sábado, 30 de enero de 2016

La Travesía

Un violín arrasa con mi memoria. De un segundo a otro me encuentro en jardines orientales cubiertos de árboles de hojas rosa. Un leve golpeteo me recuerda a los saltimbanquis de la lejana Rumania, hogar de gitanos. Una delicada flauta trae vientos altiplánicos y su invierno florido, cubriendo el cielo de brisas con aroma a montaña. Un elegante piano mueve mis pies sobre un piso de elaborados detalles, escuchando un germánico idioma alabar la vida y la muerte. Miro hacia el cielo y un frío copo de nieve cae sobre mi mejilla, luces boreales danzan al ritmo de un arpa nórdica. Un bote atraviesa el gélido sur del mundo, encabezado por una cálida zampoña y un gorro de alpaca. La histriónica guitarra me lleva a los bares londinenses, giro mi cabeza para encontrar la batería en un bizarro frenesí, justo al otro lado del océano. Un micrófono cuelga desde la luna para que lo tome y el mundo entone una melodía de paz al unísono. Levanto mis ojos para ver el sol brillar, pero solo siento su cálido abrazo. Mis manos sienten la lluvia como pequeñas caricias entregadas sin ton ni son, aleatoriamente, con cuidado y preocupación. Me doy vuelta para que mis manos encuentren una pared echa de ladrillo, que se deshace poco a poco, en el tacto con el viento. Tomo mi bastón y camino por un sendero de textura hostil, pero solido, confiable. Mis pasos se han tornado seguros con el tiempo. Trastabillar, tropezar y caer eran palabras del pasado. No siempre fue así tampoco.

Aquellos sonidos celestiales fueron desfalleciendo lentamente, desapareciendo paulatinamente del aire y solo se escuchó un estruendo formado por los aplausos disonantes, de todos los tamaños, de todas las texturas, palmas vibrantes de todas las edades. La gran cortina de terciopelo dejo caer con violencia su peso sobre el suave piso de madera y, acto seguido, dirigí mis pasos a la gran puerta de bronce, abriéndola de par en par, dejando que el caluroso sol de verano irradiara su calor. Frente a mi, los granos de arena acariciaba mis talones con tímida intimidad, abriendo paso entre las interminables dunas y la brisa desértica. Mis pies descalzos siguen la intuición, el bastón ya no tiene utilidad alguna. Mis pasos surcan las colinas como peces remontando una ola. El calor niebla mis pensamientos y ciega mi mente, pero mi cuerpo no conoce el descanso, no reconoce el cansancio. Estoy exhausto por que mi mente me lo indica, pero hoy daré un paso más del que me atreví a dar ayer. Aventure mis dedos dentro de la suave arena y sentí como se escapaba a medida que mis piernas levantaban mi pesado cuerpo para caer un metro más adelante, un metro más cerca de mi meta. 

El sol dejo de llamarme con su calor y los granos se volvieron gélidos como el rechazo de un amor infantil. Agujas heladas calaban mis huesos desde la planta de mis pies. El frio hacia vibrar mis huesos hasta la médula, resonaban como las cuerdas de un piano largo, tratando de entonar alguna melodía que jamás logré escuchar en vida. La carne que cubre mis huesos se abre como un libro de Julio Verne, dejándome ver cosas que no correspondían a la época ¿Que época? Todos los granos de mi reloj de arena habían caído con intenciones demoledoras, castigando mis años. Pero yo estoy acá ahora, y nada me detendrá. Mi fémur ha quedado al descubierto y, escrito en braille, están todos los pasajes de mi vida. Levanto mis blanquecinos ojos al cielo y percibo que alguien me observa. Siempre lo han echo, pero esta ves es diferente. No es una mirada atenta a mis movimientos para quitarse de mi camino, o de mi vida. Es una mirada cálida, acompañadora, un refugio en el frío del desierto.

Estiro mi mano y mis dedos se detienen junto a una escarpada pared, sólida como la determinación de un padre. Instintivamente, alzo mi pie descalzo y trato de levantarme por sobre la barrera del infierno. Algo intenta hacerme caer, pero yo quiero elevarme. Mis manos se agarran con el alma de cada recoveco, tanteando con cuidado y minuciosamente, para no pasar por alto ninguna oportunidad. Mis pies siguen a mis manos, mis manos a mis pies. Pienso en que mi cabeza, en este minuto, es peso muerto, y a medida que me alzo por sobre la barrera del sentido y voy dejando atrás la fría arena, mis pensamientos se confunden y ya no se quien soy y si tengo limite alguno, soy capaz de todo. Largos minutos han pasado desde la magnífica orquesta que inició mi travesía, y deje mi cómoda butaca para hacerme al destino y ondear junto al viento como una bandera orgullosa. Las yemas de mis dedos dejan escapar un cálido liquido, y mis pies están cubiertos de llagas, pero no voy a desfallecer. Mis manos se elevan por sobre mi cabeza, mis pies sobre mi cintura, mi cuerpo se eleva al infinito. En un momento dado, descolgué mi cabeza y deje mi rostro a la merced del viento, sintiendo como el clima castigaba mis arrugas, como la fría brisa congelaba mis orejas y mis labios, antes tan cálidos. 

Mi mano intento tomar una saliente del extenso muro, solo para encontrar la nada. Mi cuerpo se recuperó de la vertical travesía, y deje caer mi rostro en una llama abrasadora que cubre la humilde calzada amarilla. Mis manos sostienen el peso de mi vida y evitan que la carne caiga fatigada al fuego. Mis dedos ensangrentados aúllan de dolor mientras el calor hostil hostiga las llagas causadas por anteriores aventuras. Mi corazón arde de dolor, recordando esa herida que jamás logró cicatrizar, mi mente se convulsiona sintiendo ese rostro que jamás pude identificar. Un paso tras otro, las brasas castigaban, inclementes, la persistencia de mis fuerzas. Nunca he terminado nada en mi vida y ya era hora de intentarlo. A la derecha siento una primaveral brisa que sopla con viento sur, invitándome a olvidarlo todo y volver atrás. A la izquierda escucho pájaros entonando las notas más dulces de una escala familiar, indicándome que nunca nada valdrá tanto esfuerzo. Pero no voy a rendirme a estas alturas, no voy a olvidar los fríos glaciares ni los calores infernales, las púas naturales ni el dolor de olvidar lo que más anhelo.

Mis pies siguieron, obedientes, una marcha ordenada sobre brasas que irradiaban un agresivo calor, el cual hostiga mi integridad y me pide volver a cada paso. Cada centímetro hacia adelante es un grito alzado al cielo por cada célula de mi cuerpo al unísono, pero no daré mi brazo a torcer. Caigo de rodillas luego de unos cuantos metros, y la piel se quema, el frío hace insoportable el dolor, pero debo continuar. Luego de minutos que parecieron horas, las plantas de mis pies sintieron algo diferente al agudo dolor que genera la el calor abrazados de una brasa malintencionada. Se sentía como madera, olía a madera, y mis pasos, cojos a esta altura, hacían parecer que el suelo era de madera. Fina madera, suave y elegante. La temperatura del suelo era tal que generaba, a cada paso, ese ligero, pero agradable, dolor que solo los humanos buscamos. A todos nos gusta el dolor, solo tenemos miedo de que algún día nos guste demasiado. Arrastre mis pies hacia adelante, siempre hacia adelante, para encontrar un peldaño, humilde y sencillo, esperando que alguien lo acariciara algún día. Me subí a el, y para mi sorpresa, encontré otro frente a mi. Es una simple escalera, acompañada de barandas metálicas, las cuales sostienen el peso de mis manos mientras mi cuerpo se preocupa de todo. Peldaño tras peldaño, cada paso es una historia diferente, recuerdos de ayer que generan nostalgia, mis blanquecinos ojos dejan caer secas gotas de lo que alguna vez fue llanto. Recuerdo mi madre y sus almuerzos dominicales, mi padre y sus paseos sabatinos, mis amigos y las noches de viernes. Mis compañeros los jueves luego del trabajo. Mi mujer, acompañándome los miércoles. Mis hijos, recordándoles que los martes bailan, cantan, juegan, son alegres. Los lunes, benditos lunes, recordándome que todas esas maravillas se repiten semana a semana. 

La escalera de vueltas en su eje, majestuosa con su mansa sencillez, siguiendo áurico orden, hasta llegar a la cima, donde el calor es agradable, la brisa es leve y los pájaros entonan melodías de antaño. Doy un paso hacia adelante, y para mi sorpresa, encuentro agua dulce. Debía ser un lago o una laguna, pues pude hundir mi cuerpo, dejar que mis heridas sanen en aquel frío liquido de vida. Me recuesto sobre mi espalda y dejo que el viento me lleve a donde el destino me llame. Mi cuerpo es una balsa y el viento el timonel, la meta es mi destino y yo no quiero controlar nada, nunca mas. Estuve horas, tal ves días, incluso podrían haber sido semanas, hasta que mi cuerpo encalló en lo que parecía una costa. Mis manos eran pesadas y mis pies se rehusaban a responder, pero logro reincorporarme finalmente. Mis manos se hunden en la arena de tan desconocida playa como es esta. Rodeo la costa y me doy cuenta de que no es más grande que una pérgola. Camino hacia el centro y lo encuentro, solo y sin centinelas ni vigías.

Es un baúl, cerrado bajo llave, duro y antiguo, cuyas astillas se entierran en mi mano a medida que palpo la superficie buscando el cerrojo. Mis esperanzas están en que este abierto, y con un simple movimiento el candado cae al suelo, como un soldado fulminado por una descarga enemiga. Mis brazos levantaron la pesada tapa de madera y mis manos la dejaron caer con el peso del destino sobre cada falange, la madera choco con la arena y nadie vino. Hundí mi ser en la profundidad de aquel baúl, tocando monedas, diamantes, diademas, cetros, lingotes y parafernalia de esa calaña. Hasta que di con él. Es un pequeño papel, con algo escrito en tinta, que no me seria difícil de descifrar gracias a que aquel estilo caligráfico es bastante invasivo para el papel y se nota al tacto. Finalmente logró posar mi mano sobre él y pude recordar. No sabia donde estoy ni que significó mi viaje, no se qué momento de mi vida es, o si realmente viví en algún momento. Me recosté en la playa y deje que el viento me enterrara en las arenas del tiempo, pues ya nada tiene sentido. Ella nunca estuvo viva, y yo nunca viví completamente. 

Desperté en un salón enorme revestido de grandiosos detalles, como la caoba que se lograba diferenciar por el olor, o el terciopelo que acariciaba mi mano. Había una orquesta, y cada uno de los instrumentos confunde todos mis sentidos, los que quedan al menos. Fue en ese momento que me di cuenta que mis travesías no eran un camino para llegar al cielo, si no una tortura tan cruel como la muerte misma. La música empezó a sonar a un ritmo endiablado, y ya no recuerdo nada. Me levanto de mi butaca y camino hacia una gran puerta de bronce. Detrás de él estarán las huellas que deje hace pocas horas, pero nada importaba ya, estaba sumido en un limbo entre la vida y la muerte, el cielo y el infierno. Las gigantescas puertas se abrieron de par en par y dejaron caer pequeños granos de arena a mis pies. No se quien soy o que hago aquí, pero debo continuar, aunque me cueste la vida. Estire mi pie y toque el desierto con mis dedos descalzos. El destino es inexorable.

Lápiz en Mano

Golpeando la mesa entró en el bar que acababa de abrir. Eran las ocho treinta y cinco de la madrugada y a ella le importaba una mierda. Es más, no solo entró, si no que lo hizo vociferando como condenada, gritando que si encontraba a su marido en algún rincón de aquel basural fuera de los ojos de dios, lo iba a colgar de los pulgares y azotarlo hasta que el alcohol emanara de sus llagas. Era una mujer bastante gráfica, al menos en lo que a verbo se refiere. Ahora que lo pienso, no eran las ocho treinta y cinco, si no las siete cuarenta y siete, y no era un bar, era un café con piernas. Suena mejor ¿No? Bueno, en fin, poco importa el lugar, dejémoslo en que simplemente era un antro de miseria y vulgaridad, y que buscaba a su hijo. Ahora no recuerdo si era su hijo o su marido. ¡Ya recordé! Era su hija, que trabajaba en un café con piernas en el centro. Se llamaba Sofía y se hacia llamar Zafiro, todo un clásico. Como sea, entró enajenada la madre de esta muchacha amenazando con descuerar a la pobre criatura, por eso decidí meter el pincel en la pintura, borre los caños y puse grandes piletas. Quite los tintados vidrios y ahora hay unos vitrales majestuosos con imágenes cotidianas. Del idealismo cotidiano, para ser exactos, solo gente paseando en extensos parques y perros corriendo en paradisiacas playas, olvídate de prostitutas ni vagabundos, nadie quiere ver esa cotidianidad. Se que esa es la realidad de la vida, pero esta es mi historia, y la pinto como yo quiera. Eliminemos las mujeres semidesnudas y las remplazamos por meseras con un blanco delantal y un vestido largo amarillo, estilo novicia rebelde, y un cajero sonriente, no ese depravado que vende desesperación. Y la madre no venia a castigar, viene a saludar y compartir un tibio café servido con cariño y cuidado ¿Ahora si suena bien o no?

Que va, muy aburrido, agreguémosle un poco de picante a la escena en cuestión. Es la hija la que viene a buscar a su madre, y ya no es un café, es un edificio abandonado donde adictos se juntan a olvidarse que son personas, consumiendo crack o cristales, o alguna droga del estilo, algo nocivo en extremo. No, alcohol no, muy cliché. En fin, es un lugar oscuro como el futuro de quienes están en la escena. La muchacha no es tal, es solo una niña buscando a su madre, la cual no tiene más de veinticinco años, lógico. La madre se encuentra acostada en el suelo sobre unos cartones mojados por el invierno ¡Eso es! Llueve torrencialmente, es un diluvio y la niña esta empapada con su haraposo vestido blanco, ella está sucia y escuálida por falta de cuidado. Dos hombres entran corriendo: Son miembros de la superintendencia de seguridad social y vienen a buscar a la niña. Ella llora de tal manera que pareciera ser la razón por la cual una tormenta se desataba afuera. La escena rompió los corazones de todos los presentes, rehabilitó a algunos, hizo más desdichados a otros. Eso no es lo peor: La niña no llora de miedo por la persecución de la cual acaba de ser víctima, la pobre llora de tristeza, desconsolada porque el pulso de la madre se encuentra muy lejos del edificio, debe estar de camino al infierno en este minuto. Gotas desmesuradamente solitarias caen de los ojos de la niña, mientras pálidas caras la observan con impotencia como la inocencia de esa pequeña abandona su cuerpo por las cuencas de sus ojos.

Olviden lo que acabo de decir, dejen que aclare mi mente, no puede ser que ese sea el final. Por ningún motivo ¡Mi madre me mataría! Podría incluso pensar, con razón, que tengo problemas mentales o un cuadro psicótico. No, nada de eso, es solo que a veces una tenue voz murmura ideas macabras a mi oído y me dejo llevar. No, no es un problema, es como un amigo imaginario. Si, se que tengo treinta y cuatro años ¿Que tiene que ver eso? Bueno, poco importa creo yo. La historia entonces será de esta manera: Una pequeña, tímida y avergonzada, llega al restaurante donde trabaja su madre, quien la mira extrañada y con sorpresa, pues la distancia entre su hogar y el local es considerable, por no decir que quedan en extremos opuestos de esta ciudad hipotética. La niña es rubia y lleva el pelo atado con una larga trenza, igual que su madre. Que divertido ¡Incluso se visten igual! Y la sorpresa de la madre se transforma en tristeza y resignación, era el primer día de trabajo de la pequeña. Hay que llevar el pan a la mesa. La madre le anuda el delantal y mira a su hija a los ojos. La niña estaba alegre porque ahora podría faltar al colegio y ver a su mamá todo el día.

Aun le falta algo. No quiero parecer un escritor marcado por un molde estereotipado por generaciones de enfermos mentales. Yo tengo esquizofrenia, y aún así me doy cuenta de que la vida no es tan dulce. Lo que pasa es que realmente me gustaría poder escribir lo que yo quisiera, pero la moral, la lógica o cualquier cosa me lo impide. Por mi, que la niña vaya a la cafetería a encontrar su gato que esta cantando las mañanitas a los agentes de seguridad social mientras un marido mujeriego toca el piano con los dedos de los pies, pero hacerlo seria mi boleto de ida a una habitación blanca y acolchada. Las cosas no son así de sencillas. Quiero hacerlo, de verdad quiero hacerlo, pero no puedo. Quien leería una barbaridad de ese tipo.

Vamos, todo de nuevo. Hay un joven calvo sentado a la mitad de la plazoleta principal, mucha gente al rededor expectante a lo que sucederá después. Una chispa, un fuego, y la piel crepitante irrumpe en una imagen monocromática, mientras las llamas consumen las amarillas túnicas y el rosario de madera se incinera lentamente. Nadie hace nada, y el joven no grita, no emite un ruido, ni una queja. Todos son locos de alguna manera. Buscar paz bombardeando desérticos parajes, eliminando el parásito, pero también el fruto que se busca proteger. Descuidados pájaros con hambre de sangre recorren las nubes en busca de su próxima presa. Un africano es perforado por plomo incandescente, un sueño que jamás vera cumplido, un sacrificio que nunca dejara de ser mencionado. Dios no es americano, y por ningún motivo es francés. Tampoco creo que sea humano en todo caso. Si Dios existe, debe ser un perro, dispuesto a mostrar los dientes si la amenaza irrumpe en sus jardines, pero el resto del tiempo solo busca cariño y atención, como perro casero. Una multitud vacía, llena de tristeza, odio, esperanza y represión, espera ansiosa que de la noche a la mañana todos sus sueños se vuelvan realidad.

Tengo problemas de concentración, es increíble la facilidad con la que divago mientras arreglo vidas ¡Hay tanto que hacer que quiero mejorar todo al mismo tiempo! Ya, concéntrate ¿Mujer u Hombre? Mujer, definitivamente, no hay suficientes historias de mujeres ¿Estado de animo? Creo que lo mejor es que este en shock, paralizada de miedo ¿Seguro? Si, si, seguro. Bueno no tengo nada que decir contra eso entonces pero ¿Donde esta? No me creerías si te dijera donde la he visto. ¿Vamos hombre, cuéntame, es su funeral o no? ¡Si! ¿Como lo supiste? Eres tan impresionable, olvidas que soy parte de ti ¿Lo recuerdas? ¿Como? ¿A que te refieres? Sabes que cada uno tiene sus secretos y emociones, no me vengas con cuentos absurdos ¿Tan inocente eres? Se que la mujer escucha como sus sueños son derribados por cada golpe de ese fatídico martillo. El contacto de la cabeza de hierro con la delgada madera produce un sonido hueco que perfora su craneo, una, otra y otra vez. De súbito el golpeteo cesa para abrir paso a una lluvia que azota intermitentemente la puerta de su hogar. "Todo se va a inundar" pensaba ella, he intentaba despertar de aquel turbio sueño. La lluvia cae en intervalos, cada vez más pesada, fustigando la madera barnizada, y la mujer siente como sus fuerzas ya no son suficientes para abrir la puerta. De pronto, la lluvia cesa, y, sintiéndose aliviada, la mujer intenta salir de su hogar, solo para darse cuenta de que la puerta ya no abre, las ventanas no existen y su casa, poco a poco, se encoge hasta el porte de un baúl. Entre la desesperación logra escuchar un anciano repitiendo, zalameramente, lo buena que había sido en vida y lo irreemplazable que seria para sus seres queridos. Se golpeaba la cabeza, intentando despertar, solo para darse cuenta que nunca estuvo dormida, golpeo la madera tan fuerte como pudo, pero nunca nadie sintió nada, y ella sigue ahí, y nadie nunca sabrá como es que feneció realmente.

No lo puedo creer ¡Es exactamente lo que había pensado! ¿Como lo hiciste? Te repito, no hay nada que puedas hacer sin que yo me entere, jamás podrás esconderme un secreto, nunca podrás enamorarte sin que yo sepa cada uno de los detalles, sé, y siempre sabré, todo de ti, incluso lo que tu no recuerdes, tengo acceso a cada rincón de tu mente. ¡Basta! ¡Yo soy una persona independiente de ti! ¡Tu no eres más que una abominación! Puede ser que yo no tenga cuerpo propio, pero un día lograre quitarte la cordura y tu cuerpo pasara a ser mío ¡No! ¡Nunca!

El escritor se levanto de su estudio y corrió al espejo, no podía soportar ver su rostro. Tomó un gorro y escondió la cara de quien estaba aterrorizándolo porque sabia que compartía no solo el cráneo, sino también sentimientos, ideas, opiniones y emociones, todo esto contra su voluntad. Todos los días miraba los cuchillos de su cocina y se preguntaba como aniquilar aquel monstruo que, poco a poco, hilo por hilo, descosía su mente y dejaba escapar la cordura. Un día  el endemoniado rostro vencería, y él lo sabia, solo estaba tratando de llevarse todo el tiempo que pudiera consigo. Las manecillas del reloj dieron las doce y un pájaro de madera canto cuatro veces. Cuando la falsa ave se escondió en su casa de madera el escritor despertó, caminó al baño y se dio cuenta de que todo era un sueño, levantó su cabeza y se miro al espejo. El reflejo movió los labios y escuchó como alguien murmuraba a su oído, como si el sonido viniera de adentro, no de afuera. "Siempre estaremos juntos". 

sábado, 2 de enero de 2016

Aislado

Música que contiene la respiración y un titular inabarcable. Notas que aspiran contaminación y vomitan, angustiadas, silencios de negras. Quieren denunciar los escombros del invierno, buscar la piedad del ocaso a luz en oscuridades boreales, incentivar al abismo a lanzarse del barranco hacia la eternidad, olvidando su naturaleza humana y pensando en todo y nada al mismo tiempo. Fragatas argentarias deambulan por el tiempo, encallando en un banco de minutos, olvidando que su hora ha llegado. La manecilla ya no gira hacia ningún lado y el tiempo parece un concepto inocuo e irrelevante. Cuanta brutalidad desmesuradamente detallista irradia la humanidad deshumanizada. Nativos adoran al hombre blanco, y este le teme al de piel oscura ¿Quién depende más del otro? Oscilaciones alcanzan los recovecos de un laberinto tallado en carne y hueso, ondas lúdicas llevan la música a los recónditos parajes meditantes, interrumpiendo el silencio que hace años tomo poder de la mente. Dictador entre plebeyos, sirvientes, vasallos, esclavos, negros, mujeres, homosexuales, libres pensadores, heterosexuales, hombre blanco orgulloso, inmigrante, ser humano. Animales buscan refugio en grises azoteas mientras el bípedo, ya elevado, atraviesa fronteras y destruye todo a su paso, escuchando por detrás los cañones de Tchaikovski arrancando la tranquilidad, flagelando los agudos tímpanos de los zorros carmesí, los búhos ululantes, maeses de la historia, eruditos del error humano, por haberlo vivido en propia carne, vivo y al descubierto.

Un niño llora en silencio en un rincón por haber tomado demasiado licor marrón. Su cuerpo revoluciona sobre sí mismo y su corazón se estremece, confundiendo ventrículos con aurículas, su mente gira en torno a la misma imagen, una, otra y otra vez. Siente como la arena se escabulle entre sus dedos, piensa en las promesas rotas. Santa Claus no es regordete ni alegre, vive tras un mostrador, no en el polo norte. Le embargaron su casa de jengibre y la mitad de sus renos. Los elfos se sindicaron y presentaron una querella contra el simpático holgazán. Señora Claus lo dejó a su suerte, era una de esas mujeres que solo comparten el apogeo de las cosas. Pero todos los regalos llegaron a sus legítimos dueños, ningún niño quedo con las manos vacías, y Santa sonríe por vencer la adversidad. El niño sonríe estupefacto, observa a su alrededor y no puede contener su alegría. Lagrimas efímeras nublaron su vista mientras despertaba de un sueño trascendental y todo era borroso. Pasaron varios minutos antes de que sus felinos ojos se acostumbraran a la oscuridad que reinaba aquella habitación. Sus pupilas se dilataron hasta que sus ojos fueron negros como su alma, si es que tenía. No era un niño ya, arrugas endebles por el peso de los años tallaban sus manos obreras y su pálido rostro. Gritos desesperado rasgaban el silencio en aquella habitación oscura, pero él no lograba escuchar su propia voz. Un túnel se dibujaba frente a él, pero tal vez era solo su imaginación.

Siguiendo la intuición que palpitaba en su sien, caminó hacia adelante, palpando las acolchadas murallas que suprimían su libertad, tratando de encontrar a una salida a su cómoda prisión. Témpanos de vértigo surcaban sus venas como pájaros en los vientos primaverales, proyectando su figura hacia la eternidad, sin cuestionar su vuelo, sin dudar de las corrientes de viento, confiando en que todo será como debe ser. El tiempo en suspensión agotaba sus fuerzas y sus delgadas piernas flaqueaban con cada paso, y cayó al suelo tres veces, levantándose liviano como el destino, y desafiando la gravedad continuó su camino, circulando la oscuridad con animal intuición y un instinto bestiario. Tantas preguntas y tan pocas respuestas, solo un silencio cómplice riendo entre dientes que bailan al son del viento. Cuatro elementos provenientes de cada horizonte son los que buscaba, pero estaba desorientado por la inmensidad de lo que no podía ver. Era ciego entre tantas cosas, era sordo a sus sentimientos, un invalido intentando subir una escalera. Nada es imposible.

Una pequeña luz, una luciérnaga en la noche, fustigando la oscuridad con una rabia brutal, abriéndose paso como un doctor operando un miembro gangrenado. Un destello cegador llamándome a seguirlo sin cuestionar su procedencia, o a donde vamos. Me tomó de la mano como una madre a su hijo herido, y caminamos por horas y horas por el oscuro pasillo. No existen dudas, no hay interrogantes, solo indecisiones resueltas por la fuerza de la luz. Un cachorro desorientado en la esquina de dos calles transitadas, se esconde bajo un auto detenido, pero cuyo motor ruge, jactándose de los caballos que habitan dentro suyo, en cautiverio y cuyo instinto se ha visto mermado por pistones y rodamientos. Nadie dice nada, todos cruzan a su lado sin advertir el peligro. Yo me acuesto sobre mi estomago, ensuciando la blanca camisa y delatando mi blando corazón. La dueña del automóvil observa con desdén e intolerancia el curso de las cosas. Mi corazón se vuelve relator de premoniciones etéreas. Intimas sensaciones fustigan con la mirada, ocultando su verdadero fin, su razón de existir, y usándome como señuelo en un océano de fuego, para confundirse a si mismas. El perro escapa entre mis manos y cae en los brazos de su dueño. Una cara agradecida y la lagrima alegre de una niña. Girasoles cantan coros terrenales mientras el perro corre por verdes praderas hasta el agote inconmensurable.

La luz me ha dejado solo y a medio camino, caigo por eternos abismos. La inercia de la vida pasó sobre mi y no escatimó insolencias. El efecto Dopler hace que mis gritos vayan y vengan, sin lógica alguna, interrumpiendo lapsos de tiempo desconsideradamente. Debo levantarme y correr hacia la ilusión suspendida de un marco renacentista. Conceptos ad hoc al momento invaden mi pensar, un violín majestuoso hace su entrada triunfante y olvida a sus seres queridos. Un arpa nostálgica trata de suavizar el penumbroso caminar del piano de cola, pero todo ha sido en vano. La oscuridad ha consumido hasta el último de los sonidos, ningún acordeón concederá una pieza, no hoy ni nunca, en este triste lugar. Las sombras delataran la insanidad, la locura. Bajo mi pulgar siento el mundo girando a una velocidad vertiginosa, rodeado de estrellas, lunas y otros cuerpos celestes. Cometas que pasan cada treinta, setenta o ciento veintisiete años. Todo gira alrededor de mi cabeza, me siento como en una mañana de lunes, sediento del marrón brebaje. Déjenme ser, yo ya estoy perdido.

La luz invade la pequeña habitación, antes inabarcable, dejando al descubierto cada rincón oculto, desvistiendo la oscuridad, quitándole el misterio a su más profundo secreto. Ella no existe. Lo que antes me cegaba no era más que la ausencia de lo que me permite ver. La luz, ajena a mis necesidades, me abandono como la esperanza de un naufrago. Ahora mis ojos estaban abiertos y sobre las cuencas carnosas giraban hacia todos los sentidos, coordinados en una danza sincronizada. Voces antes tan familiares hoy sonaban cansadas, envejecidas por los golpes del reloj. Cuanta vida escurre por esas flojas vocales, endebles y dubitativas. La luz incandescentes solo deja ver los restos que dejo una vida de desenfreno y bizarro frenesí. Mientras mis agigantadas pupilas regulan la iluminación, encogiéndose hasta el punto preciso, observo un aquelarre estático rodeado por un marco decorado por dorados detalles. Brujos, curanderas, bestias y demonios danzando alrededor de un niño con aura oscura, mientras sacrificaban un blanco cordero, derramando sangre como en un baño mañanero.

Los remedios dejaron de hacer efecto sobre mi mente. No confundo más la luz y la oscuridad, no observo extraños cuadros en paredes que son blancas, acolchadas, tal como el piso y el cielo falso. Todo lo veo claro, y eso es lo que les preocupa, porque hasta este minuto la claridad solo había sido un invento importado por concepciones astrales, provenientes de parajes exóticos y mentes libres. Libertad. Algo que se tiene en la mente o en la vida, jamás en ambas. Es por eso que le tengo un miedo irracional a desmayarme y romperme el cráneo en la caída. No quiero que todos vean mis ideas y pensamientos desparramados por el suelo, desordenados y en caos ¡Pensarían que estoy loco!