domingo, 19 de marzo de 2017

Confesiones del Tintero

Notas vuelan sobre mi mesa como pensamientos en mi cabeza. Letras se confunden, se empujan entre ellas para armar palabras que solo enredan más la situación actual. Tildes como punzadas en el corazón me atosigan buscando la perfección del vocablo. Mi pluma se mueve con frenesí e inventiva. Bueno, en realidad no es una pluma, son mis dedos sobre la pantalla táctil de un aparato inteligente. Y para ser sinceros, las notas mencionadas anteriormente no son físicas, sino virtuales. Fugaces. Si no me gusta lo que escribo ni siquiera debo hacer el frustrante esfuerzo de arrugar la hoja garabateada y tratar de atinarle al tarro de basura. Deslizo a la izquierda y todo donde dice eliminar. Así de fácil. A una velocidad vertiginosa puedo corregir errores gracias al autocorrector. Debo reconocer que no siempre me ayuda, algunas veces introduce palabras inverosímiles a la mitad de una oración. Reconocer tales picardías de la tecnología a veces no es tan fácil, y para eso existen los editores.

Escribo algo, me gusta y lo guardo. Si no me gusta, lo borro, sin misericordia ni vergüenza. Pero seamos honestos, en todo escrito siempre hay algo que nos trata de convencer de que es el camino correcto, que es la historia del millón de dólares, el trampolín a la fama, la realización personal, la evolución del rubro. Algunas historias casi logran convencernos, a punto he estado de arrepentirme y navegar en el infame tarro de basura virtual en busca de un escrito. Un mar de confusión y desesperación nos envuelve con su marea impredecible, encontramos añejos escritos, palabras a las cuales les dimos la espalda hace muchos años ya, pero que por algún motivo nos llaman la atención hoy. Historias fantásticas, de terror, novelas de amor y traición. Tratando de dar con la gallina de los huevos de oro encontraremos todo tipo de aves. Conozco gente que trabaja encerrado con la fe de que esa idea genial, ese best-seller en bruto, aparezca frente a sus ojos como una especie de príncipe azul. A fin de cuentas ¿Por que no podría yo escribir un libro trascendente?

No hablo de crear una Biblia de la literatura ni de inventar una combinación entre lo lírico y lo narrativo, o sobre crear un movimiento literario en mi nombre. Hablo solo de trascender, pasar de generación. Que alguien pregunte en una conversación entre adolescentes si alguien me conoce, si alguna vez ha leído algún cuento mío. No digo que sea una influencia  positiva o negativa, solo una mención, un comentario, un pie de página en el libro de otro autor. Alguna película de bajo presupuesto donde un joven trate de leer alguno de mis escritos mientras su compañero de cuarto trata de tener sexo por primera vez con la compañera morena que ignora a todos, menos a él. Bueno, si logro editar este relato y sacar un libro, no alegaría si algún reconocimiento se me otorga. No digo que busque eso, pero a todos nos cabe un poco de vanidad de vez en cuando.

Tengo un amigo que siempre revisa, gustosamente, mis cavilaciones y arrebatos adolescentes. Textos a los cuales, arrogantemente, me refiero como escritos, cuentos o relatos. Él también escribe. Poemas sobre lo que piensa, lo que siente, y son bastante buenos a decir verdad. Me causa curiosidad saber que es lo que convierte a un escritor en autor. No es lo mismo, lo tengo claro ¿Pero cuál es el peldaño, el paso que hay que dar para poder llamarse a uno mismo como tal? Él parece un autor, habla como tal, derrocha cultura y conocimiento, mientras yo solo junto palabras, soy sincero y divago como si me pagaran por hacerlo. ¿Acaso son las aspiraciones de cada uno? ¿La actitud de vida? Cuando él revisó algunos párrafos de este arrebato me comentó que no es vanidad lo que mueve al escritor en busca de fama, sino esperanza. Tal vez tenga razón 


Me atrevería a afirmar que él, mi compañero, es un soñador, de aquellos que lloran al ver un escenario vacío, esos que empatízan con libros muertos de pena o dibujos destruidos. A lo que yo llamo avaricia, el llama convicción, un dolor en el corazón, una picazón en su mano que sólo logra tranquilizar escribiendo, escupiendo sentimientos sobre un papel virginal, o a veces sobre una simple servilleta. El improvisa mientras vive, no sigue pautas ni compases, habita en un mundo donde la regla es la excepción, y la anarquía una aventura de la cual no sabe si saldrá parado. A veces los desesperanzados tenemos amigos que nos dan una mano.

Los músicos, poetas, artistas y actores, gente que no vive según los cánones impuestos por siglos de civil comportamiento. Soñadores, con hambre de presente, curiosidad sobre el futuro e indiferencia frente al pasado. Genios, locos, altos y bajos. Gordos, flacos, torpes y gráciles. Una mujer da un paso demasiado largo y tropieza sobre el cemento de la calzada, pero se recupera majestuosamente con un giro inesperado, aterrizando, frágil, sobre su pie derecho. Eso, estimados lectores, es improvisar. 

Puedo divagar horas y horas, y para ser francos, lo único que podría detenerme sería que se acabara la batería de mi teléfono, pero para su desgracia, siempre tengo un cargador a mano. No se asusten, no es que no pueda vivir sin un móvil en la mano (no puedo), sino que lo utilizo para escribir estas pomposas reflexiones (y ver vídeos de fútbol de vez en cuando).  La vida está llena de caídas, fracasos, desilusiones, declives y demostraciones paupérrimas de talento, y a veces, solo a veces, un destello de luz brilla entre una pared de ladrillo tan compacta, y a la vez tan frágil. Efectivamente, la motivación de los artistas no es su renombre, o un afán desesperado de cambiar el mundo. Lo único que anhelan es ser. Seguir siendo lo que son, fieles a si mismos, olvidando que tuvieron que trabajar cuarenta años en una biblioteca hasta que la inspiración les llegara en forma de mancha de café sobre sus bosquejos y garabatos. Perdonan a la vida por todos los dolores, sabiendo que al final son ellos mismos los que han peleado contra ella para lograr sus metas, y que estas no serían tan satisfactorias si es que no hubiera una oposición del destino. Las grandes victorias, las verdaderas historias de honor, son los restos de una rivalidad épica, y no creo que exista una contraposición de fuerzas más grande que la encontrada entre el destino y su protagonista. 


No soy más que un adolescente con aspiraciones, con ideas, buscando los medios para contagiar un arrebato. ¿No somos todos, en alguna parte de nuestro ser, jóvenes impetuosos? Seguimos metas ciegamente, viajamos en un océano de incertidumbre buscando hallar tierra firme, y sin embargo, hay algunos que desean no tocar puerto nunca. El día que la curiosidad muera, espero que sea enterrada junto conmigo .

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