jueves, 9 de febrero de 2023

Cementerio General

De entre los blancos calcificados huesos a medio enterrar, olvidados por el pequeño can que estuvo arrastrando la carcasa de persona por algunos cientos de metros. El granuja, luego de tanto tramitar, decidió, cómo quien fuera al mercado, raptar el fémur izquierdo de nuestro exhumado y esqueleticamente escuálido amigo.


Parcialmente bajo el barro santiaguino, entre el cemento gastado del Cementerio General, se encontraba extraviado nuestro calcico saco de huesos, sin entender mucho que era lo que estaba pasando, que hacía ahí, al medio del pasillo del cementerio, con una pierna menos, y un agujero en el cráneo. Bueno, lo del golpe lo recuerda. 


Más bien que recordarlo, nuestro opaco conjunto de restos mortalmente heridos, tenía la sensación de que, poco a poco, el líquido negro que navegaba dentro de su cabeza se escurría, como si estuviese derramando la esencia de si mismo, mientras se dejaba estar en el suelo. 


Y bueno, nada. No lo quedo otra que levantarse. Con una pierna y ayuda de sus delgados, enclenques brazos, logró mantenerse parado y evitar que el negro siguiera desparramándose por las piedras del camino que cruza el cementerio. O eso creía el.


A poco se dio cuenta que, en realidad, el líquido oscuro no se estaba desparramando, sino que se estaba desbordando. Si, como lo oyen: Nuestro esquelético amigo estaba produciendo la viscosa sustancia, que goteaba desde su craneo al suelo, dejando una poza de lo que podría haber sido alquitrán. Tal vez lo era.


Mientras saltaba en un pie, haciendo de cuenta que caminaba, y sin saber mucho que hacer con esta especie de tinta, pensó en cómo emplearla para algún fin útil. A fin y al cabo, para eso son las cosas. Pensó en nutrir los ríos que morían de inanición, pero no sabía si la cura era peor que la enfermedad. Creyó buena idea el compartir a otros ahuesados colegas de esta extraña sustancia, pero tampoco tenía claro si estaría pasando por encima de la voluntad de esos inanimados sujetos. 


De tanto cranear, cayó en cuenta que, a medida que un pensamiento atravesaba su perforada cabeza, más líquido emanaba del mismo, como si el pensadero se hubiese convertido en un pozo de petróleo, una mina de oro negro ¿Pero que hacer con un dinero que no se puede gastar?


Nuestro querido huesitos miró al suelo, buscando respuestas de donde mismo salieron las dudas, y como una exclamación después de un susurro, una idea le vino al coladero que tenía por craneo: Al caminar, o mejor dicho saltar, ha dejado un rastro con la negra tinta que ha ido esparciendo, involuntariamente, por todo el lugar. Por fin tiene algo que hacer con el maldito líquido.


Bueno, la verdad, es que aún no se le ocurre nada muy útil en que usar la tinta, pero ahí está, escribiendo en el suelo todas sus ideas, gastando la tinta a medida que está brota del agujero en su cabeza. De vez en cuando el perro se acerca a dejarle el fémur a nuestro esquelético protagonista. Recibe al pequeño cachorro con un cariño enérgico bajo la barbilla y una cosquillas tras la oreja, toma el fémur y lo tira lejos. Sonríe para adentro. No siempre todo tiene que ser tan útil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario