lunes, 14 de diciembre de 2015

Perdido en el Tintero



Divagando en tinta china, en una nube polvorienta, escuchando un ritmo ensordecedor, esperando que una mano se levante y quiera hacer la misma pregunta ignorante que asalta mi cabeza. Vocales percutidas por un tosco gramófono perforan mis oídos, inflaman mis tímpanos, yunques y martillos, y yo no entiendo nada. La somnolienta mañana me toma de la mano y baja mi cabeza, en gesto de sumisión absoluta e innegable, cruza mis brazos como a quien no le interesara respirar y despegó a un lugar mucho más acogedor, más cálido, donde multifacéticas realidades ordenan un caos asimétrico y antigeométricamente jurídico. Golpes en la madera intentan abducirme, pero mi voluntad es férrea, implacable, como el amor de un loco por su escoba. Figuras incorpóreas atraviesan mi vista como medusas levitantes, majestuosas y perennes. Decoran el cielo hasta que la noche se adueña del horizonte con una convicción moderna, para convertirse en astros celestes protectores de los secretos cósmicos de la eterna historia, golpeándose entre ellas para pasar la eternidad de una manera amena. Menuda entretención. 

Notas sinfónicas conforman un castigo insufrible, pues en este caos solo un lobo podría conformar la más bella de todas las melodías, una sonata que haga olvidar tiempos inmemoriales, rascacielos imprudentes, conquistadores irreverentes, artistas desbocados y sueños imposibles. Alguien golpea la madera y solo quiero tomar su furioso puño y estrujarlo contra el cielo eterno, con fines meramente académicos. Tal vez también lúdicos, nadie lo sabe con certeza. ¡Eso es! ¡Certezas! Bellos frutos rojos que una vez madurados mezclan suaves y dulce aromas con cierto amargor elocuente y una pisca de demencia. Un desayuno saludable debe constar de, al menos, cuarenta y siete certezas, y puede ser acompañado con un poco de avena al gusto. Un café tampoco le viene mal, pero debe ser negro como el alma de un felino.

Comer certezas mientas se teje y desteje esperando en el muelle de San Blas es una actividad sumamente recomendada. Sus inhibidores naturales permitirán a la mente más básica una travesía dantesca, un fascinante viaje astral jamás conocidos por el hombre. Básicamente debido a que este fruto está prohibido desde tiempos bíblicos. Castigo de los oprimidos por obligaciones morales, laceraciones incorruptibles por ninguna medicina oriental conocida por el ser humano. Tanta ignorancia hace que se me ericen los pelos y caduquen todos los plazos. Tiempo. Todo es culpa del tiempo. De haberse descubierto la realidad antes estaríamos en un mundo completamente diferente. Ya habríamos ganado la guerra contra aquellos verdes seres vivos que complican la existencia. ¿O esos eran los que la asistían? Tanto divagar me ha dejado exhausto. Me despido donde quiera que llegue, saludo con una mano en alto esperando jamás tener que verlos de nuevo.

Alguien golpea la madera como si fuera un chiste, pero nadie dice nada ¿Habré, finalmente, alcanzado la tan anhelada locura? Demenciales pensamientos surcan el techo como pequeños pinceles monocromáticos. Ya nadie podrá quitarme mi blanco cuadro, con mis cómodos cojines y mis tres comidas al día. ¡Soy un hombre libre al fin! Nadie podrá decirme que hacer o que evitar, que es verdad y que es una vil falacia. Mis pensamientos abordarán la eternidad del tiempo, castigando a los infieles. De la cordura a la demencia hay un paso, es por eso que dí un salto, no quería dejar nada al azar. ¡Bienvenidos todos! ¡Hoy ha nacido uno de nosotros! ¡Yo mismo! Espero me trate con cuidado y nunca censure mi pensamiento. Castigos divinos caerán sobre mentes silentes y obedientes. Al menos eso creo yo. Alguien toca la puerta de madera. Se me olvidó poner el cartel de que los martes y jueves es feriado, los lunes atiendo hasta las doce y los miércoles desde las cuatro. Viernes, sábados y domingos es en sentido contrario. Olvídenme, yo ya estoy loco.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Unicornio Azul

Hoy encontré un unicornio azul. No tenía riendas ni montura, solo un cuerno de marfil entre ceja y ceja. ¿Cómo lo encontré? A decir verdad no lo encontré yo a él, sino todo lo contrario. Estaba aprovechando una cálida tarde de primavera, caminando por el recorrido que me ha visto crecer los últimos cincuenta años. Era un buen día, había renunciado al trabajo que consumió mi juventud, olvidando los prejuicios y las inquietudes, corría viento que elevaba los cuatro pelos que me quedan en la cabeza como volantines en septiembre. El camino a casa es el mismo que he tomado toda mi vida, no por miedo a probar cosas nuevas ni por caminar sobre el calendario en inquebrantable rutina, sino solo por que era un lugar que me causaba una sensación de tranquilidad absoluta, infinita. Adoquines de concreto unidos descuidadamente para atravesar un pequeño parque, cruzando un pasaje donde el sol no penetra el frondoso y verde follaje ni en los días más calurosos de verano, y donde la lluvia solo corre por las canaletas naturales, deslizándose tímida por las ramas y troncos que forman el verde pasaje, para llegar a los pies de los árboles, humilde y mansa, para dar vida y color. Cada vez que entraba en este místico paraje, despegaba los ojos de mis gastados zapatos, opacos por dar tantas vueltas al reloj, y miraba hacia el horizonte verde, viendo como el pequeño camino de adoquines grises se convertía en un pasaje de vida, de esperanza. Era un proceso revitalizador, donde caminaba dejando que las ramas bajas acariciaran mi cabeza con sus suaves y delicadas hojas, mientras sentía como las ramas inmortales se estremecían bajo mis pies.

Ahí lo vi, majestuoso, azulino, elegante, extraordinariamente ordinario. Era todo lo que había escuchado en épicos cuentos infantiles, y mucho más. La crin brillaba como luces marinas en la oscura noche lunar, como astros celestes recorriendo el universo ante los ojos expectantes de quienes lo verán una vez en su vida. Ojos equinos y majestuosos observaban como un pequeño anciano, atónito, contemplaba la extraordinaria ocurrencia de ver a un mítico personaje de sueños e historias frente a sus ojos. Sin pensar en lo que estaba haciendo, di un paso hacia adelante, y contra toda lógica, el unicornio no escapo, no adoptó una postura agresiva ni me amenazo con su cuerno marfiloso, solo levanto la cabeza y dejó ver la inmensidad de su noble casta. Sus largas piernas y fibrosos músculos me hacían recordar a los portentosos caballos ingleses. En ese minuto la naturaleza equina me era sumamente ajena y no fue hasta tiempo después que decidí culturizarme en el tema.

Contra toda lógica, di otro paso adelante, quedando a veinte centímetros y fracción de una criatura que solo había visto en mis mejores sueños, y que ahora estaba en frente de mis ojos. Ahora, para ser honestos, hasta el día de hoy no entiendo porque es de color azul y no de un blanco, puro, como lo describían en cada cuento, mito y leyenda, pero la verdad es que a través del tiempo suelen perderse algunos detalles, y sustituirse algunos por otros más pintorescos. El mítico animal acercó su cabeza hacia mi mano, y a pesar de mi estupefacción y sorpresa, pude reaccionar y acercar mis dedos hacia la amplia frente del animal. De niño me enseñaron que a los caballos se les debe acariciar primero en la frente, un poco sobre los ojos, y luego ir bajando hasta que puedan oler tu mano, para que luego reconozcan tu esencia y olviden el miedo natural de los animales para con los humanos. No los culpo, todos le tienen miedo a los humanos, incluso nosotros mismos. El unicornio me miro a los ojos, y vi una mirada de tristeza. Ojos celestinos y titilantes reflejaban una angustia profunda, una tristeza cósmica. No podía creer mi mala suerte, encuentro el un unicornio azul, y él está triste ¿Quién me creería?

Pensé en seguir mi verde camino y dejar al unicornio donde estaba, pero él me interceptaba cada vez que trataba pasarlo. Miraba sobre el esbelto cuerpo del unicornio y no veía nada ¿Por qué no me dejaría pasar? Ya que no había más remedio, decidí volver sobre los pasos que ya había olvidado, pero él me empezó a seguir. No quería volver a estar solo. Y no lo culpo, viví años miserables solo en un cuarto pequeño condenado a un maldito trabajo. Bueno, la verdad es que sigo solo en un cuarto diminuto, pero al menos no trabajo. La situación era complicada, yo vivía en un cuarto piso de un edificio gris y agrio a pocas cuadras del arbóreo pasaje, donde una habitación, un baño y la cocina con comedor integrado era todo lo que tenía ¿Donde dormiría el Unicornio? Al parecer hoy es el día para tomar decisiones descabelladas. Si hay que matar el tiempo, matémoslo de cansancio, que mi reloj sufra taquicardia y mi calendario deje caer los meses como hojas otoñales. Mi pequeño departamento tiene una vista hacia un parque no muy grande, donde podré dejar el unicornio para que paste y descanse. Así podre supervisar la mítica criatura sin tener que destruir mi diminuto hogar.

Dicho y echo, tome la suave crin del animal y me acompaño hasta el parque que daba al pequeño balcón de mi edificio. Yo tarareaba algunas canciones que había compuesto en mis minutos de descanso, entre soledad y trabajo, y ellas parecían gustarle. Movía la cabeza al ritmo de las canciones, daba pequeños saltos de alegría y me miraban cuando me detenía, como reprendiéndome. Llegamos al parque y amarre el unicornio a un viejo roble, cerca de unas flores celestosas, para que pastara. De súbito, se me ocurrió una idea brillante, le dije al unicornio que me espera de allí, que volvía en un minuto. Subí las escaleras saltando como si mi vida dependiera de ello, entre rápidamente a mi departamento y busque la vieja guitarra de madera que siempre había tenido junto a mi. Un vez que encontrada, baje corriendo las mismas escaleras a una velocidad vertiginosa, salte los últimos peldaños, y mi juventud de años anteriores aterrizó junto a mi. Corrí al parque donde el unicornio me esperaba con ojos curiosos, me senté a sus pies y empecé a tocar la guitarra. Sonaba horrible, hace meses que no la afinaba, ni le sacaba el polvo. Mi mano temblorosa se apoyaba en las cuerdas de nylon como una mano adolescente sobre el cuerpo de su primer amor, una caricia nerviosa masajeaba la vieja madera. Afine cada cuerda con la precisión de un cirujano, y me deje llevar. Toque durante horas, el unicornio danzó y brincó todo lo que quiso, las celestes flores se giraban sus rostro para ver tan dantesco espectáculo. 


Cuando el velo nocturno cubrió el cielo, las flores ya estaban cansadas de admirar la belleza del unicornio azul, y él mismo dormitaba, decidí ir a dormir y dejar tan inmortal escena vivir para siempre en mis sueños. Me acosté abrazando mi guitarra, jurando nunca volver a olvidarla. Cuando los primeros soles del alba se asomaron por mi ventana, tome mi guitarra y baje a saludar a la mágica criatura. Ni en mis más graves pesadillas había pensado ver la escena que ahí encontré. El unicornio azul ya no estaba. Lo había dejado una noche, para que descansara, para que pastara, y ahora ya no está. A pesar de que lo conocí hace no más de un día, era mi unicornio azul, y no se si se perdió o simplemente desapareció. Fui a ver si las flores me decían alguna información de su paradero, pero ya no me quieren ni hablar. En tan solo un día, dejo de lado mi soledad, compartiendo canciones y estrofas que nunca voy a olvidar. Me pasearé por las calles preguntando por él, pegando carteles monocromáticos, ofreciendo recompensas a cualquier información. Hoy ya no soy alegre, pero prometí nunca más olvidar mi guitarra en las esquinas de mi hogar, cantare sobre mi unicornio azul, a ver si alguien lo logra encontrar.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Escribiéndole al Alma

Porque entre montañas arbóreas, bajo luces áuricas y destellantes, la ruta antes recorrida ahora es cuenca dónde vida fluye y escapa de los grises matices humanos. Nunca es demasiado tarde para germinar, ni demasiado pronto para dar frutos. Bulbos verdes reciben nutrientes desde el sucio subsuelo, para florecer en horas primaverales y lograr encantar con un cuadro que confunde el olfato y la vista. Los más avezados solo piensan en reconocer, y determinar, mientras el novato experimenta, absorbe, canta, aprovecha y vive sorprendido. Nunca nada fue tan divino pero al mismo tiempo tan mundano, bajo tardías brisas termales que corren con brío los últimos meses del calendario, como queriendo empezar de nuevo su trepidante bamboleo por hojas enumeradas y encuadernadas bajo conceptos terrenales, limites ignorantes y sofistas.

Perderme en el giro de una manecilla traviesa que no sigue órdenes de Chronos, olvidarme del letárgico aluvión que arrastra granos de arena como aguas en un océano de todo menos pacífico, donde el barco que ayer acabó con el armonioso nado de  peces multicolores, hoy trae redes llenas de sacrificio a la mesa donde un caldo caliente y un corazón frío descansan en paz, al fin. Grande es el alivio de la mujer que lo ve llegar sobre botas ennegrecidas por el miedo, la frustración, desesperación y sosiego. Manos duras como el sol veraniego acarician cuidadosamente la perfilada barbilla de la mujer expectante, ojos tiernos se posan sobre marcas de vida y cansancio, arrugas que esbozan una sonrisa confiada, pero plagada de temores inmortales. Una lágrima recorre un camino marcado por sus antepasados, quienes dejaron un recuerdo en el piso de madera, húmedo y reconfortante.

La luz extravagante atraviesa el vitral para refractar en un millón de sentidos aleatoriamente escogidos por los colores que refulgen con esfuerzos sobrehumanos, dándole vida a lo que siempre estuvo inerte, satisfaciendo secretos deseos de verdad y justicia. Un hombre encorvado sobre su propia miseria trabaja incansablemente hasta la madrugada del día siguiente, intentando despistar a la muerte. Siempre es un día más de lo esperado. Eso desde hace siete años ya. Trabaja el vidrio como quien acaricia a su hija, detalla y forja los colores con fuegos elementales e incandescentes, perennes y eternos. Llueven las gotas de colores veraniegos sobre lo que será una obra maestra. Un día más, con manos endurecidas por el abrazador aliento de una pira funeraria que susurra a su oído sonidos crepitantes, fustigando el oxigeno que merodea por la habitación. Tarde o temprano el tiempo habrá acabado y solo los roedores, en sus oscuros agujeros, recordaran la expertís de un hombre miserable.

Caminando, pasajero y curioso, el zorro deja que su invaluable piel sea cepillada por el frío invierno de Julio. Copos simétricos y extraordinariamente perfectos caen sobre el blanco manto que recorre kilómetros de cemento, gris e inerte, triste y gélido. El hálito de un cazador furtivo se alza como una fogata entre la oscuridad polar, las luces boreales gritan desesperadas por auxilio, pero ya es muy tarde. Ríos carmesí convergen y discuten por el dominio de la corriente. Una prenda indiscutidamente bella es exhibida en vitrinas de alta costura, esperando el arribo de una cartera alimentada de avaricia y superficialidad. Pequeñas cabezas cubiertas de pelaje cobrizo buscan desesperadamente entre la nieve a su madre. Pequeños pasos manchados de rojo se retiran entristecidos, acongojados, desesperados.

Un grito en el cielo atrae la atención del majestuoso cóndor, acostumbrado a dominar los aires sobre alturas altiplánicas y soles incaicos. La bestia alada inicia su declive bajo espirales perfectas, huracanadas, esperando llegar raudamente a destino y saciar su felina curiosidad. Más fue la sorpresa de los infantes que jugaban sobre la montaña a esconderse, para jamás ser encontrados. El miedo plago sus extremidades y paralizó sus músculos, mientras el cóndor se acercaba, olvidando su trono en las alturas del viento, siendo un poco más humano. Ella se acercó y acaricio su cabeza, y yo la seguí. El cóndor no aparto su mirada, no evitó el contacto, no nos hizo añicos con sus poderosas garras ni nos lanzó al suelo con sus enormes alas, solo se quedo allí, siendo acariciado.

Lugares recónditos han de ser alcanzados por tan tierna historia, y recordada por cuenta cuentos y trovadores, si es que los hay honestos aun. Que la verdad nunca sea manoseada de manera tal que pierda su valor, ni alterada lo suficiente como para no ser repetida jamás. Que los detalles perduren en ámbar, intactos, y sean apreciados por espectadores, mas no adueñados por nadie, porque solo la libertad de la palabra podrá hacerla perdurar, y no solo eso, sino también crecer y olvidar en su camino a quienes quisieron detenerla. La palabra es más fuerte que la verdad, y es por eso que hay que cuidarla, pues una historia sin credibilidad no vale la pena ser descubierta por arqueólogos de la palabra. No hay letra más verdadera, más honesta, que la arrancada involuntariamente del corazón.

La Marea

Papa, ¿Somos personas horribles por lo que hicimos?

No te preocupes, somos personas, con todo lo que ello conlleva.

Pero es que en el colegio me enseñaron que antes de sacar las cosas hay que pedir por favor.

Hijo ¿No escuchaste cuando pregunte si podía sacarla? ¿O cuando avise que el silencio avalaría mi conducta? ¿Soy una mala persona por cumplir mi palabra?

No, supongo que no.

Claro que no, por supuesto que no. 

Pero ahora él ya no tiene nada.

No es tan así, no es como funcionan las cosas. 

Quiero saber cómo funcionan las cosas.

No lo entenderías.

¿Por que no?

Porque no quiero que crezcas, jamás.

¿Como Peter Pan?

Como Peter Pan.

¿Pero Garfio tampoco envejece o si?

Supongo que no, será un pirata adulto por siempre. 

¿Y no le entristece estar solo?

¿Como solo? ¡Pero si tiene toda una tripulación con él!

Pero siempre esta solo, yo creo que por eso persigue tanto a Peter Pan, es el hijo que nunca tuvo.

¿Y como sabes que no tuvo un hijo?

¿Qué tipo de padre no estaría todo el día con su hijo jugando, como lo haces tu conmigo?

Hijo, hay gente que no puede hacerlo por que no tiene tiempo.

¡Pero démosle del nuestro! Siempre dices que es lo único que tenemos.

La verdad es que no es lo único, te tengo a ti, y no te cambiaría por nada, ni por todas las manzanas rojas  del mundo.

¡Todas las manzanas rojas del mundo! ¡Pero deben ser muchísimas!

Yo creo que son más que muchísimas.

¿Muchísimas?

No lo se, la verdad es que no he visto muchas.

Pero tu has vivido mucho mas que yo, y yo he visto muchas cosas.

¿Muchas cosas? Cuéntame pequeño ¿Que muchas cosas has visto?

Uff, emmm ¡No se por donde empezar!

Mmm ¿Podrías empezar por casa?

¿Cual? ¿La nueva o la vieja?

No has visto la nueva aun.

No con mis ojos, pero la he visto durante todo el viaje con mi imaginación.

Cuéntame como es.

¿Seguro? Puedo ser bastante detallista, y no se si puedas imaginar tantas cosas como yo. La profesora decía que yo era un gran imaginador.

Vamos niño, cuéntame como será nuestra casa, pruébame.

Tendrá una puerta muy grande, de madera, como la que se rompió en la casa vieja. La vamos a abrir y habrá una entrada muy grande, para que quepamos todos los del barco.

¡¿Así de grande?!

¡Si! Tu me dijiste que era probable que durmiéramos todos juntos, entonces imaginé una larga habitación, con innumerables camas para que todos puedan dormir bien y despertar felices. Al lado, habrá una cocina amplia con todo lo que mama usaba para hacernos Mujaddara en mi cumpleaños, con muchas Coca-Colas.

¿Coca-Colas? ¿Por qué?

Es lo que tomaba Mazen en el colegio, y siempre me dejaba probar un poco.

Mazen ¿hablaste con el antes de venir?

Si, me dijo que iba a hacer lo mismo, pero creo que se iba para otro lugar. 

Algún día se verán de nuevo y tendrás que tener mucha paciencia.

¿Paciencia? ¿Por que?

¡Para escuchar todo lo que Mazen tenga decir, por supuesto! Ambos tendrán historias de sus aventuras.

¡Tienes razón! Empezaré a pensar en la mía.

¿No tienes sueño?

Un poco, pero no puedo dormir.

¿Por que no?

Nunca he sido bueno para dormir de pie.

Samir, descansa.

Tengo miedo.

¿Miedo de que?

Me asusta el mar.

Pero nunca te ha pasado nada con él.

Lo se, pero estamos muy cerca, y la gente empuja.

Hijo, cierra tus ojos y olvídate de donde estas.

¿Tu tienes miedo?

Samir, todos los días nos despertamos para enfrentar los demonios que nos agotaron hasta el cansancio el día anterior, y eso, eso, es valentía.

Te quiero papa.

También te quiero, Samir

¿Me cantarías la canción de mama?

¿Yo? Sabes que no se cantar.

Por favor.

¿Estas seguro?

Es la única forma de que logre dormir, por favor.

Esta bien, pero no te rías.


Samir el inteligente
Con su pelo aseado y cuidado
Quien te quiere
Te dará un beso
Pero quien te odie
Tendrá problemas

Duerme, duerme
Ofrécete a él, paloma
Vuela, paloma, y no te detengas
Una mentira blanca le cuento
Para que Samir pueda dormir

¿Echas de menos a mamá?

Todos los días ¿Y tu?

No tanto, se que siempre está con nosotros.

Duerme Samir, mañana será un día largo.

Buenas noches papá.

Descansa.



Mientras la marea balanceaba ferozmente la embarcación, una lagrima de esperanza recorrió una piel tostada por la guerra y el miedo, mientras una melodía siria recorría su garganta y aperlaba sus ojos. Sus brazos sostenían al niño que dormía en su hombro víctima del cansancio, mientras el comía lo que su hijo había dejado de la manzana que habían robado hace un rato. Apoyaba su espalda con la de quien tenía atrás y protegía al pequeño de la muchedumbre, ansioso por llegar y cumplir la promesa que le hizo a su mujer en su último aliento: Darle a Samir un lugar donde jugar a salvo.