lunes, 27 de abril de 2020

Reseña a Free Willy

            Este pasillo es realmente interminable, como un túnel donde la entrada y la salida solo son conceptos abstractos, algo olvidado por las leyes de la lógica. ¿Hay leyes físicas siquiera? Voy trotando hacia delante, no muy seguro si eso es una dirección aun, puesto que perfectamente podría estar retrocediendo o subiendo a algún lugar. Mis pies se sienten ligeros y escucho mi palpitar acelerado haciendo eco con las paredes, marcando el tempo de esta travesía. Los movimientos son extraños, el caos supera el orden y el camino parece un dibujo de Escher más que una ruta transitable.

            Como en una escalera de Penrose, el vértigo empieza a inundar mi cuerpo mientras observo como súbitos reflejos imprimen epilépticamente mi imagen al costado de este camino sincopado. La imagen se difumina y se tinta de color rojo, para luego volverse amarillo y finalmente azul, mezclando los colores, generando una lluvia variopinto. A poco me doy cuenta que esto no es un pasillo ni un túnel, sino un caleidoscopio, girando incesantemente. Al darme cuenta de la situación, el trote ligero que llevaba se transformo en galope para terminar en una carrera desenfrenada. Me quito los audífonos manteniendo los ojos cerrados, tomo dos grandes bocanadas de aire como si me fuera a sumergir y vuelvo los auriculares a donde pertenecen. Entro de nuevo.

            Esta lloviendo, pero no hay nubes a la vista. Las gotas son de colorido celofán, empapando el interior del caleidoscopio con un arcoíris de papel picado. Todo es caos y desorden. Siento como mi corazón quiere saltar desde mi pecho y huir de mi boca. Clímax. Los tiernos algodones grises toman el color del ébano y todo es movimiento puro. Diluvio colorido. Vértigo crudo. De pronto, aparece un contrabajo silvestre huyendo del piano que lo acecha enérgico, mientras la batería lo observa todo, gritando, acelerando. Éxtasis. Abro los ojos y los colores me invaden por dentro, siento como recorren mis venas y escapan por la punta de mis dedos.

            Suena un metalófono. El pasillo deja de girar lentamente y los colores del caleidoscopio dejan de brillar. Pasa la sinestesia y los sentidos se calman, todo vuelve a la normalidad, paulatinamente. Me quito los audífonos y suelto todo el aire que se encontraba atrapado en mis pulmones, me saco el sudor que recorre mi sien. Una experiencia tanto agotadora como ilustradora.

Brad Mehldal – Free Wily

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