tengo buena vista, 20/20, nítidamente reconozco cada línea, cada contorno y color, hasta distingo las texturas solo con mirarlas. Ahora mismo veo mi libreta, la acaricio un poco a ver si hoy se deja escribir, pues hace días que no me lo permite. El lápiz se desliza suave y tranquilo, buscando donde caer certero, alternando sufijos, características, adjetivos, palabreando sin sentido claro. Suelo hacerlo. Una pulsera que hice yo mismo tintinea con cada muñequeo necesario para ejecutar las figuras que conforman nuestro vocablo, y me recuerda que estoy escribiendo. Me gusta escribir. De fondo suena el Flaco Spinetta con su regalo póstumo, Ya no mires atrás. Luis Alberto, tan acertado siempre.

Antes de poder darme cuenta, lo que antes era definido y objetivo empezó a perder sus bordes. Los colores se desparramaban fuera de sus figuras lentamente, de a poco huyendo de sus barreras, de los obstáculos y contenciones que los mantenían en su lugar. Sin notarlo, el blanco del papel se había apoderado de mi mano transfigurada, el negro del bolígrafo (tanto que me gusta esa palabra) se inyectaba decidida en la mesa que sostenía todo este surrealismo. Dada. Las texturas que en algún minuto sentí tan solidas, ahora solo son un algodón difuminado, extendiéndose sobre todo mi lugar de trabajo. Detrás de todo esto sigue sonando el Flaco, susurrándome al oído que todo lo que sueñe, y no diga, tal vez será canción. Canción.

Las nubes de colores ya no solo desfiguraron todo a su paso, sino que también, ante mis rojos ojos atónitos, generaron clones, réplicas de mis propias manos, emparejándolas como si fueran víctimas de un desdoblamiento. Así, cada pareja se movía al unísono, simétricamente, imitando cada gesto, cada nervio, cada poro. Las intenté girar y, con asombro, comprobé que aún tenía control sobre ambas, y sus respectivos dobles. A pesar de esto, no pude evitar sentir que me observaban, que me entendían. Tanto que han hecho por mi y tan poco que me piden a cambio. Ni eso les doy, en todo caso. Súbitamente, una de ellas, o un par, de acercó a mi rostro y restregó mi ojo, liberando una pequeña lágrima que estaba atrapada dentro mío. Ella saltó lejos, y todas las demás que hacían fila detrás suyo la imitaron hasta el cansancio. Catarsis.

Flaco querido, catarsis, canción. Veo todo calor nuevamente, y me doy cuenta que sólo tenía una pena encerrada adentro mío que no me dejaba ver, que acomplejaba el pensar. Solo faltaba dejarla salir a pasear, soltarla a la vida y que hiciera lo que le diera la gana, liberarla de ese encierro injustificado. ¿Por qué necesito llorar? No tengo ni la más mínima idea, solo me dieron ganas de hacerlo, y lo hice. No alcance ni a meditar sobre este pensamiento que atravesaba mi cabeza cuando una carcajada explosiva se coló entre mis dientes. Resulta que nunca fue una lágrima de pena, sino una de júbilo, y yo intentando mantenerla encerrada. Ay Flaco. Canción, canción.

C'est la Vie

Caminaba mirando hacia todos lados, los escaparates de Champs Elysee eran demasiado atractivos como para solo dejarlos estar allí, sin ser contemplados. Suena a lo lejos una interpretación de La vie en rose de Edith Piaf. Su abrigo largo color crema saludaba al viento mientras su bufanda carmesí hacía juego con su boina. Las calles de París eran el camino que ella recorría sin pedirle permiso a nadie, reflejo fiel de su independencia y enérgica actitud. Su seguro caminar se vio interrumpido por un vendaval que logró arrebatarle ella bufanda y dejarla a la merced del viento, que jugaba con ella mientras el accesorio caía directo al suelo. El trayecto se vio interrumpido por una mano veloz, que agarró la bufanda antes de que cayera al suelo. Así fue como conoció a Jean Baptiste.

Jean Baptiste le devolvió la bufanda y con una sonrisa oportuna le pregunto si quería acompañarlo a tomar un café. Ella no se haría de rogar, estaba en París, un alto y apuesto francés le estaba invitando un café al costado de los Champs Elysee, con vista al Arco del Triunfo. La vida a veces llega a ser tan amable. Él era oriundo de Montpellier, pero vivía en París hace ya varios años, había estudiado business en la Universidad de París, pero su verdadera pasión era el violín, que practicaba desde pequeño en un conservatorio, de cual huyó para desarrollar un estilo más callejero, un poco más noir, como decía el. Ahora tocaba en una pequeña orquesta local y disfrutaba los días trabajando en un mercado aledaño a la sala de ensayos.

De café y la conversación nació una invitación a ver una obra onírica interpretativa, una función donde un gran amigo de JB actuaría. Ella no tenía ningún plan más allá del vuelo a Praga que tenía programado para mañana al medio día, por lo que decidió acompañarlo. Llegaron a un pequeño teatro, oscuro y con mesas redondas donde gente con boina y cigarros contemplados presuntuosamente el actuar de quienes dejaban la vida sobre el escenario. JB aprovechaba cada silencio para colgar un comentario y servir un poco más de vino, nada muy elegante pero si acogedor. Ya en el último acto, aparece el amigo de JB, Antoine, y ella ve como posa su mirada en su mesa, sonríe levemente y ella logró captar que entre ambos nacía una leve complicidad.

Terminada la obra, luego de un extenso monólogo existencial contemplativo, JB la llevó tras bambalinas, donde le presentó a Antoine. El era menos delgado que JB, un poco más alto y tenía cara de simpático, de buena persona si se puede decir algo así. Acto seguido, él los invita a ambos a comer y tomar algo en un bar cerca, que resultaba ser del mismo dueño que el teatro y por eso le daban un gran servicio. JB se excusó inmediatamente, tenía ensayo temprano y debía afinar su técnica si quería llegar a ser primer violín. Luego de esto, las miradas se posaron en ella, quien solo pudo pensar en una sola frase: C’est la vie.

Caminó junto con Antoine hacia el bar que quedaba a breves pasos del teatro, y en el camino sintió como, delicadamente, él la tomó del brazo, de una manera tan cariñosa que ella no pudo sino ruborizarse. No lo había notado hasta entonces, pero él era bastante guapo, con su mandíbula marcada, el pelo negro rizado y ojos de un color que no terminaba de ser verde antes de volverse café. Al entrar al bar, todos, tanto clientes como quienes trabajaban allí, lo saludaron aireadamente, quien respondía con humildad y cierta vergüenza. Cruzó un par de palabras con un mozo y este los guió hacia la escalera, subieron todos y abrió una puerta de lo que era un salón privado. Armo una pequeña mesa en el balcón, sirvió un poco de vino y trajo algo de baguette para  comer mientras pensaban que comer. Antes de que el mozo se fuera, Antoine le pregunto a ella que quería comer. Ella lo pensó un segundo, miró por el balcón, y mientras observaba las luces De la Torre Eiffel, dijo que quería Ratatouille. La respuesta dibujó una sonrisa en el rostro de Antoine y el hizo el pedido en un francés que sólo logró hacer que ella olvidara donde estaba por un minuto, perdiéndose entre las palabras y sus labios.

La comida fue exquisita, el ratatouille estaba a las alturas de las expectativas y el vino lo acompañaba de gran manera. Antoine habló largo y tendido sobre la poesía, el teatro y como todo sucede por algo. De pronto un silencio se apoderó de la mesa y ella no pudo evitar volar por un segundo a través del cielo parisino, contemplando la imponente Torre Eiffel, el bellísimo Sacre Coeur, el increíble Montmartre, pero antes de darse cuenta, él había posado la mano sobre la suya, tímidamente. No sabiendo bien que pensar, lo miró fijamente a los ojos mientras observaba como toda la confianza, la pasión, el ímpetu se había transformado en algo frágil y vulnerable, tan delicado como la porcelana. La vie en rose empezó a sonar de fondo y antes de decirle a Antoine todo lo que ella había sentido, despierta de un sueño que rogaba no terminara nunca. París lo había hecho de nuevo. Trató de volver a dormir y soñar con esos profundos ojos de Antoine, pero no hubo caso. Ce sera la vie que l’amour vit.

sábado, 28 de marzo de 2020

Fugaz

Una sonrisa muy fugaz
El cantar de los cantares
El sonar de los cien mares
Probando si hoy soy capaz
De volar cuál ave rapaz
Una tonada en francés
Pone el mundo al revés
Cantando con el corazón
Y olvidando la razón
Yo no erraré esta vez

Esperando la sonata
Yo encontraré tus ojos
Ya no más intentos flojos
Mi corazón cuál fogata
Palpita una tocata
Ahora iré a buscar
Una canción para cantar
Un pedazo de la luna
Sin dejar pista alguna
A ver si la logro bajar

En la Banca

Él la esperaba en la banca de siempre y aunque fueron solo quince minutos, sintió como la vida le pasaba frente a los ojos, como cada momento de su pasado se había desenvuelto de manera tal que todo lo llevó a ese instante, a esa banca, ese parque, esa tarde con sol y un poco de brisa que mecía delicadamente los nidos que se acobijaban en lo alto de los árboles que descansaban al rededor de la alfombra de pasto, todo frente a sus ojos. Miraba el cielo y veía como las nubes corrían en el mismo sentido, lentamente, como si la única carrera fuera contra el tiempo y sus artificios. Trataba de quitar sus pensamientos de ese pozo donde solían quedarse a jugar, donde armaban problemas con un poco de aire, maquinaban dudas donde siempre habían certezas, metían el hilo de pensar dentro de un carrete y lo dejaban dando vueltas hasta el cansancio. Y eso a él lo asustaba. Lo asustaba por que se sentía diferente, incompleto, sentía que el resto de la gente podía ver, como si lo tuviera escrito en su frente, que todo el tiempo se sentía triste, que tenía miedo de hablar con alguien y darle cuerpo a su pena. Le aterrorizaba que sus amigos supieran y dejaran de querer estar con él. Él se sentía triste, y el sentirse triste lo hacía más triste todavía. Miró a su alrededor y cuando se aseguró que no había nadie a su alrededor, seco la humedad que se estaba alojando peligrosamente en sus ojos. Respiró hondo y se convenció que todo estaría bien.

Ya pasaron veinte minutos desde la hora que ambos habían acordado para juntarse, y él sabía que ella no vivía tan lejos como para que fuera un retraso que no significara nada. ¿Tal vez de arrepintió y le dio vergüenza reconocer que simplemente no quería juntarse con él? ¿Se habrá dado cuenta de que él tenía problemas que aún no sabía cómo manejar? Él pensó que podía ser, más de una vez le dijo que habían cosas que le daban pena, tal vez se mostró demasiado vulnerable. Todo el mundo dice que hay que mostrarse fuerte frente a las personas, inspirar confianza, infundir respeto, pero a él simplemente eso no le salía. Siempre se sintió pequeño, aún cuando quería volverse grande. Y él sabía que podía. Sus amigos lo tiraban para arriba, le decían que había cosas que hacía muy bien, habían días donde él casi creía lo que le decían, pero no podía evitar escuchar un eco de lástima en esos cumplidos, no podía dejar de escuchar esos rumores a su espalda, seguramente decían le decían eso para levantarle el animo, para que se sintiera bien, pero no lo pensaban de verdad. Seguro eran palabras vacías. Él quería pensar que no era así, pero no podía, y eso le daba pena, porque en una esquina de su cabeza sabía que todos esos cumplidos eran honestos, eran verdad, eran de corazón.

Estaba peleando consigo mismo cuando se dio cuenta que ella ya había llegado  hace un par de minutos y lo miraba, divertida. Se saludaron aceleradamente y a ella se le escapó una sonrisa burlona, solo porque él era un desastre. Su camisa desarreglada, por mucho que él intento mantenerla ajustada dentro del pantalón, se salió al momento de levantarse, tenía una manga más arremangada que la otra y su pelo estaba totalmente desordenado de tanto tomarse la cabeza. Ella no pudo aguantar la risa y la soltó en su rostro. Él no pudo levantar los ojos del suelo, al menos hasta que ella lo abrazó. Fue uno de esos abrazos honestos, largos, apretados, de esos que te levantan el alma por meses. Ella dijo un par de bromas cortas, sobre su pantalón, su camisa, su pelo. Él la vio a los ojos, sus mejillas alegres, su sonrisa honesta. Y sonrió, sonrió con tanta fuerza y durante tanto tiempo que sus mejillas se acalambraron. Se tomaron de la mano y caminaron por el parque, como si fuera suyo, como si nadie más viviera en la ciudad. Antes de poder decir cualquier cosa, él salto y la abrazo, pero esa vez lo hizo fuerte, lo hizo con pena, con alegría, con una sonrisa en su boca, lágrimas en sus ojos, el corazón en la garganta. Y lloró, lloró un poco, pero lloró al fin. Ella, sin entender bien que era lo que pasaba, también lloró, también sonrió y le hizo cariño en la espalda mientras reconfortaba todo su miedo. Él trató de decirle todo lo que la extraño este tiempo, pero las palabras no salían de su boca. Ella lo entendió todo, porque lo conocía tanto que podía escuchar cuando sus ojos pedían ayuda. El abrazo fue profundo y duro todo lo que tenía que durar.

La tarde se volvió noche y ambos caminaban, uno al lado del otro. Él trataba de ir al ritmo de ella, en silencio, ella trataba de seguir su tranco, contando todo lo que había hecho estos meses. Juntando todas las palabras que quería decir, logro articular que la echó mucho de menos, y que estaba muy feliz de verla de nuevo. Ella sonrió, le dijo que era un tonto, y que también estaba feliz por verlo. Ella lo conocía bien, sabía todo acerca de sus miedos, su tristeza, la pena que guardaba abrazada al alma, y lo quería mucho. Lo quería como un hermano, como un compañero del alma, más que a un amigo, pero nunca lo logró ver como un futuro novio, o algo por el estilo. Él tampoco a ella, al menos no lo sentía. Ella era su pilar, su sostén emocional, la que escuchaba sus penas, la que entendía sus inseguridades, la que compartía su inquietud existencial. Ella era su mejor amiga. Y así fueron caminando, dos mejores amigos, contando todo lo que habían echo estos meses de cuarentena, como cada uno casi asesina a su familia, los nuevos hobbies que aprendieron, las rutinas a las que se apegaron para mantener la cordura, las redes sociales que borraron para evitar volverse locos. Rieron y caminaron, libres al fin. Él se dio cuenta que cuando estaba con ella, no pensaba en sus miedos, en la tristeza, y eso lo hizo feliz. Ella le preguntó por qué sonreía, y él solo supo decir que era gracias a ella, y que era feliz. Era todo lo que ella, dueña de sus propios demonios, necesitaba escuchar.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Claroscuro

Hay palabras que, sin lugar a dudas, toman más peso de noche. Es como si las estrellas cargaran de sentimiento cada letra, cada silaba, como si los acentos se volvieran susurros que solo el silencio de la noche pudiese salvaguardar. No sé muy bien cómo explicarlo, es un sentir, un vibrar, un respirar la tranquilidad de lo inevitable, la oscuridad inexorable, la calidez de aquel inconmensurable sentimiento llamado soledad. La noche es el breve lapso de tiempo donde el piano resuena con un eco melancólico, preferido por sobre la guitarra frenética, sobre la enérgica batería. La noche es el momento justo para llorarse, hundirse en la nostalgia, ahogarse en un mar de sabanas hasta la apnea. La noche es el momento para morir un momento. La vigía nocturna es la prueba de que existe la inexistencia, la fugacidad de la carne, el cuestionamiento del estar, del esperar. La deconstrucción del presente, el derrumbe del futuro. Olvidar el pasado. La boca de un solitario lobo que nos acobija hasta la inconsciencia. El alma en mutis antes del alba.

Junto con el sol perecen las cavilaciones y solo por un instante la noche da la bienvenida al madrugar, al primero roció que se aloja sobre el verde tapiz que recubre el horizonte. El amanecer se conjuga por un momento con la remembranza de los sueños, arrebol de la imaginación, tonadas melifluas que se reflejan como burbujas detrás de una cabeza descansada, vagando a gusto entre oídos sordos, jugando a estar sin ser, al sentir sin ver. La luminiscencia propia del iris matutino que se alza entre montañas andinas deja atrás la temprana aurora que abrió sus puertas al cuerpo celeste que brinda vida, alegría y ligereza. Los remordimientos se hacen cenizas bajo el calor abrazador, solo para luego renacer como intención incandescente, motivación inmarcesible. Inercia propia del respirar humano, nocturnamente dudoso, ansioso, apenado. Y es que todos somos personas de día y personas de noche. La cálida soledad nos entrega el carisma y la empatía, la pena contrasta con la alegría, haciendo invaluable la vida como una dicotomía, la conversación de dos sentires. Dos almas que convergen en un cuerpo. Día y noche que comparte un giro sobre su propio eje. El ir para volver, como un niño jugando en el columpio de la vida, meciéndose sobre el polvo que más tarde llevará a casa alojado en la suela de sus zapatos.

Es el arrebato, el atardecer que nos irradia nostalgia, su belleza que nos sumerge en la contemplación de la realidad que a veces se siente tan distante, tan hermosa, tan etérea que parece como si fuera a desaparecer como el polen entre los dedos del viento. El telar tostado del sol, arrugado y crujiente como el otoño, la paleta de colores cobrizos que le regala vida a una ciudad hecha de vidrio, una selva urbana que solo busca reflejar la incomprensible maravilla natural que le rodea. Un ligero sonara emana de cuerdas sinceras que murmuran un acorde lidio sobre la brisa que se pasea entre los espejos de la gran metrópolis. Metálicas luciérnagas se iluminan al paso del pincel claroscuro que levanta las luces hasta el infinito y las cuelga del oscuro telar que cubre nuestras cabezas, una perla tintineante a la vez. Los fríos corazones se confiesan y las frágiles jaulas dejan escapar las bestias que de noche recorren el firmamento a sus anchas. Las pestañas se vuelven insostenibles y solo algunos sobreviven al sopor propio del diario vivir, con la meta única de disfrutar, una vez más, la calidez de aquel inexorable sentimiento que llamamos soledad.

martes, 24 de marzo de 2020

Un Poco de Nada

Yo
Trabajo
Y algo más
Una guitarra suspira un acorde
Y yo toco mi teclado
La silla
Cabeceando
Mi corazón
Saltando
Un francés que se agolpa en el paladar
Empalagoso
Hostigante
Refrescante
Bien francés
Un carrusel
Que da vueltas mirando la torre
Eiffel sonriendo en la tierra
La raíz que alcanza
Tu suelo
Mi cielo
Nuestro
De nadie