A veces tomo el teléfono, me instalo en una nota en blanco y me pongo a pensar en que escribir. No es que alguien me lo hubiera pedido o si lo necesitara para algo. Ojalá nunca tener que necesitar escribir algo que me apasiona a la fuerza, porque no sería capaz de re leer ese trabajo bastardo. No, a veces solo me instalo en notas porque se me ocurre hacerlo, no por que tenga una idea o sienta que no he escrito hace mucho. No funciono así, la verdad. Hay días que escribo dos o tres cuentos, incluso más, y otras épocas en las que no escribo nada por meses. No se lo atribuiría a la inspiración ni a nada, solo a las coincidencias de la vida, de encontrarme frente a una nota en el momento de querer escribir algo. La verdad es que la mayoría de las veces me encuentro una idea para un cuento interesante, y se me olvida antes de que se me ocurra anotarlo. Cabeza de pollo dirán algunos. Otras veces alcanzo a anotarlo y lo dejo como un proyecto a futuro, ya sea por que no me siento con ganas de escribir o por qué no tengo tiempo. Ahí está otra cosa: soy tremendamente disperso y me cuesta retomar una idea cuando esta ya ha reposado, necesito ese envión inicial.
A veces ni siquiera se lo que escribo. ¿Será un poema? ¿Una décima? ¿Estilo libre? Tal vez escriba un cuento como corresponde, esos que tienen principio y final, o tal vez solo de vueltas sobre el papel hasta que encuentre que hable demasiado y lea todo una vez, para saber si tiene algún sentido o son solo divagaciones difuminadas por ideas que se enredan como audífonos en un bolsillo. Y si en el mismo bolsillo también hay unas llaves, dalo todo por perdido. No, a veces solo escribo y confío que las palabras me llevarán a algún lugar, que a la larga harán sentido. Se van armando como peldaños en una escalera y yo solo recorro el tramo, subiendo y bajando, zigzagueando erráticamente en un estilo que me gustaría decir propio, pero que probablemente alguien ya se lo adueño hace años. Me gusta pensar que a veces cuando escribo, hablo de tanta estupidez sin sentido que los que me leen, que hasta ahora no se si son muchos o pocos, se dan cuenta que cualquiera puede hilar dos palabras de una forma tal que hagan sentido, y decidan contar sus experiencias, una historia que se les ocurrió, un sueño loco, una anécdota divertida, un pesar doloroso o un recuerdo importante. Por favor escriban, escríbanlo todo, hasta que las palabras se cansen de ser conjugadas, manipuladas, entremezcladas. Hasta que las letras se aburran de tomarse de la mano para darle sentido al imaginario privado del departamento que cada uno de nosotros tiene entre ceja y ceja.
A veces escribo por que necesito sacar algo de mi pecho, aunque no sepa bien que es. Hoy fue así, puesto que sentía una congoja que no podía ahuyentar con nada, ninguno de mis trucos funcionaba. Lo intenté con mate y solo se me apuró la cuchara, me comí un pan con huevo y me sentí gordo. Hice unas flexiones y me sentí tonto. Leí un rato un libro sobre reflexiones de vida, y se me ocurrió que en verdad nadie sabe nada de nada. Salí con mi mamá y eso me levantó el animo un poco. Aunque aún sentía el pesar en el pecho. Me dispuse a manejar y armé una lista de música perfecta para perder la voz cantando y gritando, y si bien eso me hizo sentir feliz, el peso no se fue. Vi los últimos capítulos de una serie increíble, y el peso que antes sólo molestaba pasó a ser un agujero que perforaba mi pecho. Me acosté en mi cama, ya medio rendido frente a la situación, cuando mi perrita se me abalanza encima y se encarama a mi costado, con todo el calor que hace hoy en día. Eso me levantó la cabeza y decidí escribir. Y aquí estoy, escribiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario