Gastón es un
pequeño que nació en un hospital de París, entre la agonía de julio y el alba
de agosto. Es hijo de un flaco simpático, francés de tomo y lomo, bueno para el
garabato, sobretodo un buen amigo. Su mamá es una chilena amable y atenta,
despierta y aventurera. Gastón no sabe nada de esto aún, pero tiempo le queda
para averiguarlo.
Probablemente
crecerá jugando fútbol con su papá, bailando con su mamá, viendo como el vino y
el paté de canard van de la mano. Caminará por Paris y visitará Santiago,
conocerá sus tíos y tías, de sangre y de vida. Irá a una escuela y aprenderá
francés y español, quizás no en ese orden. Le gustará leer y desde pequeño
sabrá lo importante de ser buena persona. Seguro sus padres se preocuparán de
ello.
El pequeño Gastón
un día no será tan pequeño. Caminará con su brazo apoyado del hombro de su
papá, abrazará a su mamá apoyando su cabeza sobre la de ella. Creo que será
alto, si mis pronósticos no se equivocan. Tal vez será de sonrisa fácil, de
prestar su mano sin poner excusas, ayudar a los demás y unir a la gente. Porque
así son sus viejos.
Hay pocas cosas que
la vida deja en nuestras manos, pero soñar es algo bonito. Me imagino que
Gastón será más menos como lo describo, y si la vida algo me ha enseñado, es
que todos sacamos un poco de nuestros viejos. Gastón Pequeño será enorme, casi
tan grande como su corazón, y con toda una vida por delante. Lo mejor de todo
es que no hay apuro, ya tendrá tiempo para averiguarlo él mismo.
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