domingo, 22 de noviembre de 2015

Unicornio Azul

Hoy encontré un unicornio azul. No tenía riendas ni montura, solo un cuerno de marfil entre ceja y ceja. ¿Cómo lo encontré? A decir verdad no lo encontré yo a él, sino todo lo contrario. Estaba aprovechando una cálida tarde de primavera, caminando por el recorrido que me ha visto crecer los últimos cincuenta años. Era un buen día, había renunciado al trabajo que consumió mi juventud, olvidando los prejuicios y las inquietudes, corría viento que elevaba los cuatro pelos que me quedan en la cabeza como volantines en septiembre. El camino a casa es el mismo que he tomado toda mi vida, no por miedo a probar cosas nuevas ni por caminar sobre el calendario en inquebrantable rutina, sino solo por que era un lugar que me causaba una sensación de tranquilidad absoluta, infinita. Adoquines de concreto unidos descuidadamente para atravesar un pequeño parque, cruzando un pasaje donde el sol no penetra el frondoso y verde follaje ni en los días más calurosos de verano, y donde la lluvia solo corre por las canaletas naturales, deslizándose tímida por las ramas y troncos que forman el verde pasaje, para llegar a los pies de los árboles, humilde y mansa, para dar vida y color. Cada vez que entraba en este místico paraje, despegaba los ojos de mis gastados zapatos, opacos por dar tantas vueltas al reloj, y miraba hacia el horizonte verde, viendo como el pequeño camino de adoquines grises se convertía en un pasaje de vida, de esperanza. Era un proceso revitalizador, donde caminaba dejando que las ramas bajas acariciaran mi cabeza con sus suaves y delicadas hojas, mientras sentía como las ramas inmortales se estremecían bajo mis pies.

Ahí lo vi, majestuoso, azulino, elegante, extraordinariamente ordinario. Era todo lo que había escuchado en épicos cuentos infantiles, y mucho más. La crin brillaba como luces marinas en la oscura noche lunar, como astros celestes recorriendo el universo ante los ojos expectantes de quienes lo verán una vez en su vida. Ojos equinos y majestuosos observaban como un pequeño anciano, atónito, contemplaba la extraordinaria ocurrencia de ver a un mítico personaje de sueños e historias frente a sus ojos. Sin pensar en lo que estaba haciendo, di un paso hacia adelante, y contra toda lógica, el unicornio no escapo, no adoptó una postura agresiva ni me amenazo con su cuerno marfiloso, solo levanto la cabeza y dejó ver la inmensidad de su noble casta. Sus largas piernas y fibrosos músculos me hacían recordar a los portentosos caballos ingleses. En ese minuto la naturaleza equina me era sumamente ajena y no fue hasta tiempo después que decidí culturizarme en el tema.

Contra toda lógica, di otro paso adelante, quedando a veinte centímetros y fracción de una criatura que solo había visto en mis mejores sueños, y que ahora estaba en frente de mis ojos. Ahora, para ser honestos, hasta el día de hoy no entiendo porque es de color azul y no de un blanco, puro, como lo describían en cada cuento, mito y leyenda, pero la verdad es que a través del tiempo suelen perderse algunos detalles, y sustituirse algunos por otros más pintorescos. El mítico animal acercó su cabeza hacia mi mano, y a pesar de mi estupefacción y sorpresa, pude reaccionar y acercar mis dedos hacia la amplia frente del animal. De niño me enseñaron que a los caballos se les debe acariciar primero en la frente, un poco sobre los ojos, y luego ir bajando hasta que puedan oler tu mano, para que luego reconozcan tu esencia y olviden el miedo natural de los animales para con los humanos. No los culpo, todos le tienen miedo a los humanos, incluso nosotros mismos. El unicornio me miro a los ojos, y vi una mirada de tristeza. Ojos celestinos y titilantes reflejaban una angustia profunda, una tristeza cósmica. No podía creer mi mala suerte, encuentro el un unicornio azul, y él está triste ¿Quién me creería?

Pensé en seguir mi verde camino y dejar al unicornio donde estaba, pero él me interceptaba cada vez que trataba pasarlo. Miraba sobre el esbelto cuerpo del unicornio y no veía nada ¿Por qué no me dejaría pasar? Ya que no había más remedio, decidí volver sobre los pasos que ya había olvidado, pero él me empezó a seguir. No quería volver a estar solo. Y no lo culpo, viví años miserables solo en un cuarto pequeño condenado a un maldito trabajo. Bueno, la verdad es que sigo solo en un cuarto diminuto, pero al menos no trabajo. La situación era complicada, yo vivía en un cuarto piso de un edificio gris y agrio a pocas cuadras del arbóreo pasaje, donde una habitación, un baño y la cocina con comedor integrado era todo lo que tenía ¿Donde dormiría el Unicornio? Al parecer hoy es el día para tomar decisiones descabelladas. Si hay que matar el tiempo, matémoslo de cansancio, que mi reloj sufra taquicardia y mi calendario deje caer los meses como hojas otoñales. Mi pequeño departamento tiene una vista hacia un parque no muy grande, donde podré dejar el unicornio para que paste y descanse. Así podre supervisar la mítica criatura sin tener que destruir mi diminuto hogar.

Dicho y echo, tome la suave crin del animal y me acompaño hasta el parque que daba al pequeño balcón de mi edificio. Yo tarareaba algunas canciones que había compuesto en mis minutos de descanso, entre soledad y trabajo, y ellas parecían gustarle. Movía la cabeza al ritmo de las canciones, daba pequeños saltos de alegría y me miraban cuando me detenía, como reprendiéndome. Llegamos al parque y amarre el unicornio a un viejo roble, cerca de unas flores celestosas, para que pastara. De súbito, se me ocurrió una idea brillante, le dije al unicornio que me espera de allí, que volvía en un minuto. Subí las escaleras saltando como si mi vida dependiera de ello, entre rápidamente a mi departamento y busque la vieja guitarra de madera que siempre había tenido junto a mi. Un vez que encontrada, baje corriendo las mismas escaleras a una velocidad vertiginosa, salte los últimos peldaños, y mi juventud de años anteriores aterrizó junto a mi. Corrí al parque donde el unicornio me esperaba con ojos curiosos, me senté a sus pies y empecé a tocar la guitarra. Sonaba horrible, hace meses que no la afinaba, ni le sacaba el polvo. Mi mano temblorosa se apoyaba en las cuerdas de nylon como una mano adolescente sobre el cuerpo de su primer amor, una caricia nerviosa masajeaba la vieja madera. Afine cada cuerda con la precisión de un cirujano, y me deje llevar. Toque durante horas, el unicornio danzó y brincó todo lo que quiso, las celestes flores se giraban sus rostro para ver tan dantesco espectáculo. 


Cuando el velo nocturno cubrió el cielo, las flores ya estaban cansadas de admirar la belleza del unicornio azul, y él mismo dormitaba, decidí ir a dormir y dejar tan inmortal escena vivir para siempre en mis sueños. Me acosté abrazando mi guitarra, jurando nunca volver a olvidarla. Cuando los primeros soles del alba se asomaron por mi ventana, tome mi guitarra y baje a saludar a la mágica criatura. Ni en mis más graves pesadillas había pensado ver la escena que ahí encontré. El unicornio azul ya no estaba. Lo había dejado una noche, para que descansara, para que pastara, y ahora ya no está. A pesar de que lo conocí hace no más de un día, era mi unicornio azul, y no se si se perdió o simplemente desapareció. Fui a ver si las flores me decían alguna información de su paradero, pero ya no me quieren ni hablar. En tan solo un día, dejo de lado mi soledad, compartiendo canciones y estrofas que nunca voy a olvidar. Me pasearé por las calles preguntando por él, pegando carteles monocromáticos, ofreciendo recompensas a cualquier información. Hoy ya no soy alegre, pero prometí nunca más olvidar mi guitarra en las esquinas de mi hogar, cantare sobre mi unicornio azul, a ver si alguien lo logra encontrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario