No puedo olvidar el sonido. No importa el
choque, la sensación de ahogo, las burbujas escapando de mi boca contra mi
voluntad. El sonido, ese sonido que callaba mis gritos mudos, que solo apuraban
el fatídico final. Mis pulmones lentamente se llenaban de agua, sentía como el
liquido los colapsaba, trataba de cerrar la boca y aguantar el llanto, pero la
desesperación me ganaba. Antes de el sonido no hubieron más de 20 segundos de caos,
destrucción. Nunca fuí a misa para conseguir el perdón de quien jamás me
tendería su mano. Tal vez ahora me arrepiento, mientras el agua engulle mi
vida, apoderándose de ella, devorándola, me arrepiento de no haber vivido más,
de dejarme estar, trabajar en lo que no me apasiona, olvidar la familia,
olvidar el placer de vivir, comer sin que me preocupe si me hará bien o mal,
correr, olvidarme de que el mundo tiene una opinión sobre mi.
La fuerza del agua
sigue consumiendo mi vida, al tiempo que veo burbujas cada vez más pequeñas
salir de mi boca, incontrolables. Cada una es un recuerdo, un pedazo de mi
historia, mis experiencias. La primera vez que subí a una bicicleta, mi primer
gol, mi primer viaje, mi primer fracaso, mi primera segunda oportunidad. Tantas
cosas que contar, tanto que nadie sabe y que podría ser útil. Me gustaría una
oportunidad más, tal vez una hora, un minuto, sentir la brisa marina correr
contra mi rostro. Sentir el frío Pacífico rodeando mi cuerpo sin el miedo de no
poder escapar de él jamás. Veo los vestigios de lo que, minutos antes, estuvo
sobre el nivel del agua, sosteniéndome, riendo de lo que iba a pasar.
La fuerza del liquido
juega conmigo, soy un títere, una marioneta, atado a la merced de las
corrientes marinas, sin voluntad, condenado a la dependencia del océano. Ahora
no se si mi cara apunta a la superficie o a las profundidades, la falta de
oxígeno no me deja pensar bien. Siento ansiedad, pero debo mantenerme
tranquilo, si me agito, mi cuerpo agotará el poco oxigeno que queda más
rápidamente. Recuerdo el puente desde el cual caí, junto con la enorme
estructura, la cual me arrastra a las profundidades del mar, inmisericorde.
Nado contra la corriente, pero no tiene caso, a esta altura lo hago solo para
que digan que hice todo lo posible. No se quien hablará a mi favor cuando
llegue la hora de hacerlo. Ni siquiera se que diría yo en mi defensa
Mi cuerpo se siente
pesado, no puedo mover mis brazos ni mis piernas. No obedecen mis ordenes, no
quieren hacerlo, se niegan a agitarse desesperadamente buscando aire. Mi vista
ya esta nublada, es una nube negra ¿tinta de calamar? No, solo mi vida
escapando por las cuencas de mis ojos. Siento como mi cabeza reposa en el fondo
del mar, pero todo sigue dando vueltas. Mis brazos descansan, mi cuerpo duerme,
independiente de mi mente, que está funcionando a mil revoluciones por minuto.
Despierta,
Borracho, ya son las una con treinta y quiero cerrar - Dijo una voz lejana, cansada y
acostumbrada al caos. Debo estar imaginando su voz, la falta de oxígeno me hace
delirar
Levanto la cabeza con
torpeza, tratando de olvidar la desobediencia de mi cuerpo, y me doy cuenta de
que el mar, aquel mar que me rodeo durante esos largos minutos, solo era agua
en un vaso, y yo me encontraba en el fondo, observando las figuras
deformes a través del cristal, hombres delgados y un mundo al revés. Miro hacia
arriba, y el vaso está medio vacío. Tal vez estuvo lleno en algún minuto, pero
ahora está vacío, y no pareciera que fuera a ser rellenado pronto.
¡Vamos
hombre! ¡No tengo todo el día para levantarte! No soy tu madre ¿Lo sabias?. - La
voz ahora parecía molesta. Trate de nadar hacia la superficie y encontrar el
aire que necesitaba para pedirle ayuda, pero me traicionaron mis fuerzas. Veía
un hombre a la lejanía, a través del agua y el cristal.
Siempre
lo mismo, carajo, te clavas de diez a doce a matar las penas y luego duermes
hasta que cierro, ya dejó de ser divertido después de un mes de lo mismo -
definitivamente a él no le parecía divertido.
Pero más importante
aún, a mi tampoco me parece divertido. En lo absoluto. De a poco mi memoria
empieza a clarear, el agua que antes apagaba mi vida ahora es alcohol que ahoga
un vaso, medio vacío de esperanzas y medio lleno de desilusiones. Levanto con
dificultad el saco carne que todavía puedo llamar cuerpo sobre el par de
troncos que tengo por piernas. Trato de romper las raíces que salieron de estar
tanto rato sentado. Dejo un billete más grande de lo que debería, por las
molestias, y parto a mi departamento, a olvidarme que soy humano por unas
horas.
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