Recuerdo
mirarte sonriente, escuchando tus explicaciones sobre un tema que estaba a
leguas de mi comprensión. Tengo en la memoria el sentir que tu mente era un río
de colores, y que cuando hablabas me empapabas con ellos. Probablemente siga
siéndolo, no serías tú si así no fuera.
Me
baja la pena de cada tanto en tanto, dándole vueltas a la idea de lo fácil que
habría sido evitar el adiós, si tan solo hubiésemos rescatado lo nuestro a
tiempo. Ya al final era difícil desmalezar el cariño de todo el desgaste y el
rencor que había. Tal vez a esto se refieren cuando dicen que el timing lo es
todo.
Inevitablemente,
la típica y estúpida pregunta se asoma temerosa: “¿te arrepientes de algo?”.
Que poco. Por supuesto que sí. Me arrepiento de no haber dado la atención que
necesitaba, el cuidado, tomar la responsabilidad de lo que estábamos viviendo.
Me arrepiento de callar cuando quería hablar, y balbucear cuando tocaba
silencio. Si hubiera sabido que lo nuestro no sería para siempre, te habría
dado más abrazos y escucharte más tiempo.
Nadie
va a entender cuánto me encanta ese río de colores, ese humor oportunista, esa
sonrisa pícara, tus ojos risueños, esa nariz que tomaba todo tu conjunto y lo
hacía armónico, una mezcla perfecta de pillería e inocencia, profunda
inteligencia y tierna ignorancia.
Ahora ya mirando lo que fue, me doy cuenta que no importa lo que podría haber sido, porque poco se puede hacer hoy. Más adelante tal vez nos encontremos, distintos, tal vez seremos los mismos, tal vez sigas usando la misma sonrisa, tus mismos ojos, el mismo perfume. Pero de alguna forma, distinta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario