sábado, 20 de febrero de 2021

Las Complejidades de la Era Informática

 

Después de un tiempo, no supe qué era lo que estaba buscando al otro lado de la pantalla. ¿Era a mí mismo? Apagaba y prendía mi celular una y otra vez, confiando que era la señal la que fallaba, o el aparato mismo. Tal vez había agotado los megas de un plan ilimitado, vaya a saber uno si no se equivocaron justo este mes, de este año, los de la compañía de teléfono. Me hablaba en voz baja que daba lo mismo, tenía que estar tranquilo, dejaba el teléfono lejos de mi alcance para dejar de buscarlo con las manos. A los pocos minutos buscaba una excusa para mirarlo una vez más y revisar si me había llegado alguna notificación. Nada. Bueno debe ser que tal vez se cayó Whatsapp. Todos saben que se si se cae uno se caen todos, si total, el dueño es el mismo. Miro la pantalla una vez más y solo veo mi reflejo embobado en la inescrutable pantalla negra de mi celular. Quien sabe cuántos milímetros de soledad, silencio y vacío. Capaces de conversar con personas al otro lado del mundo, y nadie parecía interesarse en mí.

 

No me aguanté y le mandé un segundo mensaje. Y por la ansiedad, con la inercia le mandé un tercero. El cuarto no lo mandé por que la vi en línea. Esas dos palabras de mierda que se alojan entre ceja y ceja, penetrando la sien y haciendo eco en los oídos. Se desconectó. No me quiere hablar. Bueno ya es definitivo, nada por que seguir peleando, son cosas que pasan, se hizo lo que pudo. Al menos tengo la tranquilidad de que hice todo lo posible, agoté los recursos, no me arrepiento de nada. Si tenía que acabar, ¿Quién soy yo para cuestionarlo? Uno está solo no porque sea insufrible, sino por que uno no se da cuenta de lo que lo rodea. Eso es, tengo a mis amigos, mi familia, no es tan terrible. Se conectó de nuevo, a ver si me habla. Me alojo, momentáneamente en otra conversación, le hablo a un amigo a quien le perdí el rastro hace meses, solo para engañarme y pensar que no estoy cual Penélope esperando a una Ulises que no me tiene ni en su mapa de ruta. Probablemente soy uno más entre miles.

 

Me está escribiendo. Mierda. Si me pone algo así como pidiendo perdón por no contestar en tanto rato o algo así, le digo que no importa, que ya está y nos pasa a todos, que a veces estamos tan ocupados en lo nuestro que se olvida uno del teléfono. Mentira, nunca en la reputísima vida he logrado dejar la mierda de celular a más de 17 centímetros de la Palma de mi mano. Bueno, ¿Y si se hace la loca? Así como que le da lo mismo, como que no se entera, como que no importa que alguien quede esperando una respuesta suya. No, así no. Si no me da una excusa creíble, y la demuestra fehacientemente, no le respondo. Así nomas, me aburrí de ser yo el que espera. Siempre así, ahora le toca a ella. ¿Ella me hizo esperar tres horas? Pues toma seis, y si me acuerdo. Tengo mejores cosas que hacer. Dejó de escribir. ¿Tal vez se arrepintió? ¿Le da vergüenza? No, no, no, yo sabía que los tres mensajes era un error va a pensar que soy un intenso, que cagada. No dale, ahí esta escribiendo de nuevo. Tomate tu tiempo, dime lo que quieras, te espero nomas, no te preocupes. Al menos dame una señal de que no estoy totalmente loco por esperar un mensaje tuyo.

 

Bueno y me respondió así como quien no quiere la cosa, se acabo todo, todo, todo. La verdad me da lo mismo, ni la quería tanto. El regalo que le pedí seguro se lo doy a otra, o a mi hermana si me apuro un poco. Ya estamos, ¿Me descargo Tinder y hago el loco un rato? No, ¿Para qué? Siempre lo mismo. Pongo modo avión el teléfono y me voy a vivir un rato. Ahora con tiempo tal vez vea una película y todo, que importa. Me escribió de nuevo. Esas son dos veces seguidas. ¿Qué hago ahora? Me dice que vayamos al café de siempre. ¿A las 5? Complicado, pero alcanzo. Si vamos, se le hecha de menos, además es muy simpática, lo vamos a pasar bien. Además es linda, me encanta, se que se lo he dicho, ¿Pero será suficiente? En una de esas mejor le compro unas flores, tal vez un chocolate. No, chocolate mejor no, si nos vamos a tomar un café mejor que no sea nada que se tome. Además, seguro la invito yo, las flores y el chocolate tal vez sea mucho. Son las 4.30, mejor voy saliendo. ¿No querrá que la pase a buscar? Me dijo que no, bueno quien sabe, tal vez anda por ahí cerca y quería caminar. Mejor llego un poco antes por si la pillo caminando, para acompañarla. Que bueno, me encanta este café, es un buen lugar para conversar y pasar un buen rato. Ya bueno, ¿Entonces le compro cuantas? ¿12 son muchas? Igual si, pero 10 parece como que me quede corto y menos es de tacaño. Eso, 5 girasoles se ven como mucho por qué son grandes, pero no tanto. Sería papelón si llego y no le gustan. ¿Te imaginas llego y se enoja? ¿Y si me quiere terminar? Nada, estoy loco, seguro estoy pensando demasiado.

 

¿Y si no?

Poniéndome al Día

 

No recuerdo cuando fue la última vez que pasé tanto tiempo sin escribir. Incluso ahora, mientras lo hago, no tengo una idea clara, ni motivación alguna que me empuje a terminar este relato. Tal vez ni lo haga. La verdad han sido meses difíciles, complejos, aciagos. Un periodo oscuro del que a veces es tan difícil rescatar algo. Y es que nos tienen convencidos de que debemos sonreírle al abismo, encarar el miedo y brillar ante la ausencia de luz, porque eso nos sacará adelante. No se confundan, tienen razón. Cada uno de esos consejos envasados, cada frase cliché, gastada y agobiada de tanto repetirse, cada exasperante palabra de aliento tiene un gran sustento en la realidad de las cosas. Ver el lado alegre de la vida da felicidad. El reflejo del atardecer en el edificio que queda frente a tu oficina, justo mientras vas saliendo luego de una jornada que se extendió más de lo que esperabas. Una canción que saltó de entre el aleatorio para animar un poco tu tarde. Un perro que espera al lado del camino y que se deja acariciar por tu mano cansad de teclear los mismos números, una y otra vez. La vida, queramos o no, está llena de momentos trillados que le dan sentido, que le dan consistencia y razón.

 

Les aseguro que cuando tomé mi teléfono y empecé a escribir, no pensaba en mandarme un párrafo motivacional estilo comercial de llame ya, esperando darle un vuelco a sus vidas y alegrarles la existencia. Me chupa un huevo. Yo quiero escribir, hace mucho no lo hago, así que perdonen si dentro de mi ser oxidado hay anhelos de esperanza, y que esto sea lo único que se me escape de entre los dedos para producir contenido. Realmente no me importa. Echaba de menos escribir y recordar cuánto me gusta hacerlo. Tal vez eso nos falta, forzarnos un poco, escapar de la rutina, romper el engranaje que nos tiene en línea y doblar un poco la fila para ver hasta donde llega. Quiero despertarme mañana, leer esto que escribo y sentir que lo hice otra vez, que logré escribir algo, que alcancé ese no se que tan intimo, tan mío, ese algo que me hace sentir propio. No me importa si a ustedes les gusta, esto es para mi, y lo publico por que tal vez ustedes necesitan saber que, a veces, está bien que no te importe el resto, que valga poco y nada la opinión de esos ojos observantes. Tal vez hoy en día nos sobra empatía y falta indiferencia.

 

Tal vez lo que nos falta es cerrar los ojos y escuchar el crepitar del viento pasajero, abalanzando el tiempo contra los rostros, haciéndonos sentir nuestros, propios. Ser sin pensar por qué, querer sin preguntar el fin, empujarnos al barranco y dar gracias por haber saltado en vez de solo dejarnos caer. Tal vez lo que nos falta es eso, apropiarnos de la desgracia, aprovechar estos tiempos aquejados por la incertidumbre y el dolor, tomar este afligido susurro y convertirlo en grito, en mensaje. Si tuviera que resumir lo que se de la vida ahora mismo, diría solo cuatro palabras: Estamos todos pal pico. Pero aún así, seguimos de pie, dándole, empujando, prestando la mano, soltando sonrisas como si la vida no costara vivirla. Y eso creo que es lo que más me gusta de todo esto, ver como la adversidad sirve de combustible, ver como enardece el fuego de los corazones y sentir el palpitar frenético e incansable. Nos enfrentamos a una realidad que solo se da cada cien años, y que esperemos nunca más se repita. Pero mientras dure, no dejemos de ser nosotros mismos. Creo que por eso quería escribir hoy. Para pedirles que sigan haciendo lo que les gusta, se empujen fuera del reconfortante lecho de la desesperación y le den vuelta la mano a la circunstancia. A la vida, hoy más que nunca, le falta gente para vivirla.

Y Más


La sonrisa que habita tu rostro, esa que nace transparente en tus honestos ojos, la misma que pincelea alegrías al voleo sobre la blanca tela de mi alma presta, alumbra el camino serpenteante que a veces recorro solo, preso del cavilar insufrible que revolotea en bandada sobre el techo de mi pensadero. Es en tu pecho donde descansan las secas lagrimas que llenan el vacío vaso de la existencia, gota por gota, grano por grano. Eres el remo que me acompaña al otro del río. Eres el suspiro que el viento libera sobre la copa de los árboles, el suave cántico que hace el viento al recorrer los recovecos de las montañas. El eco de mi torso en tu espalda, la calidez de tus brazos de lana, una bufanda de piel que reconforta el corazón rengueante. Eres todo eso y algo más.

 

El olor del pasto por la madrugada, el frío del rocío que se evapora bajo el tibio calor de alba. La iridiscente luz que atraviesa la neblina tenue, hilvanada con los pensamientos que se tejen en mi cabeza. A veces solo hace falta el atisbo de un color, tu personalidad tan amarilla, que contrasta con mi azul profundo. La mirada blanca limpia de penas las noches en vela, mientras tu manos entibian con su rojo fulgor el frío invierno que se cierne, intermitente, sobre las pestañas entrelazadas. Tu azul se vuelve océano, con el sol colgando bajo su crepúsculo, invitando a sumergirme en lo más profundo de las corrientes que albergas en la sien. Dentro de mi escafandra, eres aire, sol, lluvia, viento, tormenta y paz. Eres todo eso y tanto más.

 

A veces la distancia se siente eterna, las fotos opacas, los ruidos sordos y mis palabras saltan desde mis labios para morir en el profundo silencio en el que se ahogan mis pulmones. La fragilidad del sonido es abrumadora, especialmente en su ausencia. Son tus letras esquivas las que más ruido hacen, las que resuenan en mis témpano, vibrando incansablemente hasta el agotamiento. Tus frases con vergüenza, vocales sonrojadas, esas que disparas mirando hacia otro lado, son las que llenan de calor el pecho, redoblan el retumbar y dibujan sobre mi rostro bosquejos de emociones que no soy capaz de definir. Eres como la plácida calma entre la inexorable fragilidad del ser, los colores que se escapan del dibujo, el ruido de la madrugada, el frío al caminar por la calle, el ruido de las hojas secas, el olor a café. El crepitar del mar y las luces de la noche. Para mi eres todo esto. Todo esto y mucho más.