lunes, 23 de marzo de 2015

Saludos desde el otro lado

     A él nunca lo había visto. No lo reconocía, no era mi amigo, no era amigo de mis amigos, no estudiaba conmigo, no juge rugby o fútbol contra él. No sabia su nombre, su colegio, lo que hacía o quien era, y me daba la extraña impresión de que él tampoco sabia nada de mi. Pero el estaba aquí, en mi cuarto de reposo. No me explico como lograba colarse entre mis amigos, familiares y compañeros de equipo, pero siempre estaba acá, y las horas que no estaba eran las mas largas. Debía de tener más o menos la misma edad que yo, tal vez 22, era de pelo castaño y la mirada perdida. Ni alto ni bajo. No era grande para ser jugador de rugby ni atlético para ser de fútbol, y no parecía alguien que estudiara derecho tampoco. Pero estaba acá cuando nadie más lo estaba.

     La primera vez que lo vi entrar fue dos semanas después de que me indujeran a un coma, entro solo, y mi familia no se dio cuenta. La habitación era lo suficientemente grande para que pasara desapercibido si se mantenía apoyado en la pared, a unos metros de la puerta. Y esa primera vez que lo vi no me llamo la atención, pues solían llegar personas de las que no me acordaba junto con amigos de hace mucho tiempo, y eran las visitas que uno agradecía con nuevas esperanzas en que todo podía estar bien. Un extraño entrando en una habitación ajena, consolar a una familia que no lo conoce, y darle ánimos a una persona que no ha hecho nada por él. Esperanzador.

     Había recibido visitas de mucha gente, ya que mi accidente había sido algo fuera de lo normal. Llego el encargado de la asociación de rugby, entrenadores de atletismo de mi colegio, los que me iniciaron en mi vida deportiva. Llegaron profesores con los que tenía una buena relación, incluso llegó uno que me hizo reprobar un ramo y rezo un rosario entero por mi recuperación. No me lo esperaba para nada. Llegaron amigas de mi hermana que para mi nunca habían sido más que eso, pero que en aquel momento me recordaban las veces que yo había sido su hermano mayor también. 

     Llegaron mis primos que viven en Canadá, la que vive en Inglaterra y los de China. Llegaron los de Arica y los que vivían en Santiago. Tios, primos de segundo grado, los hermanos de mi abuela. Se iban turnando en grupos de a 7, a mi mamá le gustaba ver la pieza llena de gente. Decía que yo podía sentirlos, y era verdad. Mi mama siempre tiene la razón, es algo que va en su naturaleza.

     Pero parecía como si nadie mas viera al tipo de pelo castaño. A veces me paraba y hablaba con él. No es que si me levantara como lázaro y caminara por la pieza, sino simplemente que sentía que podía levantarme a hablar con él, y que de alguna forma me entendía y respondía. La primera vez que hable con él fue cuando quedo solo en la habitación, después de celebrar la victoria del equipo en mi pequeña pieza blanca. Era todo movimiento, ruido, y súbitamente paso a ser silencio. Nadie hablaba, porque no había nadie. Hasta que lo vi.

     Le pregunte quien era, y me dijo que era el hijo de uno de los amigos de mis padres. Empezamos a hablar, el había salido de un colegio parecido al mío, sus amigos eran parecidos a los míos y él era divertido. Tenia humor y me hacia reír sobre estupideces que en otro momento me habrían disgustado. Parecía ser un buen amigo. Le conté cosas de mi vida, de donde era, que estudiaba, mi infancia, mis dos perros, mi hermana y mi hermano. El me contaba que nunca conoció a sus hermanos y que para sus padres es prácticamente un desconocido, pero que sabia que lo querían mucho, y pude ver como una lagrima cristalina caía al suelo desconsolada y solitaria.

     Los días pasaron y el fue toda la compañía que tuve en mis ratos de silencio, cuando ya no quedaba nadie en la sala. Jugábamos cartas y siempre le ganaba, más porque él no entendía el juego que por mi destreza. Hasta que llego el día que yo mas anhelaba de todos, quería despertar. Quería ver a mis perros, quería oler el pasto pisado denuevo, quería ver a mi equipo ganar y perder. Pero mi amigo se veía decaído, como si una enfermedad lo fuera consumiendo por dentro, junto a su humor y carisma. Le pregunte que era lo que pasaba, y su única respuesta fue "así la vida, pero solo te pido que te acuerdes de mi".

     Cuando desperté, todo fue jubilo y alegría, le comente a mis padres acerca de el hijo de su amigo, no podían creerlo, y una cara de incredulidad acecho sus rostros: aquel hijo había muerto dos semanas después que yo producto de un choque similar al mío. Hable con sus padres, y me contaron que su nombre era Ignacio, que le gustaba el fútbol y que siempre había sido un niño callado y curioso. Cuando les explique lo que había pasado, una lagrima de alegría se asomo por el rostro de su madre y, entre sollozos, dejo escapar las palabras "él siempre fue así". Resulta que al parecer los ángeles de la guarda no son lo que esperamos o lo que merecemos, a veces solo son lo que necesitamos. Algunas veces son ellos los que nos necesitan.

Feliz Navidad

    Era navidad, y estaba sentado en el sillón mas próximo al árbol de Pascua, que aún tenía polvo de los otros 335 días que pasa en una bodega desarmado. Estaba sentado al lado de algo que no entendía. Eran luces y colores repartidos, al parecer, en algún orden que desconozco. Estaba sentado cerca de un escenario en miniatura que representaba la Natividad de Jesus. Estaba sentado rodeado de todo esto, pero en absoluto silencio, escuchando el murmullo de afuera con atención mientras escribía algo que jamás nadie leerá. Estaba sentado mirando el reflejo de un tipo antipático, cruzado de pies y con la mirada en las letras que sus dedos derramaban sobre el texto como quien quiere mezclar aceite y agua. Estaba sentado y el reflejo me sonrió.

     Me sonrió porque me entendía, pues en su mundo yo también veía un árbol, un pesebre, un silencio. Me sonrió porque se dio cuenta que el no era mas que yo, ni yo mas que el. Sonreí de vuelta y pensé "¿quien sonrió primero, el reflejo o yo?" En ese momento vi todo mas real, todo con texturas, las luces mas cerca, más brillantes, mas enceguezedoras, y el reflejo me miraba con una sonrisa en su rostro. Pero había algo diferente, y era que el estaba escribiendo ahora, y yo solo lo miraba, trate de girar mi cabeza para buscar mi teléfono, y me di cuenta que estaba atrapado en el vidrio donde toda la noche las luces encandilaron la soledad en el reflejo de encontró por años. En mi desesperación grite, intentando desgarrar la quietud del momento, sin embargo, lo único que salió de mi garganta fue mas silencio, y una mueca de desesperación surco mi rostro. 

     El tipo de enfrente ahora reía a carcajadas, y yo lo escuchaba fuerte y claro. Mas fue mi horror al darme cuenta que no podía moverme y que mi reflejo se estaba retirando de la habitación. No podía salir. Vi como apagaba las luces del árbol de Navidad, y me sumergí en la mas densa oscuridad. Y sin luz, no hay reflejo.

Noche en el hospital

     De un día para otro mi vida cambio para jamás ser la misma. Miro fotografías de cuando era un niño, con sueños y esperanzas que pensaba que nadie me podía quitar. Que iluso, la inocencia que habita en los infantes es la mas cruel de todas, porque les permite pensar, equivocadamente, que los problemas mas grandes de esta vida van a ser elegir entre jugar al fútbol o a las escondidas.
     
     Recuerdo el día como si hubiese sido ayer. Bueno, tal vez no tanto, pero si me acuerdo de ese Hyundai I30 color plata, hatchback, esa noche estrellada y llena de lluvia, esa calle solitaria donde fueron a quedar, derramados, todos mis sueños y aspiraciones. Cruce la calle como cualquier adolescente en sus 20, confiado, pues el mundo era mio. Venia de la casa de mi novia, una comida con su familia y risas con su hermano menor. El enano me sacaba carcajadas incluso en las noches mas malas. Todo era perfecto, me iba bien en la universidad, tenía amigos y una bonita familia, todo iba en cuatro ruedas. Lástima que luego de esa noche me quedaría para siempre en dos. El conductor no vio, o no le importo el disco pare de esa esquina, y me pesco de lleno, mitad cintura y mitad muslo. Recuerdo ver mis pies volar sobre mi cabeza para luego aterrizar, en shock, sobre mi nuca.

     Me debería haber girado, debería haber puesto los brazos, debería haber mirado a los dos lados de la calle. Tal vez si me hubiese quedado hasta el final de la película no me habría pasado nada, o si los besos de despedida hubiesen sido minutos mas largos, o si el pequeño me hubiese entretenido 5 minutos mas. Tantos años pensando y calculando todas las posibilidades, todas las situaciones hipotéticas donde habría salido ileso. Ya es tarde para lamentos. Hace 3 años que no me muevo por cuenta propia. Fractura de cráneo, multivertebral, de costillas y mis piernas destrozadas. El conductor del auto huyo para nunca mas ser encontrado. El peritaje reveló que estaba manejando a 113 kilómetros por hora, y que estoy vivo de milagro. Pero ¿Que es un milagro? Sigo teniendo que vivir en el hospital, conectado a un respirador para que el cansancio que conlleva vivir no sea tan agotador.

     Mis amigos siempre han estado ahí, una vez a la semana traen cervezas y alegrías, historias divertidas para alegrarme, pero los veo partir de mi habitación con ojos de vidrio y los puños apretados. Claro que la cerveza no es para mi, aunque si pudiera, la derramaría en el suero que me dan tres veces al día. Una vez al mes, mi equipo de rugby viene a actualizarme sobre cómo van las cosas, pues yo amo al club, y no hay nadie que sufra mas las derrotas que un jugador que no pudo estar presente en el partido. Como duele verlos llegar, con barro, y ese olor a pasto que hace años me hacia agradecer de la vida. Es un dolor grato, pues se comparte en familia.

     Veo a mis hermanos, aun estudiando sus respectivas carreras. El menor tiene aptitudes para el deporte, las cuales yo nunca tuve y siempre estuve celoso de el. Mi hermana estudia para ser profesora, y cada vez que pierde la paciencia me llama, porque nadie tiene mas paciencia que quien solo eso puede ejercitar. Mis padres, me visitan a diario, incluso sus amigos, me consiguen películas, de esas antiguas que siempre me han gustado. Hitchcock, Scorsese, Coppola y Tarantino.

     Mi novia me dejo, y la entiendo, la carga era mucha y no podía con ella. Tenía sólo 18 años cuando todo esto ocurrió. A ella le debo mucho, pues me acompañó durante los meses mas duros, cuando no quería saber nada del mundo. Siempre estuvo allí, sosteniendo la mano inerte, que ya no era mía, sino de un destino inexorable y cruel. Cuando me dejo, llore, como cuando un niño llora al perder a un abuelo, sin saber muy bien por cuanto tiempo se va. Hoy nos llevamos bien, y de vez en cuando pasa a visitarme con el pequeño, que sigue sacándome una sonrisa, sin importar que tan doloroso haya sido el día.

     Son pocas las cosas que uno realmente ve día a día. Uno siempre mira a su familia, a sus amigos, sus profesores y conocidos, pero no ve realmente el apoyo que cada una de esas personas brinda, sin pedir nada a cambio. La vida es corta, aprovéchenla, y no dejen que nadie les diga que no. Los únicos obstáculos son los que uno deja en el camino. Nacemos con todas las puertas abiertas.

Taxista

     Vivo tras el volante, me paso noches enteras escuchando historias, dolores, mentiras y verdades, veo traiciones, engaños, pero también amores y pasión. No espero nada a cambio, no soy psicologo, no soy experto en la vida ni mucho menos, solo soy un taxista. He visto como la vida ve la luz en el asiento trasero de un Yaris, y  espero nunca ver en mi retrovisor la cascara de un alma que se despide y arranca, trepidante, de esta tierra seca, sucia y cruel.

    He visto personas agradecidas de la vida, lagrimas de felicidad que ruedan como un aro catorce por su mejilla, para caer lentamente sobre el mismo lugar en que lloro, desconsolada, una viuda en su aniversario. El destino es inexorable, misterioso y pícaro. He cambiado ruedas propias y ajenas, he reído con historias de botella, y sentido la piel de gallina al recorrer el peligro de una curva bajo la lluvia nocturna. No soy un hombre de muchas palabras, pues mi trabajo no requiere mucho mas que un mapa, un café y la disposición a escuchar. A veces las personas solo nececitan una oreja en la cual botar sus frustraciones. ¿Quien soy yo para negarles tal placer? He visto mujeres levantar su falda, coquetas, para llamar un taxi, escondiendo que por dentro están destrozadas y que solo la aprobación de un completo extraño puede sanar una herida a maltraer.

     Me acusan de que ya no lloro por la muerte de mi señora, que en paz descanse, se ríen de mi por no mostrar furia ni enojo al recibir insultos, rechazo por no ruborizarme frente a una gesto coqueto, se apiadan de mi porque la sonrisa que antes hábito mi rostro se fue para no volver. Es lo que la vida hace en la gente, el sentimiento estorba, y me apena. Siento rabia, siento dolor, pena, alegría, siento vergüenza, siento lo mismo que hace 20 años, pero mi rostro se canso del día a día, noche a noche, de resistir el abatimiento de una mala jornada. Dicen que todo esto me sucede por no fumar. Allá ellos, yo no soy al que visitan en un centro médico cada domingo de 2 a 6.

     Las arrugas en mi cara me dicen que ya es tiempo, que me despida, son como líneas de vida, que irónicamente van creciendo a medida que uno se va haciendo mas pequeño, mas viejo, y que las cosas insignificantes de esta vida van pareciendo más importantes. Un café junto un amigo de mi infancia, el único que me queda, un abrazo de mi nieto en su décimo cumpleaños, y la mirada reprobadora de mi hijo al ver que mimo demasiado al pequeño. Que aproveche el día, que lo haga por mi, porque ya no puedo.

     Mis manos ya no pasan los cambios como solían hacerlo, ni tengo la destreza de manejar con las rodillas. Pero sigo aquí, tras el volante, vivo y con un pasajero atrás. Se ve devastado, y le pregunto por que. "Mi hijo murió, en este mismo día, hace 3 tristes años, hoydía cumplía 10" me dijo, mientras dejaba caer una lagrima de hombre, que aterrizó junto a una de alegría y otra de pena. Hay cosas mas grandes que uno en esta vida, y los problemas propios no entran en esa categoría. 

        En el minuto que se ven las estrellas titilando en el manto azul oscuro que cubre las calles donde habito, mis párpados de anciano empiezan a ceder frente a la fuerza del tiempo. Antes de que el sueño me gane, llego a la central, firmo la planilla marcada por círculos perfectos con olor a cafe, declarando ganancias y perdidas, temas absolutamente monetarios. Nunca me han pendido declarar una buena historia o rendir las buenas obras, tampoco esa vez que casi choco por ser imprudente y doblar en segunda fila. Solo declaro ires y venires de dinero.

Perdonen que me despida de súbito, se que es una falta de respeto, como bajarse y cerrar la puerta con fuerza desmedida simplemente porque la carrera ha salido mas caro de lo que esperaban. No quiero ser grosero, pero he terminado mi jornada y es turno de que mi casa, vacía, reconforte mi cansancio, ganado con trabajo duro, para finalmente soñar con un nuevo día, y las historias que este me quiera traer.

Perdidos

La historia empieza en un día como cualquier otro, con el mismo niño llorando porque la quitaron el mismo dulce, a la misma hora y en el mismo lugar. Mientras, los mismos pájaros entonan la misma melodía al mismo ritmo del mismo llanto del mismo niño. Las mismas flores crecían hacia el mismo lado, al mismo ritmo en el que los mismos árboles dejaban caer las mismas hojas, que aterrizaban en el mismo sitio donde cantaban los mismos pájaros en la misma melodía que el mismo niño que lloraba el mismo llanto que ayer, que hoy y que mañana mismo.

Pero apareciste tú.

Las luces resplandecieron con nuevo brillo y los pájaros cantaron en ceremonioso silencio. El árbol dejo de perder hojas en los verdes prados y las flores se torcieron para ver tu rostro. El Niño vio tu sonrisa y el llanto se escapo de sus ojos enrojecidos.


No te perdono, porque ya nada es lo mismo que aquel día en que te ví. La luz nunca brillará igual, los pájaros nunca más callaron su canto, el niño no volverá a sonreír y los árboles envejecerán al ritmo de los años. Y las flores, las mismas flores que ayer crecían trepidantes hacia el cielo, ahora ya no crecen, porque no encuentran tu rostro. Interrumpiste el pasar del tiempo al que estaba acostumbrado, rompiste el dolor de la monotonía, la armonía de mi día a día, y por eso, por devolverme mi rutina con tu ausencia, es que no te perdono.