Escondió la cabeza bajo el abrigo para que
Él pudiera ver que las gotas que surcaban su mejilla no eran parte de la
lluvia, sino de su miseria. Las nubes grises presenciaron como ríos negros
caían de sus ojos, destruyendo horas de trabajo previo. Él no sabía que decir,
pues la verdad solo empeora las cosas. Nunca quiso estar en esa posición. Ella
miraba incrédula como ambos guardaban silencio en los minutos donde todo debía
ser dicho. Él se levanto. Las manos de Ella tapaban su rostro, no para esconder
la vergüenza, sino para contener la rabia. El parque era amplio, pero en ese
minuto para Él era diminuto, el banquillo era una silla eléctrica, y Ella su
verdugo. La lluvia dramatizaba la escena monocromática. Gente de colores vivos
paseaba a su lado, pero no veían nada. Estaban muy lejos, y no les interesaba.
Ella perdía su mirada en los árboles, admirando su sinceridad, no tenían miedo
de estar tristes. Él miraba preocupado la situación, sintiendo como la presión
aumentaba escandalosamente, sofocándolo. Una hoja cayo inocente sobre su
hombro, y sintió como un torbellino de emociones caía en una sola lagrima que
se escapaba descuidada por el rabillo del ojo. Sintió paz. Ella también.
Caminaban por el parque
conversando sobre el nihilismo y la bohemia. Dos Amigos igualmente melancólicos
reflexionaban sobre lo trivial y lo contingente. Observaban cada detalle, lo
analizaban, lo discutían, argüir, comentar, opinar, reflexionar. El árbol les
salió al paso, y los Amigos se detuvieron. Los verdes colores resplandecientes
bajo las luces pluviales los hicieron olvidar de la importancia, la urgencia,
la jerarquía y la eficiencia. A su lado, una poza de color negro se acerca,
pero eso ellos no lo observan. Las trenzadas raíces subterreas saludaban sus
inquietudes, con respuestas centuriales, que invocaban infinitas otras materias
complejas, abiertas a controversia. No hablaron más, no por estupefacción o por
indiferencia, sino por irrelevancia. Nada de lo que pudieran decir seria oído.
Los canosos cabellos de la
Mujer contenían el aire que intentaba atravesarlo. Ya no tenía la energía de
otros años. Los matices auros que alguna vez habitaron su cabeza hoy eran hilos
de coser, uniendo las memorias que el tiempo no se quiso llevar. Camina a la
intemperie, contra la recomendación médica. Ya no existe una edad para poder
hacer lo que uno quiera. Sus pasos se siguieron, uno a uno, repetitivamente y
al ritmo del metrónomo. Hoy tenía energías, y sus colores diezmados no la detendrían.
Sintió la presencia de dos muchachos y un drama, pero antes de poder emitir
sonido alguno de reproche, el árbol le calló los labios con una hoja traviesa.
Llueve, y eso la Mujer no lo sabia. Sus secos labios sonrieron después de
muchos años, rompiendo la mascara que tanto tiempo ha llevado puesta. Las
grietas del tronco se asemejan a las de ella misma. La poza negra la alcanzó,
pero ella aun no se da por enterada.
El Tipo caminaba velozmente a
través del parque, no para contemplar la vida que de él emana, sino para
acortar camino. La lluvia cae sobre la tela impermeable que sobrevuela su
cabeza, aislando todo lo que no sea negocio. El celular parece atornillado a su
oído, y sus labios solo saben dejar caer números verdes o rojos. La verdad,
siempre caen verdes, aunque adentro hayan rojos. Su traje gris combina con su
camisa blanca y su corbata de color. La usa solo porque es viernes, para que no
digan que es tan solemne. Nadie sabe que su solemnidad es lo único que lo
acompaña. Caminaba mirando las puntas de sus zapatos cuando divisó por primera
vez el grueso tronco del árbol. No iba a parar, no tenía tiempo para eso, pero
caminó a su lado y lo miró de reojo. Se detuvo, contra lo que su reloj
recomendaba, y con la inercia del acto dejó caer el teléfono y el paraguas, los
que rebotaron en el suelo para dormir bajo su propio peso, olvidando sus
deberes y obligaciones. El Tipo levanto la cara y dirigió su rostro hacia el
cielo, para sentir como las gotas acarician su cara por primera vez en mucho
tiempo.
A la mitad del parque esta el
árbol, atemporal y perenne. Se desprende de las semillas y sus frutos, porque
sabe que todo en la vida es pasajero. Las flores aparecen en primavera para
perecer en invierno. La gloria es fugaz. Sus raíces se afirman a la tierra que
lo vio nacer, y absorbe de ella lo necesario para vivir, nada más, nada menos.
Es fiel guardián de su puesto, y jamás olvidará el lugar donde creció, puede
que sus frutos caigan lejos, pero nunca estarán fuera de su sombra. Bajo la
lluvia los cubrirá con sus hojas fotocromáticas, protegiéndolos de la intemperie,
hasta de si mismos, entregando parte de su mismo para cubrirlos. Es solidario,
protegerá del viento a quien se refugie tras el, y de la lluvia quien se ampare
bajo sus frondosas ramas. Del calor cuando este agobie, y del frio, cuando todo
lo demás este perdido. Su tronco majestuoso revela cicatrices que la vida ha
dejado en él, su grosos es prueba de su abundante vida. Es testigo de la vida
del parque, desde su nacimiento hasta su declive, y hoy lo levanta de nuevo,
llamando la atención de gentes grises que renuevan su color bajo las verdes
plumas que habitan su ser. El Árbol es honesto, no se disfraza ni discrimina,
es sincero, y guarda en su corteza las cicatrices de amores pasajeros, guardando
siglas en su pecho como si fueran penas.
Amainó la lluvia, los pájaros
cantan y revolotean sobre las brillantes hojas del Árbol. El cielo, claro,
resplandece una vez más sobre los rostros paraplejisados de los espectadores.
Ellos no saben que lo visto hoy ocurre todos los días. Para ellos será único e
irrepetible, y no sabrán compartir las emociones que sintieron cuando traten de
contarlas. Se decepcionaran, pero reirán hacia sus adentros, porque nadie podrá
quitarles ese tesoro. El Tipo recogió su teléfono y guardo el paraguas, la
Mujer siguió su recorrido. Los Amigos reflexionaron sobre la belleza natural y
de los fenómenos. Él y Ella se abrazaron, y prometieron guardar este momento
para siempre, tallando sus nombres en la corteza del árbol. El árbol observa
como todo vuelve a la oportunidad, y siente como sus raíces se trenzan de
alegría. Por fuera todo sigue igual, pero por dentro, nadie será el mismo. Solo
el árbol, porque a fin de cuentas no es nada más, ni nada menos que solo un
árbol.
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