lunes, 23 de marzo de 2015

Perdidos

La historia empieza en un día como cualquier otro, con el mismo niño llorando porque la quitaron el mismo dulce, a la misma hora y en el mismo lugar. Mientras, los mismos pájaros entonan la misma melodía al mismo ritmo del mismo llanto del mismo niño. Las mismas flores crecían hacia el mismo lado, al mismo ritmo en el que los mismos árboles dejaban caer las mismas hojas, que aterrizaban en el mismo sitio donde cantaban los mismos pájaros en la misma melodía que el mismo niño que lloraba el mismo llanto que ayer, que hoy y que mañana mismo.

Pero apareciste tú.

Las luces resplandecieron con nuevo brillo y los pájaros cantaron en ceremonioso silencio. El árbol dejo de perder hojas en los verdes prados y las flores se torcieron para ver tu rostro. El Niño vio tu sonrisa y el llanto se escapo de sus ojos enrojecidos.


No te perdono, porque ya nada es lo mismo que aquel día en que te ví. La luz nunca brillará igual, los pájaros nunca más callaron su canto, el niño no volverá a sonreír y los árboles envejecerán al ritmo de los años. Y las flores, las mismas flores que ayer crecían trepidantes hacia el cielo, ahora ya no crecen, porque no encuentran tu rostro. Interrumpiste el pasar del tiempo al que estaba acostumbrado, rompiste el dolor de la monotonía, la armonía de mi día a día, y por eso, por devolverme mi rutina con tu ausencia, es que no te perdono.



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