A veces, después de estar contigo, me invade una soledad tan intensa que siento mi alma escurrirse entre mis dedos, la veo caer al olvido, como un espejo quebrado, con mil imágenes distorsionadas guardando silencio al unísono. Desechable y eludible, un peso en el tobillo, un obstáculo más que bordear antes de llegar a destino. Así me siento mientras camino a mi auto desde tu portón, donde me dejas sin mirar atrás, sin revisar de reojo si sigo allí.
Creo que el gran miedo que siempre le tuve a decirte lo que siento, era verte dejar mis palabras colgadas en el viento, embarcadas en un vuelo a ningún lado. Mostrarte la herida abierta y que miraras con asco hacia otro lado. Sentir que no soy suficiente, que a veces soy demasiado. Romper mi silencio sagrado y verlo vulnerado por el desdén, el cansancio, la impaciencia.
Mientras más uno se esconde, el miedo a aparecer solo crece, el tiempo se acumula y la arena cargada sobre los hombros ahoga la esperanza de ser comprendido, escuchado. Que mis quebrados sentimientos inentiligibles sean examinados desde las alturas de la madurez que carezco, con expectativas que me exceden, bajo exigencias que me exilian. El pequeño paso de abrir la herida se siente como desgarrar pecho, esternón y entrañas, para exponer un corazón arrítmico y atolondrado, rústico y abrutado, a la lupa escrutinadora de quien ya no tiene tiempo para pulir piedras ni redondear esquinas.
Me siento en el auto esperando a que la realidad me aterrice, que calme el ruido que envuelve mi cabeza después de estar contigo. Porque no es calma, no es paz ni tranquilidad, certidumbre ni seguridad. Tanteo terreno a ciegas esperando no pisar en falso, mientras intento recoger mis piezas sin perder las que ya tengo. Tu silencio abrumador se mezcla con las afiladas palabras que escapan de tus labios cansados. Las heridas que dejan a su paso son más profundas por saber que ese cansancio está justificado, que existen razones para lanzar esos certeros dardos, esas frases cortopunzantes.
Ahora me acuesto y escucho tu canción favorita, miro la foto que tenemos juntos y la frase que alguna vez escribiste en tu maquina. Trato de abrazar los momentos del día donde vibramos juntos, pero la sombra me da frío y no me prestas abrigo. Así es como tengo que inventarme un chaleco con palabras que no dijiste, fabricarme una mentira con fragmentos de lo que me gustaría que significaran tus palabras. En esta tibia quimera concibo un sueño agotador, dispuesto a esperar otra semana, con esperanza de que todo será mejor.
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