Vivo tras el volante, me paso noches enteras escuchando historias, dolores, mentiras y verdades, veo traiciones, engaños, pero también amores y pasión. No espero nada a cambio, no soy psicologo, no soy experto en la vida ni mucho menos, solo soy un taxista. He visto como la vida ve la luz en el asiento trasero de un Yaris, y espero nunca ver en mi retrovisor la cascara de un alma que se despide y arranca, trepidante, de esta tierra seca, sucia y cruel.
He visto personas agradecidas de la vida, lagrimas de felicidad que ruedan como un aro catorce por su mejilla, para caer lentamente sobre el mismo lugar en que lloro, desconsolada, una viuda en su aniversario. El destino es inexorable, misterioso y pícaro. He cambiado ruedas propias y ajenas, he reído con historias de botella, y sentido la piel de gallina al recorrer el peligro de una curva bajo la lluvia nocturna. No soy un hombre de muchas palabras, pues mi trabajo no requiere mucho mas que un mapa, un café y la disposición a escuchar. A veces las personas solo nececitan una oreja en la cual botar sus frustraciones. ¿Quien soy yo para negarles tal placer? He visto mujeres levantar su falda, coquetas, para llamar un taxi, escondiendo que por dentro están destrozadas y que solo la aprobación de un completo extraño puede sanar una herida a maltraer.
Me acusan de que ya no lloro por la muerte de mi señora, que en paz descanse, se ríen de mi por no mostrar furia ni enojo al recibir insultos, rechazo por no ruborizarme frente a una gesto coqueto, se apiadan de mi porque la sonrisa que antes hábito mi rostro se fue para no volver. Es lo que la vida hace en la gente, el sentimiento estorba, y me apena. Siento rabia, siento dolor, pena, alegría, siento vergüenza, siento lo mismo que hace 20 años, pero mi rostro se canso del día a día, noche a noche, de resistir el abatimiento de una mala jornada. Dicen que todo esto me sucede por no fumar. Allá ellos, yo no soy al que visitan en un centro médico cada domingo de 2 a 6.
Las arrugas en mi cara me dicen que ya es tiempo, que me despida, son como líneas de vida, que irónicamente van creciendo a medida que uno se va haciendo mas pequeño, mas viejo, y que las cosas insignificantes de esta vida van pareciendo más importantes. Un café junto un amigo de mi infancia, el único que me queda, un abrazo de mi nieto en su décimo cumpleaños, y la mirada reprobadora de mi hijo al ver que mimo demasiado al pequeño. Que aproveche el día, que lo haga por mi, porque ya no puedo.
Mis manos ya no pasan los cambios como solían hacerlo, ni tengo la destreza de manejar con las rodillas. Pero sigo aquí, tras el volante, vivo y con un pasajero atrás. Se ve devastado, y le pregunto por que. "Mi hijo murió, en este mismo día, hace 3 tristes años, hoydía cumplía 10" me dijo, mientras dejaba caer una lagrima de hombre, que aterrizó junto a una de alegría y otra de pena. Hay cosas mas grandes que uno en esta vida, y los problemas propios no entran en esa categoría.
En el minuto que se ven las estrellas titilando en el manto azul oscuro que cubre las calles donde habito, mis párpados de anciano empiezan a ceder frente a la fuerza del tiempo. Antes de que el sueño me gane, llego a la central, firmo la planilla marcada por círculos perfectos con olor a cafe, declarando ganancias y perdidas, temas absolutamente monetarios. Nunca me han pendido declarar una buena historia o rendir las buenas obras, tampoco esa vez que casi choco por ser imprudente y doblar en segunda fila. Solo declaro ires y venires de dinero.
Perdonen que me despida de súbito, se que es una falta de respeto, como bajarse y cerrar la puerta con fuerza desmedida simplemente porque la carrera ha salido mas caro de lo que esperaban. No quiero ser grosero, pero he terminado mi jornada y es turno de que mi casa, vacía, reconforte mi cansancio, ganado con trabajo duro, para finalmente soñar con un nuevo día, y las historias que este me quiera traer.
En el minuto que se ven las estrellas titilando en el manto azul oscuro que cubre las calles donde habito, mis párpados de anciano empiezan a ceder frente a la fuerza del tiempo. Antes de que el sueño me gane, llego a la central, firmo la planilla marcada por círculos perfectos con olor a cafe, declarando ganancias y perdidas, temas absolutamente monetarios. Nunca me han pendido declarar una buena historia o rendir las buenas obras, tampoco esa vez que casi choco por ser imprudente y doblar en segunda fila. Solo declaro ires y venires de dinero.
Perdonen que me despida de súbito, se que es una falta de respeto, como bajarse y cerrar la puerta con fuerza desmedida simplemente porque la carrera ha salido mas caro de lo que esperaban. No quiero ser grosero, pero he terminado mi jornada y es turno de que mi casa, vacía, reconforte mi cansancio, ganado con trabajo duro, para finalmente soñar con un nuevo día, y las historias que este me quiera traer.
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