La sonrisa que habita tu
rostro, esa que nace transparente en tus honestos ojos, la misma que pincelea alegrías
al voleo sobre la blanca tela de mi alma presta, alumbra el camino serpenteante
que a veces recorro solo, preso del cavilar insufrible que revolotea en bandada
sobre el techo de mi pensadero. Es en tu pecho donde descansan las secas
lagrimas que llenan el vacío vaso de la existencia, gota por gota, grano por
grano. Eres el remo que me acompaña al otro del río. Eres el suspiro que el
viento libera sobre la copa de los árboles, el suave cántico que hace el viento
al recorrer los recovecos de las montañas. El eco de mi torso en tu espalda, la
calidez de tus brazos de lana, una bufanda de piel que reconforta el corazón
rengueante. Eres todo eso y algo más.
El olor del pasto por la
madrugada, el frío del rocío que se evapora bajo el tibio calor de alba. La
iridiscente luz que atraviesa la neblina tenue, hilvanada con los pensamientos
que se tejen en mi cabeza. A veces solo hace falta el atisbo de un color, tu
personalidad tan amarilla, que contrasta con mi azul profundo. La mirada blanca
limpia de penas las noches en vela, mientras tu manos entibian con su rojo
fulgor el frío invierno que se cierne, intermitente, sobre las pestañas
entrelazadas. Tu azul se vuelve océano, con el sol colgando bajo su crepúsculo,
invitando a sumergirme en lo más profundo de las corrientes que albergas en la
sien. Dentro de mi escafandra, eres aire, sol, lluvia, viento, tormenta y paz.
Eres todo eso y tanto más.
A veces la distancia se
siente eterna, las fotos opacas, los ruidos sordos y mis palabras saltan desde
mis labios para morir en el profundo silencio en el que se ahogan mis pulmones.
La fragilidad del sonido es abrumadora, especialmente en su ausencia. Son tus
letras esquivas las que más ruido hacen, las que resuenan en mis témpano,
vibrando incansablemente hasta el agotamiento. Tus frases con vergüenza,
vocales sonrojadas, esas que disparas mirando hacia otro lado, son las que
llenan de calor el pecho, redoblan el retumbar y dibujan sobre mi rostro
bosquejos de emociones que no soy capaz de definir. Eres como la plácida calma
entre la inexorable fragilidad del ser, los colores que se escapan del dibujo,
el ruido de la madrugada, el frío al caminar por la calle, el ruido de las
hojas secas, el olor a café. El crepitar del mar y las luces de la noche. Para
mi eres todo esto. Todo esto y mucho más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario