La historia empieza en un día
como cualquier otro, con el mismo niño llorando porque la quitaron el mismo
dulce, a la misma hora y en el mismo lugar. Mientras, los mismos pájaros
entonan la misma melodía al mismo ritmo del mismo llanto del mismo niño. Las
mismas flores crecían hacia el mismo lado, al mismo ritmo en el que los mismos
árboles dejaban caer las mismas hojas, que aterrizaban en el mismo sitio donde
cantaban los mismos pájaros en la misma melodía que el mismo niño que lloraba
el mismo llanto que ayer, que hoy y que mañana mismo.
Pero apareciste tú.
Las luces resplandecieron con
nuevo brillo y los pájaros cantaron en ceremonioso silencio. El árbol dejo de
perder hojas en los verdes prados y las flores se torcieron para ver tu rostro.
El Niño vio tu sonrisa y el llanto se escapo de sus ojos enrojecidos.
No te perdono, porque ya nada
es lo mismo que aquel día en que te ví. La luz nunca brillará igual, los
pájaros nunca más callaron su canto, el niño no volverá a sonreír y los árboles
envejecerán al ritmo de los años. Y las flores, las mismas flores que ayer
crecían trepidantes hacia el cielo, ahora ya no crecen, porque no encuentran tu
rostro. Interrumpiste el pasar del tiempo al que estaba acostumbrado,
rompiste el dolor de la monotonía, la armonía de mi día a día, y por eso, por
devolverme mi rutina con tu ausencia, es que no te perdono.
No hay comentarios:
Publicar un comentario