sábado, 2 de enero de 2016

Aislado

Música que contiene la respiración y un titular inabarcable. Notas que aspiran contaminación y vomitan, angustiadas, silencios de negras. Quieren denunciar los escombros del invierno, buscar la piedad del ocaso a luz en oscuridades boreales, incentivar al abismo a lanzarse del barranco hacia la eternidad, olvidando su naturaleza humana y pensando en todo y nada al mismo tiempo. Fragatas argentarias deambulan por el tiempo, encallando en un banco de minutos, olvidando que su hora ha llegado. La manecilla ya no gira hacia ningún lado y el tiempo parece un concepto inocuo e irrelevante. Cuanta brutalidad desmesuradamente detallista irradia la humanidad deshumanizada. Nativos adoran al hombre blanco, y este le teme al de piel oscura ¿Quién depende más del otro? Oscilaciones alcanzan los recovecos de un laberinto tallado en carne y hueso, ondas lúdicas llevan la música a los recónditos parajes meditantes, interrumpiendo el silencio que hace años tomo poder de la mente. Dictador entre plebeyos, sirvientes, vasallos, esclavos, negros, mujeres, homosexuales, libres pensadores, heterosexuales, hombre blanco orgulloso, inmigrante, ser humano. Animales buscan refugio en grises azoteas mientras el bípedo, ya elevado, atraviesa fronteras y destruye todo a su paso, escuchando por detrás los cañones de Tchaikovski arrancando la tranquilidad, flagelando los agudos tímpanos de los zorros carmesí, los búhos ululantes, maeses de la historia, eruditos del error humano, por haberlo vivido en propia carne, vivo y al descubierto.

Un niño llora en silencio en un rincón por haber tomado demasiado licor marrón. Su cuerpo revoluciona sobre sí mismo y su corazón se estremece, confundiendo ventrículos con aurículas, su mente gira en torno a la misma imagen, una, otra y otra vez. Siente como la arena se escabulle entre sus dedos, piensa en las promesas rotas. Santa Claus no es regordete ni alegre, vive tras un mostrador, no en el polo norte. Le embargaron su casa de jengibre y la mitad de sus renos. Los elfos se sindicaron y presentaron una querella contra el simpático holgazán. Señora Claus lo dejó a su suerte, era una de esas mujeres que solo comparten el apogeo de las cosas. Pero todos los regalos llegaron a sus legítimos dueños, ningún niño quedo con las manos vacías, y Santa sonríe por vencer la adversidad. El niño sonríe estupefacto, observa a su alrededor y no puede contener su alegría. Lagrimas efímeras nublaron su vista mientras despertaba de un sueño trascendental y todo era borroso. Pasaron varios minutos antes de que sus felinos ojos se acostumbraran a la oscuridad que reinaba aquella habitación. Sus pupilas se dilataron hasta que sus ojos fueron negros como su alma, si es que tenía. No era un niño ya, arrugas endebles por el peso de los años tallaban sus manos obreras y su pálido rostro. Gritos desesperado rasgaban el silencio en aquella habitación oscura, pero él no lograba escuchar su propia voz. Un túnel se dibujaba frente a él, pero tal vez era solo su imaginación.

Siguiendo la intuición que palpitaba en su sien, caminó hacia adelante, palpando las acolchadas murallas que suprimían su libertad, tratando de encontrar a una salida a su cómoda prisión. Témpanos de vértigo surcaban sus venas como pájaros en los vientos primaverales, proyectando su figura hacia la eternidad, sin cuestionar su vuelo, sin dudar de las corrientes de viento, confiando en que todo será como debe ser. El tiempo en suspensión agotaba sus fuerzas y sus delgadas piernas flaqueaban con cada paso, y cayó al suelo tres veces, levantándose liviano como el destino, y desafiando la gravedad continuó su camino, circulando la oscuridad con animal intuición y un instinto bestiario. Tantas preguntas y tan pocas respuestas, solo un silencio cómplice riendo entre dientes que bailan al son del viento. Cuatro elementos provenientes de cada horizonte son los que buscaba, pero estaba desorientado por la inmensidad de lo que no podía ver. Era ciego entre tantas cosas, era sordo a sus sentimientos, un invalido intentando subir una escalera. Nada es imposible.

Una pequeña luz, una luciérnaga en la noche, fustigando la oscuridad con una rabia brutal, abriéndose paso como un doctor operando un miembro gangrenado. Un destello cegador llamándome a seguirlo sin cuestionar su procedencia, o a donde vamos. Me tomó de la mano como una madre a su hijo herido, y caminamos por horas y horas por el oscuro pasillo. No existen dudas, no hay interrogantes, solo indecisiones resueltas por la fuerza de la luz. Un cachorro desorientado en la esquina de dos calles transitadas, se esconde bajo un auto detenido, pero cuyo motor ruge, jactándose de los caballos que habitan dentro suyo, en cautiverio y cuyo instinto se ha visto mermado por pistones y rodamientos. Nadie dice nada, todos cruzan a su lado sin advertir el peligro. Yo me acuesto sobre mi estomago, ensuciando la blanca camisa y delatando mi blando corazón. La dueña del automóvil observa con desdén e intolerancia el curso de las cosas. Mi corazón se vuelve relator de premoniciones etéreas. Intimas sensaciones fustigan con la mirada, ocultando su verdadero fin, su razón de existir, y usándome como señuelo en un océano de fuego, para confundirse a si mismas. El perro escapa entre mis manos y cae en los brazos de su dueño. Una cara agradecida y la lagrima alegre de una niña. Girasoles cantan coros terrenales mientras el perro corre por verdes praderas hasta el agote inconmensurable.

La luz me ha dejado solo y a medio camino, caigo por eternos abismos. La inercia de la vida pasó sobre mi y no escatimó insolencias. El efecto Dopler hace que mis gritos vayan y vengan, sin lógica alguna, interrumpiendo lapsos de tiempo desconsideradamente. Debo levantarme y correr hacia la ilusión suspendida de un marco renacentista. Conceptos ad hoc al momento invaden mi pensar, un violín majestuoso hace su entrada triunfante y olvida a sus seres queridos. Un arpa nostálgica trata de suavizar el penumbroso caminar del piano de cola, pero todo ha sido en vano. La oscuridad ha consumido hasta el último de los sonidos, ningún acordeón concederá una pieza, no hoy ni nunca, en este triste lugar. Las sombras delataran la insanidad, la locura. Bajo mi pulgar siento el mundo girando a una velocidad vertiginosa, rodeado de estrellas, lunas y otros cuerpos celestes. Cometas que pasan cada treinta, setenta o ciento veintisiete años. Todo gira alrededor de mi cabeza, me siento como en una mañana de lunes, sediento del marrón brebaje. Déjenme ser, yo ya estoy perdido.

La luz invade la pequeña habitación, antes inabarcable, dejando al descubierto cada rincón oculto, desvistiendo la oscuridad, quitándole el misterio a su más profundo secreto. Ella no existe. Lo que antes me cegaba no era más que la ausencia de lo que me permite ver. La luz, ajena a mis necesidades, me abandono como la esperanza de un naufrago. Ahora mis ojos estaban abiertos y sobre las cuencas carnosas giraban hacia todos los sentidos, coordinados en una danza sincronizada. Voces antes tan familiares hoy sonaban cansadas, envejecidas por los golpes del reloj. Cuanta vida escurre por esas flojas vocales, endebles y dubitativas. La luz incandescentes solo deja ver los restos que dejo una vida de desenfreno y bizarro frenesí. Mientras mis agigantadas pupilas regulan la iluminación, encogiéndose hasta el punto preciso, observo un aquelarre estático rodeado por un marco decorado por dorados detalles. Brujos, curanderas, bestias y demonios danzando alrededor de un niño con aura oscura, mientras sacrificaban un blanco cordero, derramando sangre como en un baño mañanero.

Los remedios dejaron de hacer efecto sobre mi mente. No confundo más la luz y la oscuridad, no observo extraños cuadros en paredes que son blancas, acolchadas, tal como el piso y el cielo falso. Todo lo veo claro, y eso es lo que les preocupa, porque hasta este minuto la claridad solo había sido un invento importado por concepciones astrales, provenientes de parajes exóticos y mentes libres. Libertad. Algo que se tiene en la mente o en la vida, jamás en ambas. Es por eso que le tengo un miedo irracional a desmayarme y romperme el cráneo en la caída. No quiero que todos vean mis ideas y pensamientos desparramados por el suelo, desordenados y en caos ¡Pensarían que estoy loco!


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