domingo, 29 de agosto de 2021

Polvo en Suspensión

 

Una persona acaba de perder la vida en la línea de metro. Al parecer se aventó contra los rieles y dejó escapar la incertidumbre del futuro de entre sus manos. Al menos eso es lo que nos relata una voz metálica en el vagón que nos protege de la oscuridad que nos rodea. Las luces cayeron inconscientes y la electricidad fue degollada en un instante. La línea se encuentra cortada y los caminos cercenados, todo por el actuar de una persona de la cual sólo sabemos que decidió acabar con su vida.

 

Miré a mi alrededor mientras un peso invadía mi pecho y las manos inertes del destino jugaban a hacer nudos con mi garganta. A lo largo y ancho del vagón sólo pude encontrar miradas esquivas, pantallas resplandecientes y narices perdidas en la indiferencia. No soy quien para juzgar, pues los audífonos trataban de sustraerme de la realidad en la cual me ahogaba. De entre todos los presentes, sólo pude rescatar la mirada de un niño, que parecía preguntar a su madre que estaba pasando. Ojalá hubiera podido escuchar la respuesta de su madre, porque la misma duda galopaba mi corazón intranquilo.

 

Las luces renacieron entre avisos desgastados y la inercia de la rutina hizo un esfuerzo por echar a andar la maquina que no se detiene. Algunos subieron, otros bajaron, y la voz metálica pidió nuevamente disculpas por el inevitable atraso que el peso en la vida de otro nos pueda generar. Las paradas son más largas y se deja escuchar un rumoreo quejumbroso, resoplante, disconforme. ¡El egoísmo de esta persona es inaudito! ¡Cómo se atreve a sucumbir ante la sociedad inclemente, interviniendo mi precioso andar!

 

Por un segundo deseé que alguien tomara las riendas del momento que pendulaba, que se adueñara del silencio, que nos explicara que así es la realidad, que gente muere bajo el yugo de su mente, que es importante revisarnos, preocuparnos no sólo de nuestra gente, sino de aquel prójimo etéreo,  interesarnos en ser más amables, más empáticos. Que seamos menos gente y más persona. Mi deseo de ver esa imagen realidad fue tan grande, que mis pies hicieron un ligero amague de dar un paso adelante, mas un sentimiento de paranoia, una ligera preocupación a la incertidumbre de la reacción al romper el paño que cubría los ojos de todos, al correr el velo semitransparente del desasosiego.

 

Me bajé del vagón en mi estación diez para las dos, de este miércoles veinticinco de agosto. La persona aún no tiene nombre, rostro ni sentimientos. Fue sólo un objeto que se interpuso a la fuerza ineludible del Metro. Así como yo soy sólo un objeto estático para los transeúntes, ensimismados en su rutina trepidante, esquivando el irremediable arrebato de un destino agazapado. Personas pasan a mi lado y sólo ven gente, materia, estructura. Polvo en suspensión.

Inhalar Hondo

 

La maldición de la felicidad es que casi siempre la encontramos tarde y añejada en tiempo, al observar en retrospectiva la vida misma. Es raro encontrar la paz suficiente para detener todo en el fotograma exacto, ese que golpea el acorde oportuno en el compás preciso. Y no digo que sea encontrar el significado de la vida ni descubrir el sentido de divagar dando tumbos entre lugares y momentos. Puede ser el calor del sol, la quietud de la brisa, el volar de un pájaro, la imagen de una cordillera vestida de novia. Allí reside un poco la magia de estar vivos: descubrir los pequeños placeres. Es un momento de autoconocimiento, de reflexión, un segundo de realización. Una cápsula de vida.

 

A veces cuesta quitarse de encima el esquema de nueve a siete, salir del cubículo y saltar de la silla giratoria. La vida ocurre a todas horas, no importa cuando leas esto. Creo que son las diez, pero podrían ser las dos, y ustedes no sabrán si hablo de la mañana o la tarde. Todo es un tanto relativo cuando cambian las perspectivas. En definitiva, no digo que la vida se viva de una sola forma, o que haya quienes se equivoquen al vivirla. La verdad es, que probablemente todos estamos equivocados y hay algo de increíble en eso, una especie de camaradería, un sentido de unidad, comunidad. Vamos todos nadando contra la corriente y se siente bien. A veces agota y nos dejamos llevar río abajo, flotando con los ojos clavados en una nube. Luego sembramos los pies en la cuenca y damos la pelea de nuevo. Huir es fácil, irse es lo que cuesta.

 

En una vida donde todos tratan de tener color, mostrar vida, vibrar alto y emanar energía, donde todos necesitan “hacer algo”, creo que nos hace falta “hacer nada” de vez en cuando. El tiempo se mueve lento cuando estamos solos, y corre acompañado. Hay que descansar de esta maratón y darnos tiempos para cargar energía. Entender que esto no es una carrera contra nadie. Miramos a los lados y vemos gente yendo más deprisa, más seguido, con más energía. No tratemos de ser ellos. Ellos están bien, nosotros también. No compararnos es una utopía, somos competitivos de fábrica, pero entender que tenemos otro ritmo, funcionamos en otra frecuencia. Calma, respira y levanta la cabeza. Queda camino y tiempo. No pierdas la vida mirando la carrera, y disfruta el paisaje.

Gastón Petit


Gastón es un pequeño que nació en un hospital de París, entre la agonía de julio y el alba de agosto. Es hijo de un flaco simpático, francés de tomo y lomo, bueno para el garabato, sobretodo un buen amigo. Su mamá es una chilena amable y atenta, despierta y aventurera. Gastón no sabe nada de esto aún, pero tiempo le queda para averiguarlo.

 

Probablemente crecerá jugando fútbol con su papá, bailando con su mamá, viendo como el vino y el paté de canard van de la mano. Caminará por Paris y visitará Santiago, conocerá sus tíos y tías, de sangre y de vida. Irá a una escuela y aprenderá francés y español, quizás no en ese orden. Le gustará leer y desde pequeño sabrá lo importante de ser buena persona. Seguro sus padres se preocuparán de ello.

 

El pequeño Gastón un día no será tan pequeño. Caminará con su brazo apoyado del hombro de su papá, abrazará a su mamá apoyando su cabeza sobre la de ella. Creo que será alto, si mis pronósticos no se equivocan. Tal vez será de sonrisa fácil, de prestar su mano sin poner excusas, ayudar a los demás y unir a la gente. Porque así son sus viejos.

 

Hay pocas cosas que la vida deja en nuestras manos, pero soñar es algo bonito. Me imagino que Gastón será más menos como lo describo, y si la vida algo me ha enseñado, es que todos sacamos un poco de nuestros viejos. Gastón Pequeño será enorme, casi tan grande como su corazón, y con toda una vida por delante. Lo mejor de todo es que no hay apuro, ya tendrá tiempo para averiguarlo él mismo.