Hace frío, mucho frío. Gélido frío que
castiga los huesos y contrae los músculos. Es como si las llamas del infierno
se hubieran extinguido todas a la vez y dado paso a un frío extremo, asesino,
inclemente. Lo que alguna vez fue fuego y ardor, hoy es una estalagmita que
apuñala el cielo. Miro el horizonte y solo veo la niebla blanca que cubre el
pálido manto que reposa sobre la Madre Tierra. Rusia, Rusia querida. Matriarca
tierna y asesina, cálida y fría. Me has dado la espalda en este pequeño paraje,
perdido en Saja. Con 24,7 grados bajo cero, voy arrastrando los pies helados,
dormidos por la nieve que les sale al paso, mientras mis dedos enguantados se
envuelven sobre mi torso. Rengueando, dejo atrás el cartel que dice “Bienvenidos
a Oymyakón”.
La niebla se convirtió en ventisca y un intrépido copo de nieve se coló
entre mi bufanda y el cuello de la chaqueta que me acompaña en esta travesía.
Un escalofrío me recorrió la espalda por debajo de la camisa, el abrigo y la
chaqueta militar que le pertenecía a mi padre hasta hace unos pocos días
atrás. El hálito escapa de mi boca como si quisiera experimentar en cuerpo
propio el agudo frío que me aqueja, solo para luego morir congelado y subir a
las alturas.
Viejo canalla, me hace venir con este
clima infernal a verlo morir. Y no pudo elegir un lugar más inhóspito e
inaccesible. Un poblado con 400 almas. Hay más estalactitas que personas en ese
lugar. No sé qué le habrá visto al pueblo, pero en cada conversación hablaba
del paraje con cariño. La verdad es que la cabaña era cálida y tenia una vista
increíble al río Indigirka, aunque de río tiene poco pues pasa congelado. La
gente es amable, y aunque me es difícil entender el rústico acento, se nota el
aprecio en su tono cuando hablan de mi padre. Me recibieron con un café negro,
como el que solía tomarme junto al anciano en las frías tardes moscovitas. Se
vino a morir acá, pero encontró una razón para aferrarse a la vida.
Miré el camino que se extendía delante
mío y di la vuelta. Tal vez el mejor regalo no es la chaqueta para protegerme
del frío, sino la cabaña para vivir con él.
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