Una persona acaba de perder
la vida en la línea de metro. Al parecer se aventó contra los rieles y dejó
escapar la incertidumbre del futuro de entre sus manos. Al menos eso es lo que
nos relata una voz metálica en el vagón que nos protege de la oscuridad que nos
rodea. Las luces cayeron inconscientes y la electricidad fue degollada en un
instante. La línea se encuentra cortada y los caminos cercenados, todo por el
actuar de una persona de la cual sólo sabemos que decidió acabar con su vida.
Miré a mi alrededor mientras
un peso invadía mi pecho y las manos inertes del destino jugaban a hacer nudos
con mi garganta. A lo largo y ancho del vagón sólo pude encontrar miradas
esquivas, pantallas resplandecientes y narices perdidas en la indiferencia. No
soy quien para juzgar, pues los audífonos trataban de sustraerme de la realidad
en la cual me ahogaba. De entre todos los presentes, sólo pude rescatar la mirada
de un niño, que parecía preguntar a su madre que estaba pasando. Ojalá hubiera
podido escuchar la respuesta de su madre, porque la misma duda galopaba mi
corazón intranquilo.
Las luces renacieron entre
avisos desgastados y la inercia de la rutina hizo un esfuerzo por echar a andar
la maquina que no se detiene. Algunos subieron, otros bajaron, y la voz
metálica pidió nuevamente disculpas por el inevitable atraso que el peso en la
vida de otro nos pueda generar. Las paradas son más largas y se deja escuchar
un rumoreo quejumbroso, resoplante, disconforme. ¡El egoísmo de esta persona es
inaudito! ¡Cómo se atreve a sucumbir ante la sociedad inclemente, interviniendo
mi precioso andar!
Por un segundo deseé que
alguien tomara las riendas del momento que pendulaba, que se adueñara del
silencio, que nos explicara que así es la realidad, que gente muere bajo el
yugo de su mente, que es importante revisarnos, preocuparnos no sólo de nuestra
gente, sino de aquel prójimo etéreo,
interesarnos en ser más amables, más empáticos. Que seamos menos gente y
más persona. Mi deseo de ver esa imagen realidad fue tan grande, que mis pies
hicieron un ligero amague de dar un paso adelante, mas un sentimiento de
paranoia, una ligera preocupación a la incertidumbre de la reacción al romper
el paño que cubría los ojos de todos, al correr el velo semitransparente del
desasosiego.
Me bajé del vagón en mi
estación diez para las dos, de este miércoles veinticinco de agosto. La persona
aún no tiene nombre, rostro ni sentimientos. Fue sólo un objeto que se
interpuso a la fuerza ineludible del Metro. Así como yo soy sólo un objeto
estático para los transeúntes, ensimismados en su rutina trepidante, esquivando
el irremediable arrebato de un destino agazapado. Personas pasan a mi lado y
sólo ven gente, materia, estructura. Polvo en suspensión.