No recuerdo cuando fue la
última vez que pasé tanto tiempo sin escribir. Incluso ahora, mientras lo hago,
no tengo una idea clara, ni motivación alguna que me empuje a terminar este
relato. Tal vez ni lo haga. La verdad han sido meses difíciles, complejos,
aciagos. Un periodo oscuro del que a veces es tan difícil rescatar algo. Y es
que nos tienen convencidos de que debemos sonreírle al abismo, encarar el miedo
y brillar ante la ausencia de luz, porque eso nos sacará adelante. No se
confundan, tienen razón. Cada uno de esos consejos envasados, cada frase
cliché, gastada y agobiada de tanto repetirse, cada exasperante palabra de
aliento tiene un gran sustento en la realidad de las cosas. Ver el lado alegre
de la vida da felicidad. El reflejo del atardecer en el edificio que queda
frente a tu oficina, justo mientras vas saliendo luego de una jornada que se
extendió más de lo que esperabas. Una canción que saltó de entre el aleatorio
para animar un poco tu tarde. Un perro que espera al lado del camino y que se deja
acariciar por tu mano cansad de teclear los mismos números, una y otra vez. La
vida, queramos o no, está llena de momentos trillados que le dan sentido, que
le dan consistencia y razón.
Les aseguro que cuando
tomé mi teléfono y empecé a escribir, no pensaba en mandarme un párrafo
motivacional estilo comercial de llame ya, esperando darle un vuelco a sus
vidas y alegrarles la existencia. Me chupa un huevo. Yo quiero escribir, hace
mucho no lo hago, así que perdonen si dentro de mi ser oxidado hay anhelos de
esperanza, y que esto sea lo único que se me escape de entre los dedos para
producir contenido. Realmente no me importa. Echaba de menos escribir y
recordar cuánto me gusta hacerlo. Tal vez eso nos falta, forzarnos un poco,
escapar de la rutina, romper el engranaje que nos tiene en línea y doblar un
poco la fila para ver hasta donde llega. Quiero despertarme mañana, leer esto
que escribo y sentir que lo hice otra vez, que logré escribir algo, que alcancé
ese no se que tan intimo, tan mío, ese algo que me hace sentir propio. No me
importa si a ustedes les gusta, esto es para mi, y lo publico por que tal vez
ustedes necesitan saber que, a veces, está bien que no te importe el resto, que
valga poco y nada la opinión de esos ojos observantes. Tal vez hoy en día nos
sobra empatía y falta indiferencia.
Tal vez lo que nos falta
es cerrar los ojos y escuchar el crepitar del viento pasajero, abalanzando el
tiempo contra los rostros, haciéndonos sentir nuestros, propios. Ser sin pensar
por qué, querer sin preguntar el fin, empujarnos al barranco y dar gracias por
haber saltado en vez de solo dejarnos caer. Tal vez lo que nos falta es eso,
apropiarnos de la desgracia, aprovechar estos tiempos aquejados por la
incertidumbre y el dolor, tomar este afligido susurro y convertirlo en grito,
en mensaje. Si tuviera que resumir lo que se de la vida ahora mismo, diría solo
cuatro palabras: Estamos todos pal pico. Pero aún así, seguimos de pie,
dándole, empujando, prestando la mano, soltando sonrisas como si la vida no
costara vivirla. Y eso creo que es lo que más me gusta de todo esto, ver como la
adversidad sirve de combustible, ver como enardece el fuego de los corazones y
sentir el palpitar frenético e incansable. Nos enfrentamos a una realidad que
solo se da cada cien años, y que esperemos nunca más se repita. Pero mientras
dure, no dejemos de ser nosotros mismos. Creo que por eso quería escribir hoy.
Para pedirles que sigan haciendo lo que les gusta, se empujen fuera del
reconfortante lecho de la desesperación y le den vuelta la mano a la
circunstancia. A la vida, hoy más que nunca, le falta gente para vivirla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario