Notas
vuelan sobre mi mesa como pensamientos en mi cabeza. Letras se confunden, se
empujan entre ellas para armar palabras que solo enredan más la situación
actual. Tildes como punzadas en el corazón me atosigan buscando la perfección
del vocablo. Mi pluma se mueve con frenesí e inventiva. Bueno, en realidad no
es una pluma, son mis dedos sobre la pantalla táctil de un aparato inteligente.
Y para ser sinceros, las notas mencionadas anteriormente no son físicas, sino
virtuales. Fugaces. Si no me gusta lo que escribo ni siquiera debo hacer el
frustrante esfuerzo de arrugar la hoja garabateada y tratar de atinarle al
tarro de basura. Deslizo a la izquierda y todo donde dice eliminar. Así de
fácil. A una velocidad vertiginosa puedo corregir errores gracias al autocorrector.
Debo reconocer que no siempre me ayuda, algunas veces introduce palabras
inverosímiles a la mitad de una oración. Reconocer tales picardías de la
tecnología a veces no es tan fácil, y para eso existen los editores.
Escribo
algo, me gusta y lo guardo. Si no me gusta, lo borro, sin misericordia ni
vergüenza. Pero seamos honestos, en todo escrito siempre hay algo que nos trata
de convencer de que es el camino correcto, que es la historia del millón de
dólares, el trampolín a la fama, la realización personal, la evolución del
rubro. Algunas historias casi logran convencernos, a punto he estado de
arrepentirme y navegar en el infame tarro de basura virtual en busca de un
escrito. Un mar de confusión y desesperación nos envuelve con su marea
impredecible, encontramos añejos escritos, palabras a las cuales les dimos la
espalda hace muchos años ya, pero que por algún motivo nos llaman la atención
hoy. Historias fantásticas, de terror, novelas de amor y traición. Tratando de dar
con la gallina de los huevos de oro encontraremos todo tipo de aves. Conozco
gente que trabaja encerrado con la fe de que esa idea genial, ese best-seller
en bruto, aparezca frente a sus ojos como una especie de príncipe azul. A fin
de cuentas ¿Por que no podría yo escribir un libro trascendente?
No
hablo de crear una Biblia de la literatura ni de inventar una combinación entre
lo lírico y lo narrativo, o sobre crear un movimiento literario en mi nombre.
Hablo solo de trascender, pasar de generación. Que alguien pregunte en una
conversación entre adolescentes si alguien me conoce, si alguna vez ha leído
algún cuento mío. No digo que sea una influencia positiva o negativa,
solo una mención, un comentario, un pie de página en el libro de otro autor.
Alguna película de bajo presupuesto donde un joven trate de leer alguno de mis
escritos mientras su compañero de cuarto trata de tener sexo por primera vez
con la compañera morena que ignora a todos, menos a él. Bueno, si logro editar
este relato y sacar un libro, no alegaría si algún reconocimiento se me otorga.
No digo que busque eso, pero a todos nos cabe un poco de vanidad de vez en
cuando.
Tengo
un amigo que siempre revisa, gustosamente, mis cavilaciones y arrebatos adolescentes.
Textos a los cuales, arrogantemente, me refiero como escritos, cuentos o
relatos. Él también escribe. Poemas sobre lo que piensa, lo que siente, y son
bastante buenos a decir verdad. Me causa curiosidad saber que es lo que
convierte a un escritor en autor. No es lo mismo, lo tengo claro ¿Pero cuál es
el peldaño, el paso que hay que dar para poder llamarse a uno mismo como tal? Él parece un autor, habla como tal, derrocha cultura y conocimiento, mientras
yo solo junto palabras, soy sincero y divago como si me pagaran por hacerlo. ¿Acaso
son las aspiraciones de cada uno? ¿La actitud de vida? Cuando él revisó algunos
párrafos de este arrebato me comentó que no es vanidad lo que mueve al escritor
en busca de fama, sino esperanza. Tal vez tenga razón
Me atrevería a afirmar que él, mi compañero, es un soñador, de
aquellos que lloran al ver un escenario vacío, esos que empatízan con libros
muertos de pena o dibujos destruidos. A lo que yo llamo avaricia, el llama
convicción, un dolor en el corazón, una picazón en su mano que sólo logra
tranquilizar escribiendo, escupiendo sentimientos sobre un papel virginal, o a
veces sobre una simple servilleta. El improvisa mientras vive, no sigue pautas
ni compases, habita en un mundo donde la regla es la excepción, y la anarquía
una aventura de la cual no sabe si saldrá parado. A veces los desesperanzados
tenemos amigos que nos dan una mano.
Los
músicos, poetas, artistas y actores, gente que no vive según los cánones
impuestos por siglos de civil comportamiento. Soñadores, con hambre de
presente, curiosidad sobre el futuro e indiferencia frente al pasado. Genios,
locos, altos y bajos. Gordos, flacos, torpes y gráciles. Una mujer da un paso demasiado
largo y tropieza sobre el cemento de la calzada, pero se recupera
majestuosamente con un giro inesperado, aterrizando, frágil, sobre su pie
derecho. Eso, estimados lectores, es improvisar.
Puedo
divagar horas y horas, y para ser francos, lo único que podría detenerme sería
que se acabara la batería de mi teléfono, pero para su desgracia, siempre tengo
un cargador a mano. No se asusten, no es que no pueda vivir sin un móvil en la
mano (no puedo), sino que lo utilizo para escribir estas pomposas reflexiones
(y ver vídeos de fútbol de vez en cuando). La vida está llena de caídas,
fracasos, desilusiones, declives y demostraciones paupérrimas de talento, y a
veces, solo a veces, un destello de luz brilla entre una pared de ladrillo tan
compacta, y a la vez tan frágil. Efectivamente, la motivación de los artistas
no es su renombre, o un afán desesperado de cambiar el mundo. Lo único que
anhelan es ser. Seguir siendo lo que son, fieles a si mismos, olvidando que
tuvieron que trabajar cuarenta años en una biblioteca hasta que la inspiración
les llegara en forma de mancha de café sobre sus bosquejos y garabatos. Perdonan
a la vida por todos los dolores, sabiendo que al final son ellos mismos los que
han peleado contra ella para lograr sus metas, y que estas no serían tan
satisfactorias si es que no hubiera una oposición del destino. Las grandes
victorias, las verdaderas historias de honor, son los restos de una rivalidad
épica, y no creo que exista una contraposición de fuerzas más grande que la
encontrada entre el destino y su protagonista.
No
soy más que un adolescente con aspiraciones, con ideas, buscando los medios
para contagiar un arrebato. ¿No somos todos, en alguna parte de nuestro ser,
jóvenes impetuosos? Seguimos metas ciegamente, viajamos en un océano de
incertidumbre buscando hallar tierra firme, y sin embargo, hay algunos que
desean no tocar puerto nunca. El día que la curiosidad muera, espero que sea
enterrada junto conmigo .
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